La vallisoletana Raquel Bravo acaba de pasar por los Encuentros de Arlés donde su libro ‘Mato Grosso’ ha sido finalista en la categoría de Mejor Libro de Autor. Publicado por Fuego, fue el proyecto ganador de la IV edición de Fotolibro<40. También es finalista del premio Baffest 2022 con otro trabajo en el que también revisa el archivo personal ‘nubes, pájaros, flores’.

Has publicado ‘Mato Grosso’ y está teniendo una buena acogida, ¿estás contenta?

Estoy contenta solo por haber tenido la oportunidad de publicar un proyecto sobre el que he trabajado y reflexionado a lo largo de muchos años, independientemente de cómo haya sido su acogida. La acogida de cualquier producto cultural depende de tantas cosas que escapan a mi control: de coyunturas políticas y culturales, del trabajo que pueda hacerse para su difusión y distribución, del tamaño de la editorial y los recursos a su disposición, de los padrinos/madrinas que tenga, de mi propia repercusión como autora… 

La alegría viene de la oportunidad de acompañarlo y de entrar en otro tipo de diálogos, distintos a los que podía frecuentar cuando aún no había publicado. Ya sé que es un tópico, pero publicar ha sido el final de un largo viaje… Y como en cualquier viaje hay momentos en los que me he encontrado perdida y preguntándome: ¿Qué sentido tiene esto? ¿Merece la pena? Ahora, a toro pasado, diría que sí. 

¿Cómo nace este proyecto?

El proyecto nace al descubrir el archivo de fotografías que mi difunto padre tomó en el Mato Grosso, donde vivió durante siete años antes de conocer a mi madre. El descubrimiento de las imágenes me interpeló fuertemente desde la imposibilidad y también desde el desengaño.

El desengaño sucedió primero ante el descubrimiento de que mi padre, al que yo creía un socialista, antropólogo, filósofo, aventurero, defensor de los derechos indígenas, en realidad había sido un cura salesiano embarcado en una misión colonial. Esto no lo supe hasta el encuentro con las imágenes ya que, en mi familia, tanto mi hermana como yo, crecimos en una cultura atea. Pero el desengaño no solamente fue autobiográfico en este sentido, sino que, además, las imágenes del archivo contradecían la idea de “la selva” que yo había desarrollado a través de lo que mi padre nos contaba cuando yo era niña. El Mato Grosso de las imágenes era muy distinto al de mi fantasía.

La imposibilidad de enunciar: ni desde la voz de mi padre muerto, ni desde las personas que él fotografió. Sentía que no tenía derecho a imaginar y proyectar mis deseos sobre su propia historia, sobre su recuerdo y su experiencia. Hablar por estas personas ausentes era, por una parte, usurpar un espacio que sentía que no me correspondía y, por otra, el resultado de una mirada acrítica sobre el relato de mi padre.

© Raquel Bravo

Y consigues ganar el certamen Fotolibro<40, ¿qué pasa después?

Después comienza una parte del trabajo superplacentera (aunque no excenta de ansiedades e inquietudes) que consiste en conversar con el editor, Gustavo Aleman, y con el diseñador, Alberto Salván, para definir y dar forma al proyecto. Después de cinco años preguntándome sobre la pertinencia de lo que estaba haciendo, llega el momento en el que todos los pasos siguientes conducen a su publicación. Es muy emocionante. También lo es tener a dos interlocutores a los que ya había conocido durante el proceso, a los que ya respetaba y admiraba por su trabajo.

Durante aquellos meses, además, recibí nuevos negativos que no había podido escanear antes, así que también encuentro nuevas imágenes que me ayudan a cerrar y vincular algunas partes del trabajo. Fueron unos meses bonitos de trabajar acompañada, de dudas más pequeñas que las anteriores y de tener la suerte de contar con un buen presupuesto para hacer el libro sin grandes quebraderos de cabeza.

Y, después, llega la socialización (que es en lo que estamos ahora), la cual también implica una preparación, una disposición, unos tiempos y también determinada cantidad de trabajo.

