Querida Instagram: Tenemos que hablar. Sabes que hace tiempo que lo nuestro no funciona. Podría decirte aquello de “no eres tú, soy yo”, pero no. Eres tú.
Cuando nos conocimos ibas de fotógrafa fresca y moderna, presumiendo por ahí de ser la “red para fotógrafos”, criticando a la pobre Flickr que quedó relegada a la peligrosa categoría de “madurita interesante”. Lo tuyo era el móvil, tan moderno, tan instantáneo: me convenciste.
El caso es que pronto fui sospechando que las fotos a las que regalabas tus likes no eran las relacionadas con la fotografía sino, principalmente, con la fama y el pseudosexo (si eran las dos cosas juntas ya ni te cuento). Yo no quería creerlo y simplemente hice la vista gorda. “No –pensé– Instagram es cool, soy yo que no soy suficientemente conceptual, tengo que cambiar”.
¿Y por qué empezamos a salir juntos?
Al principio eras realmente seductora y yo te lo perdonaba todo. Que las fotos sólo podían ser cuadradas… bueno, vale. Que las fotos no se podían ampliar… bueno, vale. Que no se podían hacer álbumes … bueno, vale. Que ahora voy a meter publicidad… bueno, vale. Que no podíamos tener sexo… todavía no se cómo pasé por ahí, eso nunca te lo perdonaré, Instagram.
El caso es que todos mis amigos decían conocer a alguien que conocía a alguien que conocía a alguien que se había hecho famoso gracias a ti, pero lo cierto es que ningún caso de alguien que yo conociera personalmente. Yo no digo que mientas, pero ¿es posible que algunas historias de éxitos estuvieran ligeramente maquilladas por tu poderoso departamento de comunicación? ¿Es posible que algunos de esos ejemplos de incrementos meteóricos de likes estuvieran subvencionados? No te me enfades, mujer. Yo sólo pregunto.
Me dijiste al principio que me presentarías montones de nuevos talentos y artistas, y sí, es cierto que muchos amigos y artistas admirados publican contigo su trabajo, pero el cien por cien de ellos lo hacen también en otras redes sociales que puedo seguir desde mi ordenador, donde puedo ver las imágenes en todo su esplendor, donde puedo más fácilmente ampliar la información sobre ellos, seguir sus carreras, profundizar en sus trabajos.
Y ahora vas y me cambias el logotipo por uno… ¿más vibrante has dicho?
Mira, los fotógrafos somos como laboriosas hormiguitas. Nos esforzamos por cuidar de nuestras imágenes como si de hijas se tratara. Las alimentamos con lo último que haya salido al mercado, les damos la mejor educación, las presentamos a festivales y las paseamos por todas las alfombras rojas virtuales que uno pueda imaginar sin reparar en gastos.
Derrochar dinero y pasar por enésima vez nuestras imágenes a xxx pixeles por su lado más corto y xx ppp de resolución NO nos gusta; lo que nos gusta es hacer fotos. Pero hemos asumido que a estas alturas es muy probable que ese maravilloso representante de fotógrafos nunca llame a nuestra puerta, así que arañamos un poco de tiempo de nuestra familia, otro poco de nuestros amigos y otro poco de nuestros otros trabajos y posteamos como si no hubiera mañana con la esperanza de abandonar alguna vez la categoría de emergente y entrar en la de “porque yo lo valgo”.
Lo intenté también con tus grandes comisarios de galerías online, a los que envié a mis hijas convenientemente etiquetadas y hastagizadas, que menudo coñazo, sólo para descubrir que gigantescos y musculosos porteros digitales no estaban dispuestos a dejarlas pasar, al menos gratis. La viralidad tiene un precio.
Menos mal que mis fieles amigos me han seguido apoyando incondicionalmente con sus likes, esos no fallan. Lo que ocurre es que competir con la chica desnuda haciendo yoga es otra liga, que no digo que no tenga mérito, porque conseguir no enseñar un pezón estando desnuda en tantas fotos requiere posturas para las que es necesario extraerse algunos huesos, y yo simplemente no estaba dispuesto a llegar tan lejos.
¡Se acabó!
Lo confieso, no me atrevía a decirlo por temor a no ser suficientemente moderno, pero me he sentido muy frustrado a tu lado. Cuando vi que aquel belfie de una adolescente ucraniana llegaba y pasaba de largo del millón de likes me dije… esto es pan comido; cuando yo publique mi superproyecto en el que llevo un año trabajando lo voy a petar. Pero no. Meses después mis pobres y amadas imágenes languidecían escuálidas apenas alimentadas por los más fieles. Ahora lo sé: me faltaba culo. Pero anda que me lo ibas a decir. No, tú insistías en que te gustaba mi lado artista… y yo te creí.
Así que sintiéndolo mucho he decidido que el próximo día 24 de junio, en una de esas numerosas hogueras en las que uno se deshace de lo viejo o de lo que no necesita, acabará nuestra relación. Y nada de custodia compartida: las fotos para mí y los likes para ti, si los quieres. Ya sé que no me vas a llorar, que te va a dar igual, que no me vas a echar de menos, esta carta es más que nada por quedarme yo a gusto, pero recuerda, mi amada Instagram, que igual que saber escribir no te convierte en escritor, saber hacer una foto no te convierte en fotógrafo.

Instagram, te doy la espalda. © Carlos Escolástico