Fernando Maquieira presenta el próximo viernes en Lens su último fotolibro, ‘Alucinosis’, un viaje lisérgico a través de sus diapositivas. Lleva décadas dedicándose a la fotografía, como oficio y como autor, pero, sobre todo, con pasión. “La fotografía siempre me va a ser fiel”, proclama. Una conversación con Roberto Villalón en el que habla de su manera de vivir la fotografía, desde la perspectiva que le da haber vivido muchos cambios en la profesión.

Fernando Maquieira (Puertollano, 1966) era un chico al que no le gustaba estudiar. Pero se graduó en las calles del barrio de Universidad, de Madrid. Lo de no tener estudios parece que lo tiene clavadito. Pero eso le ha llevado a ser un verdadero autodidacta apasionado, una esponja curiosa. 

Desde los quince años dándole a la cámara, ha ido absorbiendo todo lo que el oficio requería, no sólo de técnica fotográfica, sino también impresión o sobre tipografía. Él mismo dice que todo lo que es sexy, le tira. 

Ha sido pionero de la fotografía digital en este país. Ha vivido tiempos mejores, ha hecho “pasta” en la época en la que había dinero. Y vive la profesión con la actitud del que no se toma demasiado en serio a sí mismo, pero sí se toma en serio hacerlo bien.

Sabe lo que es importante: los amigos y la tartaleta de caramelo de una panadería de Cascorro, ir al Rastro, pasear y hacer fotos.

‘Aluciniosis’ © Fernando Maquieira

Apenas conocía a Fernando antes de este día. Había publicado algunas noticias sobre sus últimos proyectos: ‘Nocturna’ y ‘Perdido la mayor parte del tiempo’. Y por supuesto, disfruté de la visita guiada de ‘Guía Nocturna de Museos’, la maravillosa exposición que realizó en Tabacalera.

Y le tenía ganas. Es de esas personas que te caen bien desde la distancia, por la idea que te haces de ella en redes. Hay quien es mejor no desvirtualizar, pero en su caso ha sido una agradable constatación de que es como parece. Un tío lúdico, muuuy hablador. Casi dos horas de grabación. Nada pretencioso, y con una visión de la fotografía bastante afín a la mía.

Hasta la descripción que tenía preparada para él resulta que, sin yo saberlo, estaba basada en la realidad. Ese pelo que recuerda tupés pasados, con estudiado despeinado, esos vaqueros con los que me va, esas botas, esa pose, me predisponían para llamarlo el roquero de la fotografía española. Y mira por donde, ¡que ha tenido una banda! Pero bueno, un aire a El Puma si me tiene. Rocanrol. 

¿Cómo llegas a la fotografía?

Empecé porque un amigo íntimo de mi padre era fotógrafo. El “tío Fernando”, Fernando Gordillo, un fotógrafo de la Escuela de Madrid. Se ganaba la vida haciendo trabajos comerciales, entre otros, fotos publicitarias para cadenas de hoteles. Ya mis hermanos mayores habían trabajado con él, nos gustaba mucho la fotografía. Mi padre siempre tuvo cámara, hacía super8. La fotografía siempre ha tenido mucha importancia en nuestra familia. Hay muchas fotos, muchas del propio Gordillo, en las que salimos nosotros de niños. Y en verano, cuando estábamos de vacaciones íbamos a echarle una mano en su estudio.

Yo no estudié porque era un chico “problemático”. En aquella época era inaguantable, un niño que no se concentraba, con muchos pájaros en la cabeza. La fotografía me atraía mucho, pero también porque me molaba la figura de Gordillo, para nosotros era alguien importante. Y como yo no paraba de repetir curso, me mandaron a trabajar con él, con 15 años.

¿Pero te gustaba?

Sí, pero solo veía una parte muy superficial de lo que es la fotografía, no sabía nada de lo que había detrás.

¿Y empiezas a ser su asistente?

Sí. Sobre todo, me dediqué a cargar maletas. En los primeros años ochenta, cuando la industria del turismo se expandía. Viajábamos por el mundo haciendo fotos para las grandes cadenas hoteleras, que entonces eran españolas. Para hacer fotos de un salón de banquetes de 500 personas, no te imaginas la cantidad de flashes que utilizábamos. El usaba una cámara Linhof Technika de medio formato, filtraba la película y hacía múltiples exposiciones en la misma diapositiva, un filtro para cada exposición y para cada tipo de luz. En otros salones montaba docenas de paraguas, y también usaba unas bombillas que eran flashes, y que poníamos en lugar de las bombillas de las lámparas de cada mesita o en los apliques en la pared. Eras unos montajes enormes que necesitaban un montón de manos.

