Las afinidades [s]electivas

Ya nada es lo que era. Sin duda lo están diciendo los seres humanos desde la noche de los tiempos pero, claro, cada vez lo dicen antes. Lo decimos antes.

La fotografía, entre otras cosas, se ha hecho difícil. ¿Quién es fotógrafo hoy en día, quién no lo es? Salvando a los pocos individuos habitando todavía el gueto de la pureza absoluta, constato que artes en general, y artes plásticas en particular, se han comido el suculento pastel de ese arte al que muchos y durante mucho tiempo le negaran tal apelativo. Unas y otras, sin consideración, han utilizado a discreción las fabulosas posibilidades del mejor método inventado para reflejar la realidad –¡y vaya engaño!–.

El fotógrafo, por pura lógica, se ha visto contaminado en su forma de aprehender lo visto y reflejarlo luego. Poco a poco sus límites han ido ensanchándose, contagiados de libertad creativa en forma y fondo.

Y ahora, nadando ya en un mar sin fondo de extraña pesca, los artistas –así, generalizando– tantean presente y futuro inmediato, explorando todas las posibilidades de procesos antiguos, modernos o aún de territorios ajenos; finalmente, todo lo que les permita exponer lo propio, lo propiamente vivido.

Así, el rectángulo de papel sensible o la imagen en la pantalla no son ya sino un mero testimonio de lo que ha ocurrido, de lo que se ha provocado, puesto en escena, teatralizado o vivido en carne propia. La foto como reflejo del gesto, de la idea, del acontecimiento o de la performance. La foto es lo que me ha pasado, lo que he realizado, lo que construí. Algo que no represente nada que no sea puro pensamiento, pura edificación mental, a veces inextricable sin el correspondiente libreto del usuario.

Pienso ahora que años de fotografía no trabajaron sino para establecer la conexión con ‘el otro arte’. Ella sólo reflejaba un tiempo perdido y añorado, un tiempo nacido de la nostalgia. Pero el arte estaba en otra cosa: en la propia creación de otro tiempo, un tiempo inexistente e irreal que transmitiera la poética de un pensamiento. Al igual que la poesía le confiere al lenguaje un significante distinto de lo comúnmente hablado o escrito, detrás de la foto más realista de ahora existe una voluntad de perversión y distorsión de la realidad que antes ni se intuía.

“El arte es juego, juego a crear, está por encima de la necesidad y del encararse de la realidad –de ahí lo grave de todo arte realista y la soberbia que arrastra consigo–. De la salida del Jardín encantado, del ansia loca de probar el árbol de la ciencia, quedó como manzana encantada el arte, la magia de un tiempo inventado”.

Lo decía María Zambrano.

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© Yuko Nakamura