La fotógrafa catalana Tanit Plana expone en la Sala Canal de Isabel II hasta el 19 de mayo una selección que recoge varios de sus proyectos bajo el nombre de ‘Es lo que es’. En ella, partiendo de lo personal, de los sentimientos y de lo intangible, hace una reflexión sobre cuestiones como la fragilidad de las relaciones y de la comunicación en un mundo hiperconectado. 


‘Es lo que es’, comisariada por Moritz Neümuller, muestra la evolución artística de Tanit Plana, desde su proyecto ‘Yayos’ (2001) hasta su última serie, ‘The Woods of Code’, que incluye la instalación ‘Aquí no hay nada que ver, dispérsense’, realizada expresamente para la exposición. Se cogen partos, abuelos, entierros, trajes de novia, cables, fibras ópticas, centros de datos, códigos htlm, ojos, pájaros y aviones, se agitan suavemente y se sirven en una lasaña expositiva.

En sus palabras: “Para mí la fotografía es una herramienta de agitación. Agitación entendida como poder mezclar y superar los límites heredados entre las cosas orgánicas e inorgánicas, documentos y simulacros, y, finalmente, entre la vida y la muerte”. Así de sencilla empezó Tanit Plana (Barcelona, 1975) la presentación de su exposición retrospectiva (aquí vídeo) en la Sala Canal, rompiendo años de sequía de exposiciones individuales protagonizadas por una mujer en ese depósito.

La Tanit, que así se llama su web, es de verbo rápido, discurso pedagógico y risa fácil. Aquella presentación duró más de una hora. Al igual que esta entrevista. En ella hemos repasado sus inicios, cuando fue ganadora de una beca Fotopres, de los Descubrimiento PHE, tras terminar Comunicación Audiovisual por la Universidad Pompeu Fabra. Trabaja en publicidad y ha desarrollado su faceta como profesora en varias iniciativas. Fue fundadora del colectivo NOPHOTO y no ha parado de hacer cosas desde entonces. Y también hemos hablado de sus preocupaciones actuales, cuando nos rodea una tecnología de la que somos totalmente ignorantes.

Se presenta a la cita en Canal con uno de sus míticos chándales. De hecho, con un uniforme similar aparecía hasta hace nada en la bio de su web. Ahora que ya tiene retrospectivas, se ha puesto más seria para la foto oficial de la página. Pero con la chaqueta Adidas le queda ese punto de Nadia Comăneci crecida, cruzada con una fan de los Chemical Brothers, que escucha podcats de Radio 3 en el gimnasio. Moño en alto, oreja atenta. Yo le doy un diez en ejecución y otro en estilo.

¿Cuáles fueron tus primeros pasos en esto de la fotografía?

Pues empecé por Txema Salvans. Yo estaba estudiando Comunicación Audiovisual, y no tenía muy claro qué quería hacer. Empecé a salir con él, allá por el 97, más o menos. Lo acompañaba a todas partes, estábamos siempre mirando hojas de contacto, todo el rato. Ahí aprendí el lenguaje, y pensé: “Esto lo podría hacer yo y me mola un montón”. Entonces mi padre, que también es fotógrafo…

Curioso que siendo tu padre fotógrafo no lo menciones como primera referencia.

No, no. Clarísimamente, no. Aunque él lo era, yo no había pensado que fuera a hacer fotos. En esa época él hacía fotografía de viajes. Era funcionario y en verano se iba de trekking, traía sus fotos y hacía audivisuales. Y se lo curraba un montón. En casa teníamos hasta laboratorio de blanco y negro. Pero fue con Txema con quien yo dije que quería hacer esto.