Viajábamos mucho a sitios como Isla Margarita, en Venezuela, haciendo fotos de todos los hoteles de la zona. Pasábamos largas temporadas. Era mucho curro, pero muy bonito. Él trabajaba muy bien, se tomaba su tiempo, sólo hacía una o dos fotos cada día, había que planear mucho cada toma.

‘Alucinosis’ © Fernando Maquieira

¿Cuánto tiempo estuviste así?

Pues hasta que hice la mili. Cuando me licencié me puse a currar en un almacén descargando camiones de whisky Chivas, donde estuve trabajando unos meses. Siempre me he buscado muy bien la vida y me ha dado igual cualquier trabajo. Y ahora entenderás cómo vivo la fotografía. Trato de hacer lo que me gusta, la vida es corta.

¿Y cuándo empiezas a plantearte la fotografía como un oficio?

Más adelante. A principio de los 90 estaba grabando discos con una banda, tocando por ahí. Se llamaba Cosa Nostra. Era mi gran pasión. Y también mucho trabajo. El autentico rocanrol era cargar con los instrumentos, los amplis, mucha furgoneta, montar, tocar por 10.000 pelas y de vuelta a casa. Entonces vivía en la sierra de Madrid y había un circuito por allí. Y un par de veces al año tocábamos en salas como El Sol, Caracol o Revolver. Los días grandes tocábamos para 150 o 300 personas, muchas veces para 15. Después de diez años sin pena ni gloria, lo dejé. 

Luego me dediqué a hacer fotos más seriamente. Con las fotos parecía que todo funcionaba mejor y también económicamente. Porque ya empezaba a hacer algunos encargos. Luego entré a trabajar en un estudio de diseño gráfico, se llamaba Zen. Ellos me mandaron a México a montar la señalética en una expo de tecnología industrial española, Expotecnia´92. Tuve que aprender a utilizar un ordenador y un plóter de corte (el primero que hubo en España que les costó casi dos millones de pesetas). Era en un pabellón enorme en DF, nos movíamos por dentro en Vespinos. Teníamos un chiringuito montado allí, y ofrecíamos vinilos con los logos a las empresas que acudían. Pasamos unas cuantas semanas trabajando como locos. Así aprendí a trabajar con los primeros Macs. 

En ese mismo estudio me encargaron organizar un archivo de tipografías. A mí me encantaba la tipografía. Las formas eran hermosas y sensuales, me tiraba mucho, si, la tipografía me parecía sexy. Ellos tenían una máquina que está ya en desuso, para hacer transferibles. Eran los únicos que la tenían en Madrid. Todas las agencias de publicidad y los fotógrafos de Madrid, cuando iban a lanzar un producto, como por ejemplo, una botella de whisky, y la etiqueta todavía no estaba impresa o tenían códigos de barras, les hacíamos una etiqueta ficticia, muy limpia, con una técnica parecida al Letraset. Tomaba los colores del Pantone, tenía que fabricar el color exacto que director de arte de la agencia nos pedía y hacerlo tal cual. Me fascinaba hacer esas mezclas de color. Entonces las agencias eran muy importantes, cobraban millonadas, y pagaban un montón. 

¿Eso te lleva a la fotografía?

Ellos me empiezan a encargar cosillas porque me manejaba bien con el Photoshop. Y mientas tanto seguía tocando con el grupo. Incluso hasta hacía de figurante en programas lamentables de televisión, haciendo play-backs con artistas como Raphael, Demi Roussos, gente así… Una época muy loca de mi vida, ja,ja. Era divertido y un dinerito fácil. Pero con mi grupo tocar para la gente era un subidón. Llegamos a sacar un disco que llegó al 20 de los 40 principales, con una compañía de discos que montaron unos amigos que parecían unos mafiosos, ja, ja. Eran colegas de la infancia que creían en nosotros. En mi barrio siempre nos hemos buscado la vida.

‘Perdido la mayor parte del tiempo’ © Fernando Maquieira

¿De cuál?

De Universidad, éramos un desastre en los estudios, pero todos nos hemos buscado buenas salidas. Mi madre tenía una tienda de animales, y el contacto con el público lo aprendí allí de niño. Con mis padres viajábamos como feriantes en una autocaravana a los concursos caninos, por los pueblos de España y luego por Europa, íbamos con los perros, cargados de todo tipo de productos que te puedas imaginar para acicalar a los perros en estos concursos. Ellos viajaban a Nueva York, o a Inglaterra, a comprarlos. Criaron campeones del mundo y todo. Mis padres siempre han sido muy brillantes y emprendedores.

