María Santoyo, historiadora del arte, comisaria, gestora cultural y docente, conversa con Agustín Roba sobre su forma de entender la fotografía y sobre el panorama artístico y fotográfico actual. Santoyo reivindica la necesidad de ser más libres, de perder el miedo al error para ser realmente creativos.

María Santoyo es licenciada en Historia del Arte por la UCM, investigadora, gestora cultural, profesora… Lleva unos cuantos años dedicándose a esto del arte. Como investigadora se ha centrado en la historia de la fotografía y la arqueología de la imagen. Ha comisariado una decena de exposiciones, como las dedicadas a Julio Verne o Nikola Tesla en Telefónica, y publicado cuatro libros especializados. Desde este curso es Directora del Máster Internacional de Fotografía Contemporánea de EFTI. Y no hay que olvidar que es la responsable de la gestión del Archivo Ragel, una colección fotográfica de cerca de 10.000 negativos de finales del XIX y principios del XX.

Conocí a María siendo mi profesora. Circunstancias de la vida nos llevarían a encontrar lazos en común, mi amigo Antonio y ella pasaban las navidades juntos. En la entrevista me confiesa que él era su amor de pequeña. Hay algo mágico en María, cercanía, dulzura y educación. Antonio me dice que se notaba que estudiaba en el extranjero. Aun así, sin conocer el yang, me la imagino justa e implacable. Y ahora que estudia artes marciales, no me gustaría estar en el lado de los enemigos.

La entrevista transcurre en su estudio, donde una vez vivía su abuela, en lo que ahora es un barrio de lujo y donde años atrás convivían en el mismo portal prostitutas de lujo que la cuidaban. Sí, esto también era Madrid. Era más humano, los vecinos se echaban una mano.

¿Cómo surge tu interés por la fotografía?

Estudie Historia del Arte y desde siempre lo que más me gustó de la carrera fueron las asignaturas en las que había que interpretar las imágenes. Situo mi interés por la fotografía en la lectura de la imagen. Me gustaban las asignaturas de iconografía. Para mí era casi lúdico ver una imagen e interpretar todo lo que esconde, no solo la superficie, sino hasta dónde se pueden extender los símbolos de esta imagen. Me gusta leer, en su sentido amplio. Y ya antes de terminar la carrera me puse a trabajar en galerías de arte.

¿Cómo entras en las galerías?

Mandé cerca de doscientos currículums. Y me llamaron de tres sitios, dos para trabajar gratis. Y acabé en la galería META! en la que me contrataron con 20 años, como asistente en la recepción. La galería representaba algunos artistas que no me interesaban mucho, pero había dos me fascinaron, tanto desde un punto de vista personal como por sutrabajo. Eran Nacho Criado y Darío Villalba.

Nacho Criado era artista conceptual, performer, trabajaba en el mundo de lo objetual, pero también de la acción y utilizaba la fotografía como registro. A mí entonces me interesaban mucho los movimientos como el minimalismo, la performance.

Darío Villalba es uno de los mejores fotógrafos que ha dado este país. A él no le gustaba que le llamaran fotógrafo. Se consideraba pintor, pero fue el primero que utilizó la fotografía como soporte. Hizo unas fotos en Londres cuando vivió el Swinging London, mientras aquí teníamos una dictadura. Vino con un ataque frontal a todo lo que estaba establecido. En ese momento ni siquiera lo supimos ver. Ha sido uno de los artistas peor tratados cuando realmente ha sido fundamental. Ha tenido una influencia muy grande en artistas extranjeros. Fue a través de él como me empecé a interesar por la foto.

Después de la galería, trabajé en una empresa de gestión cultural que estaba especializada en proyectos expositivos de archivos fotográficos. Descubrí que yo tenía antepasados fotógrafos, y me puse a trabajar con el archivo de mi bisabuelo. Y ya me metí de lleno en el mundo de la fotografía.

