Fotomundo era una revista de fotografía argentina típica de la época, pero que además usaba desnudos femeninos para atraer lectores. Esta publicación, que dejó de imprimirse en 2012, resultó ser un reflejo de la enrarecida situación del país antes del golpe militar, del que se acaban de cumplir 40 años. David Schäfer nos recuerda este suceso en el que la fotografía pasa de documento a ser un reflejo de la historia.
A comienzos de la década de 1970, los fotógrafos se formaban haciendo cursos y talleres, impartidos, por ejemplo, en algún Foto Club ayudandos por fotógrafos más experimentados, a través de libros y revistas especializadas. Una de las principales era Fotomundo; fundada en 1967 por Lorenzo Mangialardi, tenía una salida mensual, y estaba orientada a la técnica fotográfica. Se publicaban pruebas de equipos, guías para la resolución de problemas prácticos, se anunciaban concursos y se mantenía una correspondencia con los lectores.
En las portadas las mujeres tenían un papel protagónico. A veces semidesnudas y siempre en poses sugerentes, fueron una característica sobresaliente en las ediciones de la época. También se usaron fotos de mujeres en el interior de la revista para ilustrar distintas notas. Uno de los que más hacia uso de imágenes del cuerpo femenino era Norberto Barabarino Devoto, un experimentado fotógrafo, que escribía artículos sobre el uso de la técnica con fines expresivos.
En marzo de 1973, bajo el título ‘¿A qué grano jugamos?’ describía un método para hacer visible el grano de la película; casi todos los ejemplos presentados en la nota fueron desnudos femeninos, y desató una polémica entre dos lectores.
En mayo de ese mismo año, en la sección Fotomundo responde, cuyo encabezado era la imagen de un sello postal con el General José de San Martín, se publicó una carta de un lector dirigida al director de la revista. Dice así: “En reiteradas oportunidades tuve la intención de dirigirme a usted para hacerle notar pequeñas ‘cositas’ que a mí, muy personalmente, no me agradan […] me atrevo a sugerirle (en nombre mío y de mis compañeros de Foto Club) que se vea la posibilidad de ilustrar los temas del señor Barabarino Devoto con otro tipo de fotografías que no sean específicamente desnudos, pues para demostrar el ‘grano’ de una foto no es necesariamente obligación tomarle el busto descubierto a una mujer, ¿no le parece? Y conste que no soy un “viejo recalcitrante y moralista”, sino un padre de dos hijos (5 y 3 años) y que le parece que es poco edificante para la moral de su hogar”.
Luego agrega: “Me gustaría que una revista como la suya (específicamente técnica) no se dejara arrastrar por el exhibicionismo innecesario, pues llegaría hasta el primer umbral de la pornografía; y eso sí que tendríamos que lamentarlo todos”.
La nota firmada con las iniciales E.A.H. fue publicada seguida de la repuesta del editor de la revista, y en la edición siguiente, de dos lectores, uno de ellos también de Córdoba, A. V., escribió:
“Asumiendo la representación de un grupo de compañeros de Foto Club, este señor protesta por la inclusión de los desnudos […], comentando que arranca las páginas en resguardo de la moral de sus hijos de 5 y 3 años de edad […]. Los desnudos de los grandes de la fotografía, se llamen Devoto, Haskins o Paine, podrían ser aprovechados por los falsos moralistas como E.A.H. para enseñarles a sus hijos las diferencias anatómicas entre un hombre y una mujer, y no ocultarlos y menos destruirlos para cargarlos de complejos y traumas. En Córdoba, los que andamos con la cámara colgada al cuello nos conocemos todos y yo me resisto a creer que en ninguno de los Fotos Clubes que aquí funcionan puedan existir cavernícolas como E.A.H.”.
Por último, al final de la misiva señala: “Si publican esta carta, me voy a convencer de que, además de buenos periodistas técnicos, son valientes”. Es llamativo en los términos que A. V. se dirige a E.A.H. para tomar distancia de la opinión de este último, A. V. insinúa que E.A.H. no pertenece al Foto Club, y hasta deja entrever que lo conoce. Esta polémica por el uso desnudos para ilustrar notas técnicas nos permite indagar en otros temas que tienen más que ver con el momento político que se vivía en el país que con definir una moral en torno al cuerpo femenino.
Argentina transitaba por un período “entre dictaduras”. La situación era tensa, los cuatro presidentes que pasaron en esos tres años, Campora, Lastiri, Perón y, una vez fallecido éste, su viuda Isabel Martínez, no pudieron superar la crisis política y económica que azotaba el país. Las fuerzas armadas mantenían bajo vigilancia a la población, desarrollando un trabajo de inteligencia riguroso y metódico, con infiltrados en las universidades, en los gremios y en la gran mayoría de los ámbitos donde la gente se reunía.
Basta observar el archivo fotográfico de la Policía de la provincia de Córdoba, antes del golpe militar del 24 de marzo de 1976, para comprobar que la mayoría de los líderes y militantes de aquél momento habían sido ya fotografiados y fichados. Es más, hasta se había abierto un libro especial, llamado Registro de extremistas, donde se asentaba información sobre distintas personas sospechosas de practicar actividades político-subversivas. Este tipo de prácticas serán, entre otras, las que facilitarán con posterioridad la acción represiva de los dictadores en el ejercicio del terrorismo de estado para hacerse y mantenerse en el poder.
