Gonzalo Golpe es una de las voces más reconocidas e influyentes de la escena del fotolibro. Su labor como editor independiente y profesor le convierte en un gran conocedor de las luces y la sombras del boom que se ha vivido con este formato en los últimos años. Una entrevista de Rubén H. Bermúdez.
Gonzalo Golpe nació en 1975 y actualmente vive en Madrid. Es licenciado en Filología Hispánica y diplomado en Edición y Publicación de Textos por la Universidad de Deusto. Es editor independiente, profesor en distintas escuelas y talleres. Director del desaparecido Siete de un Golpe, un taller especializado en autoedición de fotolibros, ediciones de artista y producción gráfica, por el que pasaron autores que ahora son vanguradia del fotolibro, desde 2014 es miembro de La Troupe.
Estos días se lo puede encontrar en Buenos Aires participando en Clap – Fola, o en Lugar de Montevideo, y en el próximo febrero en ReVERso en Colombia. Antes de cruzar el océano, mantuvimos una charla durante horas, en varias jornadas, que hemos sintetizado en esta entrevista. Gonzalo sólo pide una cosa, que dejemos claro que pide disculpas por no utilizar un lenguaje inclusivo.
Te conozco por Siete de un golpe.
Siete era un estudio de edición de arte especializado en fotografía y autopublicación. Como autor he sufrido la desatención de los proveedores y el sentir que no te hacen caso porque eres joven o tienes pocos medios; sin embargo, como empresario pensaba que en las escuelas había un nicho muy interesante para una empresa joven que estaba intentando abrirse hueco en un mercado ya establecido. Una cartera de clientes que era sistemáticamente maltratada u obviada.
La premisa era sencilla: todos los autores eran iguales, independientemente de su trayectoria y del importe que tenían pensado gastarse contigo. Como profesor, sabía que la fotografía pasaba y pasa en gran parte por las escuelas y los talleres, allí había un público desatendido al que, si le demostrabas respeto y cercanía, podía ser la base sobre la que construir un futuro.
Además, era el segundo año de la crisis, la situación requería pensar de otra manera. Puede decirse que crecimos al mismo tiempo que la nueva escena fotográfica. Nacimos con la crisis, pero también de la mano de la que probablemente sea la mejor generación de fotógrafos que ha tenido este país, al menos desde mi punto de vista. La más numerosa, nutrida de estímulos, formada, viajada. Fotógrafos que no se conformaron con un estado dado de las cosas, que fundaron escuelas, que se hicieron profesores, que crearon sellos editoriales, compartieron recursos y experiencia. Tiraron las puertas abajo reclamando su espacio, sin ayuda institucional o privada. Siete compartía su suerte, la buena y la mala.

‘Ama Lur’ de Jon Cazenave
Suena aventurado.
Bueno, no éramos solo idealistas, también había mucho sentido común. Había un plan de empresa, una gestoría, unos socios inversores que, además de su confianza y su dineros, nos proporcionaban sus conocimientos especializados en diferentes ámbitos de la fotografía o la empresa: eran nuestros consultores. La experiencia duró tres años, generamos un volumen de clientes muy importante y una forma de hacer bastante peculiar. Trabajábamos para el autor, independientemente de quién nos pagase. No metíamos margen a nuestros proveedores. Para eso cobrábamos la coordinación. Creamos una red de colaboradores que compartían los mismos valores. Y muchos de nosotros ahora seguimos trabajando juntos en La Troupe.
La autopublicación.
En 2010 la autopublicación no estaba bien vista en el mundo fotográfico. La mayoría de los autores la veían como un demérito. Si tenías que pagarte el libro era porque no tenías el nivel para ser publicado por los grandes sellos. Pocos eran los que la entendían con una práctica de libertad creadora y un ejercicio de autogobierno.
Ahora es diferente. Después de los premios, de agotar tiradas, de que autores consagrados también optasen por esta vía, casi nos hemos acostumbrado a vivir entre autopublicados. Puede incluso que se haya convertido en una moda. Esto en 2010 era impensable.

