La exposición ‘El Bosco, V centenario’, que se puede disfrutar en el Museo del Prado hasta el 26 de septiembre, es una buena excusa para revisitar a este impresionante autor. Pese a los siglos que nos separan, es una de las grandes referencias para muchos artistas actuales, incluidos fotógrafos. Carmen Dalmau nos acerca a la obra del pintor flamenco y nos reseña alguno de sus ecos en la actualidad.
La pintura flamenca siempre fue del gusto de los reyes castellanos y buena parte de la colección de Isabel de Castilla se conserva en la Capilla Real de Granada. También los Habsburgo, desde Maximiliano de Austria, mostraron predilección por los flamencos, por tanto no resulta extraño que Felipe II, monarca fundacional de la monarquía católica, paladeara con disfrute la obra de maestros como Patinir, Brueghel o El Bosco.
Las colecciones reales que configuraron el Museo del Prado son puro reflejo de nuestra historia y del deleite de nuestros reyes, ello explica el espléndido conjunto de obras de El Bosco conservadas en el Prado y El Escorial, entre ellas la presencia de una pieza considerada hoy clave e imprescindible en la Historia del Arte, ‘El jardín de las delicias’, que ya en 1593, apenas un siglo más tarde de su creación, fue adquirida por Felipe II y destinada a sus estancias privadas en el Monasterio del Escorial.
La interpretación de una obra de arte puede hacerse desde enfoques que persigan una lectura de la obra en su contexto o concediendo a la naturaleza de las obras de arte la potestad de irradiar nuevos significados bajo las miradas de diferentes épocas.
‘El carro del heno’, ‘La extracción de la piedra de la locura’, ‘El jardín de las delicias’ o ‘La mesa de los pecados capitales’ siempre han sido obras magnéticas del Museo del Prado que han ido adquiriendo un mayor reconocimiento de la mirada del espectador a medida que el surrealismo se fue incorporando al lenguaje cotidiano, siendo en el siglo XX cuando se ha situado a estas obras en la cima de la pintura.
La trayectoria de ‘El jardín de las delicias’, desde los comitentes de la casa Nassau al Escorial de Felipe II y a la sala actual en el Museo, ha ido modificando los paseos por el Jardín. Hoy pudiera ser que lo contemplemos bajo el tamiz de una lectura surrealista de las imágenes. André Breton quiso ver en el Jardín un lenguaje mágico y oculto. En esta sociedad, alejada de la interpretación sagrada y religiosa de las obras de El Bosco, al contemplar los cuerpos entrelazados en posturas inverosímiles del panel central del tríptico, es muy difícil encontrar aleccionadoras advertencias de los vicios y pecados capitales que nos condenen al infierno, y nos quedamos extasiados por la libertad de representación de juegos carnales percibiendo una tensión erótica y sensual, un placer hedonista.
La mirada actual, global, fragmentada y secularizada, dota a la obra de una lectura muy fresca, muy diferente a la visión contrarreformista de finales del siglo XVI, en la que las delicias escondidas tras la sobria grisalla del mundo en el tercer día de la creación se justificaron con la interpretación tranquilizadora de una gran alegoría del pecado.
Los museos actuales con sus exposiciones espectáculo parecen presumir de quién logra la fila más larga. Y no cabe duda que el Museo del Prado ha conseguido formar grandes colas ante sus taquillas, y que la exposición del V Centenario de El Bosco esté siendo un éxito de afluencia y el acontecimiento expositivo del verano. En este caso está justificado, porque abstrayéndonos de la multitud podemos gozar con una de las mejores muestras temporales ofrecidas por el Museo.
Tanto su diseño expositivo, el itinerario que traza permitiendo ver los reversos de las jambas laterales de los trípticos, como la excelente iluminación de las obras, las sobrias explicaciones, los pocos y bien escogidos dibujos o los cuadros que introducen la exposición, son impecables.
Sólo por conseguir ver tan de cerca ‘El jardín de las delicias’ y por verlo mucho mejor iluminado que en su sala habitual, merecería la pena haber acudido. Aún tengo en mi retina la reverberación de sus colores y las formas de la obra.