¿Y cuándo dices “soy fotógrafo”?

Cuando veo que me gano la vida con la fotografíaa. Con la música tenía que tirar del grupo, intentar ganar algo de dinero para independizarme, grabar discos, pelarme con todo el mundo… Acabé harto.

Empecé a hacer mis fotos en un viaje al festival de Glastonbury en el 2000. Primero en blanco en negro, y luego ya me hice un porfolio. Y me gustó. Entendí que lo que hacía en la música de alguna manera lo podía poner en mis fotos. Sentía que la música estaba más emparentada con la fotografía, que por ejemplo, con la pintura. Podía ser poética, el blanco y negro conducía a mundos mucho más irreales de lo que había imaginado.

¿Por qué blanco y negro?

Por que era lo que hacía Gordillo. Y era lo que me gustaba. Empezaba a conocer a los fotógrafos clásicos. No conocía mucho ese mundo, ni los grandes nombres. Me gustaban las fotos, pero me manejaba sólo por intuición. Yo aún vivía la fotografía de una forma superficial. Era sólo una forma de ganar dinero. La técnica la controlaba, sabía muy bien cómo se hacían las cosas y conocía todos los procesos. Fue algo más tarde cuando me di cuenta de lo mucho que molaba, podía ser como tocar y hacer canciones. Podía hacerlo yo solo sin tener que tirar de nadie. 

‘Perdido la mayor parte del tiempo’ © Fernando Maquieira

Como la ignorancia es muy osada me llevó a lugares desconocidos, también la curiosidad, empecé a leer todos los libros de fotografía que cayeron en mis manos. Con Gordillo aprendí a hacer reproducciones de obras de arte, fotografiaba los premios BMW de pintura. Los primeros 10 años los hizo él, y curiosamente desde hace tres años los hago yo.

Y empiezas a ganarte la vida con la foto, pero ¿hacías algo más personal?

Sí. Empecé a hacer fotos para músicos, como Enrique Urquijo, Santiago Auserón, Loquillo… Pero conocí a un músico, Quique González, su manager me encargó unas fotos para darlo a conocer a las discográficas. Y nos hicimos colegas, he hecho el diseño y las fotos de las portadas de sus diez discos. Y algunos de sus vídeos, lo pasamos genial.

¿En qué momento empiezas a darte cuenta de que la fotografía es algo más que técnica?

Me pasó viendo un documental sobre Cartier Bresson. Mostraba una foto de dos mujeres en Grecia que van caminando vestidas de negro, y en segundo plano hay dos cariátides en una fachada, me enganchó lo sugerente de esa imagen, la potencia, la sutileza, la simetría, la sencillez, el misterio… pensé que era como la música. Hacer letras de canciones es como hacer crucigramas, encajar las letras de las canciones en una estructura. Está bien, pero en mi caso las composiciones eran muy básicas. Y con la fotografía era capaz complicar las cosas, y luego simplificarlas, era algo que con la música no lograba. 

José Martínez, el director de una fotomecánica que se llamaba Cromotex, me montó un plató muy mono para que yo trabajara. Era como un sueño, no me lo creía. Hacíamos muchas fotos de producto, catálogos de vinos, joyas y cosas así. Era cuando empezaba la era digital. Ellos me compraron uno de los primeros respaldos digitales que hubo en España.

‘Ruta 40’ © Fernando Maquieira

¿En qué año?

En 1991. Entonces sufrí la adolescencia de la fotografía digital. No sabes lo que he pasado para domar las impresoras, los perfiles de color, los papeles… He desmontado muchas impresoras y he construido muchos monstruitos para poder imprimir fotografías con inyección de tinta. Porque no me gustaba el laboratorio. Necesito espacio y luz natural. Y como ya controlaba los ordenadores, vi la posibilidad de positivar a mi manera. En Cromotex tenía acceso a los grandes escáneres de tambor para digitalizar los negativos. Y también usábamos unos escáneres para color con una calidad tremenda. Era una empresa increíble, aprendí el oficio y la técnicas de la fotomecánica, la mayor parte de ellas en desuso. Me encontré un nuevo mundo fascinante. Fuimos de los primeros que empezaron con el digital. Había mucho trabajo y se pagaba muy bien. Entonces había fotógrafos de publicidad que ganaban verdaderas fortunas.

