La realidad se vuelve tozuda, seas esta nueva, antigua o mediopensionista. Y parece que, sin fotolibro, un fotógrafo no puede presumir de artista. Sergio de Luz sigue empeñado en darnos todas la claves para el triunfo como creadores, en feria, redes y cenas familiares. Vuelve el curso a distancia ‘El Arte de ser Artista’.
Antes de que sigas leyendo es mi deber recordarte que puede que este texto sea uno de los más subjetivos jamás escritos por estos dedos veloces. La falta de objetividad responde a mi propia experiencia ya que autopubliqué un libro de fotografía de poco éxito y también, oh, casualidad, este texto versa sobre el proceso de construcción de uno.
Recordemos también que el protagonismo de éste texto sigue dominado por personas que dicen ser artistas y creen serlo más, cuánto más veces lo repitan. Pero también se encargan de serlo o aparentarlo con diversas maniobras no excesivamente artísticas, más propias de la implacable maquinaria de la mercadotecnia. Al igual que un mal político, éstas personas viven de la apariencia. Su arte es parecer artista.
Los libros de fotografía parecen hoy indispensables en el currículum de todo artista que quiera serlo, o incluso aparentarlo. Después de una primera etapa en que desempeñaban la función de meros catálogos, los fotolibros pasaron a desempeñar un instrumento de gran versatilidad para comprender el trabajo de fotógrafos y artistas visuales. Solo la imaginación ponía límites a los medios que conducirían al “lector” por los caminos que el artista había transitado, qué se enseñaba y qué se ocultaba. Transformándose en una obra de arte en si mismo, un objeto de colección.
Con el aumento de su popularidad aumentó también el número de artistas interesados en invertir algunos ahorros en una herramienta imprescindible y pronto las estanterías de los críticos de arte se vieron hacinadas por ellos, formando un heterogéneo caleidoscopio de colores, formas y tamaños. Incluso aparecieron los especialistas en fotolibros, personas que no se anuncian en las páginas amarillas precisamente.

Con la aparición de las redes sociales y la consagración de los fotolibros como una herramienta de promoción indispensable, su número se multiplicó exponencialmente, poniendo en serios aprietos a los verdaderamente interesantes, que a menudo se perdían entre la densa galaxia de referencias editadas cada mes.
Si pensamos en nuestros queridos artistas del arte, es inevitable tratar de averiguar como se las arreglan para mantener una aparentemente digna producción de estos objetos de colección y más aun, su aparente éxito entre tanto talento y calidad. En realidad, muchos de ellos, llegaron a la conclusión de que el fotolibro puede ser una poderosa arma de promoción altamente rentable. Solo había que desarrollar el “know how”, desengranando cada pieza de un rompecabezas algo más sencillo de descifrar para los que hemos pasado por esta experiencia tan gratificante.
Desgraciadamente tengo que declarar mi más absoluto convencimiento de que la fotografía es lo menos importante para muchos de estos artistas, tampoco su obra en el caso de ser artista visual. Ellos empiezan a construir la casa por el tejado, fuertemente cimentado por la palabra colaboración y bajo el ambiguo ARTE que proveerá de resguardo a las futuras acciones antes de apretar “send” en el último email dirigido a la imprenta.
Pensemos en como pueden fabricar uno de estos instrumentos de promoción en los cuales priorizan la calidad del continente al puro trámite de su contenido, en el caso de éstos artistas el objeto en si es mucho más importante que una simple sucesión de imágenes que plasmen el sentir de sus inquietudes, en la reflexión profunda a cerca de su necesidad de creación y mucho menos una “simple” historia. Su inquietud principal seguirá siendo que su nombre sea pronunciado, leído o incluso destacado por las líneas de los puestos de consumo de arte. Por tanto, no es descabellado pensar que lo menos importante es la calidad del resultado final.
Estos individuos deben maximizar su aportación artística, personal, y decorarla con artificios cuidadosamente desplegados. Un fotógrafo puede dedicar varios años de su vida a la persecución de una idea, a la captura de ésta e imprimirle el ritmo y pausas necesarios para que el resultado este dotado de cierta armonía.
Para nuestros amigos creadores, la armonía reside en como despachar obra aparentemente inconexa, desprovista de toda innovación o reflexión artística. Estás imágenes descansarán sobre espaldas prematuramente encorvadas, tan meditadas que harán del PRODUCTO final una poderosa herramienta que ayude a que su nombre siga siendo pronunciado por los que deciden a qué velocidad avanzan las carreras de los artistas.
