La Bienal de Venecia, cuya 58 edición se celebra desde el mes de mayo y hasta finales de noviembre, es una de las citas ineludibles dentro del mundo del arte para conocer qué se entiende ahora como tal y cómo se muestra. Este año se celebra bajo el lema “May you live in interesting Times” (Ojalá vivas tiempos interesantes) y en nuestra visita, de la mano de Carmen Dalmau, hemos podido comprobar que el arte está conectado con la vida y que la fotografía juega en igualdad de condiciones.
La Biennale del arte se viene celebrando desde 1895 en el Palazzo de los Giardini, al modo de las exposiciones internacionales que mostraban la grandeza de las naciones coloniales. Paulatinamente, diferentes países fueron llegando a acuerdos para edificar sus propios pabellones en los giardini, y demostrar al mundo su poderío, y más tarde el territorio se extendió por las naves del antiguo Arsenal de Venecia.
En los Giardini actualmente tienen su sede 37 pabellones históricos, otros países abren sedes temporales en palacios y edificios de la ciudad, que a veces se presentan como un pretexto maravilloso para perderse por lo sestieri de la ciudad, Dorsoduro, San Polo, Cannaregio o Castello. Venecia es una ciudad que pide perderse para descubrirla.
La Biennale se diferencia de otros eventos artísticos posteriores porque ha seguido manteniendo la existencia de estos pabellones nacionales, convertidos hoy en metáfora de siglos pasados, del alma y de las arquitecturas representativas de cada estado.
Y así el pabellón español tuvo sede permanente y privilegiada en el acceso a los giardini desde 1922, remodelada en 1952 por Joaquín Vaquero Palacios, con la sobriedad de su arquitectura, mientras el pabellón finlandés es una singular pieza de madera de Alvar Aalto y el ruso una grandilocuente construcción de 1914.
En esta edición la debilidad y el desinterés de los estados es patente. Dos excepciones han sido los pabellones de Lituania, fuera de los Giardini, ubicado en unas instalaciones militares, y la representación de Ghana, en el Arsenale, presente por primera vez, que ha sido espacialmente cuidadosa y entusiasta.
La adaptación de la ópera para 13 voces –‘Sun & Sea’– comisariada por Lucia Pietroiusti (joven comisaria de estirpe de comisarios, vinculada a la Serpentine Gallery) poética y desoladora escenografía que los espectadores contemplan desde arriba, en una ciudad que se hunde, es el único pabellón que tenia colas de hasta dos horas para entrar, compitiendo así con las de la Basílica de San Marco. La despreocupación y banalidad con la que contemplamos el calentamiento global o la desigualdad social extiende su toalla sobre arenas traídas del Báltico. Estamos descansando. Nos hemos ganado unas vacaciones pagadas.
“Hace dos semanas, mi esposo me llevó a bucear
a Australia.
Dos fotógrafos nadaban tras nosotros,
¡incluido en el precio!
Nuestro pequeño se quedó en la costa junto con la niñera…”
(De la ópera Sun&sea. Pabellón de Lituania)
El pabellón de Ghana, en la prolongación de los Arsenales, está construido de ocres y tierras, diseñado por el arquitecto David Adjaya, de forma elíptica y suelo de laterita que evoca las arquitecturas de África occidental. Comisiarado por Nana Oforiatta Ayim, ‘Ghana Freedom’, conmemora la independencia de la corona británica en 1957, con tres generaciones de artistas que han trabajado desde el inicio de la creación del país libre.
La generación más antigua está representada por Felicia Abban (Ghana, 1935), primera mujer fotógrafa que abrió un estudio profesional en Accra en 1955 y que fue fotógrafa oficial del primer presidente, Kwame Nkumah, lo que la transformó en una celebridad con la que todos querían dejarse retratar.