¿Por qué dejó de pagarse?

Supongo que no lo valía. Je, je. Las cosas valen lo que la gente paga por ellas. Si te van pagando menos y tú aceptas, pues eso es lo que vale. Pero es que en aquella época había mucho dinero, y todos esos trabajos se pagaban muy bien, además tenían algo así como un halo de glamur. Incluso las imprentas. Cromotex era una boutique de la preimpresión, la fotocomposición, maquetación, diseño, etc… Construyeron una nave industrial con todos los últimos adelantos, Venían muchos fotógrafos, artistas, editores, comisarios a encargar sus libros, allí trabajaban grandes profesionales.

En esa época estudiaba bastante sobre la estética fotográfica. Leía bastante y aprendí mucho, me compraba todos los libros de la editorial Gustavo Gili, y todos los que se publicaban sobre fotografía, ‘La Cámara Lúcida’ de Barthes, o los de Susan Sontang, que me rompió la cabeza. Me hizo boom.

¿Qué te generó?

Me abrió un montón de posibilidades. Había estado haciendo el gilipollas con la música y me entró la luz, como cuando enciendes la luz de un sótano y descubres que está lleno de juguetes. A mucha gente le pasa, que en un momento dado estás leyendo algo y te dices, sí, es esto. Se te abre la mente, como por ejemplo, cuando leí acerca del punctum y te dices, “claro, ahora lo entiendo”. Y de repente empiezan a tener sentido las cosas que intuías, pero realmente no sabías, las estabas buscando, y ¡zas! de golpe las ves nítidas cuando te las explican divinamente. Yo no tenía palabras para eso. 

No tengo una mente para la escritura, no tengo estudios. Si hubiera tenido el bachillerato o una carrera, seguro hubiera trabajado más la escritura. Luego he leído bastante, tenía una sed de conocimientos brutal.

Y ¿cómo surge tu primer proyecto, el libro de México?

Me surge una posibilidad de viajar a México, por una carambola de la vida. Tengo un primo que se llama igual que yo, y tenía un billete a su nombre, y no podía ir, así que me lo regaló. Al final, si pudo venir y se compró otro billete. Alquilamos una furgoneta entre mi hermano Nacho, mi primo y dos amigos. Nos bajamos desde Yucatán hasta el Pacífico Sur, pasando por Chiapas y acabando en la Ciudad de México. Fue un viaje completamente lúdico. Lo pasamos genial. Y yo iba haciendo fotos con mi Nikon y dos objetivos. Tiré unos cuantos rollos, pero no demasiados, no soy muy de tomar miles de fotos.

Veinte Días Mexico © Fernando Maquiera

¿Carrete y no digital?

Sí. Ya tenía digital. Era el 2001, pero prefería tirar con carrete.

Y cuando haces este viaje a México, empiezas a hacer tus fotos y acabas haciendo un libro.

Sí. Un libro de una colección que llevaba Rafael Doctor. Entonces yo no le conocía. Cromotex, junto a la imprenta TF y Coidys, que eran fabricantes de papel, (grandes empresas tristemente hoy desaparecidas). Crearon una colección de libros que se llamaba Arte Sobre Papel que comisariaba Doctor.

Encargaban a artistas, generalmente plásticos, como Marina Núñez o Enrique Marty, que eligieran un papel del catálogo de Fredrigoni y que lo usaran para hacer una obra pensando en un libro. Después se imprimían 2.000 libros a modo de facsímil de su obra con el mismo papel que habían elegido para pintar o lo que quisieran hacer y finalmente los enviaban a las instituciones, museos, y la gente de la cultura. Era una campaña de marketing de estas empresas, para mostrar la calidad de lo que hacían, y al mismo tiempo ayudaba a los artistas seleccionados a desarrollar y difundir su trabajo. 

Yo estaba imprimiendo con una Epson 2000p de DinA4, era la primera de inyección de tintas pigmentadas. Un día vieron una foto que había impreso en esta máquina y me dijeron que sí conseguía imprimir mis fotos sobre algún papel de su catálogo me harían un libro para la colección que patrocinaban. Así que me puse a ello, tuve que trucarla para imprimir sobre el papel offset que había elegido, Phoenix Motion Xantur. Resultó ser un papel extraordinario.

Resumiendo, vine de México, me hicieron la propuesta y acepté. A continuación, usé esa impresora, usé ese papel. Hice muchas pruebas, le quité los rodillos para que no dejara rastro en las tintas húmedas. Y tras la impresión, lo dejaba secar y luego le aplicaba con un spray el barniz, y quedaba genial. No lo pensé mucho. Fue todo un poco en base a mi intuición.