Algunos ejemplos de estas artimañas involucran directamente a otros artistas, generalmente jóvenes y, por tanto, menos instruidos en los engranajes de la locomotora artística. Un ilustrador, por ejemplo, puede hacer que las imágenes vistan más delicadas y las dote de cierta armonía con la elección correcta de los pantones. Un poeta puede poner a trabajar sus versos, ayudando así a la completa comprensión de unas imágenes que antes de ser tomadas no podrían ser destripadas ni con un millón de palabras.

La invitación de artistas jóvenes resulta muy ventajosa ya que aportan mucho más que su arte a la consecución del fotolibro. Un artista joven se verá enormemente halagado por el simple hecho de que alguien se haya fijado en su trabajo y le haga sentirse el ser vivo más afortunado de su distrito postal. El hecho de que tenga que contribuir económicamente para la realización del libro queda en un segundo plano, solapado por la idea de que su arte será inmortalizado para la posteridad junto al nombre del artista del momento… o eso ha oído, o se le ha convencido vaya!
Ya tenemos la estructura del libro, varias imágenes que entrarán en armonía ayudadas por versos pueriles e ilustraciones contenidas, lo justo para adornar y no quitar protagonismo a la obra principal, la de uno de éstos artistas que tanto nos fascinan, quiénes necesita que la atención no se desvíe de su apellido en ningún momento.
También tenemos la financiación, cuántos más colaboradores más presupuesto. Recordemos que la elección de subalternos jóvenes no es casual ya que es mucho más asequible convencerlos de las necesidades de producción que, además, se verán plenamente rentabilizadas por aparecer sus nombres junto al de un gran artista en una publicación, seguramente de escasa tirada, “así será más exclusivo” (como si lo estuviera escuchando!) El pretexto de la exclusividad es, en realidad, una necesidad por las implacables exigencias de EL CAPITAL, restando ceros del montante total y haciendo posible que nuestro artista aporte lo menos posible, incluso nada!. Pero no dejarán de sentirse afortunados por muy altas que sumen las cifras expuestas ante sus ojos achinados, alguien importante les está dando una oportunidad.
He decidido no profundizar en el libro en sí, esto es, en la elección del gramaje, el tipo del papel, cubierta, etc., es fácil adivinar quién se encargará de la toma de estas importantes decisiones. Tampoco el modo de impresión nos robaría mucho tiempo, mejor será pensar que “el libro” será de una calidad de materiales y artes gráficas que rozan la excelencia. Léase de nuevo, por favor, para apreciar la fina ironía.
Hemos respetado la cronología de aconteceres para llegar a la parte más importe y de más transcendencia para la empresa de nuestros amigos filoartistas, la promoción y difusión de la obra terminada. Nuestro artista se mostrará muy colaborativo desde el momento en que el resto de implicados hayan realizado sus aportaciones, la económica es la más importante. En este momento se facilitará la manera de dar visibilidad a su inminente aportación a la humanidad, unificando la forma de lanzar cualquier comunicado, dotando de mayor transcendencia a su trabajo.
Se prestará ayuda con el grafismo, las notas de prensa y el estilo de comunicar del futuro fotolibro. Casualmente, todos estos parámetros coincidirán sospechosamente con los comúnmente utilizados por nuestros queridos artistas. Pantones, maquetación, incluso logos… Toda “ayuda” es poca para que los artistas engañados, involucrados quiero decir, se desvivan por hacer llegar a los 18 continentes su inminente gesta. Cuánto mayor sea la ayuda prestada, por el bien común, mayor será la amplificación de las voces que corearán el título del artefacto a punto de su lanzamiento al firmamento artístico. Poniendo especial énfasis en el artista que dice serlo y dejando que monopolice los posibles titulares, después de todo es la única posibilidad de conseguir visibilidad, todos los comunicados girarán en torno a su teórica posición privilegiada en el escalafón artístico patrio.
También de gran transcendencia es recalcar la anteriormente establecida cifra de unidades disponibles, lo ideal es poder comunicar pronto la venta total de la edición (recuerden el arte de no engañar). Solo la perspectiva de una segunda, incluso una tercera edición otorga verosimilitud a tan descabellada empresa.
Una contabilidad digna de los días de la ley seca se encargará de que todo este sin sentido termine teniéndolo una vez el artista en cuestión vea crecer su cuenta corriente ya que, ¿quién se conformaría con seguir promocionando su buen nombre cuándo pueden ganar dinero al mismo tiempo? Un artista desde luego NO.