Click en mi cabeza

Cumplidos 20 años del desastre ecológico que supuso el hundimiento del Prestige y la gestión que se hizo del mismo, Julián Barón revisita las imágenes de aquél acontecimiento buscando plasmar la marca que ha quedado en forma de fotolito y de una exposición que se puede ver en el FFoco de A Coruña.

El miércoles 13 de noviembre del año 2002, el buque petrolero Prestige se accidentó durante una tormenta frente a las costas gallegas. Cargado con 77.000 toneladas de crudo a 130 millas de Finisterre, el hundimiento del barco provocó uno de los mayores desastres medioambientales de la historia reciente de nuestro país. Contestado socialmente con la movilización de miles de voluntarios, el litoral gallego se convirtió en el escenario de una desesperada lucha por contrarrestar las terribles consecuencias que el vertido de miles de toneladas de fueloil provocó en los ecosistemas naturales y la economía de las costas gallegas, asturianas y portuguesas.

© Julián Barón (octubre, 2022).

El lema “NUNCA MAIS” no solo abanderó la indignación y las reclamaciones ante la tragedia ecológica, fue –sobre todo– el símbolo que representó simultáneamente el dolor y la esperanza de todo un pueblo ante un futuro con tintes siniestros.

Durante las siguientes semanas los medios dieron cobertura exhaustiva de los acontecimientos. Los objetivos de los fotoperiodistas se dirigieron a los heroicos esfuerzos que voluntarios en las playas y trabajadores del mar desde sus embarcaciones dedicaron para contener las continuas oleadas de chapapote que asediaban al litoral y destruían la vida marina.

Si la icónica fotografía de Xurxo Lobato mostrando la proa del Prestige minutos antes de desaparecer para siempre bajo las aguas del Atlántico marca el punto cero de la tragedia, las fotografías de Miguel Vidal son la crónica del conflicto, descripción pormenorizada de un campo de batalla donde un ejército de hombres y mujeres enfundados de blanco retiraban penosamente toneladas de crudo.

© Julián Barón (octubre, 2022).

Veinte años después, FFoco Festival de Fotografia de La Coruña presenta la obra ‘O Desengano‘ (El Desengaño) de Julián Barón, como cabecera de un cartel vertebrado en torno a las heridas infringidas por la acción humana en el medio ambiente. Como parte de la programación, Xosé Lois Gutiérrez Failde comisarió una serie de 3 performances fotográficas en las playas de Ézaro, Cabo Roncudo y Riazor basada en las fotografías de Barón y la posterior exposición de la obra en la sede de la Fundación Luis Seone de La Coruña.

Xosé Lois también es el responsable de la publicación del fotolibro homónimo bajo el sello editorial Alauda Negra, en una propuesta que utiliza las cualidades materiales de la edición para que sitúa al espectador en el contexto de recepción  la obra.

© Julián Barón

En la declaración artística de este trabajo, Barón argumenta como el desengaño es la fuerza motriz que impulsa su búsqueda discursiva y estética. Desde esta perspectiva, y revisitando sus series de negativos de las fotografías tomadas en 2002 a los voluntarios durante las tareas de limpieza de los vertidos del Prestige, se produce el descubrimiento de como la creatividad es capaz de redefinir radicalmente el estatus de su trabajo, situándolo mas allá del mero testimonio documental de los acontecimientos.

Julian Barón renuncia al positivado, y encuentra en el negativo un inesperado elemento creativo que desplaza la atención de espectador hacia un territorio desconocido. Aunque la inversión recupera la huella directa de los eventos, fotografía pura que contiene la traza inalterada de la realidad tal como quedó registrada en la película fotográfica en 2002, para un ojo no entrenado la visión del negativo siempre resulta confusa. El impulso de la mirada que tiende a explorar e identificar todos los detalles contenidos en una imagen, ha de ceder, en este caso, ante la dimensión protagonista que adquieren los dos únicos actores del drama: los voluntarios y el chapapote. El resto es anecdótico.

© Julián Barón

Estas imágenes en negativo son como un destilado de nuestra memoria más profunda de aquellos días, un sumario del trauma colectivo que supuso la experiencia del Prestige. Por supuesto, no son ajenas a la intensidad de los acontecimientos, pero han sido preservadas de la inmediatez de otras imágenes que se han ido incorporando y acomodando en la construcción histórica y cultural. Positivar las imágenes significaría incorporarlas a una imaginería del Prestige ya saturada de imágenes similares.

En su declaración artística Julián Barón habla de la transgresión como un impulso hacia unos nuevos argumentos. Ciertamente, transgredir significa avanzar, retirar los velos culturales y sociales que modelan la representación y la percepción de la realidad, y permiten situar la obra en una nueva dimensión.  La trasgresión es algo más que un desafío estético. Cuando David Campany se refiere a la “fotografía tardía”–esa que llega cuando el ruido de los acontecimientos ha cesado– habla de la delgada línea que separa lo banal de lo sublime. La transgresión supone agitar la conciencia del espectador contemporáneo más allá de la experiencia estética, y situarlo en el incómodo punto donde las circunstancias geopolíticas y sus consecuencias están fuera de su comprensión.

© Julián Barón

Estos negativos de Julián Barón, transgresión del blanco sobre negro, nos golpean con fuerza, recordándonos como los votos pronunciados en aquellos años de lucha, deberían de servir de advertencia ante el negro abismo que hoy mismo amenaza a toda la humanidad.