Hace unas semanas Sofía Ayarzagoitia presentaba su primer libro, ‘Every night temo ser la dinner’, un impresionante trabajo basado en las experiencias personales de la joven fotógrafa mexicana durante su estancia como estudiante en España. Rubén H. Bermúdez entrevista a la autora sobre el proceso de creación de su debut editorial.
Sofía Ayarzagoitia, (Monterrey, 1987) es una fotógrafa mexicana que aún no ha cumplido los treinta, pero que, pese a su corta carrera, empieza a acumular reconocimientos internacionales, como ser parte de los Foam Talent 2016 o ganadora de la XVII Bienal de Fotografía Centro de la Imagen de México. Hace sólo unos meses era una estudiante en el Máster de Fotografía del IED en Madrid, etapa que le sirvió para tener una serie de experiencias que documentó fotográficamente. ‘Every night temo ser la dinner’ es un proyecto con el que se alzó con el premio de maquetas de La Fábrica.
Sobre cómo surgió ese trabajo y el proceso para convertirlo en un libro de autor discurre esta entrevista.
Cuéntanos, ¿de dónde vienes?
Desde pequeña, me gustaba ver mis álbumes familiares y tomaba las fotos que más me gustaban, sobre todo en las que salía yo. Me iba a menudo de mi casa. Teniendo ahí una cámara la comencé a llevar a todas partes, con amigos y familia, y entrando en ese juego de documental con performance. Muy inocentemente. Después lo empecé a ver como una práctica artística que se deriva de la fotografía documental. Siempre que empiezo un trabajo o estoy sumergida en él me quiebro y me empiezo a interesar en mi huella primaria. A escarbar y escarbar. Para mí, en eso consiste el juego de la vida y el arte. Porque son cosas que estás creando pero que al mismo tiempo sabes que es un constante pasado que está reactivando las memorias. Es donde entra el juego de la edición, y de mirar y mirar en una burbuja del “sinsentido”, de las sensaciones que me provoca la fotografía o la vida, que van muy unidas. Obviamente con sus múltiples lecturas.

© Sofía Ayarzagoitia
Has ganado el premio de maquetas de La Fábrica, ¿cómo ha sido la experiencia?
¡Sí!¡ Estoy fascinada con la experiencia, con La Fabrica y con todo el equipo que ha trabajado en el libro. Ha sido un arduo proceso de aprendizaje, de malabarismo enfocado en la fotografía. Ha sido un gran equipo, un placer trabajar con personas tan profesionales y con tanta experiencia.
¿’Every night temo ser la dinner’?
Al principio sólo tenía algunos textos en pocho, otros en inglés y otros en español. Pero cuando me dijeron que tenían que estar en inglés y en español me frikié. Porque para mí era muy fuerte alejarlos, en mi lenguaje siempre van juntos. El pocho sale de la frontera de los México y de los Estados Unidos. Yo soy de Monterrey y aquí somos bien pochos, es la ciudad más americanizada que hay en México. Por otra parte, era muy consciente de caminar sobre la frontera. Era casi obligatorio que se usase el pocho. No me importa si el académico no lo entiende, entiendo que es transgresor, por romper las leyes de la gramática. Pero para mí era más importante unir.
Trabajas sobre un universo masculino.
Sí, creo que en estos momentos me tienen completamente seducida los hombres. Y la manera en la que se enfrentan a mi camara raw. Muchos de ellos son artistas, y me interesa ese juego performativo. Saben que hay una mujer como lente detrás de la cámara porque son muy conscientes de que están siendo fotografiados. También creo que, por mi parte, es una búsqueda, todavía no sé si es de admiración o erotismo o qué. Las fotos siempre se están refiriendo a mí. Hay mucha exploración dentro de mí. Eso me hace adentrarme en mi intimidad y la de mis modelos. Es una relación muy orgánica que se va creando desde el primer momento en que los veo.

© Sofía Ayarzagoitia
¿Es una especie de diario intimo?
Sí, es un diario íntimo, y la mayor parte se desarrolla en Lavapiés. Sentí una conexión desde la primera vez que estuve ahí y regresé constantemente. Ya sea por el novio o amigos, o sólo para ir descubriendo y descubriéndome. Lo puedes leer como algo documental, pero no me gusta usar ese término para mi obra. Son cosas que me van sucediendo o con las que me voy encontrando. Primero pasa por mi filtro de, no sé… ¿A lo mejor aceptación de mí misma? Pero en la edición es donde intento construir o poner en orden las historias para el espectador. Trata sobre mis amores, amigos, conexiones random y mi rata andrógina, Gustav. Los textos y dibujos son muy fotográficos y juguetones.
Viendo el libro para mí tiene un punto de poesía.
Creo que es algo muy inconsciente. Pero me emociona que lo menciones. Es algo que hago con toda mi vulnerabilidad y con el corazón.
¿Cuál es tu relación con el editor? ¿Qué te ha aportado?
Haber trabajado con Gonzalo Golpe ha sido una gran experiencia, muy fuerte; fui como un vampiro durante todo el proceso. Es mi primer libro y ha sido una oportunidad para aprender de una persona a la que admiro; me hizo darme cuenta de la infinidad de posibilidades que existen con la foto y el fotolibro. Siento mucha gratitud y confianza.
Durante el proceso, me costó trabajo dejar varias cosas de lado. Como una extensión del hecho de hacer fotos y editar en solitario hasta entonces. Creo que el lado conceptual en este trabajo se basa en las ediciones, y en cómo se lleva de un medio a otro. Tenía cosas muy claras sobre cómo tenía que ser editado el libro. Para el libro partimos de la segunda maqueta que existía del proyecto.
Empezamos a editar juntos, pero después hubo un cambio drástico y pasamos a presentarnos sólo los nuevos cambios. Para mí fue muy duro en algunos aspectos. Gonzalo había sido mi Profesor en el IED, y ya lo conocía y me gustaba su cabeza, pero también tuve la suerte de que Sara Arroyo, fotógrafa y editora, estuviera trabajando con él. Sara fue compañera mía en el IED y de ahí surge una relación de amistad. ¡Para mí Sara fue como un salvavidas!
Otro suceso interesante fue cuando presenté los textos en pocho a Gonzalo, le gustaron mucho, los dos teníamos claro que los textos tenían que ir en pocho. Teníamos un poco de miedo que no los aceptaran en La Fábrica, porque ellos habían visto la traducción al inglés, pero les encantó.