Y ¿cómo fue la experiencia de salir en la colección?

Tuve una reunión con Rafa Doctor para enseñarle las fotos para el libro. Él no confiaba mucho porque no me había seleccionado. Cuando le enseñé mis fotos hizo tres montones, uno era “SÍ”, otro “NO” y el tercero “A LO MEJOR”. Era la primera vez que vi a alguien editar. Me dejo fascinado lo rápido y lo bien que lo hizo. Y trabajé con las del primer montón e hice la edición final del libro. Volví con la maqueta, me dijo que le había gustado mucho y el libro se hizo.

¿Cuál era tu concepto de libro?

Los libros siempre me han gustado. En mi casa siempre ha habido libros. De niño me sorprendía cuando iba a casa de amigos y no había libros. Y aunque odiaba el colegio, me gustaban los libros. El libro me parece el formato ideal para mostrar un trabajo fotográfico.

¿Por qué?

Porque lo puedes sostener entre las manos. Te da la oportunidad de crear secuencias, de jugar con los ritmos. Pienso que los libros son como minas que pueden explotar muchos años después de haberse publicado. Yo los edito como si fueran canciones. Y utilizo el color como si fuese una melodía.

‘Ruta 40’ © Fernando Maquieira

¿En qué se traduce eso?

En que tiene que haber una introducción o una apertura, debe tener sus valles con subidas y bajadas de intensidad, un final apoteósico o quizá terminar simplemente con un chimpón. Tienes un montón de recursos cuasi musicales o cinematográficos que puedes usar en los libros. Los hago jugando con esa intención. No creo que se vea de una manera muy evidente, pero creo que de alguna forma se siente.

¿El primero ya era así?

Sí. Y a partir de ahí he ido haciendo mis libros perfeccionando ese planteamiento. Siempre estoy jugando con los cromos. Y llega el día en que aplico a una beca.

La Fotopres, ¿no?

Sí. Es que yo también tenía mis sueños sobre los viajes. Me fascinaban las historias de los colonos pioneros que viajaban a América buscando un futuro mejor. Un día me hablaron de una carretera en argentina que recorría todo el país del norte a sur, a lo largo de 5.000 km. En línea recta al pie de los Andes. Y me fui por mi cuenta para viajar por ella y hacer fotos. Dejé a una asistente que tenía entonces a cargo del estudio, Amy Chang, una chica norteamericana de origen chino, muy lista. Un amigo argentino me alojó unos días en Buenos Aires, y de allí me fui a la frontera con Bolivia. Son unas distancias brutales, en términos europeos la Ruta 40 es como recorrer la distancia desde Lisboa hasta San Petersburgo.   

¿Y qué pasó en Argentina?

El primer tramo, conseguí una ayuda del Gobierno Argentino que me pusieron un coche y un chofer. Hice la mitad del viaje antes de pedir la beca. Me di cuenta, que para las becas, suelen apostar por proyectos ya empezados. Yo presenté mi viaje desde la Quiaca hasta San Carlos de Bariloche, algo menos de la mitad del viaje total. Y con la ayuda del Fotopres´07 hice la segunda parte.

Pero aquello no llegó a ser libro.

Publicaron un catálogo con todos los becados y premiados de ese año.

¿Y tú ya planteabas cómo ibas a reflejar tu visión de Argentina?

Qué va. Yo solo quería hacer un viaje por los lugares que habían recorrido los primeros colonos europeos. Vivir la experiencia. Yo quería viajar por la Ruta 40 haciendo fotos y ya veríamos qué salía.

Al final, visto desde la distancia, a mí, lo que me gustaba era el acto fotográfico. Vivir la experiencia que me permitía la foto, las mejores que podía haber soñado.

¿No habíais definido cómo abordarlo?

Bueno, suelo leer muchas cosas antes de ir. Me obsesiono mucho, estudio un tema, luego me deja de interesar y paso a otra cosa. Me documento sobre los sitios y tomo mis notas.

Mira, en Argentina llegué a Trevelin una ciudad muy pequeña, donde todos eran descendientes de inmigrantes de Gales, muchos de ellos rubios de ojos azules, aquellas fotos formaron parte de mi primera exposición en un centro de arte, que entonces era muy prestigioso el CAB de Burgos, el director entonces era Emilo Navarro que me dio la oportunidad de exponer, un gran tipo y muy apasionado del arte.

