Me gusta encontrarme con personas como tú. Tú representas la parte a la que respeto, a la que amo, de esta sociedad de artistas. Hay muchos como tú pero sois una minoría, pequeña y tan hermosa en ese páramo desolado que es a veces lo cotidiano, lo farragoso, lo ruidoso, lo inútil. En ese páramo gélido que es a veces lo conceptual. Me recreo en vosotros que sois almas gemelas y regalos cotidianos. Habláis de lo que os nutre, de lo que os ha hecho y os sigue construyendo, de lo que nos enriquece a todos los demás, de lo que nos crece.
Nos habláis de lo que os alimenta, día tras día, y de lo que os sostiene en el caminar. Nos conforta vuestra activa búsqueda y vuestro incansable empeño en mejorar, en puliros, en crear cada vez más alto y limpio, en podar lo que pueda sobrar, en alejaros de las sendas ya andadas, en alcanzar cimas desconocidas, en ser otra posible avanzada de nuestra civilización.
No puedo sino pensar en Gide. Pensar que, efectivamente, la pregunta que os hacéis eternamente no sólo la hacéis al cerebro que os habita sino, antes, a la sensualidad que os envuelve y a lo místico que os transporta, y no son cosas distintas. Los alimentos terrenales no sólo son de la tierra, no estáis equivocados, pueden tener otra dimensión y pueden ser otro don.
Por eso me gustas. Porque me hablas de danza, de poesía, de música o de escultura; de pintura y de cine; de esa exposición extraña que acabas de gozar; de la última y solitaria caminata entre las hierbas del monte; de tu viaje entre los olores del campo. Me hablas de los clásicos y de los de ahora, de un libro abandonado en la plaza y que te ha seducido…
[“Estos son los frutos con los cuales nos alimentamos en la tierra”. El Corán, II, 23]2
Por eso me gustas. Porque sí, porque conozco tus fotos y sé de dónde vienen y de quienes te han liberado los ojos para parirlas.
Sois muchos pero sois una minoría los que habláis de todo esto. Todos los demás hablan de fotografía.
Nathanaël…