Las afinidades [s]electivas

Me paro ante una imagen en Flickr, dos manos enguantadas delimitando una porción de territorio nebuloso pero que, por la gruesa lana de la que están hechos los guantes, tiene que ser un paraje con mucho cielo y mucho invierno. En realidad no son guantes, son mitones, de esos que usan los fotógrafos para que el dedo depredador no se les congele del todo. (Esas manos también podrían pertenecer a un pintor de naturaleza).

El autor de la imagen, habiendo ya elegido el exacto lugar, decide explicar lo que siente ante sus manos haciendo de encuadre:

The universe is wider than our views of it.

P. H. Fitzgerald

El tamaño de la copia, si es que existe en un futuro hipotético, no importa en absoluto. Lo que importa es la amplitud del pensamiento que se forma inmediatamente en el cerebro. La amplitud de la extrañeza, de la fascinación –l’émerveillement–, de la gratitud, de la impotencia, de la congoja, de la melancolía, del dolor.

En ese mismo momento, el territorio pasa a ser paisaje. El territorio, su geografía y su relieve han sido bruscamente invadidos de sentimiento, contagiados de emoción. Pero también el territorio ha invadido al hombre que se ha parado, ha mirado, ha visto y ha elegido su porción del mundo. Y en ese momento sin duda bendecido por la gracia de algún dios la amplitud se hace extrema, inimaginable para los demás; tal vez sólo imaginable, pero de otra forma, para un futuro espectador.

La imagen es siempre algo inmenso para alguien, no deberíamos olvidarlo jamás.

Pero si la emoción no es contagiosa, no es. Si la trascendencia no invade los ojos, no existe realmente. A la hora en que lo conceptual define un ‘ismo’ primordial en el arte, en que la denuncia social y en cierta forma política ocupa un espacio antes sólo reservado a la estética, no debemos olvidar la dimensión no finita de la imagen, por su poder de evocación y por la poética que debería siempre habitarla. ¿O la vocación del arte no es transmitirnos el mensaje del ‘adelantado’, del visionario, del iluminado?

Porque la captura de un fragmento del mundo se ha vuelto una cosa barata y vulgar, casi accesible a cualquiera, pero el que escribe no siempre es escritor, y el que conoce las notas tampoco es siempre músico.

Y como nos nutrimos sin casi darnos cuenta de las redes virtuales, me topo hoy con este otro pensamiento, que también me atrapa:

La lejanía que me habita, con un estar en lo abierto. No abriéndose, siendo.

Jesús Hernández Verano (@silesiux en Instagram)

Las palabras, a veces perfectas.