De todos modos, a mí no me gusta establecer distinciones entre un tipo de imagen u otra, a mí me interesan más las acciones. Es cierto que la fotografía terminó siendo mi ámbito profesional. Pero lo cierto es que cualquier acción que suponga un resultado que yo pueda leer, interpretar, que ayude a impulsar movimiento, que ayude a que se siga creando, todo eso me interesa de partida. La fotografía creo que tiene un gran potencial que no creo que se esté aprovechando en estos momentos.

Hablando de estos momentos, ¿cómo ves el panorama de la fotografía en España?

En España, en la fotografía, como en otras muchas cosas, todavía estamos en pañales. Nos ha faltado una revolución en todos los sentidos, en el político, en el cultural. Hemos llegado en paracaídas a una cierta industria cultural que no hemos generado a partir de la propia cultura, sino a partir de la estructura.

Creo que eso ha sido interesante desde el punto de vista del crecimiento. De repente surge un festival como PHotoEspaña, o todo el fenómeno editorial sobradamente conocido. Hay muchos fotógrafos con mucho talento, pero el mundo de la foto en España es un poco conservador.

Tal vez el mundo de la fotografía está siendo conservador en toda Europa. Veo actitudes más dinámicas en Latinoamérica y desde luego en sociedades en desarrollo. Incluso en África estamos viendo movimientos interesantes. Zonas que no conocemos en absoluto y, de repente, te llega alguien y te da toque. Y nosotros bregando con cosas que están sobre la mesa desde hace 50 años. Alguien de manera desprejuiciada está utilizando la fotografía como lo que puede llegar a ser, que es un medio casi infinito.

La fotografía en nuestro país se pone muchas barreras a sí misma. Tanto los propios creadores como la pequeña estructura cultural de difusión, galerías, el mercado, que es prácticamente inexistente. Pero bueno, se están poniendo barreras, pese a lo poco que tenemos, tal vez por falta de confianza.

¿Qué razones ves detrás de esa falta de confianza?

Para generar un ambiente creativo válido, que genere polémica, que genere movimiento, que genere una respuesta en el público, y no sólo especializado, sino en el público en general, hay que asumir el error como parte del proceso. Y nosotros no aceptamos el error en absoluto.

Nos vamos a tendencias, a maneras de plantear las imágenes muy seguras que entran dentro de unos códigos que están ya abalados por el establishment internacional. No nos movemos en otros territorios, por miedo al rechazo probablemente, por falta de seguridad, tal vez por falta de bagaje y por falta de tradición fotográfica.

Miento, hay una tradición fotográfica en España, pero ha sido rechazada por las actitudes más experimentales que hubo en España en los años 60. E incluso si nos vamos mucho más atrás, en los años 20 había nombres muy interesantes, gente que estaba empezando a investigar, gente que estaba empezando a traer maneras de afrontar la imagen que se veían en el resto de Europa, que se veían en revistas especializadas. La gente se estaba atreviendo a mirar de una manera concreta.

Pero en seguida todo eso se ha autodestruido de alguna forma. Se han impuesto normas para pasar por europeos, para pasar por internacionales. Cuando en el arte ésa es la peor actitud que uno puede tener. Al final, todos estamos contribuyendo al asentamiento de una academia, se está generando una fotografía académica. Veo la fotografía española muy conservadora.

¿Hemos perdido identidad?

Al contrario, yo creo que hemos intentado asumir que existe una identidad, cuando, justamente, el signo de los tiempos, la contemporaneidad, es fragmentaria. Cada idiosincrasia e identidad es propia.

Yo creo que hemos perdido espontaneidad, libertad. Capacidad de asunción de riesgo, capacidad de asumir el fallo, el error, la incomprensión por parte del público. Hemos perdido capacidad de salir de nuestra zona de confort, que es algo en lo que yo creo que consiste la creación. Es enfrentarte a tus propios miedos. Enfrentarte a un público para poder expresar una serie de cuestiones y no utilizar la fotografía como un medio políticamente correcto.

