La Maleta

Muchos ya sabíamos de la relación de Cortázar con la fotografía. Su cuento ‘Las babas del diablo’ es una lectura obligada para cualquier fotógrafo. Pero, ¿sabías que hizo un libro de viajes y fotografía con su mujer Carol Dunlop? ‘Los autonautas de la cosmopista’ es el resultado de esta aventura personal, literaria y fotográfica que debes conocer. Ana Zaragoza nos cuenta la apasionante historia que hay detrás.

Cortázar. Lector empecinado desde niño. Leía sin cesar a Julio Verne y a Poe, autores que le inculcaron el amor por los viajes y la fantasía. Leía tanto que en algún momento lo tuvieron que agarrar del pescuezo y sacarlo a la calle al sol, a jugar con sus congéneres. Grandísimo Cronopio, pues hay que ser tan cronopio como lo era él para, sabiendo que a su mujer, Carol Dunlop, le quedaban pocos meses de vida, embarcarse los dos en un furgón y hacerse un París-Marsella en busca de nadie sabía muy bien qué.

Un recorrido por la Autopista del Sur que normalmente se hace en 10 horas, ellos lo hicieron demorar 33 días a causa de unas reglas que se autoimpusieron: hacer dos paradas diarias en las áreas de descanso del trayecto (aproximadamente 70) la segunda de ellas obligatoriamente para pernoctar y reanudar el viaje al día siguiente. Ésta, la principal de las reglas de este viaje que es un juego, fue la premisa que hizo que la autopista, la que todos conocemos, perdiera protagonismo para dárselo a los paraderos, donde nuestros exploradores vivieron auténticas aventuras que se relatan con todos los pormenores en un libro: ‘Los autonautas de la cosmopista’. Un libro de los menos difundidos de Cortázar, el penúltimo publicado mientras vivía, en 1983. Algunos lo califican de novela, otros de libro de viaje, otros diferentes dicen que es una crónica y los propios autores así lo definieron: “Un libro que contaría en forma literaria, poética y humorística las etapas, acontecimientos y experiencias diversas que sin duda nos ofrecerá tan extraña expedición”. Escrito a cuatro manos, el libro se divide en dos partes bien diferenciadas: los prolegómenos y la expedición.

Dunlop, Carol y Cortázar, Julio. 'Los autonautas de la cosmopista'. Ediciones de Muchnik 1983 y Alfaguara 1997.

Dunlop, Carol y Cortázar, Julio. ‘Los autonautas de la cosmopista’. Ediciones de Muchnik 1983 y Alfaguara 1997.

La primera parte comienza con una carta al Señor Director de la Sociedad de las Autopistas, en la que se solicita una autorización para la realización de la expedición que nunca fue respondida. Se presenta a las expedicionarios: la Osita (Carol Dunlop), el Lobo (Cortázar) y el dragón Fafner (una Volkswagen Combi roja que Julio bautizó así en honor al guardián del tesoro de los Nibelungos de Wagner). Se desvelan los orígenes de la expedición y se concretan las reglas del juego, que, además de la ya mencionada, eran: la prohibición de salir de la autopista hasta completar el trayecto París-Marsella; efectuar relevamientos científicos de cada paradero; y escribir el libro de la expedición inspirándose en los relatos de viajes de los grandes exploradores del pasado.  Esta primera parte del libro acaba con una descripción minuciosa de los preparativos del viaje, que incluye una lista detallada de cómo equiparon a Fafner por si sirviera de ayuda a otros locos viajantes que quisieran aventurarse en una hazaña similar.

Fotografía de Cortázar bajando del dragón Fafner incluida en el libro ‘Los autonautas de la cosmopista’. © Fondo Aurora Bernárdez, CGAI.

Fotografía de Cortázar bajando del dragón Fafner incluida en el libro ‘Los autonautas de la cosmopista’. © Fondo Aurora Bernárdez, CGAI.

La segunda parte es el relato de la expedición. Un compendio de textos de diversa índole con un objetivo primordial, el de hacernos entrar en esa autopista única, la de los paraderos, la que la Osita y el Lobo iban descubriendo y relatando: “La alteración paulatina de la noción usual de autopista, la sustitución de su funcionalidad insípida y casi abstracta por una presencia llena de vida y de riqueza: las gentes, los altos, los episodios en sus escenarios más o menos arbolados, actos sucesivos de una pieza de teatro que nos fascina y de la que somos los únicos espectadores”. Así se entrelazan digresiones filosóficas sobre la naturaleza humana con piezas de carácter científico, como los diarios de a bordo, las fotografías y los mapas, dibujados con posterioridad por el hijo adolescente de Carol, Stéphane Hébert. Se cuelan además en todo este entramado unas cartas de una madre (anónima) a su hijo Eusebio, que cuenta estupefacta cómo en pocos días se cruza varias veces con esa extraña pareja de la autopista y se acaba preguntando confundida:  “¿Tú crees posible que esa gente no haya salido de la autopista desde la primera vez que los vi? No puedo decirte exactamente por qué, pero tengo la impresión de que no van a ninguna parte. Pero entonces, ¿qué hacen en la autopista? No vale la pena de que le hable a tu padre, me va a acusar de nuevo de extravagante.”  Por supuesto, hacen su aparición en las páginas de esta bitácora los célebres Calac y Polanco, personajes de otro relato de Cortázar, que aquí persiguen con dificultad a los protagonistas del libro haciendo auto-stop. Se refleja también la peligrosidad de este viaje épico en diversos textos que relatan episodios de espionaje, el ataque de un ejército de hormigas y el descubrimiento de un paradero donde se ajusticia a las brujas: “¿Juegos para niños, esas construcciones a base de espesos tablones, esas formas que fatalmente evocan otro tipo de juegos basados en el horror y el sufrimiento? Todo se coaguló en un segundo, y supimos la verdad: estábamos en el lugar donde se castiga y ajusticia a las brujas, y el paradero era una obra maestra de camuflaje destinada a ocultar lo que sólo una expedición y una veteranía como la nuestra podían descubrir”. Y como no podía ser de otro modo, no faltan en todo el texto alusiones a los grandes exploradores de la historia, como Colón, el capitán Cook, Magallanes, Cousteau y Vasco de Gama.