De hecho, Txema sigue siendo mi mejor aliado. Cuando yo empecé a hacer las fotos de ‘Yayos’, que fueron las primeras, cuando yo le enseñé las fotos que más me gustaban, –unas fotos con colores fuertes, con proceso cruzado, que, aunque eran de una residencia de ancianos, tendían a la abstracción, nada documental–, entonces, Txema me dijo una cosa que me impactó bastante: “Tu fotografía no la va a entender todo el mundo, pero no puedes dejar de hacerla. Tiene una expresividad y un punto de poesía que no es para todos los públicos. Vas a conectar con gente que ya tenga un cierto bagaje, que conozca el lenguaje y le apasione la fotografía. Otra gente no la va a entender. Pero no te desanimes, porque es bueno”. Y desde entonces es mi compañero básico, me critica, me aprieta… Y así empecé.

‘Yayos’ © Tanit Plana

Lo primero que haces es estudiar fotografía y…

No, no. Lo hago todo al revés. Un día fui con Txema a visitar a mis abuelos a la residencia. Yo no tenía ni cámara. Vi una luz en la habitación de mis abuelos y entonces le pedí la cámara porque había visto una foto. Empecé a hacer fotos, me animé y me presenté al Fotopres. Y gané la beca. Entonces pensé: “Les he engañado. Pero qué hago ahora. Me van a pillar”. Me sentía una impostora. Y fue cuando me apunté a Grisart para aprender y sentirme segura. No tenía ninguna referencia, ni ninguna formación.

Aunque Grisart era una buena escuela, no era para mí y la dejé. Yo estaba trabajando en una empresa de publicidad haciendo producción. Allí enseñé las fotos y me hicieron algunos encargos. Y luego se inauguró Fotopres, ya con el proyecto terminado. Y fue el que ganó el Descubrimientos en PHotoEspaña. Y ya empecé a sentirme segura.

¿Desde el principio combinas trabajo personal con trabajo de encargo?

Sí. Desde siempre.

¿Tú trabajo profesional y tu trabajo de encargo se comunican?

No. Los encargos publicitarios o editoriales me los piden porque se me ha catalogado como la persona que hace retratos muy naturales de gente que no son modelos. Cuando hay publicidad que va en ese camino, muchas veces se recurre a mí. 

Pero cuando sucede eso, estoy siendo parte de un engranaje que tiene por finalidad explicar otra cosa a lo que yo hago, con otros recursos, con otros lenguajes. Como empecé con los abuelos, y como el trabajo que desarrollé después fue en interiores, había la sensación de hiperrealidad en mis imágenes. Y consideraron que yo podía sacar espontaneidad y verdad. Pero nada que ver con mi obra.

La publicidad tiene el problema de que en ocasiones parece muy alejada de lo veraz, da sensación de banco de imágenes. Y cuando hay una campaña que tiene que respirar realidad, entro yo.

‘Violencia aplicada’ © Tanit Plana

A mí me sorprende cómo en la fotografía profesional, usando todos el mismo lenguaje, cada área está desconectada de las otras. Y sólo se buscan referencias en los mismos campos. Aunque veo, por lo que cuentas, que al final todo depende más del creativo que del fotógrafo.

Es todo complejo. Uno de mis trabajos importantes de adaptación al medio publicitario, porque evidentemente me interesa estar también en ese mundo, ha sido ser capaz de convertirte en parte de un engranaje muy complejo, pero mucho. Que no sólo has de tratar con el creativo, sino con el cliente. Y muchas veces quiere mirar por cámara. Hay que saber estar en ese espacio.

Tras ‘Yayos’, tu trabajo personal empieza a cambiar. Tras el éxito de tu primer “disco”, tienes que sacar el segundo, que suele ser como el primero y luego llega el tercero que es el de confirmación. ¿Cómo es tu paso por este mundo de los «hits» fotográficos?

Tras ‘Yayos’ vino ‘Homeware’, también sobre mi entorno cercano. Y después estuve bastante tiempo atorada. Pero llegaron las novias (‘Por siempre’). Ahora lo veo claramente como un proyecto de transición. Porque por primera vez en varios años, tras trabajar dentro de casa con gente que es mi familia, sentí la necesidad de salir fuera. Soy un sujeto social, soy una mujer. Voy a compartir este factor de género de la idea de la novia. 

