El fotógrafo alicantino Miguel Oriola falleció ayer, 10 de noviembre de 2020, a la edad de 77 años, según ha difundido en una emotiva nota la escuela madrileña EFTI, en la que ha impartido clases durante años. Profesor carismático para varias generaciones de fotógrafos, fue uno de los grandes nombres de la fotografía publicitaria y moda del país, del que fue uno de sus renovadores. También realizó una obra personal que forma parte de importantes colecciones, públicas y privadas.
“Soy un viajero en un tránsito incierto que sigo a la búsqueda de mí mismo en cada fotografía que hago”.
Anoche, Iván Oriola escribía en Twitter: “Adios papá”.
Has visto muchas más fotos de Miguel Oriola de lo que crees. Ese disco de los 90, esa campaña de primavera del El Corte Inglés, aquella publicidad de coches, esa portada de Interviú… No lo sabes, pero esas fotos las hizo él.
No ha trascendido la causa. Pero lo que sí sabemos es que ayer nos dejó Miguel Oriola. Nacido en Alcoy (Alicante) en 1943. Estudió Comercio, también arte y música. Descubrió las claves para ganar los premios fotográficos a los que se presentaba con audaces fotomontajes analógicos y aprendió el oficio siendo aprendiz de José Vincens, que le descubrió que la fotografía no vive al margen de otras artes.
Arriesgó, quemó naves y se fue a Madrid. Alto, deportista y buena planta, estudió Arte Dramático. Y triunfó. Pero de fotógrafo.
Su primera exposición es de 1972 en Madrid, año en el que colabora con la revista Nueva Lente. En el 73 comienza a trabajar como jefe de fotografía en una agencia de publicidad. Y en el 80 funda la revista POPtgrafía.
Trabajó mucho. Hasta publicó en revistas de destape bajo seudónimo. Tras exponer en galerías internacionales, se vuelve en uno de los nombres fundamentales para medios y grandes agencias de publicidad.
Hace importantes y populares campañas, portadas de discos de los superventas españoles, es responsable de la imagen de algunas de algunos de los diseñadores y diseñadoras de moda nacionales más destacados, trabaja con modelos de primera fila, maneja presupuestos mareantes y publica en las cabeceras más importantes, como Vogue, El País, Elle, Vanitas… Según él mismo contaba, trabajaba el día y vivía la noche. También contaba que esas cosas te pueden volver gilipollas y que se paga un precio.
En sus biografías aparece que, tras una estancia en Nueva York en 1997, abandona la fotografía comercial para centrarse en su obra personal y en la docencia. Seminarios, talleres y, sobre todo, entra a formar parte del equipo de profesores de EFTI.

Yo, como la de decenas de profesionales que hoy le rinden homenaje en redes, tuve la suerte de tenerlo como profesor, hace ahora diez años. Divertido, provocador, directo, a veces incómodo, siempre generoso, inspirador, espoleante. Rechazaba las autojustificaciones y, sobre todo, nos enseñó la importancia de la luz. Una luz. Y una idea. Sin ideas, no hay luz que valga.
Un día nos invitó al grupo del máster a pasar la tarde en su casa, cerca de El Retiro. Nos habló de la vida, de su vida, y de fotografía. Cada cual sacó su propia lección. Para mí hubo dos. El valor de la libertad y quien no arriesga, no gana. Y bueno, algo que ya sabía, que sólo hacemos fotos.

Como autor ha realizado varios proyectos, algunos de los cuales tuvieron formato fotolibro. En 2017 publicó el último, ‘Actus’, y entonces explicaba: “Mi obra es el mismo acto perturbador que genera las imágenes, al que me someto, donde lo improbable se hace emoción, y que por su propia génesis rechaza las palabras y el pensamiento consciente, haciéndome cómplice de ello en cada pulsión”.
“En mi mente convergen vivencias, deseos, quizás sueños; una experiencia desordenada y disfuncional de quien, como yo, encuentra sensaciones felices en las cosas más sórdidas. Hay tanta belleza por descubrir en el lado oscuro…”.