‘Kosmos’ de Marta Bisbal
Desde la autopublicación se han logrado hitos significativos en el mundo del fotolibro. Si uno repasa las listas de los mejores del año, se encontrará con la grata sorpresa –si tiene una mente abierta– de que lo que ocurre en el terreno de la edición de fotolibros es muy inusual, y que el porcentaje de independientes y autoeditados en esas listas es muy superior a lo que uno encuentra en listas similares de otros sectores editoriales.
Muchos fotolibros autopublicados no tienen nada que envidiar a las publicaciones de los grandes y de los independientes. Se tiende a pensar que con los autoeditados llegó la invasión de la grapa. Creo que existe un cierto clasismo a la hora de mirar al libro. Se objetualiza demasiado y además en la dirección equivocada. Se subraya lo que tiene de producto y se olvida que, antes que nada, un fotolibro es un dispositivo de comunicación entre personas y que su diseño debería ser resultado de la conceptualización del contenido y la forma. No sólo de un ejercicio de números que relaciona la tirada con el precio de coste y el de venta, o que busque seducir al comprador a través del artificio.
Por otro lado, cuando hablamos de edición independiente y de autopublicación, se piensa siempre en los autores y en las obras, pero no en los profesionales gráficos, cuando sin ellos nada hubiese sido posible… Hoy en día es más fácil encontrar un profesional gráfico independiente trabajando en el mundo de los fotolibros desde casa o un pequeño estudio, que desde las oficinas de una gran empresa de publicaciones. La crisis de la industria editorial provocó que muchos profesionales gráficos que antes trabajaban por cuenta ajena para grandes estructuras editoriales, respondiendo a un flujo de trabajo rígido, compartimentado, en muchos casos sin contacto con el autor-cliente, ahora funcionen como agentes libres perfectamente adaptados a las circunstancias del mercado.
Estos editores independientes, diseñadores, maquetadores, correctores, traductores, preimpresores… están ahora al alcance del cliente pequeño –y del grande– y la edición independiente y la autopublicación se han apoyado en ellos para realizar sus producciones.
Era como una aventura generacional.
Fue una aventura generacional y no es casual que pasase en España y que de momento no haya tenido réplica en ningún otro país. Veníamos de un clima propicio para el cambio, del 15M brotó también una recuperación de los valores asamblearios, de sentarse a pensar y discutir desde la base nuevas formas de hacer. Así surgió Book in Progress por ejemplo, un encuentro seminal para lo que vino después, unas jornadas en las que nos pusimos caras, establecimos contactos, desarrollamos ejes de actuación, compartimos recursos y habilidades…

‘Karma’ de Óscar Monzón
Creo que está bien hacer un alto de vez en cuando y darse cuenta de todo lo que hemos logrado en estos cinco o seis años. Que Dalpine, por ejemplo, una editorial independiente, ganase el premio más prestigioso del mundo con su primer fotolibro, ‘Karma’ de Oscar Monzón, fue brutal. En poco más de un lustro, se formó un sistema independiente y autónomo de creación, producción y venta de fotolibros.
No fue cosa solo de los autores, fue como una corriente de insurgencia de la que participaban también editores, diseñadores, técnicos gráficos… Todos fuimos vinculándonos a esa corriente de diferentes maneras, ayudando a gestionar y conducir toda aquella energía creativa y, sobre todo, esa necesidad de expresarse a través del libro. No fue por una cuestión de dinero, cualquiera de nosotros ganaba más dinero trabajando para las instituciones o las grandes empresas haciendo catálogos o coffee table books, simplemente era algo demasiado vivo y demasiado bonito como para dejarlo pasar.
¿Se tomó el cielo por asalto?
Eso se lo dejo a Pablo Iglesias. No me considero una persona complaciente. Creo que queda mucho trabajo por hacer, tanto o más importante que la creación de ese sistema es mantenerlo, hacerlo crecer, apuntalar sus deficiencias, sus vulnerabilidades. Creo que la situación demanda un análisis crítico por parte de todos. Es necesaria la autoevaluación y corregir ciertas dinámicas negativas, como la endogamia, el elitismo o la escasa atención al trabajo de las mujeres fotógrafas. Creo que lo mismo se puede hablar de grandes éxitos que de grandes fracasos.
Entre 2010 y 2017 las autoras han tenido que recurrir a la autopublicación o la publicación en grandes sellos para ver sus libros en las estanterías. Además, la comunidad lectora no crece, no se plantean producciones para nuevos públicos, como los niños, no se va a los colegios a divulgar la fotografía y enseñar a leer y disfrutar de los fotolibros. No se habilitan secciones en las bibliotecas municipales que sean nutridas de novedades de forma periódica.
¿Es sostenible?
Lo dudo mucho, al menos tal y como está configurado actualmente. Los almacenes de las editoriales y las casas de los autores y sus familias están llenas de cajas de libros. Es una realidad que no se debe ocultar, se sobreproduce y no se establecen verdaderas medidas que fomenten un crecimiento sostenible de la comunidad lectora.
Los libros y las urgencias se llevan muy mal. Resulta preocupante que un estallido de creatividad a nivel internacional, como el que se está viviendo actualmente en este medio, no venga refrendado por un aumento significativo de lectores nuevos. Más bien parece lo contrario, el mundo del fotolibro emite señales de agotamiento: los editores se quejan de la competencia, de lo difícil que es dar visibilidad a sus publicaciones; los autores recelan de la situación y de los libros de sus colegas; el sistema productivo se las ve y se las desea para mantener el ritmo de producción acorde con sus estándares de calidad mientras los beneficios (ya ridículos) se siguen reduciendo.
Lo cierto es que el mundo del fotolibro no sólo crece a base de obras, de autores, de editoriales, de concursos, premios y festivales, todo esto es positivo y contribuye reforzar y estabilizar el sistema, pero lo que de verdad se necesitan son nuevos lectores.

