La fotógrafa aragonesa Ana Palacios presenta, en Madrid y Zaragoza, su último proyecto, ‘Niños esclavos. La Puerta de atrás’. Un trabajo materializado en un libro, una exposición y un documental. Palacios, cuyo trabajo ha sido publicado en medios como The Guardian, Al Jazeera, o Der Spiegel, reivindica el papel de la fotografía para cambiar realidades concretas pero globales.

Primeros días de calor en Madrid. Ana viene de dar una entrevista para una televisión digital. Espera en una terraza de Lavapiés tomando un blanco. Lo tiene claro, quiere que su mensaje llegue y para ello sabe que tiene que ir a la tele, –aunque odia que la graben–, o dar entrevistas allí donde de la llamen.

Hace meses que nos rondamos, que coincidimos en exposiciones, charlas o festivales como PhotOn. Siempre sonríe. Tiene ese don. Siempre es agradable. De formas suaves, transmite esa fuerza de mano de hierro en guante de seda, tal vez por los años dedicados a la producción.

Ana no para de ganar premios internacionales. El último, el premio de Prensa de Manos Unidas. Es la autora de varios libros: ‘Arte en movimiento’, ‘Albinos’ y, el que ahora presenta, ‘Niños esclavos. La puerta de atrás’. Este último proyecto documenta las historias de la vida de más de cincuenta niños esclavos que han conseguido encontrar, abrir y atravesar esa “puerta de atrás” para recuperar su infancia interrumpida, en Togo, Benín y Gabón. Una realidad que viven 152 millones de niños esclavos en el mundo, de los cuales 72 millones están, principalmente, en el África subsahariana, convirtiéndose ésta en la región con más niños esclavos del planeta.

‘Niños esclavos’ © Ana Palacios

En los próximos días tendrá lugar la premier del documental de este proyecto, ‘Niños esclavos. La puerta de atrás’, y la presentación del libro. Será en Sala Azcona de la Cineteca del Matadero, el jueves, 21 de junio, a las 19 horas, en Madrid. El martes 26 de junio, a la misma hora se proyecta el documental en el Cine Cervantes de Zaragoza. El miércoles 27 de junio, también a las 19 horas, se inaugura la exposición y se presenta el libro en Museo IAACC Pablo Serrano de Zaragoza.

Ana Palacios (Zaragoza, 1972), licenciada en periodismo y aspecto de cruce entre Clarita (la amiga de Heidi) y la oscarizada Sandra Bullock, viene de un pasado rodeada de estrellas de cine. Un mundo para nosotros tan ajeno como la realidad de África y que ella se esfuerza por hacernos visible. Nos pedimos otro vino de Rueda para hablar de sus últimos proyectos.

Ana Palacios, fotógrafa documental. ¿Cómo llega Ana a convertirse en fotógrafa?

Quería ser Steven Spielberg y rodar ‘Tiburón’. Yo vivía en Zaragoza, quería hacer cine, cine y cine. Mis padres me obligaron a hacer una carrera e hice periodismo.  Luego me fui a Los Ángeles dos años, donde sí que estudié cine, por fin. Y después estuve ejerciendo la coordinación de películas americanas durante 17 años, pues cuando volví a España, entré en un pooll de personas que atienden las necesidades de los service americanos. Es decir, cuando viene Tom Cruise a Sevilla. La manera de rodar americana es muy distinta a la española y las necesidades son muy distintas, necesitan mucha más gente y buscan equipos locales asociados a las productoras que les den soporte.

He trabajado para Ridley Scott, Miloš Forman, Jim Jarmusch… Una vez en una mesa comiendo contamos 14 Oscars ganados entre los comensales. Un nivelón de actores.

¿Pero?

Todo era muy trepidante, muy divertido, mucha adrenalina. Pero en 2010, en la tele veo, en ‘Españoles por el mundo’, a una chica española que trabaja en la Fundación Vicente Ferrer. Ella era sordomuda, por lo que tiene una expresividad corporal tremenda, e iba dando abrazos a todo el mundo. Me puse a llorar como una loca y me dije: yo quiero hacer eso.

Al día siguiente me quería ir con la fundación. Yo que no había ido nunca más allá de Tanger ni de Budapest, primer mundo a tope, hipocondríaca, casi pija y nada de mundo solidario. Pero me llamó mi padre y me habló de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana que tenían un orfanato en Bombay y me fui tres meses con ellas para visitar doce de sus misiones.