Y para reafirmar mi voz de autora decidí trabajar con una cámara de placas. Busqué algo muy contundente en la creación de la imagen. Yo tengo un poco el deseo de escrutinio, de preguntar. Este deseo de saber. Y preguntar tantas veces como sea necesario hasta que acabe entendiendo. Y la cámara de placas es perfecta porque es exhaustiva. Da un gran detalle.

Detalle exposición © Tanit Plana

La anécdota de mi primera cámara de placas también habla de cómo soy yo. Esta especie de impulso que me lleva a dar un paso, pero no sin riesgos. Quería una cámara de placas. Fui a una tienda ya desaparecida y dije: “Quiero una cámara de placas”. Y me dijeron: “Tenemos ésta”. Una Cambo superwhite 560. Una cámara de óptica fija pero muy angular. Y me la quedé, sin tener ni idea. 

Me la llevé supercontenta. Hice una prueba y me di cuenta de lo que había comprado. Pero pensé que, si había llegado hasta ese momento en el que tenía una persona delante esperando a que le hiciera fotos, lo tenía que resolver. Y ahora creo que tuve mucha suerte. Esto explica cómo soy, montada en un caballo salvaje que controlo pero, en ocasiones, me desboco.

El proyecto de las novias tiene además un punto performántico.

Es performativo absolutamente. Y me sentí un poco abrumada. Cuando haces la pregunta “te quieres casar conmigo”, se genera una energía tremenda. Porque la gente viene a posar para una foto, pero también vienen a contarte. La gente viene con las maletas cargadas. Fue un trabajo muy especial. Y para mí supuso la toma de conciencia de que trabajar con otros implica la gestión de todas esas energías y esas emociones. No vale el entrar, hacer la foto y adiós. Tiene que haber un retorno.

Este proyecto, además de las fotos de placas, tiene una serie de video gracias a la Obra Social de La Caixa. Y el resultado estuvo genial. Fue la primera vez en la que conseguí exponer como quería. Para mí es muy importante la producción del trabajo, pero luego también exponerlo bien. No me sirve lanzarme al agua a ciegas, sino que siempre me he exigido a mí misma ser capaz de encontrar financiación para imprimir bien y luego para exponer bien.

¿Y cómo lo haces?

Becas. En el caso de las novias fue Celia del Diego quien batalló para que lo produjera La Caixa. Y muchos de nuestros trabajos se han realizado con becas. Lo digo porque a veces nos quejamos de que nadie nos ayuda. Pero no vale tirar millas y luego acabar quemado. Eso no lleva a ninguna parte.

Pero no se forma a la gente en los últimos pasos del proceso creativo: hacerlo público, exponerlo, difundirlo. Cada vez los fotógrafos tenemos que ser conscientes de que, para bien o para mal, tenemos que dedicar mucho de nuestro tiempo a tareas que no son hacer fotos.

Yo lo veo fundamental. Tenemos que entendernos a nosotros mismos como sujetos que tenemos que encontrar los recursos para levantar nuestro camino.

‘Por siempre’ © Tanit Plana

La gente del cine sabe que tiene que buscar el dinero antes de empezar un proyecto.

Pero los fotógrafos no trabajamos así. No tenemos esa cultura. Y eso es un problema. Porque lo acabas produciendo y aún no sabes si le interesa a alguien. Pero cuando buscas financiación fortaleces tu proyecto, necesitas que sea sólido para que otros confíen en él. No confío en el «a ver qué sale», sino que antes tengo la necesidad de pensarlos, estructurarlos y escribirlos para generar es interés en ese punto. 

A veces ya hay dos o tres fotos que son semilla y permiten ver por dónde vas, pero ese aspecto me parece muy importante. Esto hace que las cosas vayan más lentas. También, para mí es muy importante la escritura, poder pensar y plasmar bien el proyecto antes y durante su realización. A veces tiramos de ideas semilla y no hemos ni preparado el campo para que puedan crecer.  Es verdad que hay pocas becas y que el panorama de producción debería estar más animado. Pero el curro que es escribir un dosier para mandar a becas, después te viene muy bien, porque vas amasando y puliendo la idea.

