Lo mismo ha sido el café que me he tomado esta mañana en la Barceloneta con Fernando Moleres, porque nos hemos pasado dos horas hablando de la ecuación fotografía + activismo en sus diferentes variantes, llamémosle fotoactivismo, por bautizarlo de algún modo, como una forma comprometida, solidaria, a veces altruista de hacer periodismo en pro del bien social, ajustándolo cada uno a sus ideales o a su ética personal, con el objetivo común de que la justicia y los beneficios del buen uso del periodismo lleguen a todos, especialmente a los que tienen poca voz, que sirva para igualar y para luchar contra la riqueza y el poder, porque la lucha contra la pobreza no ha servido para nada, acaso para pegar parches, concebir hordas de víctimas inocentes, futuros clientes y nuevos esclavos de la sociedad, enriqueciendo siempre al más vil entre los miserables.
Fernando creó algo llamado Free Minor Africa cuando visitó aquellas cárceles en Sierra Leona, porque no era lugar para el ser humano, y empezó a moverse para sacar con sus propios medios a tantos jóvenes como pudo de aquel infierno, para enviarlos a la escuela o a aprender un oficio con personas buenas y responsables. Condenados al hambre y la sed, viven en una espiral sin salida en África, el continente más hermoso, de donde procedemos todos, convertido en el basurero de nuestra pulcra sociedad del bienestar.

Una mujer con su hijo en el hospital de campaña de Qaa en la frontera entre Líbano y Siria © Ferran Quevedo / 2014
Otra forma de fotoactivismo es la que nace luchando desde el barrio, y vienen a mi mente nombres como Kim Manresa o Joan Guerrero por citar a dos. El primero hijo de catalanes, el segundo emigrante y padre de catalanes nacido en Tarifa. Ambos representan el desarrollo de nuestra sociedad desde los días de la transición. Sus miles de imágenes tomadas en Nou Barris, La Perona, Montjuic, Santa Coloma, la Verneda y demás suburbios y barrios obreros de Barcelona durante los 80, suenan a Camarón y a Serrat y representan hoy un documento histórico esencial para comprender el fenómeno de la inmigración y del movimiento obrero y político vecinal y asambleario, (que sigue vivo hoy día y es un espejo en el que muchas personas deberían hacer memoria). Donde antes aparecían la chabola y la guitarra, hoy vemos el jiyab, el turbante y el bar Manolo regentado por los Xian que han jubilado por fin a Manolo y donde nuestros hijos asisten a una escuela convertida en un crisol de pieles de colores, donde el frutero del barrio, persona de mi confianza, proviene de un pueblo con tantas consonantes que ni siquiera alcanzo a saber pronunciar.
A otra generación pertenece Guillem Valle, que viajó a Sarajevo con 14 años para participar en un intercambio escolar en un maravilloso viaje que marcó su vida. Durante esa experiencia descubrió las posibilidades que la cámara le ofrecía para documentar su mundo. Recién cumplidos los 16, ya colaboraba en diferentes periódicos de Barcelona. Hoy se ha convertido en un fotógrafo experimentado pese a su juventud, cubriendo años de protesta social, desde el antimilitarismo al derecho a techo. Este ganador de un World Press Photo pertenece a una generación que ha llevado al fotoperiodismo español a lo más alto, por su curiosidad y su inconformismo, porque han conseguido que sus imágenes griten. Y de eso sabe mucho,
También hace fotoactivismo David Viñuales, que investiga el uso de la fotografía como terapia y
Todo esto no es nuevo, porque la fotografía es y será una herramienta con doble filo que debemos aprender a manejar y a la que muchos empiezan a temer.