Alguien me dijo un día, ante una foto de membrillos, que esto era ‘para los domingos’. Y nunca falta gente para decirte lo que es arte o no lo es, lo que debes o no debes perseguir.

La belleza porque sí, desde luego, no.

¿Y por qué no? es mi invariable pregunta.

Es fácil que la gente te desmoralice así, sin pretenderlo. Da igual que sea a propósito de unos membrillos o de un passacaglia de H. I. F. von Biber. Demasiada gente para insinuar que la belleza así tal cual es poco menos que… dejémoslo en ‘pasada’; y desde un tiempo a esta parte se le añade un calificativo que todo lo cambia: ’belleza útil’, ‘belleza inquieta’, ‘belleza consciente, comprometida’… La belleza a secas parece repeler a ciertas personas, por si a otras les da por clasificarlas como románticos insalvables.

El puñetero concepto.

El necesario romanticismo.

He empezado a entenderlo ahora, T. S. Eliot lo sabía ya hace mucho, creo, pero hasta que leí lo de ‘Journey of the Magi’: «Una fría jornada la que tuvimos, / justo la peor época del año / para un viaje, y un viaje tan largo…»

Eliot lo sabía. Cuando narra cómo se ponen en camino esos tres chalados magos hacia lo desconocido, siguiendo una estrella que, como bien dice un amigo mío, sólo te permite caminar de noche, metáfora en toda regla, ya se nota admiración y pena a partes iguales. Y al final de la aventura, se encuentran con un nacimiento brillante pero penoso. Ya han aprendido que la belleza en este mundo se da un poco de perfil y que la vida en huida es todo menos fácil. Y ahí llega el peligro de perversión: que no todo en la existencia es bello.

Me ha dado pena pensar todos estos días en ello. Porque siento con honda tristeza que ya no sepamos qué es exactamente la belleza. Yo no le niego esos epítetos modernos, pero nunca se los pondría de muletas. Quien no ve la estética tampoco ve la ética, no siente el pálpito de alguna creación, de un equilibrio natural y perfecto aún en los desastres del universo que nos envuelve, en los desbordamientos de ríos como en los crepúsculos sublimes o el sueño profundo de las osas al fondo de sus cuevas.

© Constantin Brancusi

A mí, ciertos bodegones, alguna mirada de primate o una perfecta almendra blanca de C. Brancusi me encienden por dentro un murmullo, algo paranormal, e iluminan ese camino emprendido en la oscuridad como un consuelo inesperado.

La belleza, aunque no la veas ni útil ni solidaria ni perturbadora, lo será siempre en tanto que reflejo cabal y ajustado de una naturaleza que queremos ignorar, tan alejados estamos de ella. Así que esa búsqueda es la que reivindico, la amo y la respeto con todos mis sentidos y la inteligencia de mi intuición porque no es sino la dimensión mística de lo humano. Lo bello es el frágil equilibrio entre lo bueno y lo que no lo es, la justicia que no dura pero existe, la solidaridad que actúa entre las sombras.

Es ese papel de arroz sin manchar que absorbe igual dichas sombras y dicha luz y millones de sus matices. J. Tanizaki supo verlo.

Yo quiero verlo y padecerlo.