Cada noche, antes de salir de fiesta o a actos políticos, elegía cuidadosamente su atuendo, y se hacía un autorretrato fotográfico, ya fuera luciendo un collar de perlas, guantes blancos a la occidental o con un tocado típico de Ghana. A la manera de Cindy Sherman, pero una década antes, aunque Felicia Abban a sus 84 años sigue considerándose una profesional de estudio y no una artista. Esa colección de autorretratos es un fresco de las mujeres ghanesas en los años 60 y 70, a quienes también retrató en su estudio. Ghana fue libre y sus mujeres hermosas, a veces con el pelo cardado a la italiana, a veces con atuendos tradicionales, convertidas al tiempo en voz de la independencia de su país y de su género.
A la generación media pertenece John Akomfrah (1957), artista británico nacido en Accra, comprometido políticamente con la trágica historia colonial del país y el desastre climático, presenta una video instalación de tres pantallas. Las obras de Akomfrah nunca dejan indiferente y consigue que sus imágenes se retengan en la memoria. El año pasado el Museo Thyssen de Madrid presentó ‘Purple’, una video instalación de seis pantallas, en las que el espectador se sumergía como en un océano inmenso. Sin duda uno de los grandes artistas actuales.
Ralph Rugoff (Nueva York,1957) director de la Hayward Gallery de Londres, ubicada en la mole de hormigón del Southbank Center a las orillas del Támesis es el director elegido para la Biennale Arte en este año 2019.
La muestra internacional tiene dos sedes, el Arsenal y el palacio de los Giardini en las que Ralph Rugoff materializa dos propuestas distintas con los mismos artistas. Este ejercicio curatorial ha reducido el elenco de artistas presentes, pero permite al espectador una mirada de mayor observación y reflexión.
“May you live in interesting Times” es el lema de esta edición, haciendo referencia a una apócrifa maldición china, que occidente ha incorporado como una adulteración más de sus interpretaciones históricas sobre los otros. La frase la han utilizado desde Albert Camus al presidente John Kennedy, y en el imaginario colonial viene a indicar que los tiempos interesantes, traen cambios, turbulencias y revoluciones, mientras que los tiempos tranquilos, aunque aburridos, siempre son preferibles en su simplicidad. Los tiempos de mudanzas alteran la estabilidad consensuada en beneficio de unos pocos.
De alguna manera este proverbio quiere hacer referencia a la crisis migratoria, racismo, alteración del medio ambiente, cambio climático, la desigualdad social y de género, como ejes principales entre los que gravita el relato curatorial.

‘Barca Nostra’ de Christoph Büchel, nueva ‘Balsa de la Medusa’, varada en el muelle del Arsenal es la pieza más acusatoria, llena de las contradicciones que ocupan al mundo del arte. La nave naufragó en el canal de Sicilia el 18 de abril de 2015, muriendo entre 700 y 1000 inmigrantes por las condiciones de hacinamiento e incompetencia del capitán.
Más amable, pero también crudo testimonio, es el pabellón del artista turco Halil Altindere en los Giardini, Neverland, el pabellón de los inmigrantes, una fachada neoclásica de cartón piedra. Nada más.
Ambas intervenciones, sin cartelas explicativas, pueden pasan desapercibidas al espectador no avisado, y es precisamente esto lo que les confiere el rasgo como obras de arte. Vivimos descansando sobre las arenas de las playas del Mediterráneo sin ver a los inmigrantes que llegan en patera a nuestras costas, creyendo llegar a las puertas del paraíso.
“Ondas ácidas,
Espuma de marfil,
Balanceando los botes llenos de productos enlatados, turistas, frutas y armas.
Aviones en el cielo
Barcos navegando por el mar.
OLAS ÁCIDAS,
ESPUMA DE MARFIL –
AVIONES EN EL CIELO
BUQUES QUE NAVEGAN POR EL MAR…”
(De la ópera Sun&Sea. Pabellón de Lituania)
Otra clave central del relato curatorial es que todas las ideas y las piezas están interconectadas desde siempre, y que ninguna idea, artefacto u obra de arte se puede entender sin todo lo que le antecede desde antiguo. A su vez, la disposición de unas piezas junto a otras genera conexiones de ideas, a veces contradictorias, otras complementarias o redundantes, dotando de nuevos significados a las obras y multiplicando los posibles relatos.
Al acceder al Arsenal, llama la atención que la fotografía está en igualdad de condiciones que las instalaciones, esculturas o pinturas. La antigua jerarquía de las artes está definitivamente rota. Las obras también se adaptan al espacio de techos infinitos y alargados, creando un espacio camino mientras que en el pabellón central de los Giardini el espacio se transforma en un laberinto. En esta ocasión voy a ocuparme especialmente de las fotógrafas y fotógrafos seleccionados en la muestra comisariada por Ralph Rugoff.
Si empezamos por el Arsenal, a modo de bienvenida, una pintura de George Condo (USA, 1957) reinterpreta ‘Doble Elvis’ de Warhol con quien trabajó en la Factory. Su Elvis empuña un spray de grafitero en lugar de una pistola, imitando el estilo de Basquiat o Harring. Todo está relacionado.
Hay mucha figuración y escasa abstracción, por eso fotógrafos documentalistas como Soham Gupta establecen rápidas y evidentes conexiones con las obras que les rodean.

