Al final, Carlos, quisiste esconderte de este sol que tanto te inspiró…
Tal vez me pueda la nostalgia de tu blanco y negro de La Chanca, tal vez me duela un poco que tus colores ensordecedores del gran sur hayan tapado la intimidad callejera de tus inicios, la complicidad del hoy, del ahora, con la gente tan humilde que no puede permitirse la imaginación de ningún futuro.
Los grandes de tu generación se van yendo de a poco, de los que a muchos conocí y de muchos pude gozar la amistad, el escuchar y aprender, el conversar. Sé que esto no se repetirá jamás; ello ya pertenece a un mundo amigable y pausado ya difícil de recuperar. Pero al mismo tiempo me siento como poseedora de un capital emocional y vital magníficamente impagable, la nostalgia se me compensa con esa enorme riqueza.

Ese hermosísimo ramillete de nombres, de hombres y mujeres, mujeres y hombres trabajando por el definitivo despunte de la fotografía en el amplio mundo del arte… Tú, Carlos, uno de los últimos, pudiste ver un poco de todo esto, saborear el reconocimiento a vuestra visión innovadora del mundo y su realidad –“este espacio quieto e infinito donde, sin embargo, el mundo muere y nace al otro lado de su propia imagen” [1]–; pero también a vuestra sabiduría entre líneas, a esas tantas y diversas segundas –y terceras– lecturas, dentro del inmenso universo de la luz naciendo de la sombra, o al revés, poco importa, todo al final se reencuentra en ese maravilloso cuenco de la cultura bien entendida.

Fuiste tú el artesano llano y aparentemente sencillo de toda la luz expandida y cambiante del sur donde te situó la vida y de toda su influencia sobre la pobreza ‘gozosa’, es decir alegre a pesar de todo, o de nada. Y al final sucumbiste al color apabullante de las playas, de los muros, a la ceguera de un sol despiadado friendo lo humano y exacerbando sus relieves. Y creo que tus primeros planos exorbitantes marcaron en ti, al mismo tiempo, una distancia pulida, algo menos visceral pero más crítico-irónico con el entorno dicharachero de los veranos cuyo final nos sorprende porque siempre nos parecerán inacabables.

Igual que tú, el dandi de reluciente peinado de plata, eternamente igual, eternamente joven. Implacablemente moderno.
Tendremos que volver a tus playas porque la gente tostándose al crudo sol sigue allí impertérrita –“Un pájaro se posa en la quietud total del propio vuelo, como si desde éste contemplara el sacrificio solar tan lento y silencioso” [2]–.; y que nos cojas de la mano para pasear por siempre en esa Almería humildemente feliz de imposible olvido. Decías querer prolongar la vida con tus imágenes: misión cumplida, con cum laude.
“Quizá la clave para ser realmente libre sea reír cuando puedas y llorar cuando lo necesites” [3]. Libre, que te quiero libre. Para siempre, a pleno sol.

[1] José Ángel Valente.
[2] José Ángel Valente.
[3] Luis Eduardo Aute.