Y después de la novias tu trabajo toma otro camino.

Después de novias lo que hago es dedicarme a la crianza de mi hijo. No de forma exclusiva. Pero es la primera vez que tengo un hijo, pequeño. Y las condiciones de producción de una mujer artista y madre son durísimas. Se fragmenta el pensamiento, el tiempo, la pasta, etc. Es muy duro. Y me parece muy importante que esto se diga. Hay que recordarnos lo que supone el trabajo invisible no remunerado y de crianza para la mujer.

Para mí fue muy duro, porque me di cuenta de que no podía seguir desarrollando mi carrera como autora. Tenía que hacer trabajos alimenticios. Pero no había forma de hacer trabajos personales. Desde las novias hasta la serie sobre internet (‘Escala y Fragmento’) hay sólo trabajos menores, casi ejercicios, pero por una cuestión de tiempo material para producir.

Las novias fue sobre el 2008 y es cuando llega el tsunami de lo digital. Y cambia todo. No sólo lo fotográfico, sino las formas de ocio, de trabajo y de consumo. Y para mí se hace obvio que es el tema a tratar. El campo sobre el que pensar. Y empecé a investigar.

¿Cómo planteas esa parte?

Para mí, la investigación artística es caja y carpeta. Caja física y carpeta en el ordenador. Y documentar: recogida de materiales, entrevistas, libros, etc. Hasta que ya me pongo en marcha. Quería trabajar sobre internet. Y escuché en una entrevista a un experto que decía que el 95 % de internet es cableado. Y yo me dije: “¿Perdona? No era todo etéreo y tecnológico”. Y me dije que había que investigarlo.

Eso ya está en la segunda planta de la exposición. Pasas de lo doméstico y personal a temas sociales y políticos. Aunque creo que es precisamente esta primera planta, que aborda lo más personal, la parte más política. De hecho, me parece un acierto empezar la exposición haciendo este tratado de intenciones antes de salir a recorrer mundo.

Además, de forma muy contundente para esta instalación. Es la primera vez que este trabajo se muestra con una documentación. Para mí esta capa era fundamental. Ten en cuenta que estas fotos son de hace casi quince años. No puedo exponerlo como si no hubiese pasado nada. Ahora, como mínimo, tengo un poco más de conciencia.

Por ellos pensamos añadir fotos inéditas, aunque luego decidimos que junto a las mismas fotos, íbamos a añadir una capa de significado y de recontextualización desde lo político, puramente. Y ahí Moritz y yo nos entendimos muy bien. Lo hicimos añadiendo documentos oficiales como partidas de nacimiento. Porque estos objetos son documentos reales que tengo que recupera cuando acabe la exposición. Que necesito el libro de familia para apuntar a mi hijo al instituto.

¿No has hecho facsímiles? ¿Son los originales?

¡Aquí, o vamos o no vamos! Ja, ja.

Pero el valor era el mismo.

Para mí, no. Soy así de romántica. El DNI es el caducado, las actas de nacimiento, los libros de familia. De hecho, la factura de la funeraria, mi padre cuando la ha visto se ha dado cuenta de que no recuerda haberla pagado, ja, ja. Pero me encanta cómo hemos integrado esta información. Me gusta mucho la posibilidad de releer lo cotidiano desde lo político. Esta sala se llama ‘Violencia Aplicada’ y para mí básicamente es esta: la institucional, la médica, etc. 

Detalle exposición © Tanit Plana

No suelo preguntar por la labor del comisario. Pero por tus comentarios parece que ha tenido mucho peso. ¿Hasta qué punto ha sido importante trabajar con Moritz Neümuller?

Moritz y yo tenemos dos formas de pensar completamente distintas, dos formas de abordar el mundo completamente diferentes. Era un reto que nos entendiéramos trabajando y para mí ha sido una suerte. Él tiene una visión de eficacia, de pies en el suelo. Tiene muy claro lo que funciona y lo que no en imagen, en discurso y en sala.