Soham Gupta (India,1977), expone la serie ‘Angst’, fotografía colaborativa de retratos nocturnos de seres marginales sometidos al abandono, la violencia doméstica, los abusos sexuales, que rescatados de las sombras por potentes flashes parecen habitantes de un mundo de ultratumba. En la sede de los Giardini se mantiene la misma serie aumentando la intensidad del grito.
Sin embargo de Cristian Maclay (EE.UU, 1955), el comisario ha elegido dos piezas de factura muy diferente. En los arsenales ’48 War Movies’, es una video instalación en la que se acumulan películas de guerra de las que solo vemos los márgenes, convertidas en un material hipnótico. En la propuesta B, se pueden ver la serie de xilografías ‘Scream‘, reciclando el grito de Munch con el manga japonés. Gritos de horror ambas. Todo esta conectado.

Anthony Hernandez (EE.UU,1947), fotografíó las ruinas contemporáneas de diferentes ciudades. En el Arsenal podemos ver las arqueologías industriales de los edificios abandonados por la especulación en la ciudad de Roma, ironía de la ciudad eterna. El formato cuadrado convierte los vestigios de un mundo decadente y en crisis en casi esculturas. En los Giardini presenta su registro más reciente ‘Screened Pictures’, las fotos de la ciudad de Los Ángeles filtradas a través de las rejillas de las paradas de los autobuses, que opera como una prótesis artificial en el ojo de su cámara que desdibuja las formas, en las que casi llega a la abstracción al dificultar la visión.
Tras ‘Pictures for Roma’ seguimos adentrándonos en la inmensa nave nodriza, y aparecen unas fotografías a modo de cariátides, que nos franquean la entrada al siguiente espacio de Zanele Muholi (Sudáfrica, 1972). En el palacio de los Jardines continua el mismo trabajo de denuncia y activismo, pero en un formato más íntimo y reducido, remitiendo a la tradición del retrato femenino.
Uno de los trabajos que aguardan tras la mirada de Zanele es el de Tavares Strachan (Bahamas, 1979) que hace visible la trágica historia del primer astronauta afroamericano, olvidado en la historia de la conquista espacial americana.
Cabe destacar la presencia de las artistas, que es casi paritaria (46%) y la representación de sus nacionalidades bastante plural. Rugoff comparte parte de los principios curatoriales del recientemente fallecido Okwui Enwezor, que también estuvo a cargo de la Muestra Internacional de la Biennale en 2015 aunque ha reducido considerablemente la presencia del número de artistas.

Ningún artista español participa, pero a varios de los artistas presentes en la muestra los hemos podido ver programados en el CA2M o en el Centro de Arte Reina Sofía. Esta circunstancia también dice mucho de la proyección de nuestra política cultural.
Para comprender la propuesta de la Biennale arte 2019 no debemos considerar las piezas aisladas, ni buscar grandes novedades creadas expresamente para la muestra. No se puede visitar con los ojos de un coleccionista que consume primicias. Las obras se resignifican al establecer conexiones unas con otras en un mapa rizomático.

Zanele Muholi prefiere ser llamada activista visual, más que artista o fotógrafa, “soy mujer, soy negra, soy lesbiana, mírame, soy una fuerza que no puedes ignorar”. Anteriores trabajos tenían un sesgo más documental reivindicando las condiciones de discriminación de la comunidad LGTBI. En esta serie de autorretratos exagera el color oscuro de su piel, convirtiéndolo en muy negro, acentuando los labios gruesos, el blanco de los ojos redondos y se viste con aderezos y tocados étnicos alterados por el surrealismo. Sus autorretratos la convierten en una mujer asombrosamente fuerte. Se ha recorrido mucho camino desde los autorretratos de Felicia Abban del pabellón de Ghana. Todo esta enlazado.
De forma tangencial, pero interconectada con Zanele, es ‘La Búsqueda’, de Teresa Margolles (Mexico, 1963) que muestra la brutalidad de la narcoviolencia. Un muro de cristal polvoriento con flayers que denuncian las desapariciones de mujeres, sus pequeños retratos en blanco y negro nos hielan la sangre. Soy mexicana, soy pobre, soy mujer. En la propuesta de los Giardini, en el Muro Ciudad Juárez, Margolles levanta un muro de cemento coronado con alambre de espino que dialoga con la magnética pieza ‘Can´t Help Myself ‘de Sun Yuan y Peng Yu. La frontera con Estados Unidos que ignora el narcotráfico, y estas desapariciones a sus pies. Y es entonces cuando nos alegramos de la fuerza de las imágenes de Zanele Muholi.