Yo iba para hacer camas y limpiar barracones, pero me dijo la monja: “No. Ven, lo ves y lo cuentas, eres periodista”. Siempre me había gustado la fotografía y había flirteado con ella, hacía fotos en mis viajes y todo eso. Me compré una cámara decente y me tiré los tres meses documentando los proyectos que tienen las Anas en India.

‘Niños esclavos’ © Ana Palacios

Cuando volví, comencé a enseñar las fotos en el rodaje que tuve en Mallorca con Chanel 4 y a contar sus historias. Y cuando veía las fotos, la gente quería ayudar, y preguntaba cuánto costaba pagar un depósito de agua para el orfanato o pagarle una silla para un niño con polio. Y me di cuenta de la fuerza de la imagen para transformar el mundo.

Me hice adicta aquello. Pasaba de ponerle flores salvajes en la caravana a cualquier actriz o buscar un monitor personal a cualquier estrella. Y descubrí que con muy poco dinero y gestos pequeños consigues grandes cosas en otras partes del mundo. Ahí comienza mi andadura en la fotografía documental vinculada a los derechos humanos.

Durante cuatro años combiné las películas para ganar dinero y pagar mi hipoteca, con proyectos siempre vinculados a oenegés, visibilizando aquello que nunca estará en las primeras páginas. Problemas olvidados pero importantes. Y empecé a publicar en medios y a hacer exposiciones.

Es en 2015 cuando publico mi primer libro, sobre el arte para el cambio social en Uganda. Consigo financiarlo, lo publico con La Fábrica y ya decido de ocupar el 100 % de mi tiempo profesional con el fotoperiodismo de sensibilización.

¿Eso qué significa?

No soy activista, no soy fotoperiodista de actualidad. Me defino más como fotógrafa documental que como fotoperiodista. Es en el documentalismo de sensibilización donde he encontrado todos los ingredientes de mi fotografía. Siempre vinculada a oenegés, a la esperanza, buscando la puerta de atrás, como en el último proyecto.

Me interesa mostrar esas realidades desde un lado más esperanzador y positivo porque creo que hay una fatiga informativa de las imágenes demasiado violentas. La gente se ha acostumbrado a cambiar de canal o pasar de página. Pero hay muchísima audiencia que es receptiva si le presentas estas realidades de otra manera, como yo misma lo fui. Hay mucha gente que es más susceptible de hacer “clic” si le enseñas estas realidades de una manera más amable.

‘Niños esclavos’ © Ana Palacios

Por eso mi fotografía está vinculada a la solidaridad y la cooperación, pero dándole el matiz artístico, hasta donde mi capacidad me llega.

¿Has sido autodidácta? ¿Cómo te has formado?

Incluso durante la carrera, además de formarme en cine y fotografía, hice cursos de fotoperiodismo. He llegado a revelar en blanco y negro. Siempre ha sido una afición muy presente en mi vida. Cuando estaba en EE.UU. fui ayudante de fotógrafos… Siempre ha estado muy presente. Cuando ya empiezo a entrar en este mundo de manera más profesional es cuando comienzo a hacer talleres más personalizados. Como no me puedo permitir tirarme un año en una escuela haciendo un máster, me apunto a todos los talleres que puedo, de retrato, de iluminación…

A veces es la mejor opción.

Sí, porque vas asimilando poco a poco y vas a los que te interesan. No me interesa aprender fotografía de paisaje, o conceptual o fotografía desde dentro. Hay talleres que no me interesan. He aterrizado en este mundo entradita en años por lo que tengo muy claro lo que quiero y lo que no, lo que necesito y lo que no. Mi formación ha sido acudir a los “albarracines”, “estelas de castro”, “momeñes”…

‘Albino’ © Ana Palacios

¿Cómo ha sido tu evolución? ¿En estos años cómo ha cambiado tu visión de tu trabajo?

Para mí la fotografía es una herramienta, no es búsqueda en sí misma. No busco ser una artista, busco ser la mejor comunicadora posible a través de la imagen. Utilizando cualquier plataforma o formato que pueda utilizar, desde libros, reportajes, exposiciones, multimedias, etc., para llegar a la máxima audiencia posible. En lo que he crecido es en estrategia comunicativa. Al principio me valía con ayudar a un orfanato, y este último proyecto lo he hecho con Unicef con intención de llegar a 72 millones de niños.

Lo que ha crecido es mi manera de componer los proyectos. Es decir, que sean lo más sólidos posibles, siempre con rigor, exhaustivos, y por supuesto íntegros y honestos, acercándome a esas realidades de la manera más profunda posible, con la libertad de no depender de ningún medio. Yo voy mínimo un mes a los sitios. Este último han sido cinco meses de estancias. Eso es lo que he explorado, profundizar para llegar a más audiencia.

