Hace años, quedé fascinada leyendo las ‘Vidas minúsculas’ de Pierre Michon. Nunca antes había leído tal elevación de la sencillez y lo callado. El libro no relata grandes gestas ni ofrece la delectación de las historias que construyen una posible Historia; habla del silencio y el olvido de las pequeñas cosas, de la pequeña gente silenciosa; habla de la insignificancia de algunas vidas que nadie conoce, existencias sin relevancia. Habla de lo que somos todos, seres extraordinariamente expuestos a la emoción, al deseo, al placer o a la desgracia.
Este verano, la mirada que proyecto sobre el mundo, sin siquiera buscarlo expresamente, ha conocido algunas de esas vidas. Porque sí, se me ha dado contemplar obras maestras, oír músicas sublimes o apreciar el despliegue de algunas solemnidades de lo que llamamos arte –Arte–. He buscado esos encuentros, los he perseguido durante días agotadores de calor y los he disfrutado en su inmensa medida. Hasta puedo decir: sin duda no he percibido más que una ínfima parte de lo que condensa un Fra Angélico, o un Verdi, un Velázquez…
Los artistas que me interesan son los que me hacen inteligente en relación a mí y al mundo, aquellos que me revelan que es necesario recibir lecciones de abismo. Y prestan alas como otros alquilan barcos para dar paseos por el río».
Antonio Lobo Antunes
Pero también puede que estuviera, en el cuadro contemplado, esa mano cuya confianza reposa en un hombro, en público o en la intimidad de una sombra, en el doblez de un abrigo, ajena a las miradas, amando sin decir nada que ya no se haya sentido, edificando una justeza del mundo; o esa plantas menudas vibrando en la densidad de una sombra; o el gesto en una cara semiescondida, juguetona, díscola.
No sé si se me entiende. Hablo de las imágenes –ahora sí, de imágenes, de fotos– que hacen una constatación de lo que tendría que ser – y es a menudo– en todo momento la vida, sin pensar en ningún posible reconocimiento. Tales imágenes nacen del puro placer de ver el equilibrio que nace de ciertas actitudes, atenciones, detalles modestos y sin artificios: una especie de matización de lo grandioso.
Y en las grandes obras he buscado esos detalles que, siendo minúsculos, las hacen más grandes aún; lo que a menudo huye del protagónico centro para asomarse a él, como protegiendo su vulnerabilidad, desde los bordes. Y me he convencido de que hay que buscar esos detalles tímidos para acabar de entender a cualquier artista. Sin duda hablo de algo conocido y también buscado, pero no estoy tan segura de que estemos siempre capaces de verlo.
Te trataré con ternura, hierba rizada,
Pude ser que brotes del pecho de los jóvenes,
Puede ser que si los hubiera conocido los hubiera amado;
Puede ser que brotes de ancianos, de mujeres, y de
niños arrancados prematuramente del regazo de sus madres,
Y aquí eres el regazo de las madres.Walt Whitman
¿Podría todo lo que cabe en el universo caber en la mente humana? Aunque fuese posible, ninguna estaría capacitada para entenderlo: demasiados árboles pequeños –bienaventurados árboles– ante aquel bosque infinito. Tal vez la mente lo pueda admitir solo desde un enfoque místico.
Así que nos aferramos a los diminutos detalles, buscamos en el mare magnum universal algo que nos retenga ante el abismo al que nos asomamos, temerosos y presas del vértigo.
La fotografía, la pintura, cualquier expresión gráfica recorta drásticamente las innumerables dimensiones del lienzo ilimitado que nos es ofrecido –la mente humana, como acabo de oír, está potencialmente capacitada para percibir once dimensiones, y no se expresa más que en tres–. Y esas limitaciones parecen dramáticamente odiosas; cuántas veces hemos deseado abarcar, percibir, entender más…
Ver mejor.