© Hiroshi Sugimoto
Tras la visita a la muestra de El Bosco, la del fotógrafo Hiroshi Sugimoto en Fundación Mapfre, me provocó la conexión entre dos obras de ambas exposiciones: ‘La ascensión al Empíreo’, una de las cuatro tablas de ‘Visión del Más Allá’ de El Bosco, conservada en la Gallerie della Accademia de Venecia y la serie ‘Theaters’ de Sugimoto.

‘La ascensión al Empíreo’
Fue casi instantáneo trazar un paralelismo entre la pantalla de luz de Sugimoto y el túnel de luz blanca de El Bosco, hacia la que se nos va el alma, mientras el resto de la escena permanece en la oscuridad, y esto hizo preguntarme qué es lo que podría interesar a un fotógrafo actual de la mirada sobre el mundo de El Bosco.
Ambos artistas persiguen una búsqueda de espiritualidad aunque de signo muy distinto y sus obras necesitan de un pausado tiempo de contemplación. El budismo y la devotio moderna, corriente del pensamiento místico a principios del siglo XVI, acaban proporcionando vivencias parecidas. Por tanto, un estudio del tratamiento místico en las piezas del Bosco pudiera servir a un fotógrafo que intente indagar en la difícil búsqueda de las representaciones de la espiritualidad laica actual.
En el Bosco se funde una mirada tardomedieval con la mirada de un mundo ya en pleno Renacimiento, lo que provoca esas extrañas disonancias, esa alteración del orden natural, con peces que vuelan y mujeres del agua, dragones y demonios sacados de bestiarios y libros de horas o especies como jirafas o elefantes nunca vistas en la vieja Europa pero de los que dieron fe los viajeros. Y ese universo particular ,visto con la mirada descontextualizada y ecléctica actual, es lo que nos deja aturdidos y conmocionados.
Hoy es inevitable percibir la influencia del Bosco en las primeras vanguardias artísticas, especialmente en el surrealismo, aunque también esté muy presente en la abstracción geométrica. Reconocer la influencia del Bosco en las obras dadaístas, en Magritte y especialmente en Dalí es un encadenamiento casi inmediato. Algo más costoso es advertir la geometría de las formas. Pero ejercitándonos en fijar la mirada sólo en los colores y sus contornos e intentando reducir las figuras a formas geométricas esenciales –conos, círculos, cilindros, cuadrados– a la manera de Cézanne, percibiríamos en sus obras abstracciones geométricas. El tratamiento espacial es una completa recreación e idealización de la naturaleza.

© José Manuel Ballester
Fotógrafos con recorridos muy diferentes han bebido de las cuatro fuentes de ‘El jardín de las delicias’ y se han sumergido en las aguas de sus ríos. José Manuel Ballester despoja de sus figuras a ‘El jardín de las delicias’ o a ‘Las meditaciones de San Juan Bautista’ dejando sólo el escenario, el telón de fondo, en un intento de aproximación actual a la obra. Al dejar el paisaje desnudo, eliminando anécdotas y el sentido narrativo que contiene, y que hoy se nos puede hacer críptico al desconocer las claves de interpretación original, nos permite una aproximación al tratamiento espacial, normalmente eclipsado por el atractivo de las visiones que contemplamos embelesados.
Si por el contrario, nos fijamos en las figuras, la “pintura macarrónica” como dice de ella Fray José de Sigüenza, cronista de las obras de El Escorial, al intentar describir una pintura que gustaba a los reyes pero que tenía una gramática que no parecía ajustarse al orden natural de las cosas, puede ser un campo maravilloso de exploración de los surcos de la imaginación para un tratamiento abigarrado de las figuras.