Zanele sigue mirando, esta vez desde arriba y enorme, a los espectadores que contemplan a Stan Douglas (Canadá,1960) y sus ‘Scenes from the Blackot’. La recreación de la distopía de qué sucedería si hubiera un gran apagón en la ciudad de Nueva York está meticulosamente escenificada. Cada fotografía, un fresco nocturno y dantesco, nos lleva a los desheredados de Gupta que vimos al principio. Cada imagen resume el movimiento de una película entera. Las fotografías del apagón se relacionan con la instalación gigantesca de un accidente aéreo confeccionado con desechos de Yin Xiuzhen (China, 1963) que genera un profundo sentimiento de desamparo y desolación como las escenas creadas de Douglas. Una vez más todo está vinculado.
Cerca del aterrizaje forzoso de Yin Xiuzhen, está el paraíso artificial de Nabuqi (China, 1984), que es una instalación escultórica en la que fotografía ocupa un papel esencial para entender su propuesta, el photocall de una playa ideal con palmeras, hace las veces de mundo real, en el juego entre mundos de ficción.

Junto a estas obras, que nos presentan un mundo apocalíptico, están las fotografías de Martine Gutierrez (EE.UU.,1989), que a veces firma como Martin, manteniendo la ambigüedad en su nombre y en su trabajo. Martine Gutierrez es una militante del género fluido, trans de ascendencia latina, que no renuncia al legado de la cultura maya de sus orígenes, y en su trabajo siempre juega con los patrones cis dominantes que transmite la publicidad y las revistas de moda. En sus escenografías del glamour los maniquíes se confunden con las mujeres muñecas, constando averiguar quién es más artificial e irreal. Sus mujeres son como las plantas artificiales del paraíso de Nabugi.
Las conexiones refuerzan su más reciente trabajo, ‘Body En Thrall’, fotografías en formato grande de suaves blancos y negros de plata o en colores satinados, donde la carne se confunde con el plástico, en los que su cuerpo es el instrumento para cuestionar tanto el patrón de belleza, como el género y la identidad étnica.

Alerta y cuestiona los estándares establecidos por el poder colonial sobre la belleza, y cómo incluso estos llegan a modificar nuestra propia imagen en función de percepciones heredadas. En los Giardini, donde se encuentran más máscaras y gritos, se muestran sus autorretratos transformada en diosas antiguas, ‘Indigenous woman’, que utiliza nuevamente las claves estéticas de la ilustración publicitaria para crear diosas o demonios con todos los atributos de un sincretismo religioso que rompe con el binomio masculino/ femeninos.
Marí Katayama (Japón, 1987) cerca del cuerpo perfecto de Gutierrez actúa como modelo biónica. Su cuerpo malformado por un gen traicionero, tiene las dos piernas amputadas y una mano que es como una pinza de langosta. Lejos de esconderlo lo expone a la mirada de todos. Se rodea de objetos que ella confecciona bordados con brillantes cristales Swarovski, pelos, gasas o conchas creando una atmósfera claustrofóbica, de horror vacui a su alrededor. Ficciona sus personajes, que introduce en ese mundo abarrotado de cosas, entre altares abigarrados y bodegones con sus prótesis, a las que cubre de cintas, tatuajes y para las que diseña zapatos con tacones. Si no puedes elegir tu cuerpo, sí puedes elegir moldearlo.

En el largo camino del Arsenal, al cuerpo biónico de Katayama se suceden instalaciones apocalípticas, la casa de muñecas gigante de Kaari Upson o ‘Eskalation‘ de Alexandra Bircken cuyos cuerpos parecen haberse escapado de un grabado de las carceri de Piranesi.
Una sala oscura recrea el fenómeno veneciano del agua alta, ‘This is the future’ de Hiyo Steyerl (Alemania,1966), habitual de la Biennale, reflexiona sobre las creaciones de la inteligencia artificial, si estas pueden predecir el futuro y anulan nuestra voluntad mientras contemplamos una belleza que se sumerge en las aguas construida sobre su reflejo, una inteligencia artificial que se enreda con las algas del fondo de la laguna.

