Las afinidades [s]electivas

Bárbara escuchó un día el nombre de una estrella y, en su fascinación por la amplitud del cosmos, decidió llamarse también así: Ouka Leele.

Bárbara era bárbara, en todo lo que hacía metía un plus de osada inocencia, de atrevimiento dulcemente cabezón, de terca pasión. Bárbara era bastante insondable para quien no la conocía bien; yo la conocí, pero nunca la conocí bien porque siempre le noté un punto indescifrable; era como un enigma latente, y un jardín demasiado secreto como para poner allí pies imprudentes. 

Ahora, cuando ha llegado la hora de recordarla, estoy todavía incrédula frente a la terrible evidencia de una desaparición demasiado temprana; porque, cuando las mitificamos mucho, las personas parecen llamadas a transformarse poco a poco en leyendas, y luego acceder a una especie de inmortalidad. Pero no es así: la estrella OL se apagó, pero al igual que todas las estrellas dejará que brille largo tiempo la luz que en vida desprendió.

Bárbara manejaba una extraña mezcla de distante amabilidad, espiritualidad evidente y subyacente rebeldía; un  amor incondicional a la vida, a la naturaleza, a la alegría, al color. A finales de los setenta, cuando surgió una Movida donde jóvenes creadores madrileños enseñaban los dientes para darle un mordisco a la libertad, ella buscó el modo de transformar lo gris de la reciente dictadura con una caja de acuarelas; sin estar especialmente atraída por la fotografía, cultivando a la par la escritura poética, el dibujo y las flores de su terraza, rebuscó en sus imágenes de estricto blanco y negro y se regodeó en llenar las caras de color y los cuerpos de objetos extraños. Lo gris tomó los tonos del pop más rabioso y gente de a pie transformó su aspecto a base de peluquería fina: teléfonos, lápices, máquinas de escribir, limones y pulpos haciendo de tocado… Hubo también besos extraños, actitudes extravagantes, cataclismos varios, santorales y estampas à l’eau de rose. Bárbara nos hizo la vida realmente divertida.

Y cuando tuve la oportunidad de revisar su archivo para montar una exposición, me encontré con planchas de contacto donde sin duda aparecían las fotos que había elegido colorear, pero también otras que constituían una base fotográfica muy solvente; Bárbara confió plenamente para que hiciera mi propia selección. Y tampoco dudó en que hiciera el diseño del libro de su ‘Pulpo’s Boulevard’ en Alcalá31. Acababa de recibir el Premio Nacional de Fotografía una artista que no pretendió nunca ser fotógrafa.

PHotoEspaña21 montó una gran retrospectiva de su obra hace justo un año y ahora muchos pensamos que parecía una premonición. En la exposición se pudo ver, conocer, asombrarse ante la gran paleta que manejaba y constatar la creatividad desbordante que la habitaba. 

«La luz lo dibuja todo, sin ella no hay nada… La luz habla, va contando la historia con su recorrido y con sus sombras y formas. Esa es la luz que ven mis ojos, pero es reflejo de una luz más importante que es la luz interior», decía Bárbara. 

Estrellas que nacen para dibujar estrellas, y en el cielo no dejan de aparecer constelaciones novicias (esto de novicia te habría gustado, Bárbara, es el primer paso hacia la santidad).

Que tu pasión brille por siempre. Aquí va un poema tuyo, para recordarte…

No mires, amor, mis alas,

ni mi balsámica piel,

mira entre mis cicatrices

pues allí inicié el vuelo
que ahora te deslumbra.

 

No mires, amor, mis ojos

ni su azul misterioso,

siente su fuego intenso

que adquirieron
mirando al Sol de los soles.

 

No mires, amor, mi alma,

ni su atractiva capa dorada,

mira de nuevo, al alba, 

a Quien te mira de verdad.

 

Porque, amor, Amor te ve

aunque estés conmigo,

aunque estés solo,

caminando

o tendido derrotado.

Amor siempre está contigo,

amor.