Uno de los mejores fotógrafos de bodas de España, Victor Lax, inicia una serie de artículos sobre el mundo de las BBC (Bodas, Comuniones y Bautizos) desde su propia experiencia. Los ‘enterados’ la llamamos la ‘Nueva Fotografía Social’, pero tanto antes como ahora, ha sido y es una rama fundamental de la fotografía documental.

La verdad es que no tardó mucho tiempo desde que cayó en mis manos uno de esos artículos de opinión de esos sabelotodo hasta que yo mismo fui a parar a la cola del paro, tan sólo unos pocos días después. Aquel fotógrafo venía a esgrimir en un puñado de líneas, pero con todo lujo de detalles, cómo gracias a la famosa crisis (desconozco ahora a cuál se refería) más de la mitad de fotoperiodistas de este país corrían un serio riesgo de acabar en una larga cola del Inem más pronto que tarde. Sin embargo, mi eterna ingenuidad y mis años de experiencia en el campo me decían que aquello sería difícil que llegase a ocurrirme a mí. Me avalaban aquellas cuatro informaciones como cuatro soles que acababa de fotografiar: reventón de tuberías en la calle Cervantes, un atasco de tráfico a la salida de la estación de tren por un semáforo averiado, alguna foto de unos pocos termómetros a altas temperaturas (era verano, hacía calor, obvio) y, para finalizar, una bonita entrega de diplomas a los nuevos modernos de mi ciudad, (aquí en mi tierra a esto último lo llamamos “pesebre”).

Susana Barbera

© Susana Barbera

Dios bendiga aquella víspera de Reyes del 2009 en el que una dulce señorita ataviada de negro de la cabeza a los pies entró a la redacción, dio su charla (se notaba que no era la primera vez) y poco después extendió su mano hacia mí y otros compañeros con un sobre canjeable en el banco. Debo decir que fue un acto muy cordial e incluso ceremonioso (no podía ser de otra manera). Lástima que se olvidaran de lo más importante, dar las gracias después de todos aquellos años.

Bueno, lo cierto es que en un principio cuesta reconocerlo, no sabes cómo pero has ido a parar al agujero negro de la fotografía profesional, al campo más denostado, del que tantas veces había huido e incluso criticado. Recuerdo que la cara de mi padre en el momento que le dije que iba a abandonar la prensa para dedicarme exclusivamente al reportaje social; fue exactamente la misma que puso cuando, justo 10 años atrás y en aquella misma cocina, le dije que quería ser fotógrafo. De mal en peor.

Al final, hasta acabas acostumbrándote. Lejos quedaban ya aquellos tiempos en los que decías que eras fotógrafo de prensa y la gente no paraba de hacerte preguntas sobre la profesión y les encantaba escuchar tus batallitas. Ahora tocaba resignarse con un “ah, vale” cuando respondías a qué rama de la fotografía te dedicabas.

No vais a creerlo, pero aquella situación me encantaba. A los que no nos gusta mucho tener que ir dando explicaciones por todo, el que no nos pregunten demasiado nos viene genial. Además, ¿cómo iba a explicarle a alguien que yo creía que la fotografía de bodas era algo más que unas pocas fotos de una novia tirada en la cama como si de la maja desnuda se tratase? Digamos que cuando desembarqué de lleno en el mundo de las bodas, además de conocer a bastardos como yo, encontré los primeros gérmenes que iban a desembocar en una auténtica revolución fotográfica. ¿A alguien le suena el cambio del negativo al digital? Podría decirse que en aquellos momentos iba a ocurrir algo similar en la fotografía social de nuestro país.

El Marco Rojo

© El Marco Rojo

No hace muchos días, en una de esas comidas semanales que tengo con un buen colega, durante la sobremesa, me comentó que para él la fotografía de bodas no existía e incluso me aseguraba que las bodas iban a ser lo que él quería que fuesen. Esbocé una sonrisa y me mantuve callado (ya sabéis, forzando ese segundo de silencio para medio obligar a la otra persona a que no calle y prosiga), mi colega estaba muy convencido de sí mismo al decir que estábamos documentado con luz y taquígrafo la sociedad española del siglo XXI a través de nuestra mirada. Recuerda –me decía–, eso es lo único que va a quedar. Nos metemos hasta la cocina, al final te medio enteras de casi todos los tejemanejes de las dos familias y lo mejor es que no sólo quieren esas fotos, sino que además quieren que éstas cuenten perfectamente de qué ha ido la película, y ahí es donde entramos nosotros, amigo. Casi nada…»

Pedro Etura

© Pedro Etura

Como casi siempre, después de esas comidas cuesta llegar a casa, encender el ordenador y ponerse a revelar alguna de tus últimas sesiones. Se me ocurrió matar el tiempo de otra manera y mandar una pequeña encuesta a diez de las últimas parejas de las que había fotografiado sus bodas para pedirles que me dijeran cuál era la foto favorita de todas las imágenes que yo les había entregado. Si os digo que la preferida de cada pareja coincidía con la mía os estaría engañando, pero la verdad es que la gran mayoría de fotografías tenían en común una cosa: eran auténticos momentos sacados de la espontaneidad, de lo que allí estaba sucediendo. Aparentemente eran momentos anodinos, como si fueran imágenes sacadas de lo que comúnmente se ha entendido como fotografía de boda (llamémoslos No-fotos). Todas representaban algo, ninguna carecía de sentido y sin duda habían sido fruto de la previsión del fotógrafo. Ya sabéis, esas fotos en las que un centímetro arriba o abajo, izquierda o derecha hubiera inclinado la balanza hacia una foto que hubiera representado más bien poco.

Lo cierto es que no estoy seguro de que el éxito en el terreno en el que muchos compañeros nos estamos moviendo se base sólo en captar unas pocas fotos bonitas, sino más bien en fotografiar esas imágenes que recojan los sentimientos y acciones que allí van sucediendo, y que muy probablemente nunca más vuelvan a hacerlo. Y que a todo eso seamos capaces de atizarle nuestra impronta más personal. Tiene guasa que después de tantos años ganándome la vida con esto de tirar fotos, sea ahora, desde el agujero negro, cuando me plantee el porqué de las fotos, su sentido y el trasfondo de éstas.

Ya os he dicho que viví el paso del negativo al digital en el mundo del reportaje social y, sí, yo también hice esas fotos de alguna novia tirada en la playa con el vestido mojado pidiéndole a la susodicha que pusiera cara “sexy”, pero de ahí a convertirnos muchos de nosotros en el antojo (literal) de una persona para el día de su boda ha habido un mundo de esfuerzo, conversión y evolución constante. Quizás no por las ansias de querer ser un gran fotógrafo de bodas sino por querer ser fotógrafo (así, a secas).

Supongo que estamos viviendo en una etapa en la que nos encanta etiquetar todo y encasillar cada cosa, aunque en ocasiones poco tenga que ver. Va a costar quitarse la espinita, pero bueno, es lo que suelo decir a menudo en estos casos: por suerte o por desgracia para algunos, somos fotógrafos y nuestro trabajo (y no nuestra lengua) habla por nosotros.

Con cariño desde la cueva.

Victor Lax

© Victor Lax