‘Bidean’ de Miren Pastor
¿Cuántos fotolibros conoces dedicados a niños?
Pocos, muy pocos. Y además la mayoría pensados por adultos para adultos, a pesar de que se vendan como libros para niños. Los que compran son los padres, lo sabemos, pero al que hay que seducir es al niño. Y para eso hay que contar, a los niños les encantan que les cuenten historias.
Tengo la sensación de que la mayoría de los autores de fotolibros producen para otros fotógrafos, tienen en ellos a sus lectores ideales. Tratar de desarrollar el lenguaje a la vez que se pretende ampliar la comunidad de lectores no me parece la opción más sostenible. Se necesitan autores menos pendientes de las ventas y de medirse con sus semejantes, que propongan acercamientos diferentes, sin urgencias, sin ese soniquete continúo de “esto es demasiado obvio” o esa epidemia de abstracción lírica que está convirtiendo muchos libros en ejercicios esteticistas desprovistos de alma. También es necesario revisar la categoría, abrirla al texto y a otros usos gráficos. El autor debería sentirse libre de usar todo aquello que necesite para desarrollar el tema, no estar tan pendiente de purismos absurdos.
¿Qué responsabilidad podemos tener los autores?
Bueno, a ver, me paso la vida diciendo que yo trabajo con una autoridad delegada por el autor o el alumno, es así como he configurado mi forma de trabajar. Por lo tanto, desde mi punto de vista, la primera y última responsabilidad de todo esto, de lo bueno y de lo malo, recae en ellos. Los autores han de ser egoístas hasta cierto punto, eso lo entiendo. También obsesivos. Pero creo que, antes de criticar al soporte o a la industria, igual deberíamos reflexionar si se hace lo suficiente para educar a los autores en un desarrollo en positivo de su autoría, de lo que supone construirse a través de un medio potencialmente artístico, pero siempre definidor de la personalidad, del carácter.

‘Random Series’ de Miguel Ángel Tornero
Ojalá los autores se olvidasen de los intereses y urgencias ajenas y se preocupasen de darse el tiempo necesario a sí mismos para utilizar el libro como un mapa o como un medio de transporte. Situarse mejor frente a sí mismos, frente al medio y frente a la comunidad lectora. Y luego proyectar su voz allá donde quieran.
En mi caso veo que las descargas de la versión gratuita del libro en .pdf son mayores que la tirada que pude producir en papel.
Quizá nos estemos equivocando pidiéndole al fotolibro cosas que no puede ofrecernos. ¿Con una tirada de unos 1.000 libros y un precio medio de 30 euros de verdad pretendemos convertirlo en el medio de difusión ideal de nuestro trabajo? Creo que aquí reside gran parte del espejismo.
En tu caso, el contenido sí está pensado para el gran público. Por el tema y por cómo está desarrollado; no estableces barreras. El problema es que has hecho un producto de lujo con un precio muy alto de producción, que requiere de una especialización muy avanzada y de unos materiales extremadamente caros para llegar a 500 personas, 1000 personas… Y eso que tú renunciaste a gran parte de los beneficios porque el libro venía subvencionado y quisiste mantener el precio en algo asequible, a costa de tu economía, claro. Uno no puede esperar que un producto tan caro y limitado, que ni siquiera se ha ganado su espacio propio en las cadenas de librerías o las bibliotecas, tenga una gran incidencia en la sociedad.
Pero esto, aunque fuéramos a las escuelas y creáramos nuevos lectores, seguiría dándose. La producción es muy cara.
Y va a ser más caro. El problema no sé si tiene solución, al menos en términos comerciales. Hay otros géneros editoriales, como la poesía o el ensayo, que también cuentan con comunidades pequeñas y, sin embargo, son muy estables. Tienen un público pequeño pero absolutamente determinado y fiel. ¿Cual es la diferencia? El coste de producción y, por tanto, el de venta. Hacer una publicación a una tinta, en papel offset, sin imágenes, es sencillo de resolver en una ecuación de gastos e ingresos.
El fotolibro, dentro del mundo del libro de arte, es uno de los más complejos y caros de producir. Insisto, estamos haciendo productos de lujo. Acabo de ver el anuncio de una editorial de las grandes y lo que destaca en cuatro lineas es que el libro tiene más de cinco papeles diferentes. Y el autor encantado, imagino… ¿Se puede hacer de otra manera? Sí. Pero es el autor el que tiene que empezar por establecer sus verdaderas prioridades. Un fotolibro se puede hacer con 4.000 € o con 40.000 €.