Tenía miedo a que no me sintiera suficientemente libre para plantear todas mis derivas. Y en cambio ha sido una pasada. A la semana de que nos aprobaran el proyecto, le llamé y le dije que lo iba a cambiar todo. Y creí que iba a generar una crisis. Y él me dijo que siguiera trabajando en esa línea y que más tarde veríamos como resolvía. Me dijo: “La expo es tuya, yo te ayudo a encajar piezas y a conseguir que el resultado sea fuerte”. Es un comisario al que he podido plantearle todas las dudas y propuestas, de todo tipo. Y nos hemos entendido.

Cuando luego vimos la expo de Ricardo Cases nos impactó muchísimo y nos tuvo unos meses de reflexión. Y en toda esa deriva, en todas esas idas y venidas, yo decidí ir a la esencia de las cosas, de ser minimalista y tirar de pura fotografía. Marcos, fondos blancos. Conseguir el desasosiego desde lo puro fotográfico. Y ahí Moritz me paró un poco, porque le estaba planteando una expo de los 80. Y llegamos a un intermedio. Él es más juguetón. Teníamos muy claro que había que romper la narrativa. Y creo que la mezcla de lo más tradicional y lo más audaz funciona muy bien. 

Volviendo a tu obra, pero aprovechando tu exposición, subiendo vemos que ahora internet está en todas partes y que nos conectamos hasta con las lámparas, pero en realidad todo es cable. Y que esto genera un proyecto.

Pero genera un proyecto porque vi que era de difícil acceso. Empecé a buscar sobre el cable, las empresas que lo tienen, y no había forma de acceder a ellas. Parece que en internet está todo, pero resulta que esto era opaco. Me parecía que podía aportar algo sobre la poca información que había. Este trabajo es sobre todo de producción. Hay un trabajo fotográfico muy potente, pero si no puedes entrar a las empresas, no hay foto. 

Yo soy muy fan de la obra de Taryn Simons. Es una referencia bastante absoluta para mí. Cuando la escuchas en sus conferencias decir que más del 75 % de su trabajo es producción, y yo me identifico con esto. Además, yo vengo precisamente de la producción publicitaria. Hay una parte de lograr los objetivos, y encontrar las vías es parte de lo que me gusta. Y también había que encontrar la financiación, por la envergadura del trabajo. Ni aunque hubiera querido pagármelo yo hubiera podido. Empecé a tirar de contactos para entender cómo funcionaba. Llamaba a facultades de Telecomunicaciones y nunca me he sentido tan gilipollas. 

‘Escala y fragmento’ © Tanit Plana

¿Por qué?

En general, los ingenieros no comprenden la aproximación, de hecho les molesta. No tanto porque invadas un espacio sino porque eres analfabeto. Y eso me parece muy interesante. Reconocernos como tales. No sabemos nada, ni de lenguajes ni de tecnología. Pero estamos todo el día conectados. Y en las facultades a nadie le perecía interesante ni tan siquiera tomarse un café conmigo. No logré contactar con nadie. Respondían a los mails, pero nada más.

¡Se llama Telecomunicaciones! Ja, ja.

Ja, ja. Se comunican de lejos, ja, ja. La interacción entre ciencia y arte es compleja. Les parece un insulto que tú quieras hacer algo sobre cuestiones de las que tienes ni idea. Pero a nivel metodológico me interesa hacerlo así. No es que no sepa y voy a aprender. Es que me interesa desarrollarlo desde otro sitio. Estoy planteándolo desde otros desasosiegos más de orden filosófico.

A mí esto me genera algunas cuestiones. Hablas de lo invisible. En la planta baja, de los lazos afectivos, los trabajos, los cuerpos, las violencias que son invisibles. Y en esta otra de la parte invisible de la tecnología, lo que se suele decir “transparente para el usuario”. ¿Cómo contar algo invisible, casi puramente conceptual, y que te entiendan?

