#Dudasquemeasaltan

Los hechos: el fotógrafo venezolano Ronaldo Schemidt gana el Premio a la Foto del Año de World Press. La imagen, que también ganó en la categoría de Imagen Única, muestra cómo José Víctor Salazar Balza, de 28 años, huye ardiendo en medio de violentos enfrentamientos con la policía antidisturbios durante una protesta contra el presidente Nicolás Maduro, en Caracas, Venezuela. Salazar quedó envuelto en llamas cuando explosionó el tanque de gasolina de una motocicleta. Él sobrevivió al incidente con quemaduras de primer y segundo grado. Ronaldo Schemidt (1971), fotógrafo de AFP, con sede en México, se convierte así en el segundo venezolano que gana este prestigioso premio tras Héctor Rondón Lovera, que lo logró en 1961.

Los españoles Javier Arcenillas, finalista en Proyectos a largo plazo, y el madrileño afincado en EE.UU., Daniel Beltrá, en la de Medio ambiente, no lograron imponerse en sus respectivas categorías.

© Ronaldo Schemidt

Las opiniones: ¿os acordáis de un programa que se llamaba ‘Impacto TV’ en A3 que presentaba un periodista de apellido impronunciable? Todo eran vídeos espectaculares, casi siempre muy violentos, sin ningún tipo de contexto. Vamos, lo que puedes ver actualmente en los informativos en el tiempo que les queda entre la ronda de reporteros congelados, mojados o insolados hablando del tiempo y las informaciones del “desafío catalanista”.

Pues cuando veo la foto del ganador de este año no puedo dejar de pensar en ese programa y en esos vídeos espectaculares. También me recuerda a la imagen de aquel monje budista que se quemaba a lo bonzo en Vietnam, de Malcolm W. Browne, ganadora del premio en 1963, hace 45 años.

© Malcolm W. Browne

Uno se pone a repasar los ganadores del WPP y descubre que la gran mayoría, en sus más de 60 años de historia, son fotos espectaculares de guerras o conflictos, sobre todo fuera de EE.UU. o Europa. A ver, el 23-F con Tejero, de Manuel Pérez Barriopedro, fue distinguida con el premio, pero en esa época, España era un país situado entre México y Colombia en el ideario mundial.

Veo las fotos ganadoras otros años, y las de este en cada categoría (nuestros amigos de Photolari las han recopilado en este artículo) y no puedo dejar de imaginarme a Pedro Piqueras salivando y tocándose al contemplarlas (lo sé, esa imagen mental es más indeleble que cualquier WPP).

Tal vez por ello es de los pocos premios de fotografía que aparecen en los medios de masas. Son imágenes directas, impactantes, de fácil lectura, de juicio rápido, de consumo inmediato. Y la violencia da muy bien en cámara. La violencia como espectáculo.

© Burhan Ozbilici

Lo vimos también en la selección del año pasado con la foto de Burhan Ozbilici del asesino del embajador de Rusia en Turquía, Andrey Karlov, como si de una película de Tarantino se tratara. Dando una imagen épica del asesinato.

No siempre ha sido así, he de reconocer. Otros años ha habido más espacio para la reflexión. Parecía que algo estaba cambiando. La imagen nocturna del estadounidense John Stanmeyer mostrando a inmigrantes africanos en la playa con sus móviles, la pareja gay en Rusia de Mads Nissen, o el espectalar retrato de James Nachtwey en Ruanda son una muestra de que otro fotoperiodismo es posible, e incluso se premia.

Hace unos días, Cristina de Middel, fotógrafa que comenzó su carrera en prensa y fotografiando para oenegés, que conoce muy bien cómo funciona este tipo de lenguaje, en la presentación de su Carta Blanca de PHE comentó que el fotoperiodismo apenas había evolucionado en un siglo. Por supuesto, leí comentarios despectivos al respecto en redes, pero viendo los premiados este año, ¿hay muchas diferencias formales y éticas en los WPP de ahora y los de hace 45 años? Ya de la escasísima representación femenina hablamos otro día, (creo que 3 de 61, si no me baila nadie).