‘Révélations’ de Javier Viver
¿Las pantallas son una posible solución?
Para mí son compatibles, complementarios, pero nunca será una alternativa al fotolibro. Afortunadamente para el formato, tanto los autores como los compradores tienen claro que la experiencia de lectura de ese tipo de libros no es reproducible en una pantalla.
La fotografía de autor contemporánea generalmente es trabajada como proyecto, en serie, con fotos que se asocian de determinadas maneras sobre una base conceptual o articulando una narrativa. Eso es algo muy interesante y que apunta a la potencialidad del autor fotógrafo para plantear su obra de forma transmedial, construyéndola a través de diferentes soportes, de forma autónoma y complementaria, entendiendo que puede abordar el tema desde diferentes ángulos y medios, pudiendo disfrutar de un universo expandido que puede modular a su gusto. Tengo claro que los formatos audiovisuales, los web docs y las páginas de proyecto van a superar con mucho el impacto que tienen los fotolibros en la sociedad.
Alguna vez te he oído la expresión «escalar el proyecto», que me gusta. Contrasta con lo que dice Juan Valbuena, que también me gusta, de que al hacer un libro, los fotógrafos podemos cerrar una etapa porque ya no es modificable.
Totalmente. Pienso lo mismo. El libro permanece, te permite hacer síntesis, por eso es importante entender que el primero que pierde con un libro a medio hacer es el autor, no la editorial. No son opiniones contrarias, sino que hablan de cosas diferentes. Juan Valbuena piensa en libro. De hecho, hace tiempo que rompió con la rigidez de la categoría y escribe habitualmente en sus producciones, utilizando la palabra como un medio más a la altura de la foto. Sin purismos y evitando caer en la ilustración, sabe bien lo que se hace cuando maneja imagen y palabra. Juan es un contador de historias. Todo autor necesita en algún momento sentir que ha llegado a una conclusión, que ha avanzado o al menos resuelto algo.
Los jóvenes leerán diferente, parece que piensan diferente.
Más vale que los editores y autores miren a los jóvenes lectores, que ya son nativos digitales o el futuro va a ser todavía más babélico. Cuando trabajé con Espada y Santacruz en The Portable Photo, una colección de aplicaciones (apps) de autor, tuve la oportunidad, por primera vez en mi vida, de enfrentarme a un desafío en todas y cada una de las variables que encierra la edición, producción y publicación de un trabajo de autor: el medio, el soporte, el equipo humano, el flujo de trabajo, la comunicación y venta… Todo suponía un enigma, sin referentes, sin nada a lo que agarrarnos. Fue fantástico.
Las cámaras ahora vienen con video, una opción que está totalmente infrautilizada de momento. Pero creo que es solo cuestión de tiempo, que el fotógrafo se lance definitivamente a lo audiovisual y lo utilice de forma habitual en la construcción de su autoría. Además, cada vez cuidan más sus webs. Muchas siguen en construcción y así estarán siempre. Pero cada vez es más normal ver páginas de proyecto que son concebidas como obras, o autores que rompen con los dos o tres modelos habituales de plantear sus webs de autor. No me considero alguien atado a los libros, son mi toma de tierra, pero como editor mis intereses son múltiples y trato de mantenerme despierto.

Gonzalo Golpe © Laura C. Vela / Petrarca