No me puedo plantear esto de saque, porque entonces no haría nada. Hay preguntas que mejor te las guardas. En ese sentido, dar clases me ha ido muy bien. En los procesos en los que acompaño a los alumnos en desarrollo de ideas y puesta en práctica, ya me resuelta muy evidente que hay preguntas que no puedes hacer como inicio porque si no te bloqueas. Yo no sé cómo mostrar algo invisible, pero sí es algo que me tiene que poner en marcha. Hay estructuras que aparentemente están ocultas a la luz pública, no sé como llegar a ellas, pero paso a paso. No me planteo esta pregunta tan conceptual desde el principio.

Y sobre si te entienden o no, la propuesta que hacemos en esta sala es una propuesta más o menos exigente con el espectador. Y está hecho con toda la voluntad. No hay textos en las paredes, aunque sí hay librito que puedes usar viendo la exposición. Esto hace que las personas que vengan a ver la exposición tengan que buscar. Que se genere un interés y que se pongan en marcha con una posición activa.

A mí de lo fotográfico me interesa no tanto aquello que cuentan mis fotos sino a dónde te invitan a ir. ¿Yo me puedo plantear responder a algo? No. No porque crea que no sepa nada y, con una falsa humildad, plantee que no puedo categorizar o concluir. Pero es que yo no pienso así. He llegado a la conclusión de que soy así. Durante mucho tiempo me he peleado conmigo misma por saber sacar conclusiones. Me cuesta muchísimo. Soy capaz de escuchar distintas voces, me gusta la conciliación de ideas, pero luego me muevo mal con sacar conclusiones. 

‘Infrarrojo cercano’ © Tanit Plana

Es curioso. Cuando estuve en la presentación de la exposición disfruté muchísimo con la explicación. Pero luego me generó dudas sobre la dificultad de entender esta exposición. Ya no puedo saber qué me hubiera generado si hubiera venido sin conocer nada. Porque entiendo que la fotografía, y más una exposición, es un acto de comunicación. Si ocupas este espacio, tienes que tener en cuenta a la gente que va a venir. Hay fotógrafos que se quedan en el «mi, me, conmigo» y para eso expones en tu casa. Una de las cosas que me da rabia, que muchas veces pasa en el mundo del arte cuando trata “conceptos”, es que coge una idea complicada, la rebaja y simplifica, hace una obra decorativa, le pone un lazo, y luego le pone al lado un texto complicado para volverla a elevar. Y encima te da una solución, no te deja pensar. Meten la idea en el horno, sacan el bizcocho y te lo tienes que comer.

Y veo que tú me has generado una inquietud. Y subo a la cuarta planta y no entiendo nada, pero me generas una duda, enciendes una idea. Pero luego me planteo que si yo, que estoy familiarizado con el mundo de la imagen, pero también con el tecnológico por formación, tengo la sensación de que se me escapan mil cosas, qué podrá entender alguien menos inmerso en estas materias. Me parece un riesgo. 

Yo te percibo a ti espectador como un ser pensante. Está en tu mano serlo o no serlo. Pero a mí me interesa un espectador pensante, inteligente y autónomo. Todo esto está ligado. Yo no decido no poner textos a esto, es que funciono así. Yo en mis clases me dedico básicamente a hablar. Para que se pierdan los miedos, se perciba una autonomía y se empiece a concectar con una voz propia, es lo mismo que hago aquí. No te doy nada mascado. Porque a mí no me gusta que me lo hagan y porque creo que no puede funcionar un sistema en el que demos por atontado al otro.

Otra cosa que podríamos discutir es cuál es la información que sí se tiene que dar. Dónde está el punto. ¿Estamos dando poca o demasiada? Eso sí es complicado. Pero mi trabajo nunca es conclusivo. Y me interesa que sea un lugar de encuentro. No es venir a ver mis fotos sino que éste sea un lugar de encuentro.