Se está viendo mucha fotografía como herramienta de transformación social. Desde luego defiendo ese papel, pero no es el único. Ni es fundamentalmente el papel del artista. El artista no es un asistente social. El artista es artista. Y es justamente en el ejercicio de su libertad y en la diversificación del ámbito artístico donde está la verdadera capacidad de confrontar qué tiene el arte frente a lo establecido, frente a todo aquello que nos desagrada de la política, frente a todos los problemas que puede tener una sociedad. No es abordarlos como un periodista, es abordarlos desde nuestra libertad.

Yo creo que la libertad es fundamental y probablemente lo que hemos perdido es ejercicio de libertad sin escrúpulos, sin miedos y con todos los errores que eso pueda conllevar, con todos los fallos, con todas las tendencias que en un momento dado no cuenten con el aplauso de todos. Intentar obtener el aplauso de todos para mi es inane, no lleva a ningún sitio. La experimentación es algo que se ha perdido y habría que recuperar.

© Gastón Tagtachián

También trabajas en el ámbito educativo. ¿Cómo ves a la gente joven que empieza su educación?

Yo creo que la gente joven viene con unas virtudes, unos potenciales de fábrica que tienen que ver con la generación a la que pertenecen, con el paradigma digital. Tienen una capacidad inmensa de trabajo multidisciplinar. Una capacidad muy grande de interrelacionar unos temas con otros, es como el “cerebro google” y todo está menos compartimentado en sus vidas. Las relaciones sociales, el conocimiento, la información a la que acceden. Ellos cuentan con ese potencial de fábrica, pero el sistema educativo no se ha adaptado a ese potencial.

Entonces intentamos adocenarlo. Convertirlo de nuevo en un sistema de especialización de primero esto, luego lo otro, ordenado. Hay un principio, hay un fin, hay un orden cronológico. Hay una narrativa. Intentamos meter ese espíritu que explota en todos los sentidos en una línea. Y eso, en general, fricciona. Al final puede generar desconcierto, y se desaprovecha ese potencial.

En el fondo, en la educación, o lo que a mí me interesa de la educación, es precisamente ese confrontarte con lenguajes y con maneras de entender la vida, el entorno y la creación. Que no son las que tú has aprendido, que no son las tuyas, pero que son un síntoma de que eso funciona. Porque hay un nuevo lenguaje, porque avanza, porque no estamos todos en la misma línea.

Hay un sistema como de doble adaptación. Creo que es importante tomar ese potencial, saber interpretarlo, saber leerlo, saber también tus limitaciones como docente. Al no formar parte de esa generación, hay muchas cuestiones que no alcanzo a comprender, pero tengo que hacer el esfuerzo de asumirlas. Para poder sacarles el mayor partido posible y que esa gente sepa utilizar las herramientas que tiene y disponer de otras.

También creo que hay un choque entre las generaciones más jóvenes y sus aptitudes, y nuestra necesidad de encajar esas aptitudes en una serie de compartimentos estancos, de contenedores que no sé hasta qué punto siguen sirviendo.

Para mí sería interesante que el contenedor se adapte a los nuevos contenidos, no al revés. Probablemente al final esté respondiendo a las dos preguntas que me planteabas con esta misma imagen. No me interesa que la creación, que la fotografía, cualquier tipo de creación, se amolde a un contenedor. A mí me interesa que los contenedores se generen como respuesta a una creación. Y ahora todo está estructurado. Hay un sistema. Y al haber sistema, hay un enorme contenedor. Y todo el mundo está intentado entrar en el sistema, a costa de perder espontaneidad, de perder riesgo, de perder libertad creativa por miedo al rechazo, por miedo a la incomprensión. Pero si echamos la vista atrás, casi todos los fotógrafos que hoy tenemos como referentes fueron rechazados e incomprendidos en su momento.

¿Cómo te saltas el sistema?

Intentando precisamente volver a generar un sistema que responda a la realidad creativa y no al revés. No intentar encajar una realidad creativa dentro de un sistema. Volver a una función mucho más elástica, donde las estructuras estén a disposición de la creación. No al revés, no la creación a disposición de las estructuras.

