Quedan dos días para que termine la exposición PHES, la iniciativa solidaria que Estela de Castro y Juan Cañamero han puesto en marcha para recaudar fondos a favor de cuatro oenegés de ayuda a damnificados por la guerra en Siria. Pero se pueden seguir comprando las fotos de grandes nombres de la fotografía española en su página web.
Hace unos meses, Estela de Castro me escribió para contarme lo que se traía entre manos. No nos conocíamos en persona, pero me iba narrando por Facebook cómo crecía el número de fotógrafos que colaboraban con su causa. Estaba realmente entusiasmada.
Supe de ella por la exposición que tuvo en Tabacalera con el proyecto que ha posibilitado PHES. Y en los últimos meses su nombre me llegaba insistentemente por diferentes sitios. Me hablaban de ella desde el Revela-T, el festival de fotografía analógica donde va a dar una charla. O desde el Baffest, el festival de Barakaldo donde impartirá dos talleres de retratos.
Estela de Castro pisa fuerte. Da órdenes con soltura. “Esta mesa fuera” exclama por la mañana antes de inauguración de la exposición en el TAI. Es como una jefa de orquesta que sabe que los detalles son importantes, que conoce bien la partitura y sabe el ritmo que quiere que lleve su pieza. Tiene esa sabiduría de barrio, de quien sabe que hay que currar mucho y marcar territorio.

© Estela de Castro
Lo tuyo con la fotografía es muy precoz, ¿no?
Empecé en esto de la fotografía a los doce años, jugando con unas amigas a ser modelo. Pero yo hacía de fotógrafa. Y pensé que aquello molaba. ¡Recuerdo todo de aquel día! Qué luz había, qué dije, qué llevaba puesto… Porque aquel día cambió mi vida. Desde entonces sabía que yo quería ser fotógrafa. Cuando soplaba las velas en mi cumpleaños ése era mi deseo.
¿Sabías qué pasos había que seguir para ser fotógrafa?
No. Pero cuando empecé a estudiarla, ya me dijeron: “Vas a ser pobre”. Pero me dije que daba igual, que lo asumía.
¿Qué hiciste para ser fotógrafa?
Me tiré siete años en una escuela. El primer curso me lo pagaron mis padres, y luego me los fui pagando yo repartiendo propaganda para esa escuela. Me empecé a presentar a los concursos que organizaba y que te daban derecho a otros cursos. Y así hice nueve cursos. No ganaba porque mis fotos fueran las mejores, sino porque era la que más me lo curraba. Y bueno, al final me invitaron amablemente a dejar la escuela, porque ya no tenían qué enseñarme. Je, je.
¿Qué aprendiste?
De todo. Laboratorio en blanco y negro, moda, publicidad… Desde el minuto uno hago retrato. Para mí era la forma más natural de acercarme a la fotografía. Pero bueno, toqué varios palos. Pero siempre estaba allí el retrato.
Y al salir de la escuela, ¿cuál es tu siguiente paso? ¿Empezaste como profesional?
Tardé muchísimo en ponerme a trabajar. Me costó muchísimo confiar en mí. Me costaba mucho. Mi primer trabajo fue hacer a los niños con los Reyes Magos, pero en plena madrugada, cuando entregaban los regalos. Fue en un poblado gitano e imagínate la cara de los niños. Fue maravilloso.
Pero bueno, cuando salí de Look, la escuela en la que estudié, estuve trabajando en Ciclorama, los estudios de los hermanos Vallhonrat. Estuve en prácticas nueve meses.