¿Y cómo te planteas un nuevo proyecto?

Me pregunto a dónde quiero llegar, a quién quiero ayudar, quiénes son los beneficiarios, si es posible y útil mi ayuda, cómo de importante es el problema, por ejemplo, las enfermedades tropicales desatendidas, como la úlcera de buruli, que afecta a mil millones de personas, un sexto de la población, y de eso nadie habla.

‘Piel de África’ © Ana Palacios

Me interesan esos problemas importantes de fondo y abordarlos de la manera más rigorosa posible, profundizando en aquello que ni siquiera se conoce, como en el caso de los niños esclavos, en el que hablo del rescate y del proceso de vuelta a la sociedad, tratando de hacerlo de una manera original y buscando perchas informativas para que puedan interesar a medios y lo publiquen. Cuando lo publican los medios se abre el apetito para lo que pueda venir después, como una exposición, etc.

Trato de editar con los mejores. De tener buenos prologuistas, como Gervasio Sanchez, Chema Conesa o Isabel Muñoz. Castro Prieto retocando…

Se nota muchísimo, tienes una paleta muy parecida.

Es que sus colores son mis colores. A ninguno he llegado por casualidad. Sus colores eran los míos. Yo aspiraba a ciertos objetivos. Uno era llegar a Unicef y lo he conseguido. Otro que me retocara Castro Prieto, porque yo no sé retocar bien y creo que hacer una foto lo más atractiva es básico. Una vez me lo encontré en una inauguración y le dije que quería trabajar con él pero que no me lo podía permitir. Y me dijo que fuera a su estudio, que me hacía precio. Y ahora el color de mi trabajo se ha uniformado y tengo una marca personal, con similitudes a Castro, pero me alaga.

África es muy vibrante de colores, su sol es muy vertical. Pero no me gusta el color vivo y no me gustan los contrastes. Me gusta darle una suavidad a un continente que es tremendamente colorido.

Al final sí que hay una reflexión fotográfica en tu manera de contar.

He hecho una elección personal, la suavidad para llegar más lejos. La señora y el señor de Valladolid, y lo digo con todo el cariño que yo también soy de provincias, tienen que entender mi mensaje. No me dirijo a los fotógrafos, me dirijo al público en general. Quiero que mis padres entiendan mis fotos. Pero tampoco me dirijo a la audiencia cautiva de la solidaridad y las oenegés.

‘Piel de África’ © Ana Palacios

Busco público nuevo y lo hago en los centros de arte, en los muesos o en las librerías generalistas y no en las antesalas de las oenegés. Busco sacar este material al exterior, porque, como me pasó a mí, fui captada fueras de ese entorno. Hay mucha gente que está deseando ayudar.

¿Entonces podemos cambiar el mundo con la fotografía?

Podemos cambiar tanto pequeñas como grandes cosas. Tengo muchísimas historias sobre eso. Me llegan mails diciendo: “Me he leído tu reportaje en Al-jazeera. Vivo en Canadá, soy viudo y quiero donar una cantidad”, por ejemplo.

A mi escala, he conseguido pequeños cambios. Cada uno podemos hacer lo que podemos hacer. No tengo la capacidad de Salgado y recatar el Amazonas, ni Gervasio Sánchez que es capaz de cambiar la normativa sobre minas antipersonas. Pero yo llego hasta donde llego. Y el día que deje de creer en esto, me vuelvo al cine o pongo una tienda. He llegado a esto porque creo que sí se pueden cambiar las cosas.

Soy el primero que hasta hace poco no me cuestionaba sobre la mirada de los fotógrafos blancos cuando acudimos a retratar África. Pero cada vez hay una mayor sensibilidad sobre cómo se representa ese continente. ¿Crees que hemos aprendido a mirar y contar, hemos descolonizado nuestra forma de mirar, si eso es posible?

Qué bonita te ha quedado la pregunta y qué difícil de contestar. Creo que todavía existe un imaginario sobre África donde todavía aparecen niños con moscas en los ojos. Creo que hay todavía una historia única de una África pobre y sin futuro. Pero estamos muchos comunicadores mostrando otra realidad mucho más honesta sobre el continente.