Cambiar los papeles y devolverlos al origen. Eso serviría para todo, para la estructura que genera formatos de difusión, libros, exposiciones, etc. Que haya un verdadero diálogo entre el artista y los mediadores –por llamarlos de alguna manera–, los agentes culturales. Una verdadera voluntad de asumir la creación que se nos está poniendo sobre la mesa. Y cuando percibimos que en esa creación hay algo válido, algo perdurable, relevante, algo que merece la pena ser contado, hacer el esfuerzo, arriesgar y contarlo.

Cuando digo arriesgar lo digo en todos los sentidos. Arriesgar es apostar por alguien que no conoce nadie, aún a costa de poder equivocarte. Invertir dinero cuando lo tienes para apostar por alguien. Que las estructuras públicas, ya que pagamos impuestos, se pongan al servicio de eso, no al servicio de seguir alimentando a la consagración. Porque la consagración es algo que llega con el tiempo, pero una vez que ha llegado, las instituciones tienen que ocuparse de lo que está entrando en ese momento.

¿Cómo?

Poniendo a gente con criterio en las estructuras de decisión. Y cuando alguien tiene criterio normalmente apuesta por lo nuevo. No por el simple hecho de ser nuevo, sino porque es válido. Sin miedo, sin miedo al “ay, pero este chico no ha ganado ningún premio, esta chica no tiene padrinos”. Si lo que me está presentando es algo que te está removiendo, conmoviendo, que te está diciendo algo que consideras que merece la pena ser dicho, adelante.

© Gastón Tagtachián

¿Ésta sería una de las claves de lo que nos diferencia a Europa de otros sitios emergentes que has mencionado antes?

Se está viendo que en Latinoamérica hay un entorno cultural mucho más dinámico, también porque nuestros momentos históricos son distintos. Ahora, por ejemplo, por mi experiencia profesional en algunos países de Centroamérica y de América latina, está empezando a generarse ese tejido cultural que tuvimos en esas épocas buenas, como hace 15 años. Grandes empresas de gestión cultural, apoyo gubernamental para creadores, estructuras académicas universitarias donde se están generando laboratorios de creación, un tejido empresarial que en un momento dado también apuesta. También porque está influido por EEUU, por esa perspectiva del mecenazgo y de que consideran que la cultura en un momento dado es algo que no sólo tiene que tener un retorno mediático de comunicación o un retorno en forma de votos, sino que el simple hecho de apoyar la cultura desde el estamento privado puede servir.

Que suceda eso hace que haya más efervescencia. También, las propias realidades políticas en América Latina no tienen nada que ver con lo que estamos viviendo en Europa. Son sociedades con muchos más problemas de raíz y el artista tiene un papel muy dinámico en esa sociedad, muy comprometido, lógicamente. En Europa digamos que somos la generación que no ha vivido guerras, y aunque venimos de donde venimos, es cierto que hay una actitud mucho más apolillada, mucho más profesionalizada, pero al mismo tiempo mucho más gris.

Tenemos grandes citas internacionales que supuestamente dan cuenta de lo que se está moviendo en el mundo. Curiosamente todas ellas están mirando hacia otros sitios. Se están orientando a países donde la creación se está poniendo al servicio de las propias necesidades del país, entonces eso genera un movimiento que desde la vieja Europa resulta muy dinámico.

No es culpar a Europa de sus propias circunstancias históricas, pero sí es cierto que la actitud creativa está siendo bastante más conservadora de lo que cabría esperar. Hemos perdido también esa posición de faro. Ya no nos necesitan esas sociedades en desarrollo. Ya no hay un centralismo cultural por el cual ya haya que pasar por Europa o Nueva York para consagrarse. Sino que se pueden generar estructuras laterales. En ese sentido ahora está todo muy descentralizado. Así tiene que ser.

Es mucho más difícil para el crítico o para el historiador intentar tomar el pulso a esa realidad. Hay que ser curioso. Comprender que no vas a poder acceder a todo y que probablemente tu criterio sea uno, pero que el de otro sea igualmente valido, aunque no coincida con tus intereses. Eso dificulta mucho las cosas a nivel educativo, a nivel institucional. Pero bueno, creo que es el gran reto que tenemos que asumir.

