武汉
Wuhan es una de las miles de heridas del mundo. Wuhan sigue sangrando en silencio en los hospitales y en los hogares del mundo. Wuhan es la mano invisible –invisibilizada– que dibuja y guía nuestro contemporáneo malestar, la selección ‘natural’ de nuestra especie y su paulatina reducción a masa robotizada y sumisa.
De Wuhan se ven los selfies delante de los cerezos en flor o los pescados secando al sol. No hay mucho más que ver, dice Jorquera[1]. Seguro, hay mucho más en sus otros sino-viajes. Pero Wuhan suena algo peculiar: algo misterioso y dañino, escondido, subsiste en su nombre.
Hay otras heridas, aún mas invisibles, y también son multitudes. Individuales, no forman parte del acervo social colectivo sino que maceran en completo anonimato; y si no tienen por dónde expresarse, vomitarse, duelen y duelen sin remedio, minan, destruyen. “Uno se pone la coraza todos los días, pero el verdadero yo, ‘el herido’ sigue en el interior, oculto a las miradas de los demás”, dice Dylan Thomas.
En su maravilloso blog L’intervalle, Fabien Ribery habla de la cicatriz interior de Hannamari Shakya[2], y también de las heridas transmitidas, heredadas; del daño que otros, anteriores a nosotros, no pudieron o no supieron sanar. “¿Cómo reconocer que nuestro sufrimiento es también, sepultado, el de nuestros padres?”, pero Ribery sigue preguntando: “¿No tienen el arte, y la fotografía, el poder de ser testigos de lo invisible?”
La herida, una grieta que se abrió quién sabe cuándo, tal vez antes del alumbramiento, o por la posterior desposesión del nido, o por tantas frustraciones o castigos del simplemente vivir… Pienso en Joel-Peter Witkin, que nunca pudo lidiar con la carga sombría que le persigue desde niño. Por la grieta se filtra la luz –aquella idea de Rumi, tantas veces atribuida a otros–, pero la luz también hiere.
Escucho en la radio una conversación con Chema Madoz. Habla del mal que a veces lo visita; descubre, desnuda ahora su lado oscuro y, al exhibirlo, intenta expulsar el veneno y sanar las heridas secretas. Como si fuera a pasear un animal agresivo al que hay que arrancar los dientes: el mismo cuchillo de matar está vendado. Habla, después de tantos años de reposados pensamientos gráficos, de lo inquietante, de lo inhóspito, de la crueldad, y de la personal visión que tiene de ella a través de la estética impecable a la que nos tiene acostumbrados[3].
‘Las cosas vivas tienen el privilegio del dolor’, dice Juan Barja[4].
Pienso en Lucio Fontana quien del estigma hizo la razón de su obra, a veces cubriéndolo de oro, como los japoneses aplicando el kinsugi a las roturas de sus objetos más queridos. Como me imagino a los pájaros cosiendo a veces las llagas de los cielos.
Muchos han demostrado que el daño puede revertir en creatividad y en belleza: desde Caravaggio a Carlo Gesualdo di Venosa, a Louis Ferdinand Céline, y a Rimbaud le fils[5] tal vez, a Angélica Liddell, a Beethoven, a Frida Kalho, a Jean Genet, a Alejandra Pizarnik, y ¿qué decir de Lautréamont?[6] Tantos malheridos…
“No me quejaré. Recibí la vida como una herida, y le prohibí al suicidio curar la cicatriz. Quiero que el Creador contempla, en cada hora de su eternidad, la grieta abierta. Es el castigo que le inflijo.”
Se trata de apprivoiser el dolor –domarlo con ternura–, como tuvo que hacer el Principito con la herida de la espina. Se trata de sacarlo de su guarida y transformarlo en algo que lo redima, que lo haga vivible e incluso vivificador; que nos sublime, en fin, en vez de reducirnos. Y quién dijo que fuera fácil, cada día, recomponer el puzzle, aprender a leerlo, vivirlo otra vez…
La creación artística surge de una inmensa confusión que sólo el tiempo consigue decantar, pulir, fabricar y alumbrar. La confusión, como el caos, es el caldo de cultivo de cualquier existencia.
“Si te atreves a sorprender / la verdad de esta vieja pared; / y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges, / manos, clepsidras, / seguramente vendrá / una presencia para tu sed,
probablemente partirá / esta ausencia que te bebe.”[7]
No puedo dejar de pensar que todos los artistas llevan esa herida íntima, su constante búsqueda habla de ello; y pienso ahora en esta frase, para mí anónima, que citó un día Juan Santos: “Fire… walk with me”.
[1] http://nophoto.org/cerezos-en-flor
[2] https://lintervalle.blog/2021/11/14/la-cicatrice-interieure-par-hannamari-shakya-photographe/
[3] https://www.youtube.com/watch?v=ZXmkB1Pbwzc
[4] Juan Barja es comisario para la exposición ‘Crueldad’, de Chema Madoz, en el Círculo de Bellas Artes
[6] Ducasse, Isidore Lucien (conocido bajo el seudónimo de [Comte de] Lautréamont, poeta muerto en 1870, a los 24 años. “Je ne me plaindrai pas. J’ai reçu la vie comme une blessure, et j’ai défendu au suicide de guérir la cicatrice. Je veux que le Créateur en contemple, à chaque heure de son éternité, la crevasse béante. C’est le châtiment que je lui inflige.” (‘Les chants de Maldoror’. 1869)
[7] Alejandra Pizarnik