La metáfora de los muros que se alzan está presente en los dos pabellones. La fotoperiodista Rula Halawani (Palestina,1964) documenta las arquitecturas de las empalizadas levantadas por el poder y la alteración del territorio y la vida cotidiana de los habitantes, fotografiadas de noche pueden ser como los pasillos de entrada al infierno.
La fotógrafa Gauri Gill (India, 1970) que descubrimos en Kassel, también documenta arquitecturas, en su trabajo ‘Becoming’ testimonio de la transformación y pérdida de la arquitectura tradicional en la India. La uniformidad dominante a la occidental que va destruyendo el tejido urbano, en aras de una rápida modernización, mientras los rostros de los personajes que habitan el espacio alterado permanecen inmutables. Humildes y discretas fotos en blanco y negro que muestran las mutaciones en la piel del territorio. Más atractivas son sus fotos en color en los Giardini, de la serie ‘Acts of Appearance’, en la que los habitantes de Maharashtra, una de las ciudades más pobres de la India Central, se disfrazan con maravillosas máscaras artesanas de la tribu Konkama, de cabezas de animales, dioses o representación de estados emocionales como el amor o la tristeza y recrean pequeñas escenas performativas de género en la escuela, en el hospital o de viajeros en autobús.

Casi finalizando el paseo seguimos constatando que la presencia de la fotografía es una constante, sin jerarquías, ni división de géneros, y en paridad.
Por ejemplo, la artista Rosemarie Trockel (Alemania, 1952) está presente en el Arsenal con una pieza, ‘One eye too much’, que forma parte de ‘Cluster’ en la que crea una cartografía que recuerda al ‘Atlas’ de Aby Warburg, con asociaciones rizomáticas entrelazando imágenes apropiadas e intervenidas digitalmente, mientras en los Giardini exhibe piezas escultóricas difíciles de identificar con la autora de Cluster. Se refuerza así su reflexión artística sobre las jerarquías del arte, los conceptos divisorios entre arte y artesanía o las contradicciones entre las formas artísticas y las clasificaciones según sean producidas por hombres o mujeres.
Frida Orupabo (Noruega, 1986) también se centra en la representación del cuerpo negro femenino, enlazando con los planteamientos de Zanele Muholi, que en el Arsenal está presente con un trabajo multimedia de proyección en pequeñas pantallas, y en los Giarnidi con fotografías escultóricas de mujeres articuladas, como si fueran marionetas, que hubieran quedado olvidadas en posiciones inverosímiles.

Salimos del pabellón central al color de la ciudad y en los antiguos muelles, tras pasar junto a ‘Barca Nostra’ podemos descansar a la sombra de la instalación de Tomas Sarraceno (Argentina, 1973) que junta disciplinas como el arte, la arquitectura, las ciencias naturales, la astrofísica, la ingeniería o la filosofía. En este caso crea una criatura aérea que casi se confunde con las nubes, metáfora de los ocho millones de personas que surcamos la atmósfera diariamente.
Y mientras, tras este plácido pero terrible descanso, por el peso de los más de 100.000 aviones que surcan nuestros cielos, en los Giardini, Spider/web, una araña teje su red sobre el cosmos.
Es difícil ser apocalíptico en Venecia, aunque el mundo se hunda bajo nuestros pies y las arañas se estén extinguiendo como resultado de las prácticas de la agricultura extensiva, el uso masivo de pesticidas y las películas de terror. Pero en el Antropoceno lo que nos tiene que dar terror no son las arañas, sino los desastres climáticos que provocamos o los muros de injusticias que elevamos, y todo pasa en una de las ciudades más hermosas, mientras nos recostamos a tomar el sol en una playa artificial creada en el barracón de un recinto militar.
En palabras del comisario, la muestra supone un intento de iluminar el modo en que la capacidad del arte interviene para estimular interrogantes y respuestas complejas, presentando trabajos que iluminan de diversas maneras el concepto de que todo esta interconectado.
¡ESTA TEMPORADA EL MAR ES TAN VERDE COMO EL BOSQUE!