Quede clara mi admiración hacia todos los fotógrafos premiados o nominados en este y otros años. He trabajado de fotoperiodista muchos. Estudié periodismo y he sido fotógrafo y editor en varios periódicos (buenos y malos). Sé lo difícil que es ejercer el oficio y también os puedo decir que ojalá hubiera hecho alguna vez un trabajo digno de ser seleccionado finalista en alguna categoría.

También añado que no hay premio justo. Ni aunque me lo dieran a mí. Este mes he sido o seré jurado en tres premios, y no es nada fácil acertar. Un premio es sólo un premio. Una foto y un fotógrafo valen lo mismo (no hablo de precio) antes y después de cualquier premio.

© JohnStanmeyer

Sobre lo que tengo muchas dudas es respecto a qué afianzamos con este tipo de certámenes, qué imágenes decimos los profesionales que son buenas, qué valores transmitimos con ellas, qué miradas premiamos, qué versión del mundo queremos contar. Occidentales premiando imágenes de desastres en el resto del mundo. Otras preguntas que me hago, ¿qué imágenes nunca se premian? ¿Alguna vez se señala a los culpables, o sólo las consecuencias de las guerras y catástrofes?

Y también me surgen muuuuchas dudas sobre qué visión del fotoperiodismo tenemos. Una y otra vez repetimos el esquema del miliciano de Capa-Taró, donde la “caza” de la foto, la espectacularidad de la misma, el estar ahí, priman. Sea o no escenificada, durante muchso años fue LA foto.

Precisamente me recuerda a las polémicas sobre los retoques y la fotografía-verdad que aún discuten en estos premios. No me voy a meter mucho. Sólo voy a contar una anécdota. A finales de los 90, cuando en los periódicos ya usábamos Photoshop, mis jefes eran muy partidarios de quitar cositas con el maravilloso descubrimiento del clonador. Yo me negaba en rotundo y alegaba que de lo único que se podía fiar un lector de un periódico era de la fotografía, que, si empezábamos a retocar, los fotógrafos perdíamos nuestra credibilidad.

Pero, curiosamente, casi a diario salía de la redacción con “dictados” de fotos que debía traer al periódico. Tenía que fotografiar lo que me mandaban y cómo me mandaban. Hasta el punto de que, si no sucedía, lo tenía que provocar yo. En más de una ocasión mi trabajo consistía en que dos políticos se juntaran, se dieran la mano o discutieran o cosas similares porque era lo que me pedían mis jefes. Cuando no tenía que tirar de amigos para representar las escenas que se me pedían. MANIPULABA sin Photoshop. La excusa moral es la misma que se utiliza cuando usas el flash, el hecho ha sucedido, aunque lo haya provocado yo.

© James Nachtwey

Ahora, pasados unos añitos, tengo claro que, en fotoperiodismo, hay que hablar de veracidad, no de verdad. El fotógrafo da una visión más o menos aséptica, pero es una versión, una mirada, una selección. La verdad no la define nunca un periodista, sea plumilla o fotero.

Otra de mis dudas es sobre la capacidad de influencia de estos premios en la sociedad, y del fotoperiodismo en general. Imágenes a las que le dedicamos medio segundo entre todo lo que nos trae al ojo Facebook. Mira que en España se supone que sabemos mucho de “nuestra provincia” Venezuela, pero pocos llegarán siquiera a enterarse de dónde fue tomada la imagen. Ésta, además, se compartirá poco. No hay niños sufriendo en alguna de sus versiones.

Pero, sobre todo, no hay que olvidar que el WPP es un negocio, una marca. Con expos por todo el mundo (que cobran entrada), publicaciones, etc. Este año de hecho ha tenido gala con nominados como si de los Oscar se tratara. Espero que el año que viene haya photocall y alfombra roja. Ésa es la gran duda, ¿que ponerme si alguna vez me nominan?