¿Cómo fue trabajar con Gustavo Alemán o Jesús Micó?

Trabajé sobre todo con Gustavo. Jesús tuvo un papel fundamental al escribir un email de ánimo y recomendando volvernos a presentar a varias personas que ya habíamos aplicado a Fotolibro<40 en años anteriores.

Si te soy sincera, yo ya había tirado un poco la toalla o, al menos, tenía el proyecto en un barbecho largo y deseaba ponerme a trabajar en otras cosas y perderlo un poco de vista. No lo había tocado en un año, cuando llegó el email. La consecuencia fue volver a invertir un buen porcentaje de mis vacaciones y tiempo libre en preparar otro pdf, otro dossier, otro dummy, revisar y editar el texto una vez más… Todo esto, como decía, con la clásica desazón de no comprender del todo si estaba perdiendo el tiempo.

No quiero decir que hacer un proyecto sin garantías de publicarlo sea perder el tiempo, pero pulirlo y repulirlo a lo largo de los años le quita bastante de la excitación inicial, cuando comienzas a conceptualizarlo, a fotografiar, a secuenciar, etc.. Sobre todo porque, a pesar de que ‘Mato Grosso’ ya había sido seleccionado en otros certámenes y convocatorias, también había sido rechazado en un buen número de ellos. Lo enuncio de esta manera porque es un proceso muy drenante para las artistas y visibilizarlo me parece bueno.

Gustavo Alemán ha estado acompañando desde que se anunció el fallo del jurado. Un acompañamiento muy respetuoso. En ocasiones divergíamos en relación a la forma que debía de tomar el trabajo. Gustavo, como muchas otras personas que han visto y me han aconsejado sobre este trabajo, quería ver más potenciada la parte emocional, íntima y familiar que toda la reflexión en torno a la construcción de la memoria y de la identidad. Pero también tenía muy claro que el libro debía de tener una visión de autoría y no una por cada persona implicada en el proceso. Es el primer editor con el que trabajo y creo que, en ese sentido, he tenido mucha suerte.

¿Hay algún momento que consideres clave? ¿Cuál ha sido el «momento llave» de este libro?

No sé si entiendo bien el concepto de “momento llave” porque creo que su desarrollo ha sido más orgánico, como capas que van sedimentando y adquiriendo profundidad y remezclándose entre ellas. Sí que ha habido algunos hitos, como el email de Jesús Micó y los momentos de socializar el proceso.

El primero de todos fue en Blank Paper, donde surgió el arranque y las ganas de contar. Con Fosi Vegue, comencé a vincular el álbum con el archivo de mi padre y también desarrollé mi primera maqueta; el típico A4 doblado y grapado. Desde el inicio del proyecto siempre lo he pensado como un libro.

En Amberes, hice otro taller y me dí cuenta de que otros proyectos seleccionados para participar estaban mucho más avanzados y cerrados que el mío. Ubicarse entre otras personas que también están trabajando con fotografía es importante. Entender en qué punto del proceso estamos, no siempre es fácil si se hace en soledad. De aquí surgió una segunda (o tercera) maqueta algo extravagante.

En Letonia, lo llevé a un visionado donde los expertos me decían, desde que era una mierda hasta que era maravilloso, sin término medio. Una de las personas que visionaba me dijo que “tenía que leer más”. Esto me ofendió algo. Las relaciones de poder en el mundo del arte pueden llegar a generar situaciones muy desagradables, como esta. Pero también me hizo darme cuenta de que tenía que tener las cosas mucho más claras para poder defenderlo, aunque me resultaba difícil porque en el libro se entremezclan mis emociones, con un contexto muy político, con una reflexión un poco académica. ¿Podía contar todo esto en un solo libro?

Después de 6 o 7 maquetas, en otro visionado en Fiebre, comprendí que tenía que incluir mucha más cantidad de texto, porque el material seguía siendo malinterpretado dentro del imaginario exotizante que justamente quería evitar. 