‘Fé’ © Fernando Maquieira

Y también están en la colección de la Fundacion Mapfre. Carlos Gollonet es otro de los comisarios que más me han apoyado y confiado en mí. Le estoy muy agradecido, porque realmente es de gran ayuda para cualquier artista tener la confianza de los comisarios para seguir trabajando y avanzando en su carrera.

A mí, cuando hice aquél viaje, me interesaba la gente. La apariencia que tiene la gente en foto.

¿Qué quieres decir con eso?

Ver cómo se traducen las cosas, de la realidad, de lo que mis ojos ven, a la apariencia que adquieren ya transformadas en fotografía.

También pedí una beca para fotografiar la Alhambra durante un año. Me hicieron un librito y todo. Incluso hice un trabajo sobre los festivales regionales europeos. Sobre el folklore y la identidad de los territorios. Me interesa mucho la representación. Como mostramos nuestra identidad o pertenecía a un determinado grupo a través de ciertos códigos, como los uniformes, por poner un ejemplo.

Cuando me dieron la Beca de la Academia de España en Roma hice un trabajo acerca de la fe. Me empezaron a interesar los conceptos invisibles. ‘Anima’, por ejemplo, una serie de animales disecados que había hecho en los museos de Ciencias Naturales un año antes.

Encontré un tema que me parecía fascinante para la fotografía. Un poco simple, y además, tabú. Lo invisible. Algunos amigos me decían “Tú no puedes fotografiar cosas invisibles, ¿eres gilipollas? ¡Que eres fotógrafo!” Pero me interesaba ese concepto, como la fe. Otro concepto invisible, en la que se basan las religiones para ejercer un poder político y que cooperen millones de personas en una misma fe durante miles de años. También la puesta en escena de las religiones me interesó mucho.

Y descubrí otra cosa que me flipaba: La arqueología genética.

‘Fé’ © Fernando Maquieira

¿Qué es eso?

¿No te ha pasado nunca que te has visto haciendo gestos de tu padre, o de tu abuelo?

A mí de hecho me comparan con un bisabuelo al que ni conocí.

Pues eso es arqueología genética. Las personas, cuando posan en las fotos, a veces le salen gestos de sus antepasados. Yo no les doy indicaciones y posan como pueden, en una tensa naturalidad. 

Cuando usas la cámara RolleiFlex, con la que se toman las fotos de abajo a arriba, elevas al retratado, le dignificas, da igual sea pobre o rico. Y puedes mantener la mirada con el sujeto retratado, porque no tienes una cámara que impida el contacto visual. Al final, toda esta experimentación te conduce a algún sitio. No sabes dónde hasta que terminas el trabajo y lo editas, ahí descubres lo que has estado haciendo, sumando lo que has ido aprendiendo a lo largo del tiempo.

Y cómo ves la desconexión que existe entre los diferentes campos de la fotografía. Las diferentes áreas que, a mi entender, se ignoran.

Al final te enrollas con lo que te gusta, cada uno tiene su campo donde se siente bien según sus inquietudes. Pero no creo que muchos fotógrafos de moda o periodistas, por poner un ejemplo, cuando terminan su trabajo, desarrollan una carrera personal. La mayoría de los fotógrafos profesionales que conozco, fuera de este mundillo en el que tú y yo nos movemos, usan la fotografía para ganarse la vida. Hacen sus fotos y luego cuelgan la cámara, hacen la vida con su familia o tienen otras aficiones, Para mí, no funciona así. Es una forma de vivir. Me levanto con fotos y me acuesto con fotos. 

¿Y te sirve la fotografía para contar lo que quieres? ¿No te decepciona?

Claro que me decepciona la mayor parte de las veces. La fotografía es testaruda, es lo que está impreso en el papel, no lo que has fantaseado o quieres que sea. Yo creo que la fotografía no nos da todo lo que le pedimos, pero nos supone una experiencia que nos ayuda a crecer. Y no sirve para cambiar el mundo.

A mí la fotografía me aporta preguntas sin respuesta, que me llevan a otros sitios que por mí mismo no llegaría. Pero en verdad, ambiciono hacer buenas series, empezando por hacer buenas fotos.

¿Y qué es hacer buenas fotos?

Para mí, es hacer fotos que se parezcan a algo que alguna vez vi, leí, imaginé o soñé. Mis fotos son experiencias que viví, pero no tratan de mí. Son traducciones del mundo que me rodea. Siempre había trabajado de forma intuitiva. Eso ha sido siempre así, hasta que me metí en los museos.