© Estela de Castro
¿Y desde entonces?
Desde entonces he estado doce años haciendo bodas, que ya he dejado de hacer, y buscándome la vida como he podido. Pero nunca cosas muy importantes. Siempre he hecho mis retratos personales, que es lo que me gustaba hacer.
¿En qué momento, además de hacer aquello con lo te ganabas la vida, empiezas a hacer un trabajo más personal?
Siempre he tenido fotografía personal, pero nadie se enteraba. La gente se entera de esto cuando llevo tres años retratando a los fotógrafos.
¿Cómo surge esa idea?
Cuando Leopoldo Pomés y Eduardo Momeñe me hacen fotos a mí. Los conocí en Albarracín, en el seminario de Gervasio Sánchez y Sandra Balsells al que he ido catorce años. Y voy conociendo fotógrafos. Un año Leopoldo y Eduardo vieron un autorretrato que yo me hice y así comenzó todo.
Yo suelo enseñar ese retrato cuando doy talleres. Y digo: “Este retrato que me hice aquel día y que no valía para nada, me ha hecho estar sentada delante de vosotros”. Al ver el retrato, les gustó como salí y decidieron fotografiarme. Y luego soy yo la que empiezo a fotografiar a los fotógrafos que son mis amigos.
Empiezo con Momeñe, Bailón, Valentín Valhonrat y Pomés. Y así empieza la cosa. Primero amigos, y luego amigos de mis amigos. Y cuando ya llevo unos poquitos, Oscar Molina, me dice que tengo que dar el salto a Barcelona, hacer a Foncuberta, a otros… Y así surge la cosa.
A mí, que me encanta el retrato, me da mucho pudor hacer fotos a otros fotógrafos. Porque además te sientes analizado. ¿Cómo te enfrentaste a eso?
Al principio acojonada. El primero fue Pomés. Y lo hice fatal. Pero bueno, los otros tres de esos cuatro primeros son de mis preferidos. Y bueno, yo creía que ellos se iban a fijar mucho en la luz, la composición… Pero no, al final se fijan en la tripa, la arruga… como la vecina del cuarto. Y fue cuando me dije que me tenía que relajar.
Hacer fotos sirve además para conocer a la gente. ¿Qué has aprendido de todos esos fotógrafos?
Antes de todo, a buscar la luz natural. Antes me daba terror, pero ahora la busco. Luego he visto que los fotógrafos son muy accesibles. Da igual que tengan un supernombre, que te tratan como a cualquiera. No te tratan como seres superiores.
Cuando fui a casa de Joan Colom, era él el que me daba las gracias de todo corazón por hacer lo que estaba haciendo. Tienen muchísima humildad. Es un gremio muy comprometido y muy generoso.

© Estela de Castro
Fotógrafos y… ¿las fotógrafas?
Hay pocas porque fotografío a fotógrafos de una cierta edad, con un recorrido, con imágenes que formen parte de la cultura visual española. Y de esa edad hay pocas. Fotógrafas emergentes hay muchas. Pero yo quería hacer a los grandes maestros de la fotografía española, de esas personas que tenemos que aprender, y de esa época hay pocas.
Pero bueno, está Joana Biarnés, que fue la primera mujer fotoperiodista, a la que le costó muchísimo abrirse hueco, que la insultaban en los partidos de fútbol y le decían “vete a tu casa a fregar…”, no era fácil. Y el caso de Carmen García Ferrando, que murió el año pasado con 101 años, que su marido no quería que hiciera fotos y tuvo que firmar con el apellido de él, porque no se entendía que una mujer fuera fotógrafa.
¿Cuál es el secreto del retrato?
Suelo decir cuatro cosas en los talleres, y una de ellas es que tienes que confiar mucho en ti mismo. Si tú no lo haces, el que retratas no va a confiar en ti. Y como yo intento quitar esas máscaras que la gente se pone y que me dejen mirar más allá, yo voy superconfiada, y si no, disimulo superbién. Mi secreto es que mi tono de voz les transmite confianza.