Fotografía incluida en el libro ‘Los autonautas de la cosmopista’ © Fondo Aurora Bernárdez, CGAI.

Fotografía incluida en el libro ‘Los autonautas de la cosmopista’ © Fondo Aurora Bernárdez, CGAI.

Las descripciones de la flora y la fauna de los paraderos dan buena cuenta del rigor científico de los exploradores, que iban armados con brújula, prismáticos, termómetro y otros utensilios necesarios para una exploración rigurosa del terreno. El episodio de ‘El paradero de las alondras’ es el más claro ejemplo de ello: “Pájaros que trepan y trepan cantando, suben a lo más alto y siguen cantando, enfrentan el viento con un maravilloso temblor de las alas y cantan, y después descienden cantando y se posan en los árboles y todavía cantan, cantan todo el tiempo y son desde luego alondras, aunque en el fondo a lo mejor no pero qué puede importarme mientras escucho con delicia cantar en el espacio a las alondras”.

Fotografías incluidas en el libro ‘Los autonautas de la cosmopista’ © Fondo Aurora Bernárdez, CGAI.

Fotografías incluidas en el libro ‘Los autonautas de la cosmopista’ © Fondo Aurora Bernárdez, CGAI.

Las fotografías sirven al relato como una mera prueba documental, que aporta veracidad a la expedición. Así lo reza un pie de foto: “Lobo. —¿Cuántas veces me vas a fotografiar escribiendo? Osita. —Muchas. Hay que convencer a los lectores de la seriedad de nuestro trabajo científico.” Aún así, Carol, en un momento del viaje en el que cree haber visto un ángel, se cuestiona y reflexiona sobre la veracidad del documento fotográfico: “Todavía no estoy segura de que aquellos que estaban conmigo en el restaurante lo hayan visto realmente. Sólo la fotografía, acaso, y yo no llevaba mi cámara, hubiera podido darlo a ver como lo vi. ¿De qué manera se opera esa transformación, ese pasaje del poder subjetivo del ojo a lo que es fotografiado? No se trata de una cuestión técnica sino, para empezar, de saber ver, y luego de impregnar con la misma mirada la realidad objetiva”. Y a pesar de todo, de aportar estas fotografías como pruebas contundentes de ese viaje que fue realidad, siguen jugando con el lector, creando dudas y suspicacias,  insertando una nota como esta: “Leyendo estas páginas, ¿no te ha ocurrido por lo menos una vez, oh pálido lector cómplice y paciente, preguntarte si no estamos escondidos en una habitación de algún hotel de la Villette desde el 23 de mayo?”. El conjunto de las fotografías se inserta entre los textos siguiendo su propio ritmo. Las fotografías conforman su propia narrativa paralela a los textos, de manera que pocas veces coinciden con lo que se está relatando en las páginas donde aparecen. Todas y cada una de ellas llevan un pie de foto, que se hace necesario para explicar lo que sucede en esas imágenes, a veces para darles otro significado, y sobre todo para hilar unas con otras y dar sentido a ese discurso alternativo. Son estrictamente documentos de lo que sucede o de lo que los autores observan, fotografías con aire doméstico o amateur sin intencionalidad estética y aparentemente tomadas por ambos, a veces por Carol y otras por Cortázar.

 

Retrato de Carol Dunlop incluido en el libro 'Los autonautas de la cosmopista'. © Fondo Aurora Bernárdez, CGAI.

Retrato de Carol Dunlop incluido en el libro ‘Los autonautas de la cosmopista’. © Fondo Aurora Bernárdez, CGAI.

El 23 de junio de 1982, un mes después de la partida, la expedición concluye con éxito cumpliendo dos objetivos fundamentales: el conocimiento detallado de la Autopista del Sur y un segundo objetivo que surge durante el viaje, que era la verificación de la existencia de Marsella y que sin duda prueban los documentos fotográficos de la llegada de los expedicionarios a la ciudad. Además los autores añaden un tercer objetivo que nunca fue buscado y del que sólo se percataron al final del viaje: se habían encontrado a ellos mismos. El libro también concluye, pero lo hace en lágrimas, pues unos meses después de la aventura cosmopística Carol, la Osita, abandona este mundo para seguir su periplo por otras autopistas cosmonáuticas. Es pues este relato de aventuras, además de un libro de viajes de un viaje que fue un juego, una ceremonia para con la vida, una despedida para Carol, un relato de su última aventura junto a Cortázar, su compañero de viajes.

 

Ilustración de Stéphane Hébert incluida en el libro 'Los autonautas de la cosmopista'.

Ilustración de Stéphane Hébert incluida en el libro ‘Los autonautas de la cosmopista’.

El libro ‘Los autonautas de la cosmopista’ actualmente descatalogado, será reeditado por Alfaguara (sello del grupo editorial Penguin Random House) en mayo de 2016.