‘Fé’ © Fernando Maquieira

Antes de que lleguemos a ese trabajo. Profesionalmente haces reproducción de obras de arte. ¿Te ha influido tener acceso a tanto arte?

Sí. Mucho. La composición, el color, la forma, la textura, los materiales, el sentido, etc. He reproducido muchas obras de arte. pero no las fotocopio, es que me meto en ellas y las interpreto para que cuando se impriman en un catálogo, fuera de su escala real y con la limitaciones de una reproducción industrial, pueda hacerme una idea lo más fielmente posible de lo que expresa esa obra. Pero una reproducción de un cuadro en un libro no te permite sentir la experiencia de estar frente la obra original.

¿Qué opinas de ese tipo de fotografía que nos cuesta entender incluso a gente que estamos en este mundo?

Me lo llevo al arte contemporáneo donde la fotografía está muy presente. He conocido a muchos artistas gracias a mi trabajo de las reproducciones. Y hay algunos de ellos profundizan tanto sobre un tema o una idea, que la desconectan de todo lo demás. Entonces tienes que conocer tanto como él su tema, o no entiendes nada.

¿Cómo está el trabajo profesional?

Muy mal. No se valora la calidad. Solo el precio.

¿Y eso cómo se cambia?

No lo sé. Es que somos un país pobre, también culturalmente. Es difícil. Cualquiera que se dedique a una actividad artística es sospechoso, pero también me gusta ese puntillo, algo así como al limite de la ley. Yo lo que hago es tratar de sobrevivir sin hacer daño a nadie.

Y entras en los museos como un ladrón. Cómo surge lo de los museos por las noches.

A través de mi relación con los museos y las obras de arte, y de ir mucho a los museos de día, me pregunté como se interpretarían esas obras con otra luz o la ausencia de ella. 

‘Nocturna’ © Fernando Maquieira

¿Con qué finalidad?

Cuando empecé no sabía que iba hacer. Yo quería vivir la experiencia de deambular por por los museos por la noche y ver qué podría a salir de ahí y cómo lo iba a afrontar.

¿Cómo obtuviste los permisos?

Pues gracias a Mapfre y el Prado, con quienes colaboro habitualmente. Eso me abre las puertas de otros muchos museos. Excepto en el Guggenheim de NYC, por los derechos de autor de las obras. En Estados Unidos fue muy fácil, porque entienden estas cosas. En Italia fue muy complicado, pero al final estuve en muchos museos. Y fui haciendo mis fotos, acumulando museos, viajes, viviendo nuevas experiencias. Y cuando pude fui a Moscú, a Roma, a Florencia, a Londres. Voy escribiendo a los museos, a los departamentos deprensa o directamente al director. Es cuestión de insistir elegantemente. Te picas. Y lo vas consiguiendo.

¿Y cómo te planteas el libro?

Llevaba siete años con ello y no sabía cómo hacerlo. Le di muchas vueltas, me daba miedo que fuera aburrido (en mi opinión es el pecado mortal de cualquier actividad cultural). Lo veía viejuno. Hice varias maquetas y me forcé a hacerlo. Y al final hice el libro. Me ayudó mucha gente.

Quería que fuera algo realmente bien hecho y que sirvieran mis conocimientos sobre los papeles, la fotomecánica, del color, las técnicas de impresión. Ese trabajo que tanto me gusta y con el que disfruto mucho. Y al final me fui metiendo hasta obsesionarme y autoeditar el libro ‘Nocturna’, gracias al micromecenazgo en Verkami que funcionó muy bien.

‘Guía Nocturna de Museos’ © Fernando Maquieira

Y también fue una maravillosa exposición. Para mí ha sido una de las que más he disfrutado en los últimos años.

Me alegro mucho. Yo tenía muy claro que tenía que montar ‘Guía Nocturna de Museos” y proporcionar al visitante una experiencia parecida a la que yo había tenido en los museos por la noche. Y como un barman hacer un buen coctel mezclando el arte, las fotos, la historia, los museos y el espacio. La sala principal de Tabacalera me parecía el lugar ideal, por el laberinto que es. El lugar ya me estaba dando el cincuenta por ciento de la exposición. Estuve dos años detrás de Begoña Torres,de Promoción del Arte del Ministerio de Cultura. hasta que al final la convencí.