‘Art in movement’ © Ana Palacios

África es pobreza, pero también riqueza, es éxito y fallo. Es todo. Democracias jóvenes, unas con corrupción y otras con buena gobernanza. Pero creo que hay que ser honesto con lo que te enfrentas. Y no tener condescendencia, hay que tener una mirada horizontal, no desde arriba. Creo que mis trabajos no pecan de mirada condescendiente.

Yo, a mi pesar, son machista, racista e incluso homófobo, porque mi sociedad así lo es desde hace miles de años. Desde que la fotografía se desarrolla, ha retratado al no occidental de una manera que ha sido nuestro referente. ¿Hay alguna manera de evitar eso?

Sí. Poniéndote en la piel del otro. La mutilación genital femenina, escandalosa, “cómo pueden las madres hacer eso a sus hijas…”. Pues hablando con la directora de una oenegé me decía que era un gesto de amor. Que las madres lo hacían para que las hijas no fueran excluidas de la comunidad y fueran consideradas puras. Aquello me volvió del revés y entendí que no podemos ir con los prejuicios occidentales ni la mirada occidental.

‘Piel de África’ © Ana Palacios

Precisamente con los niños esclavos, una de las premisas con la que comienza esa esclavitud es que los padres venden a sus hijos. Y amigas me decían que eso es imposible, pero cuando tienes seis que se están muriendo de hambre y alguien te da la posibilidad de que uno pueda seguir comiendo y con lo que te dan puedes alimentar a los otros durante un tiempo, puede que hicieras lo mismo. Si te metes en los zapatos del otro puedes ser mucho más honesta, íntegra y rigurosa contando esas realidades.

¿Y cómo te enfrentas a un público que sólo quiere que le refuercen sus estereotipos? ¿Cómo le vendes tu mensaje?

Si es así, prefiero que no me lo compre. Yo podría tener más audiencia, vender más. Podría haberme centrarme en la esclavitud sexual, por ejemplo. O en las redes de tráfico que traen niñas a prostituirse en burdeles de Italia. Prefiero centrarme en ese “manto” de millones de niños que venden palomitas en las calles, o que limpian váteres en las casas de sus nuevos dueños. Pero ése no es el problema de fondo. El problema es que sus padres creen que son su patrimonio, que pueden ser vendidos como mano de obra barata, y es eso lo que yo quiero visibilizar. Que eso es un problema generalizado y aceptado. Que la compraventa de personas está aceptada. No te digo que a esa niña la han violado diez a la vez y que su dueño ayudaba. No. Porque no es mi discurso.

Mi reto es el antisensacionalismo. Busco hacer creíbles historias importantes sin tener que dar carnaza.

“Ven, lo ves y lo cuentas”. Hace poco me escribieron de una oenegé que iba a estar unas semanas haciendo una acción en un país africano y buscaba fotógrafo y periodista “voluntario” gratis. Yo rechacé colaborar dando difusión al llamamiento porque entiendo que también la fotografía de concienciación ha de ser profesional. ¿Cómo lo ves?

‘Niños esclavos’ © Ana Palacios

Yo soy profesional de la fotografía porque vivo de ella. Y, además, le doy mucho valor a mi trabajo. Me lo tomo muy en serio, me lleva 24 horas al día los siete días a la semana. No regalo mi tiempo. Dicho esto, no significa que yo le cobre a la oenegé. De hecho, yo suelo darles dinero como colaboración, porque el dinero lo obtengo de fundaciones, empresas o subvenciones, es decir, de otros fondos que si están destinados a cubrir este tipo de proyectos, no de las oenegés. Y desde luego, no de los medios de comunicación, porque me moriría de hambre, incluso publicando en el extranjero. Tengo mis exposiciones con sus derechos de exhibición que de ninguna manera regalo. No cedo mi trabajo.

Otra cosa es que en un festival no haya presupuesto, por ejemplo, pero se buscará quién pague el transporte, los derechos del comisario y mis derechos de exhibición. No sólo no estoy a favor de regalar el trabajo, sino que hay que darle un valor alto. Porque nuestro tiempo y nuestro saber hacer es lo mejor que tenemos. Y si yo empleo mi tiempo en algo en lo que creo fervientemente, y hay empresas que sí tienen dinero para estos proyectos, voy a poner mi caché lo suficientemente alto porque creo que lo merezco.

Eso no quita para que yo adelante el dinero en ocasiones. A veces hay que pensar cómo financiarlo después. Cada proyecto tiene su forma. Y, por supuesto, no me dejo financiar por cualquiera. No me vendo a alguien que no tiene una práctica de buenas maneras.

‘Niños esclavos’ © Ana Palacios