© Massimo Vitali
Las imágenes de Massimo Vitali en ‘Beach&Disco’, nos recuerdan a los paraísos o a los infiernos de El Bosco por el modo en que nuestro ojo se pierde en la profusión de detalles, en la superposición exuberante de figuras. La acumulación de detalles provoca una alucinación en la que las metáforas y las metonimias se imponen en la inevitable interpretación semiótica de la imagen.
En esta estela parece situarse la serie fotográfica ‘MadridPlaya’, de Roberto Villalón, donde el fotógrafo traza el paralelismo entre la presencia de figuras del panel central del Jardín y los escenarios de Madrid-Río, introduciendo la escena con un salmo, Isaías 51,3: –Yahvé se ha compadecido de Sión; dará vida a sus ruinas y cambiará su desierto en paraíso, su soledad en jardín. Se hallará en ella alegría y gozo, alabanza y voces de canto.– al modo que lo hace El Bosco con las imágenes en grisalla del tríptico cerrado donde nos muestra a Dios Padre Creador emergiendo de la nada para poner orden en la oscuridad y en el caos, siguiendo el Libro de los Salmos 33.9: porque él lo dijo, y el mundo existió, él dio una orden, y todo subsiste. Y surgió un paraíso en la tierra, un plan divino que se torció.
La galería de figuras de los cuadros del Bosco posiblemente no fuera tan extraña ni chocante como pueda parecer en nuestros días; sería deudora de lo que pasaba ante sus ojos, de una mirada educada en un mundo tardomedieval, como son un fresco documental de la realidad de nuestros días las imágenes de Vitali o de Villalón. El Bosco destila sentido del humor, y también se puede hacer una aproximación desacralizadora de sus infiernos y dramas pasada por el tamiz de Martin Parr.

© Roberto Villalón
Edurne Herrán, que en la banderola exhibida en la fachada del ARTIUM Museum sustituyó las figuras del panel central de ‘El jardín de las delicias’ por emoticonos, puede servir como buen ejemplo de lo querido y atractivo que resulta El Bosco a los artistas actuales, así como de la nueva vida que le otorga la visión pagana.
Cuando las interpretaciones se alejan del formalismo y se adentran en las explicaciones de cosmogonías y magias simbólicas o interpretaciones míticas o heréticas del mundo, este pintor puede inspirar otros trabajos de signo muy distinto, como la obra del artista Miao Xiaochun cuyas recreaciones son un nuevo microcosmos enigmático de la creación del mundo, en el que el artista se transforma en auténtico demiurgo.
Quizás se deba a los pliegues de la historia que quinientos años después el Bosco haya pasado de ser un pintor de culto de una élite aristocrática, que disfrutaba con la discusión teológica mediante la representación visual de los textos sagrados, a ser un pintor que embelesa a un público de masas.

© Edurne Herrán
Cualquier cuadro del pintor flamenco puede ser una alusión a los sinsentidos de nuestro tiempo. La procesión de ‘El carro de heno’ se puede leer como una crítica a la desigual distribución de la riqueza actual, o ver ‘La extracción de la piedra de la locura’ como una alusión al mecanismo de la alienación contemporánea o una denuncia de la estulticia, y en la representación de las torturas de sus infiernos semejanzas con las películas de Tarantino o de la brutal banalidad del mal, y los seres fantásticos que pueblan sus cuadros han podido inspirar la galería de monstruos de las películas de Georges Lucas. Los hermafroditas, tullidos, mutilados y cuerpos deformes de las fotografías barrocas de Joel Peter Witkin, que rescatan el lado morbosamente hermoso de lo siniestro y oscuro, son como las tentaciones que acechan a San Antonio.
Revisitar la obra de El Bosco es activar de nuevo la imaginación, disfrutar del placer de la contemplación de algo bello y asombroso, formularnos preguntas e interrogantes, despertar la inteligencia, que se encuentra ante sus obras como si fueran desafíos al intelecto, pero sobre todo es gozar del río de imágenes que nos arrastra, siempre iguales, pero nunca las mismas al volver a ser contempladas.