‘Sonnika’ escribe en la revista Détour a propósito de la mujer de Lot, que viene a llamarse Edith para no quedarse sin nombre por la eternidad.
Para los que no saben de esa tremenda historia de curiosidad y pavor extremos, sólo diré que, al igual que Orfeo, la mujer sin nombre de Lot quiso volver la vista atrás para contemplar lo que no podía ser visto: Orfeo a Eurídice cuando la estaba rescatando del inframundo y Edith el mundo que conocía y debía abandonar para siempre.
La curiosidad, la comezón del voyeur malgré tout –voyeur a pesar de todo–, la negación del desprendimiento, el amor posesivo.
Nunca me han atraído especialmente las fotografías antiguas por lo que cuentan de la Historia, sino por las historias, las vidas minúsculas como dice Michon, o lo que atrapo de ellas al contemplar, como hace unos días, las imágenes de Valentín Vega. Me pregunto, ante siete mujeres posando con su banasta encima de la cabeza, por qué la más joven, entre todas ellas, decidió dejar su carga en el suelo, aún estando la cesta vacía. O justamente por ello. ¿Estaría vacía también la de sus compañeras?
¿Esas carboneras habrían terminado ya con su difícil jornada?
Dos de ellas, más jóvenes creo, llevan atuendo claro, casi luminoso entre tanta negrura. La que va de gris –casualidad– parece sólo un poco más mayor. Y las otras…
El largo del vestido también las delata. Y las miradas. Y las sonrisas de donde se va evaporando la inocencia.
¿Tendrán algunas de ellas niños que las esperen en casa? ¿Allí les quedará todavía el fregar y dar esplendor a una casa sin duda modesta? ¿Conocerán los domingos con sus misas y, con suerte, sus bailes?
No quisiera transformarme en estatua de sal, ni explotar luego como Edith, y que mi mirada consciente no exista sino un minúsculo instante antes de morirse, desaparecer, salpicando. Tampoco quiero mirar de reojo a esas Eurídices, pero me pregunto por qué oscura razón sonríen –menos dos–: para la foto, para el fotógrafo, para persuadirse de que son guapas, para olvidarse de lo feo y duro de los días… quién sabe.
¿Tendría alguna de ellas la posibilidad de comprar la foto de ese día? ¿Le permitiría la economía doméstica recordar cómo era de joven, cómo fue ese día de protagonismo?
La del capacho en el suelo es, creo, la más niña. Aún no han podido domesticarla ni la vida, ni los padres, ni la sociedad, ni los bien-pensantes, ni… Tanta gente dispuesta a domesticar –y no apprivoiser, esa palabra tan bonita de Saint-Exupéry–. Esta niña es todavía una contestataria, un espíritu rebelde y casi libre, una juventud intacta, un aplomo fugitivo. Aún se puede enfrentar al mundo y a los que lo pueblan, ella es única y la vida áspera puede ser parte de un juego.
Luego decides si quieres o no vivirla, la vida. Dice Maïakovski: Dans cette vie crever c’est pas difficile. Réaliser la vie c’est bien plus difficile. –En esta vida morir no es difícil. Realizar la vida lo es mucho más–.
¿Quién de estas mujeres habrá finalmente decidido realizar su vida?
Si yo fuera la mujer de Lot, ya sería piedra de sal.
Si fuera Orfeo, y ellas Eurídices, ya las habría perdido para la eternidad.
Así que me voy a concentrar en las ‘Brown sisters’ de Nicholas Nixon, a ver cómo salen en la foto de este año…

‘Carboneras en el valle del Nalón’ © Valentín Vega
-Pierre Michon: ‘Vies minuscules’ (Vidas minúsculas)
-Antoine de Saint-Exupéry: ‘Le petit prince’ (El principito). Apprivoiser = crear lazos
-Vladimir Maïakovski: escrito tras el suicidio de Sergueï Essénine, en diciembre de 1925, en el hotel Angleterre de Leningrado. http://gatopistola.blogspot.com.es/2015/08/a-serguei-esenin-por-vladimir-maiakovski.html