«Me he gastado dinero, pero sobre todo tiempo en construirme este hide. Voy a esconderme en él. Colocarme calladito y vestido con el traje de guerra. Preparado para pasar frío. Armado con mi teleobjetivo y mi cámara de ráfagas estratosféricas. Con suerte habré colocado el escondite en la posición correcta y el azor se habrá acostumbrado a su presencia. Sólo me queda esperar a que se pose en esa rama seca que he colocado justo encima de la carroña. Quizá sea hoy el día. Quizá vuelva a casa sin éxito».
«Vuelvo al lugar que un día visité. Ahora lo hago cargado con mi cámara y objetivos, el trípode y una docena de placas bien conservadas en el interior de la mochila. La forma metódica de calcular la exposición nunca me ha fallado. Mi aplicación móvil me indicará la hora y la orientación perfecta para conseguir el paisaje que no logré en mi primera visita a este lugar. Me sentaré a esperar el momento justo».
«No entiendo como algunos pasan horas escondidos confiando que aparecerá algún bicho. Yo prefiero otro tipo de contacto con la naturaleza. Esa experiencia mística que supone un encuentro fortuito con la mirada salvaje que te da unos miserables segundos para fotografiarla. Me encanta ese momento y que después cada uno siga su camino. Por eso siempre estoy preparado para componer al instante. Tengo todos los parámetros de cámara perfectamente seleccionados por si llega ese momento. Y si esos segundos no llegan, al menos habré pasado una tarde fantástica rodeado de naturaleza y amigos».
«Me muevo por impulsos. Impulsos que me obligan a parar en un lugar al que otros no prestan atención. Dejo libre mi imaginación. ¿Juego con el azar o será mi subconsciente trabajando en modo avión? Últimamente la convivencia con mi pareja es complicada. Mis amigos no me comprenden. Necesito soltar lastre y liberarme de alguna forma. ¡¡Ese árbol que crece solitario en el claro del bosque se parece tanto a mi!! ¿Dónde tengo el móvil?».
Podría ser yo mismo el protagonista de cada uno de estos contextos. Podrían ser experiencias de fotógrafos que no conozco. Y saldrían otros muchos protocolos más, pero todos compartimos a la protagonista de nuestras imágenes. Tenemos rituales diferentes pero con un idéntico afecto y devoción por la naturaleza. Por eso los resultados son diversos, aunque no cabe duda que todos los fotógrafos de naturaleza somos hipersensibles a estímulos que presenta el entorno natural. Y aunque tan sólo he expuesto algunas de las actitudes ante la fotografía de naturaleza, no me he propuesto escribir para esta columna con la intención de daros fórmulas secretas para conseguir la mejores imágenes. Tampoco haré un repaso de materiales y métodos para iniciados. Si acaso, molestar algo. Incordiar a todos los que tenéis una imagen estereotipada de la fotografía de naturaleza, de sus diferentes modalidades y del ser humano que dispara. Dejaros con deberes para casa.

© Julio Eiroa
Una cosa tengo clara: pretendo abordar mis ensayos sobre fotografía de naturaleza, o al menos ésa es mi intención, basándome en mis impulsos y los del resto de fotógrafos que iré enseñando. El fin, el sentido o el motivo que está detrás de cada uno de nosotros. De repente, se abre un mundo que va mucho más allá de viajes exóticos, de denuncias ecológicas y lucha por la conservación de hábitats y especies, de horas de hide y cámaras técnicas.
Lo sencillo y previsible sería plantar aquí una foto del maestro Ansel Adams. Ha hecho méritos con imágenes y métodos técnicos que lo colocan en el olimpo de los fotógrafos, y no sólo de naturaleza. Pero qué curioso que nombrando su apellido me viene a la cabeza otro fotógrafo, Robert Adams. ¿Qué pinta Robert Adams en este artículo? ¿Es acaso un fotógrafo de naturaleza?
Pues lo es de alguna manera. Este señor ha retratado el paisaje que lo rodea. Un paisaje que se ha ido modelando por la actividad humana. Él, como tantos otros, es sensible a lo que tiene delante y no lo obvia, sino que le aplica un lenguaje visual que lo catapulta. Lo ha hecho, como escribe en su retrospectiva ‘The place we life’, buscando la belleza frágil que todavía se mantiene a pesar de la huella que dejamos los humanos en nuestro paso por el planeta. Decidme si no hay algo que incordia en sus fotografías, algo que no incordia en las de Ansel Adams. Y ambos han dedicado su vida a fotografiar los paisajes de lugares que les eran entrañables. A eso voy. Impulsos. Intenciones diferentes. Lenguajes fotográficos diferentes.
Si estás leyendo esto dentro de tu hide, esperando la puesta de sol, recorriendo una ruta de senderismo con tus amigos o preocupado por cómo acabarán las cosas en casa, te sentirás tan incómodo con lo que acabo de escribir como yo escribiéndolo. Pero te aseguro que es una buena señal. Voy a compartir con vosotros mi actitud ante la fotografía de naturaleza o, mejor dicho, mi actitud a la hora de fotografiar en la naturaleza. Lo haré en primera persona y presentando lo mejor que sepa a los viajeros con los que comparto esta senda. Un recorrido que comenzó hace unos años y del que no me agobia saber que no tendrá final.

© Julio Eiroa