Marie-Loup fue una amiga silenciosa, una de esas personas que te ayudan sin decir nada, simplemente confiando en ti; que te invita a cenar en su sencillo y precioso ático con sabor provenzal para tomar una copa mientras aún se pueda; que te rebota un trabajo cuando ella ya no se siente tan fuerte y sabe que lo vas a hacer bien; que no hace alarde de nada, ni de sus conquistas laborales ni de sus horas agitadas en el meollo periodístico de la Transición, en un país que no es el suyo pero que ha adoptado y querido, mucho.

Por no hacer alarde no lo hace ni de su padre a quien sin embargo adoraba. Él se llamaba Emmanuel. En un libro que publicó Antonio Ansón en el 2007 –’Pitou’ , como lo llamaban familiarmente–, aparecen su mujer Madeleine y sus dos hijas, Clo y Marie-Loup: viviendo, sonriendo, creciendo, en unas instantáneas íntimas y deliciosas. Los años cuarenta y cincuenta.
Se llamaba Emmanuel Sougez, es uno de los grandes fotógrafos franceses, vivía en París y formaba parte del famoso “Groupe des 15”.
Marie-Loup le puso palabras a ese libro, acompañó las fotos de un padre que ya no estaba con ellos, ni su madre, desde hacia tiempo.
Se casó con un español, Ramón Cascado, artista, psicólogo a sus horas, y vivieron un tiempo en París antes de instalarse definitivamente en Madrid. El verano los veía en Sanlúcar de Barrameda, muy abuelos de su pequeña Lola.
Marie-Loup dedicó su vida a la fotografía. Escribió su historia[1], la primera, y luego su diccionario[2], cuando por aquí no existían apenas estructuras para ese todavía joven arte. Redactó múltiples artículos para el Grupo Diario16, Descubrir el Arte y otras publicaciones. Le editó y regaló a su marido un libro sobre sus tribulaciones de psicólogo en París, con chicos todo menos fáciles; y conferencias, debates, charlas y entrevistas, iba donde la llamaran, siempre dispuesta a ayudar, regalando a discreción algo de sus grandes conocimientos.

Marie-Loup, a sus ya largos años, no había perdido su cara de niña. Pequeña, menuda, activa y modesta, pelo alisado, cara redonda, curiosa, muy joven.
A sus casi noventa años, nos acaba de dejar. Los más jóvenes sin duda no conocen su nombre, pero es bueno que sepan de ella, de todos los que han abierto camino para que ellos lo puedan recorrer con algo de facilidad; de todos los que se van, dejando una pista luminosa entre las incertidumbres del arte.