Paco Gómez se involucró mucho en el diseño de la exposición y acabó haciendo las labores de comisariado. Él ya había hecho exposiciones en ese lugar. Paco era un tipo que conocía de los bares y de los saraos fotográficos, me caía bien, y a raíz de esto nos hemos hecho buenos amigos. Es otra de las cosas que me merecen la pena de este trabajo, la gente y amigos que incorporas a tu vida. Paco tiene muy buena cabeza para la composición y grandes habilidades para la comprensión y lectura de los espacios. 

Y también sumamos a Juanan Requena, a quien los dos admiramos mucho, Juanan nos ayudó a vestir con una luz exquisita la exposición. Como siempre, no sabía que iba a salir de ahí, en principio tengo clara una cosa, pero si me aferro demasiado a mi idea la puedo fastidiar. Y hay que abrirse a más opiniones. Yo tiro mucho de lo que me aportan los amigos y la gente en la que confío. Porque este es un trabajo muy solitario. Y soy una como una esponja, absorbo lasideasy las llevo a mi terreno. Porque las cosas son mejores compartidas que cuando los hago yo solo. Y una exposición es un trabajo de equipo. Es cierto que para nos podemos bastar solos para hacer fotos, pero necesitamos de los demás cuando mostramos nuestro trabajo. 

La exposición generó buenas críticas, y que se te valorase como autor. Lo siguiente que haces es una exposición de fotografía de calle, que ahora está tan denostada. ¿Es toda una declaración de intenciones de que tu fotografía es cualquier cosa que tú hagas?

Es que siempre he hecho ese tipo de fotografía. Siempre he ido a todos lados con una cámara. A veces está mal visto ir siempre con la cámara a cuestas, hasta para los colegas fotógrafos. Pero la fotografía en la calle me aporta un entrenamiento diario de lo que veo, lo que interpreto y lo que la foto me dice. Ojalá tuviera más tiempo para deambular por la calle y hacer mas fotos.

En las épocas en las que no he tenido pareja, para curar las penas del espíritu, la calle me ayuda. La fotografía me salva. En los momentos difíciles me agarro a ella, siempre me va a ser fiel. No es terapia, es una forma de vida que me llena.

‘Ánima’ © Fernando Maquieira

Y lo último que nos enseñas es ‘Alucinosis’. ¿De qué va?

A raíz de una mudanza. En el sótano de mi estudio tenía cientos de diapositivas en cajas de cartón. Eran fotografías de mis viajes. Las diapositivas siempre me han parecido un objeto fascinante y la calidad, era la máxima en aquella época. Con la humedad del sótano, fueron colonizadas por unos hongos que terminaron por desfigurar las imágenes. Toda aquella vida que fotografié en los 90 se habían transformado en una cosa totalmente nueva y de forma aleatoria. Igual que sucedió con el descubrimiento del LSD, pura serendipia. 

Me interesan mucho las relaciones que se pueden hacer a partir de ‘Alucinosis’, las conexiones con otros temas que me interesan, como el propio descubrimiento de Albert Hoffman,la influencia en contracultura de los años 60 y 70, la Psicodelia, la música, los experimentos secretos de la CIA con la LSD que se parecían mas a los de la T.I.A. de Mortadelo y Filemón, los escritores aficionados a expandir su conciencia como Aldous Huxley, los personajes desmesurados como Timothy Leary, la historia de las colonizaciones, y así un montón de conexiones por el que este librito me ha ido llevado.

A mí me recuerda a muchos trabajos que versan sobre la materialidad de la fotografía. Como el trabajo de Fontcuberta y los caracoles. Y me sorprende que no utilices esos argumentos.

El trabajo de Joan Fontcuberta me encanta. Me he leído casi todo lo suyo, le he conocido hace poco, me dijo que mi libro le parecía magnifico. Su serie Trauma pertenece a la misma naturaleza que ‘Alucinosis’, pero mi libro es un viaje cósmico para el lector. Otra experiencia.

‘Aluciniosis’ © Fernando Maquieira

Empiezas viendo lo que hay, pero de forma extraña. Y poco a poco vas dejando de identificar lo que ves. Llega la noche y todo se desvanece en una abstracción lisérgica. Y mas tarde poco a poco se van recuperando las formas. Como ves el nombre no aparece en la cubierta. Este libro que tiene que hablar por sí mismo. Y bueno, he intentado hacer el mejor libro posible, con el menor coste posible. Lo máximo con lo mínimo. 

Está impreso en Durero en una máquina digital de inyección de tinta, con los perfiles de las imágenes en RGB, me dejaron juguetear con la máquina y la llevé al limite de sus posibilidades para este libro, disfruté mucho todo el proceso.

Puedes encontrar el libro de Maquieira en la web de La Rueda.