Las afinidades [s]electivas

Vivimos inmersos en algo que raras veces llegamos a percibir: el mundo está hecho de tiempos, de tempos, de segundos que parecerían eternidades pero también de minutos bruscamente precipitados en la placidez de otro tiempo. Cuántas veces ha aflorado a mi mente ese desfase entre los seres vivos –y, aparentemente, no tan vivos– que pueblan este planeta. La noción del tiempo es oscura e intransferible porque se trata de lo más relativo que hayamos sido capaces de idear. En la individualidad de nuestra vida solo vale la medición de los relojes cuando se trata de encontrarnos con otros, y ese enfrentamiento de percepciones distintas puede traducirse en un orden artificial e incómodo.

‘Experimento Banana 1’, 2014 © Juan Baraja / ‘Exercises in Rootsystem Domestication’. Serie Interwoven, 2016-2019. © Diana Scherer

Pienso en esto andando a pasos lentos entre las maravillas de una exposición reciente. Aquí impera un equilibrio temporal que me sorprende –no, no es la primera vez, pero es una sensación siempre nueva, reconfortante y dulce–; me cautiva por lo generoso y a la vez exótico que anda el mundo aquí, ahora.

Tiempo humano, tiempos humanos; tiempo animal –¿experimentarán también ellos los desfases de sus individualidades?–; tiempo vegetal; tiempo mineral.

Desde que sabemos que una ‘arquea de Asgard’ [1] estuvo al inicio de nuestras andaduras por el planeta, las de todos los seres vivos, tendría que sernos más fácil entender la concordancia, la natural empatía entre tantas criaturas originadas en el mismo padre. Lo verdaderamente fantástico sería tenerlo presente a la hora de entrecruzarnos.  

Esto de aquí es como una hermosa comunión, la reunión de seres bien avenidos y hasta contentos de convivir en armonía durante un tiempo. Hay dibujos antiguos y copias de dibujos antiguos, hay piezas de cerámica imitando madre naturaleza, hay repertorios sesudos, hay fotografías limpias y otras confundidas, hay montajes y collages, ensamblajes, hay fotos monocromas y fotos de colores rutilantes, paisajes azules y paisajes finamente patinados, hay maridajes de papeles y flores de plástico… en fin, un amable y divertido jardín donde las piezas se acompañan o se rozan sin molestarse: bello flirteo. Esos ‘herbarios imaginados’ –así se ha bautizado el jardín– contradicen las prisas de esta época; parece que todo se acompasa al ritmo lento de lo mineral y convide a la contemplación gozosa.[2]

Las obras de veinticinco artistas plásticos, actuales e internacionales se entremezclan aquí con las botánicas coloniales del siglo XVIII o los frascos de venenos del XVII, las telas pintadas y enteladas y los libros de catalogación de plantas exquisitamente coloreados.    

Pienso en un momento en un planeta que movilizaría todos sus seres en el último intento por regenerarse y me entra una alegría muy pura, inmediatamente seguida de una especie de melancolía por los entendimientos abandonados, ahogados en un inmenso mar de intereses cruzados.

Pero estoy aquí donde se tranquiliza todo, hasta el alambre de espino. Estoy aquí donde lo bueno también sucede. 

“ No, no hablemos hoy de la belleza
(la que desde el origen va unida
a la verdad,
la que bien entendida aún permite
ser humanos
a los que no desean ser humanos,
la que armoniza la naturaleza
y permite que el mundo -¿hasta cuándo?-
aún gire suavemente
en sus goznes) […] ” [3]

Sí, hablemos hoy de la belleza.

‘Polidib 11’ © Alfonso Galván
[1] https://elpais.com/elpais/2020/01/17/ciencia/1579284583_584643.html

[2] Toya Legido y Luis Castelo, ambos fotógrafos y profesores titulares de la Facultad de Bellas Artes de la U.C.M., han conseguido ese pequeño milagro que se exhibe en el Museo del Traje de Madrid, hasta el 31 de marzo. Un esfuerzo grande y necesario.

[3 ] Antonio Colinas.