Yo creo que ya he revelado mi forma de entender la fotografía de naturaleza. Es una fotografía que bota y rebota en otras modalidades así que podéis acostumbraros a idas y venidas. A los inquietos espero que os pase factura. Erich Fromm recoge, tras el prefacio de su libro ‘El Arte de Amar’, una cita de Paracelso que debió ser contemporánea a todo momento de la historia. La historia de la humanidad curiosa e inquieta. Dice así: «Quien no conoce nada, no ama nada… Cuanto mayor es el conocimiento inherente a una cosa, más grande es el amor…». Creo que Fromm se contradice en alguna ocasión en su ensayo sobre el amor, pero el párrafo de Paracelso es, para mí, la clave de cualquier teoría del hombre y de su existencia.

Pues bien, cuando uno ama algo trata por todos los medios de mantenerlo, trata de conservarlo. Decidme si no existe una etiqueta que acompañe a la fotografía de naturaleza que sea más estilizada. La fotografía para la conservación. La motivación por colaborar en la conservación de espacios y especies a través del medio fotográfico. Y es que la culpa la tiene el ser humano que se coloca tras el visor. Ese amante de la naturaleza que primero conoce, después ama y fotografía. Hace ya unos años, pedí una firma a uno de estos fotógrafos. Además de firmar, me dejó una lección directamente en su propia foto. «El secreto para hacer buenas fotos de naturaleza es amarla apasionadamente». Quizá funcione al revés, pero a mi me resultaba más fácil así y creo que todo debe comenzar de ese modo, con una fase de enamoramiento intensa y apasionada. Eso sí, ya que estamos, hubiera preferido que la fotografía se hubiera conservado virgen y firmada por detrás. ¿Qué paradoja, verdad? Dichosa intención conservacionista. Sigo admirando a los fotógrafos que mantienen ese valor por encima de otros intereses. Otra cosa son sus fotos.

Y quizá con esas intenciones u otras, los pioneros expedicionarios cargaban los burros con placas y laboratorio para recorrer lugares que el resto de mortales no visitaría con casi total seguridad. Comencé en esto igual, aunque el burro era yo. Me persiguió como un obseso la sentencia de quien postuló que no se puede conservar lo que no se conoce. Hubo un momento que buscaba que mis fotografías colaborasen de alguna forma con la divulgación y conocimiento natural. Mostrarlos al resto para protegerlos. Para evitar su desaparición o un daño irreparable. La fotografía era mi arma de conservación. Pero, un día (y es una forma de expresión, ya que no fue una experiencia mística reveladora), me di cuenta de que, al igual que escribió Galen Rowell, lo más importante para mí estaba fuera del encuadre y que hay cosas que no son fáciles de explicar con palabras.

El amor, como la fotografía, es un arte. Requieren conocimiento y esfuerzo y creo que en esto reside el fracaso. Casi nadie piensa que hay algo que aprender. Aprender a ver tiene un precio. Todos somos muy hábiles en juzgar fotografías de otros, pero si nos diesen la misma cámara y la misma situación no lo resolveríamos igual. Quizá ni hubiésemos disparado. La maestría de cualquier arte reside en la teoría y en la práctica, pero sobre todo, la mezcla con la esencia de cada uno que nos hace ver donde otros son ciegos.

Amo la fotografía y amo la vida. Poco a poco he aprendido a disparar con el corazón. Desde las entrañas. Donde pica. Donde duele. Quizá mi subconsciente me guía a esos lugares pero una vez allí es cuando el entorno y mi experiencia de vida deciden los parámetros. Todo lo demás suele ir ya solo. Pero mientras tanto, yo sigo perseverando. Sigo buscando conocimiento. Prefiero estar siempre en la fase de enamoramiento de Fromm, aunque esto signifique una prueba de mi soledad interior. A mi me encanta ser así.

Referencias:
«Realidad visual» (Pág. 54-56) en ‘Una Mirada Interior’. Ed. Desnivel. 2005. «Aprender a ver» (Pág. 29-30) en Una Mirada Interior. Ed. Desnivel. 2015. ‘El arte de amar’. Erich Fromm. Ed. Piadós. 1994.