Todos estos hitos me han dado claves pero también ha sido muy importantes las horas y horas que he pasado en mi estudio escaneando, reescaneando y limpiando las fotografías. Mirándolas con lupa en la pantalla, en la pared, en las maquetas… Y, de la misma forma, el tiempo invertido en leer, investigar, documentarme y comprender, de forma más teórica, lo que me traía entre manos. No podría priorizar sobre uno solo de estos momentos.

© Raquel Bravo

El diálogo entre el texto y las imágenes es muy poderoso, ¿cómo ha sido tu proceso de escritura?

No sé porqué tenía esta idea de que la historia se debía de contar de forma autosuficiente a través de meras imágenes. Muchos de los fotolibros que admiro, aúnan imagen y texto. Pero aún flota esta idea de que si se necesita texto, el trabajo con las imágenes no es lo suficientemente potente. 

Me he tirado a la piscina, no te voy a engañar. No me considero escritora, pero el uso exclusivo de la imagen abría el trabajo a las interpretaciones fantasiosas, al imaginario de lo exótico y a proyecciones coloniales. Con el texto, es más difícil realizar este tipo de lecturas (o al menos hacerlo de forma exclusiva) porque te ancla a un contexto y abre unas preguntas muy concretas mientras que zanja otras.

Aún así, algunas personas siguen haciendo interpretaciones del tipo NatGeo y me preguntan si he estado en el Mato Grosso o si no me parece buena idea volver para sacar mis propias fotos o me felicitan por “hacerles viajar”. Entiendo que sin el texto es fácil caer en esos lugares. Son itinerarios culturales muy establecidos que han calado hondo. 

Escribiendo me sentía como una alumna o una eterna principiante. Es raro, porque la imagen es mucho más ambigua y polisémica, pero con las fotografías creía entender lo que estaba diciendo de forma más clara. Me sentía más precisa.

Ante el texto escrito me preguntaba todo el rato: ¿qué se lee realmente en este párrafo? Y aun releyendolo mil veces, no tenía ni idea. Me preocupaba que fuese demasiado obtuso, quería que se entendiese muy bien. Escribía pensando en mis alumnas, en mi madre, en mi hermana. En personas no especializadas y que no compran fotolibros. Y fui así reescribiendo poco a poco hasta rendirme, poco antes de ir a imprenta.

¿Quieres desarrollar las ideas sobre colonialismo, capitalismo y las misiones de la iglesia católica que hay en tu libro?

Estos eran los contextos en los que se desarrollaba la experiencia de mi padre en Brasil: los intereses de la industria agropecuaria (plantaciones de soja, principalmente) sobre el territorio que ocupaban los indígenas (intereses, luchas, resistencias y violencias que siguen vivas en la actualidad), los intereses alineados del gobierno brasileño con estas empresas privadas y la recurrencia de las misiones católicas financiadas con dinero estatal como forma de desactivación de éstas culturas y de su resistencia. 

© Raquel Bravo

Este contexto, no fue fácilmente descubierto o asimilado por mí. Mi padre se refería al Mato Grosso como una de las experiencias más importantes de su vida: con respeto y añoranza. A la vez, cuando le preguntaba por la actualidad de aquellos territorios, él se refería a ellos con pena y decía tristemente “aquello ahora son solo campos de soja”, como si Bororos, Karajás y Xavantes hubiesen desaparecido fulminantemente pero, sobre todo, como si él no hubiese tenido nada que ver con ello. Ni una cosa, ni la otra eran ciertas: las tres culturas siguen allí, (aunque ya no representen a la idea del indígena no contactado integrado en la densidad de una selva) y el papel de mi padre como actor en un proceso colonial, fue mucho más activo de lo él pudo reconocerme durante el tiempo en el que estuvo vivo.