Volvamos a la polémica entre los lectores para preguntarnos si este intercambio de opiniones, sobre una nota ilustrada con desnudos femeninos, es simplemente una diferencia de criterios o una situación más compleja, donde habría por detrás una denuncia pública. En este sentido, ¿E.A.H. podría tener una doble tarea, trabajar como fotógrafo y estar desarrollando, en paralelo, trabajos para las fuerzas armadas? ¿En qué medida podemos suponer esto? ¿Qué pruebas avalan esta hipótesis que, al principio, parece arriesgada? ¿Por qué no dejar este asunto como una simple polémica entre dos fotógrafos?
Imaginemos, por un momento, que en esta polémica el desnudo es una excusa y que el tema de fondo, el que realmente convoca a estos fotógrafos, es otro. Lo primero que observamos es que mientras otros lectores firman sus cartas con nombre, apellido y lugar de residencia, estos dos firman con iniciales, que para el mundillo fotográfico de una ciudad pequeña, como Córdoba, resultarían relativamente fáciles de deducir. Y éste es un punto interesante, puesto que el lector A.V. primero lo acusa de “falso moralista” y luego explica: “los que andamos con la cámara colgada al cuello nos conocemos todos y yo me resisto a creer que en ninguno de los Fotos Clubes que aquí funcionan puedan existir cavernícolas como E.A.H.”. Por último, entre un gesto provocador y una advertencia, termina diciéndole al director de la revista: “Si publican esta carta […] son valientes”. Todo esto conduciría a tomar más en serio la hipótesis del infiltrado descubierto. Pero vayamos más lejos en la argumentación.
Los fotógrafos de la policía hacían la carrera en la fuerza, y se perfeccionaban mediante cursos, talleres, y publicaciones. Incluso muchos trabajaban haciendo bodas y eventos sociales en sus tiempos libres. Eran fotógrafos y policías de tiempo completo y, en este sentido, se introducían y se mezclaban con los demás fotógrafos. Tener a la población bajo vigilancia implicaba, para las fuerzas armadas, la necesidad de tener informantes en todos los rincones. Cualquier dato, observación o sospecha eran muy bien recibidos por los superiores, hasta el punto de obtener algún tipo de recompensa a cambio. Por ejemplo, un fotógrafo que brindara información podría recibir el encargo de un trabajo importante, gozar de una situación de cierto privilegio o simplemente ser una persona de confianza, algo muy importante en la época. Estas tareas de vigilancia y de control en todos los sectores de la población se desarrollaron durante los años previos al último golpe cívico-militar. Luego del asalto al poder, con los dictadores al mando, los hechos fueron más concretos.
En 1976 fue secuestrada, torturada y luego liberada una profesora de la Universidad Nacional de Córdoba, que estaba a cargo de una de las cátedras de la carrera de Cine y TV. La docente no pertenecía a ninguna agrupación política; no obstante, en los días previos a su secuestro, se negó a aprobarle la materia a un “estudiante” que no había visto nunca en clase y que según sus registros no había cursado la materia. Estuvo detenida casi una semana sin saber la causa en el Departamento Informaciones Policiales, y cuando fue liberada se le ordenó renunciar a su cargo. Pasaron dos años, y leyendo el diario se enteró que aquel alumno era en realidad uno de los fotógrafos de la policía judicial y que en esos días había fallecido en un accidente de tránsito.
También está el caso de Lucía León, quien mientras estuvo secuestrada en la ESMA, uno de los principales Centros Clandestinos de Detención del país, fue obligada por Orlando González a posar en la foto titulada ‘La Parca’, que ganó el premio Cóndor otorgado por la Federación Argentina de Fotógrafos.
González era auxiliar de inteligencia y fotógrafo –le decían “Hormiga Negra”– y cuando salió premiado y se difundió la noticia en Fotomundo recibió un importante llamado de atención de sus superiores. La revista lo definió como un autodidacta que “se vale de toda la información que rescata de las publicaciones de fotografía” para realizar sus imágenes. En cuanto a ‘La Parca’, la describió como un obra “casual”: “Porque la idea primera fue simbolizar la protección de la mujer hacía un niño. Pero la imagen que logró de la mujer fue algo dantesca, con arboles detrás de ella. Por otro lado, lo rondaba la idea de un castillo medieval con una calavera delante del mismo. De la conjunción de amabas ideas surgió ‘La Parca’, una fotografía distinta que González compuso utilizando la mujer y la calavera del castillo. Este trabajo de planificación, búsqueda, concepción, bocetos, descarte de imágenes, conjunción y encuentro de la expresión buscada, es una fotografía distinta de la inicial, es la “casualidad” de que habla González. Es lo que otros llaman inspiración, aunque ambos conceptos no aclaren el camino real de la obra de arte […]. Quizá porque el arte no es un problema de buenas intenciones, sino del talento que se trabaja”.
Entre fotógrafos mirones y fotógrafos mirados, las revistas como Fotomundo tuvieron un rol significativo en la formación de profesionales, y fueron un punto de encuentro entre fotógrafos con intereses diversos. En sus páginas quedaron objetivados los modos de concebir y de hacer fotografía de aquel momento. Por un lado, las mujeres como decorados en las tapas de las revistas definidas en torno a una mirada masculina, que la cámara de muchos de los lectores se encargaría de reproducir. Por el otro, el dispositivo fotográfico, como tecnología al servicio del poder, que fija una forma de mirar los cuerpos, siempre sometidos a una estricta vigilancia.
Pese a lo dicho, es probable que estos argumentos no sean suficientes para sacar a nuestra hipótesis del terreno de las conjeturas. No obstante, estas inferencias nos brindan elementos para imaginar lo que pasaba en Argentina hace más de cuarenta años.