¿Qué consejos darías para alguien que comienza en el mundo del arte?

Primero, antes de contestar esta pregunta, me cuestiono hasta qué punto estoy legitimada para dar consejos. Pero si basándonos en que yo tengo un recorrido x, puede servir de algo, desde luego el primer consejo sería desconfía de los consejos.

En primer lugar, hay que formarse. Además, me dedico a ello. Hay que formarse no dentro de un espíritu académico o de aprender del ejemplo de los que más saben, sino tratar de adquirir todas las herramientas de las que seamos capaces y todos los conocimientos que podamos aglutinar. Esa formación es eterna. Uno tiene la responsabilidad de seguir cultivándose, leyendo, formándose, viendo, de desarrollar una curiosidad sin límites. Los artistas, o por lo menos los que son relevantes a día de hoy, para mí tienen todos ellos en común el hecho de ser instintivamente y forzosamente curiosos. Es gente curiosa por el entorno y de esa curiosidad emana su necesidad de comunicarse con el entorno. Eso es fundamental.

Por otro lado, no tener miedo al error, no tener miedo a fallar, no tener miedo a experimentar y equivocarse. Y a día de hoy yo añadiría un consejo que tiene que ver con nuestros tiempos: pensar en la posibilidad de colectivizarse, pensar en la posibilidad de trabajar en red. La propia noción de autoría está muy diluida. Seguimos con el sueño del artista al que descubren, que se hace descubrir con una personalidad única, irrepetible. Pero lo cierto es que, dentro de las tendencias del arte contemporáneo, y las que han sido más influyentes, se ha ido disolviendo poco a poco la autoría. Se ha ido colectivizando.

Es una manera interesante de trabajar, porque precisamente nos permite trabajar sin tanto prejuicio, sin tanto escrúpulo, sin tanto miedo al rechazo y al mismo tiempo aprovechando el hecho de que varias manos suman más conocimiento, más herramientas y más capacidad de poder insertarse en el sistema.

© Carlos González

Valorar la posibilidad de trabajar en red, generar redes. No sólo para colocar nuestro trabajo o nuestras creaciones en el sistema, sino incluso para generar sistemas al margen del sistema. Ser un poco emprendedores, y lo digo en el sentido estricto de la palabra, no de montar una sociedad anónima.

¿Quizás primero deberíamos hablar de qué es ser artista?

Es una de las grandes dudas. ¿Cómo puedo contestar a eso? A veces no es uno mismo el que escoge ser artista. A veces uno pone tanto empeño que no lo consigue. Más que una esencia, es una constatación a partir del trabajo que se hace. El artista genial, pulsonial, tocado por las manos de las musas o de los dioses y que está designado por el destino para que sus expresiones sean escuchadas, lo descarto totalmente. No creo en esa versión romántica del artista.

Tampoco creo que sea un estricto profesional. Probablemente haya un algo más que es eso indefinido, pero sí creo que hay algo que probablemente pone en común a todos los artistas, la incapacidad de no hacer otra cosa que aquello que hacen.

De alguna forma, hay algo pulsional que les empuja a buscar métodos de expresión que están en los márgenes y por tanto son marginales. Y al mismo tiempo esa marginalidad es la que nos hace reflexionar sobre el centro, sobre lo que no está en la periferia y por tanto es necesario.

Un artista probablemente sea alguien que no puede ser otra cosa y que tiene una cierta capacidad de cristalizar el momento presente y convertirlo en algo que perdura. Algo que puede ser leído, no necesariamente interpretado en el mismo sentido en el que esa persona estaba pensando cuando genero el trabajo en cuestión, pero sí ha generado un lenguaje que es perdurable, que puede ser retomado, releído, que puede ser simbólico significante ahora y en el futuro.

Cuando digo en el futuro pueden ser dos siglos, pueden ser tres siglos, dos años. Puede ser otra cultura, o una persona que de repente echa el uso de algo que hiciste y le da un sentido. Eso ha sucedido en la historia del arte con personajes que estaban en esos márgenes, como Pierre Molinier, Frida Kahlo, que de repente llegó alguien que les dio una voz, un eco y se convirtieron en algo capaz de dinamizar nuevas creaciones.