Detalle exposición © Tanit Plana

Esto me lleva a otro tema. Hablas de una realidad tecnológica que en principio nos ha llevado a estar mucho más conectados, con cables o sin ellos, pero que en la práctica nos ha hecho sujetos pasivos. Y que ahora, que en teoría tenemos la capacidad de acceder a toda la información, algo que en realidad es falso, no decidimos nuestros recuerdos. Facebook decide qué voy a ver de mi pasado, de lo que hice hace un año. No consultamos ni nuestro propio álbum.

Eso tiene que ver con el «Dispérsense» que tenemos en la puerta. Cuando pasamos de lo analógico a lo digital se hace para optimizar unos cables. Cuando llamábamos de Barcelona a Los Ángeles, aunque estuviéramos en silencio, toda la vía quedaba ocupada. Y la tecnología digital lo primero que hace es fragmentar el elemento, que se va a dividir para enviar cada mensaje. Eso tan técnico es lo que nos ha pasado. Estamos fragmentados, tenemos el discurso fragmentado, y el pensamiento. Estamos entre nosotros fragmentados. Ese movimiento de lo digital se ha ampliado a escala. De ahí el título Escala y Fragmento. Esto me parece una enorme perdida de autonomía. Estamos aparentemente interconectados pero en realidad desconectados.

Es como la ceguera que nos produce el exceso de imágenes que circulan del que Fontcuberta habla constantemente. Yo uso y soy activa en Instagram, pero básicamente son imágenes desconectadas entre ellas y, hemos llegado a un punto en el que eso nos produce placer. Es muy fuerte cómo se ha desarrollado esta maquinaria. 

A mí me interesa especialmente el que ya no decidimos qué vemos. En teoría tenemos contenidos bajo demanda, o con búsquedas activas. Hemos dejado de “buscar”. Ya no entramos en nuestros medios preferidos por las mañanas. Y luego nos quejamos del algoritmo.

Es un generador de verdades, tiene mucha fuerza.

Pero es tan fácil vencerlo.

Con la voluntad.

Por eso me gusta que exijas en tu expo al espectador. Tú podrías haber puesto una pantalla en la que aparecieses diciendo: “Hola. Soy Tanit. En la primera planta van a encontrar la ropa de caballeros…”

Nos lo hemos planteado, ja, ja.

Me gusta que hayáis pedido unos mínimos.

Es que va de esto. Yo no pretendo desenmarañar nada. Yo quiero que podamos compartir desasosiegos. No tengo interés en saber cuántos kilómetros de cables. No. Yo estoy pensando que todo este cuerpo invisibilizado que trato de mostrar en la expo tiene que ver con otro cuerpo invisibilizado, que son los límites de la actividad humana, que es la nuestra dentro de ese cable. En realidad da igual cómo funciona un mail, pero sí cómo es internet para que te puedas hacer preguntas, y ser capaces de enfrentarnos a esa incertidumbre.

‘The woods of code’ © Tanit Plana

Esta es una pregunta un poco tramposa y en cierta manera ya me la has contestado. ¿Por qué no escribes un ensayo cuando tratamos temas tan complejos en lugar de hacer fotos?

Ya escribo mucho. Pero es que creo que la fotografía es discursiva.

Pero es muy limitada.

Y es muy abierta. Imagino que lo compartes.

Sí, claro. Para mí lo bonito y complicado a la vez de la fotografía es lo simple y evocadora que es a la vez. Cualquiera puede hacerla pero no cualquiera consigue contar con ella.

Es que la fotografía es discursiva. A ver, Instagram no es discursivo. Pero este planteamiento en la Sala Canal lo es. Yo soy consciente de que no es fácil, ni para todos, pero el ensayo también es así. ¿Escribirlo? Yo escribo las propuestas, pero no creo que tengan un valor de escritura. Cuando me preguntas porqué son fotos mi materia de escritura es porque es una cuestión de articulación estética que a mí me fascina. El trabajo que yo hago, que es encuadrar, me conecta y me pone en el mundo de una manera que me encanta. Prefiero encuadrar que escribir. Todo lo que es pensar en la imagen, las luces, los pesos, los colores, la composición es donde me siento cómoda. Mi cerebro funciona ordenando en dos dimensiones.