© Estela de Castro
¿Y qué pretendes contar cuando haces un retrato?
Pretendo contar cómo veo a esa persona, cómo yo me siento con esa persona y cómo la percibo yo. Y pretendo contar lo que él te deje contar. Y bueno, los retratos que hago a los fotógrafos suelen estar contextualizados, y los introduzco en el entorno. Por ejemplo, el retrato a David Jiménez está inspirado en su libro ‘Versus’ que juega con el blanco y el negro. Lo “parto” con la luz, cosa que nunca hago, basándome en las imágenes que él me acaba de enseñar.
Ahora das talleres por toda España. Próximamente, por ejemplo, das unos en el BAFFEST de Barakaldo. ¿Qué son para ti esos talleres?
Los primeros que me lo propusieron fueron los de EFTI. Casi me muero porque nunca había dado una clase. Iba acojonada. Pero yo hago todo con mucha pasión y las clases también. Y lo único que intento es transmitir mi pasión por la fotografía. No soy muy técnica ni muy intelectual, pero motivo mucho. Y ven les cuento las dificultades que he tenido, o lo que me ha costado…
Mostrando algo más que la parte glamurosa.
Exacto, pero siempre dando un mensaje positivo. Es verdad que cuesta un montón, pero el que curra, curra y curra, al final lo saca. Son talleres de motivar, de buscar la luz, de encontrar que en cada espacio hay un rinconcito que nos puede servir… Y bueno, les hablo mucho de autores españoles, que la gente los conoce menos.
Eres una fotógrafa que trabaja normalmente en analógico.
Sí, sí. Mis proyectos son en analógico. En las clases, me llevo la “Hassel” y hago un retrato a cada alumno. Tengo un montón de carretes por revelar, je, je. Lo único que hago en digital es lo que hago para las revistas.
¿Necesitas la liturgia del carrete?
Eso es. Me encanta trabajar lento, trabajar con trípode, con fotómetro, hacer pocas fotos, esperar a revelar, la textura de la película, que sea todo más pausado.
Y vas a participar en Revela-T de este año.
Voy a dar una charla con Momeñe, algo que ya hicimos aquí en el TAI. Nos adoramos, conocemos mucho nuestro trabajo… Va a ser un encuentro entre amigos.
Cuando haces trabajos para revistas, ¿cambia mucho respecto a tu trabajo personal?
Me lo tomo como un trabajo personal, sólo que con menos tiempo. De hecho, a las editoras que me contratan les encaja mi forma de mirar y de ver la luz. Y bueno, no cambia mucho. Pero bueno, cuando estás para una revista estás cinco o diez minutos. Y ahora estoy obsesionada con la simetría, y buscando lo que necesito.
¿Qué originó PHES?
En noviembre bombardearon el último hospital sirio que quedaba. Y vi las imágenes de la sala donde estaban los niños en incubadoras, y como estaban destruidas, con los bebés heridos… Aquello me bloqueó. Y me llamó Juan Cañamero y le conté que necesitaba hacer algo, que sentía vergüenza de ser europeo.

© Estela de Castro
Y hablamos de irnos de voluntarios, y buscar dinero antes para llevar. Y pensamos en hacer una pequeña expo para sacar todo lo que pudiéramos para hacer una oenegé. Y luego pensamos en una feria de arte y lo hablé con el TAI. Y enseguida que me dijeron que sí. Y luego entró en escena Rafa Doctor y me sugirió que montara todo esto.
El día que me bloqueé me llamó Rafa Doctor y cuando le dije que quería hacer algo me dijo que no tuviera miedo, que el amor mueve el mundo. Me escribe Ana Muller para mandarme una cosa, y le cuento mi idea y me dice que contara con ella. Y también me llamó Pablo Juliá y lo mismo. Y bueno, aquello era una señal.
Entonces escribí a Colita y le dije, “no sé qué voy a hacer, pero hay que hacer algo” y ella me dijo que contara con ella y con sus fotos. Y ya fue cuando Rafa Doctor me sugirió que hablara con los fotógrafos a los que había retratado a ver cuáles se sumaban.
¿Y el resultado ha sido…?
Una exposición con 84 imágenes. La recaudación irá donada a cuatro oenegés que ayudan a los refugiados en diferentes países, Turquía, Siria, Grecia y el Mar Mediterráneo.
Las obras se pueden comprar en la exposición. Se intentará que a las cuatro oenegés reciban la misma cantidad. Y bueno, si alguien no puede venir, puede ponerse en contacto conmigo y ver qué obras están disponibles.
Aquí hay obras desde 300 €. El que no pueda colaborar con tanto dinero, ¿qué puede hacer?
Pues hay un catálogo que cuesta 25 € que se puede comprar con las obras de la exposición y con mis retratos. Es un catálogo que ha hecho Juan Cañamero, la otra parte de este proyecto.
¿Ha cambiado algo en ti como fotógrafa este proyecto?
Más que como fotógrafa, la visión de este país. Porque pensaba que la gente estaba anestesiada. Pero veo que hay mucha gente a la que le importa lo que está pasando en Siria y con los refugiados. Pero bueno, a los que tiene que importar, a los de arriba, les doy un tirón de orejas. Si una niñata como yo es capaz de hacer esto, imagínate los que tienen poder lo que podrían hacer si quisieran.