© Sofía Ayarzagoitia
¿Por qué un libro?
Desde que comienzo a tomar mis fotos en España, intentaba ordenarlas en formato libro. Fue algo muy inconsciente y consciente al mismo tiempo. Para mí un libro es algo más personal, es algo que el espectador quiere tener, un objeto que lleva a su casa. Lo puede tener físicamente y leer donde quiera y regresar mil veces. Es algo muy personal e íntimo, como mi trabajo.
¿Qué piensas del fenómeno fotolibro?
Realmente tengo una fascinación por descubrir nuevos trabajos, que los pueda leer, ver y tener físicamente, coleccionar. Estoy completamente obsesionada con los fotolibros. En México apenas está llegando esa obsesión que se tiene en España o en otras partes del mundo.
Me enrolla mucho ese formato. Porque es algo físico que tocas, que lo lees a tu tiempo que puedes regresar a él, no sé cómo explicarlo; simplemente me fascina. Sobre todo los trabajos con los que me puedo identificar. O simplemente ir redescubriendo la manera en la que te trasmiten sensaciones o historias, que no se pueden contar con palabras.
La portada del libro, negro con sandía, inevitablemente me lleva al imaginario racista estadounidense, el de la sandía y el pollo frito.
Entiendo esa lectura que le intentas dar a mi trabajo. Pero mi intención no es esa… Va por otro lado completamente distinto. Es algo más sobre mis historias, mi cabeza, mis relaciones, el erotismo o mis deseos y mis nightmares (pesadillas). Sobre la comida, sobre la edición, sobre mis hombres, sobre mis espejos y sobre mis sensaciones y memorias. No tiene nada que ver con política. Aunque entiendo que haya diferentes puntos de vista, creo que eso es lo rico también del lenguaje visual, cada quién le da la lectura que quiere.
Lo que más me interesa son las personas. Me gustan más que los paisajes o los objetos. Me interesa esa relación de empatía, aunque en realidad es un proceso muy solitario. Me interesa cómo se enfrentan, los performances, me interesa el cuerpo, me interesa el lenguaje corporal y toda esa combinación de juegos, las formas, los colores. La expansión del cuerpo y de uno mismo.
¿Vives de la fotografía?
Pues estoy empezando. Pero prácticamente sí, estoy en ello las 24 horas del día, los siete días de la semana.
Si un día llegáramos a vivir de nuestra obra, ¿crees que haríamos lo que nos pidiera el mercado?
Lo que me planteas me parece muy punki, siempre he tenido ese sueño romántico de hacer lo que quiero y no me importa si estoy homeless, pero con mi cámara. Pero cuando te enfrentas a eso, creo que las cosas cambian y te vuelves a replantear lo que quieres, aunque muchas veces no hay vuelta atrás. Me parece muy complicado querer ser fotógrafa y dedicarme a otras cosas. Aparte de solamente producir, hay mucho trabajo hasta que sale un proyecto. Sigues aprendiendo.
Me encuentro ahorita con que necesito dinero para seguir haciendo lo que quiero. Independientemente de si es reconocido o no. Simplemente ahorita estoy buscando alternativas para poder comer y seguir con el ritmo de producción que tengo. ¡Que prácticamente es cosa de every day!

© Sofía Ayarzagoitia
¿Cuáles son tus influencias?
Creo que mi principal influencia son las personas, amigos, amantes con los que me encuentro. Cuando hay esa química y empatía. ¡Eso es lo más rico! De artistas… uff, tengo un montonal, y además siempre voy descubriendo nuevos. Por ejemplo, me trastorna la obra de Boris Mickhaelov, Sohrab Hura, Jim Goldberg, Collier Schorr, Daisuke Yokota, Harmony Korinne, Julio Cortázar, Freud, Maud Mannoni, Samuel Beckett… Lo que juega con la psicología, con la vida y el arte, donde no hay esos límites. Con las cosas con las que me identifico. Las cosas que me quiebran, que me dejan en shock, de eso me alimento. Lo demás lo comprendo pero hasta cierto punto me aburre, por ahora.
¿Tienes proyectos de futuro? ¿Qué viene ahora?
¡Claro! Pues apenas voy empezando, pero es same same, but different. Ahora tengo ganas de mezclar más lenguajes, como vídeo, texto, más dibujos, fotografías y, como dice Joan Fontcuberta, el maltrato de la fotografía, o sea intervenirlas. Mucha experimentación.