¿Qué valor le das al humor?

Mucho, pero tengo muy poco. 

Bueno, a mí la exposición me parece que está llena de humor.

¿En serio? No sabes la alegría que me das. Me gusta hacer bromas en lo personal, pero…

Al menos tiene ironía. Empiezas por “Dispérsense, aquí no hay nada que ver”. O la frase: “No son pájaros todo lo que vuela ni ojos todo lo que nos vigila” tiene ese humor negro y de suspense de Hitchcock. 

Me alegro mucho de que lo percibas. Y a veces tengo miedo de que me pongo un poco intensita, ja, ja. Intento cultivar bastante no alejarme de mi naturalidad, quién soy yo, cómo vivo las cosas y con qué profundidad las tomo. No en el sentido de no implicarme sino de mantenerme ligera. Para mí es importante el tono natural. Me parece fundamental. Es que vuelvo a lo de conclusivo. No voy dando sentencias. No me puedo poner divina si no puedo ni llegar a una conclusión. No pretendo sentar cátedra. Pero no me da miedo enfrentarme a lo que me interesa. Aunque soy seria al enfrentarme a los temas.

‘The woods of code’ © Tanit Plana

El humor no está reñido con la seriedad.

En esto tiene mucho que ver Moritz. Ha potenciado esa parte de humor mía. 

La exposición termina en la cúpula. Con audiovisuales, un poco resumen de la expo, la imagen se hace vaporosa y avanzas temas que ahora te interesan. Por ejemplo, la ecología. Parece que está presente en el discurso oficial, pero una vez más no somos conscientes de la verdadera dimensión de lo que implica la tecnología que utilizamos. Y una vez más vuelves a hablar de aquello que no vemos, qué residuos generan, antes y después, la tecnología que usamos a diario.

Para mí es importante la desmaterialización de la imagen. Partimos de una fotografía en la planta baja absolutamente física y material, que habla del amor y la verdad. Soy hija de la fotografía analógica como transmisora de verdades. Y en ese tiempo que pasa entre unas series a otras, la imagen ha perdido su estatus de verdad y básicamente su valor es de circulación. Las fotos tienen valor cuando son compartidas y cuando circulan. Pero se van desgastando como un meteorito que se desintegra cuando viaja.

La propuesta de la instalación con esas muselinas que casi vuelan tiene que ver con esa imagen que se desmaterializa, esa imagen empobrecida. Y me gusta enlazar, y me gustaba introducir esos trabajos incipientes sobre ecología. Y vuelvo a ser analfabeta máxima. Pero es un tema que hay tratar. Aún no sé ni el tono ni cómo. Pero me interesa porque me interpela con mi relación con lo tecnológico. Me encanta la tecnología, pero necesito saber más como ciudadana.

También eres profesora, ¿Qué esperan los nuevos alumnos de la fotografía?

Mucha gente llega con deseo de ser instagramer o influencer, ser una persona notable a través de la imagen. Nos comunicamos y ascendemos socialmente gracias a ella. Nos encontramos con mucha gente que viene con la intención de entrar en ese mundo, y me parece lícito. Pero hay que hacer un trabajo de ubicar tu voz por encima del sitio al que quieres llegar. Porque lo otro puede ser muy frustrante. Se marcan unos objetivos posiblemente inalcanzables. No es malo, pero hay que guardar esos objetivos para luego. Y hay que hacer un trabajo de reflexión, un reconocimiento del porqué, para qué, sustentado en qué. Hay mucha gente muy deslumbrada por el efecto influencer.

Llevas cerca de dos décadas como profesional, autora, comisaría y profesora en esto de la fotografía. ¿Qué te ha dado?

Me lo ha dado todo. Me ha dado riqueza de lo que me importa: afectos, conocimiento y relaciones. Soy muy social y me encanta tratar con gente, escuchar a gente que no conozco, aprender… La fotografía le da sentido a mi vida.