Al final es una especie de fluido es muy orgánico, es un tejido constituido de muchas individualidades que avanza, que genera movimiento, inspiración. Que a su vez es tomada o rechazada, pero al final es una función necesaria, es lo que nos hace humanos.

El momento de Theresa May con la pulsera de Frida Kahlo me dio que pensar, ¿cómo lo viste tú?

A mi también me dio que pensar. Justamente hablando de iconografía, vemos una foto de Theresa May con una pulsera de Frida Kahlo y casi parece un collage demoníaco. En qué momento determinadas ideologías o determinadas personas se apropian de lo que significan. Frida es un mito. Lo que es un mito es un contenedor de ideales. Frida fue el contenedor de los surrealistas en un momento dado y ahora curiosamente se convierte en el contenedor del feminismo bienpensante. A su pesar, probablemente. Si Frida Kahlo supiera quién es Theresa May, no sé si la invitaría a la casa azul a tomar algo. También dudo mucho que Therasa May, si hubiera vivido en tiempos de Frida Kahlo, pasara por la casa azul.

Al final, de la imagen de Frida Kahlo se genera un icono que convertimos en un contenedor de determinados ideales. Frida se ha convertido en un símbolo de la mujer. Curiosamente, porque fue una mujer que sufrió bastante y con un papel fue más bien sumiso con respecto al hombre, a su pareja, a Diego Rivera. Y al propio surrealismo, que era un movimiento extremadamente misógino y que convirtió a Frida Kahlo en un símbolo más allá de lo que la transcendía. Es decir, que tampoco ella era dueña de su propio significado y tal vez por eso ha acabado en la pulsera de una neoliberal, probablemente porque no fue dueña de sus propios significados.

El artista, volviendo a la pregunta de antes, tiene que ser consciente de que precisamente porque lega una serie de imágenes, una serie de trabajos que pueden ser interpretados libremente, tiene que ser muy responsable de lo que deja, y controlar los significados, por lo menos de los que emite.

Si haces imágenes basándote en la superficie de las cosas, en las tendencias, en lo que tú entiendes que debes hacer para llegar al punto al que quieres llegar, esas imágenes están desposeídas de ti y por tanto son sujetas a libres interpretaciones, malas interpretaciones y a un mal uso; incluso en un desecho, en un momento dado, las consumimos y las echamos. El caso de la pulsera es muy interésate y podría estar hablando horas. ¿Qué ha pasado ahí? Se están apropiando del arte quienes nunca en ningún caso deberían apropiarse del arte.

© Fundación Telefónica

Creo que has dado una clave interesante para ser artista, que es ser tú mismo y olvidarte de las tendencias.

Es muy difícil volver a un estado virginal, donde nada te influye. Todos queremos vivir de lo que hacemos, necesitamos encontrar la manera de hacerlo, y a veces es a costa de encorsetar los formatos en los que discurriríamos libremente si no tuviésemos esa necesidad.

Entiendo que es muy difícil ser totalmente ajeno a lo impuesto, pero es muy importante. Existiendo las estructuras que existen, que ya suficientemente rígidas son, lo que no podemos hacer encima es incidir en la endogamia del sistema, generando códigos, que son los mismos códigos que vemos.

Yo creo que sí hay una cierta responsabilidad en cuanto a una cierta renovación. Y ¿cómo renovamos? Una cosa es dejarte influir, pero la influencia tiene que ser desde una cierta perspectiva crítica.

¿Apropiarte de una influencia para hacerla tuya?

Claro, generar unos códigos que sean tu propio lenguaje. Hay una palabra que se ha puesto de moda y le tengo cierta manía, pero, es cierto, hay que empoderarse. De alguna manera el empoderamiento es la base de todo lo que volcamos en la intención y a la hora de realizar un trabajo, pero la superficie de las cosas como resultado no lleva a ningún sitio.