El imaginario del Mato Grosso desplegado por mi padre era ahistórico. Esto, se corresponde por un lado con el hecho de que, hasta su muerte, yo era solo una niña y las historias que me contaba eran literalmente cuentos, fantasía. Pero este carácter ahistórico también resuena con la idea de que lo “no occidental” habita en un tiempo estático, más próximo a lo originario, más puro y primordial. Todos los aspectos sociales, políticos y diacrónicos fueron apareciendo, primero, a través de las imágenes del archivo descubierto y luego, a través de un trabajo de investigación y documentación.

«He tenido mucho síndrome de impostora».

¿Has tenido miedo de meter la pata?

Si, claro. Y mucho síndrome de la impostora. En mi caso concreto es una buena empanadilla de detritus psíquico con grandes dosis de autoexigencia, todo ello mezclado con parálisis por análisis e inseguridad. También con la equivocada idea de que mi valor como ser humano pueda estar condicionado por mis logros y las sensaciones desagradables que genera todo esto. 

Afortunadamente, no siempre me siento así y poco a poco (gracias, entre otras cosas, a varios años en el diván) he aprendido a identificar estos cortocicuitos cerebrales y a vivir más tranquilamente. Hay que perderle el miedo a meter la pata. Hay que aprender a equivocarse. Sin equivocarnos, no aprendemos y nos morimos por dentro.

¿Qué te gustaría que pasara ahora?

Me gustaría que ‘Mato Grosso’ resonase durante algún tiempo, esto es, tener aquí o allí noticias de alguna lectora que me dice que ha descubierto algo o que me cuente su experiencia leyendo el libro. También quiero volver a publicar.

Me gustaría también, acompañar más procesos creativos de otras personas (cosa que ya hago como profesora aunque no siempre se dan las mejores condiciones). No me importaría comenzar a publicar o contribuir a la publicación de fotolibros de otras autoras, descubrir fotógrafas con nuevas visiones, nuevos temas y nuevas formas de contar. Me gustaría tener algo más de dinero y algo más de tiempo para comprar y hacer más fotolibros, estudiarlos y compartirlos. No sé. Estas cosas. Es que la fotografía es lo único que me gusta de verdad. 

Si tuvieras que dar un consejo a alguien que comienza un proyecto fotográfico, ¿cuál sería?

Creo que es importante ensanchar el espacio que ocupan las cosas que nos gustan, prestarles atención y darles cabida. Estos lugares a menudo son anodinos y costumbristas, pero si te atrapan y te proporcionan placer, belleza o un interés más o menos injustificado, es importante registrarlos y permitir que crezcan. Cuando estos lugares, temas o intereses pasan desapercibidos y no se activan, se pierden. Creo que comenzar un proyecto consiste solamente en hacerlos crecer. Esta es posiblemente la única diferencia que hay entre las personas que se dedican a cuestiones artísticas y los que no.

A mí, por ejemplo, siempre me ha gustado mirar las fotos de álbumes familiares. Las mías y las de otras personas. Las de personas a las que ni siquiera conocía. Ahora me interesan las flores y lo que me encuentro en el suelo de las calles. Son, probablemente, unos interéses temáticos y estéticos muy pobres pero ¿por qué voy a renunciar a ellos cuando me dan tanto placer?

Ese placer es el motor de los proyectos. Creo que hay que indagar, investigar, ensanchar y alimentar estos intereses por vulgares que parezcan. Creo que al hacer esto durante el tiempo suficiente también se desarrollan las conexiones que hay entre esa subjetividad expandida y la de los demás y, eventualmente, se establece un puente a lo colectivo. Y desde ahí, se puede trabajar bien.

Suelo pedir algunas referencias….

El fotolibro ‘My Birth’, de Carmen Winant (2018).

La película ‘Rashomon’ (1950) de Akira Kurosawa

Este fragmento de ‘Aguirre, la cólera de dios’ (1972), Werner Herzog

Quintal de Clorofila/ O Mistério dos Quintais’ (1983)

La novela ‘Exhalación’ (2019) de Ted Chian 

Puedes encontrar el libro aquí.