Roger Fenton no es un fotógrafo desconocido ya que es considerado el primer fotorreportero de guerra. Sus colodiones de la Guerra de Crimea forman parte de la historia de la fotografía, una visión del frente financiada por el gobierno británico a cambio de censurar los horrores del frente. Pablo Martínez Muñiz nos acerca a esta figura histórica a través de los retratos orientalistas que nos muestran otra faz de Fenton y de la fotografía de la época.
Londres, enero de 1859. En el marco de la sexta exposición anual de la Photographic Society of London se expone una serie de imágenes que llama poderosamente la atención. En ella vemos un conjunto de personajes masculinos y femeninos que posan en diferentes escenarios de interiores orientales recreados. Diríase que estamos en el estudio de algún fotógrafo instalado en Constantinopla, El Cairo o Beirut. Algún fotógrafo que movido por las oportunidades de negocio que ofrece el nuevo dispositivo tecnológico presentado oficialmente en París en 1839, se dedica a fotografiar a los habitantes locales y turistas que desean obtener un preciado retrato escenificado, tan a la moda en la época.

Autorretrato de Roger Fenton
Así pues, tenemos ante nosotros un conjunto de imágenes que recrean el ambiente local –ciertamente en algunos casos de una manera algo precaria–. Si nos fijamos bien, podemos observar claramente que estamos en el estudio de un fotógrafo y no en la casa o estancia de un particular. Por lo tanto, podemos hablar de fotografía escenificada. Podemos apreciar, por ejemplo, en alguna de las imágenes los techos acristalados a doble vertiente, necesarios para la correcta iluminación de la escena y que denotan que efectivamente estamos en un estudio fotográfico. En 1858, cuando fueron realizadas estas fotografías, todavía no existía la luz eléctrica ni focos para realizar fotografías e iluminar interiores. Por lo tanto, los estudios de fotografía debían de estar dotados de amplias cristaleras para dejar pasar el máximo de luz, y de un complejo sistema de estores para poder dirigirla.
Vemos también que algunos de los elementos del atrezzo y del mobiliario se repiten en diferentes tomas y composiciones, una característica propia de los estudios fotográficos de la época, pues solían contar con una lista de objetos de decoración y muebles para componer las escenas que, en función de las diferentes tomas, iban combinando. A lo largo de la serie fotográfica podemos observar claramente cómo aparecen diferentes personajes, hombres y mujeres, ataviados con trajes orientales, de un estilo costumbrista: preciosas túnicas árabes con motivos ornamentales geométricos, elegantes turbantes para los hombres, velos que cubren el rostro y/o la cabeza para algunas de las mujeres, blusas blancas de corte holgado que dan la sensación de frescura, apropiadas para los climas cálidos del Mediterráneo oriental, fajines utilizados frecuentemente por los hombres para portar una daga o una pistola en la cintura, pantalones bombachos para los hombres, calzado estilo babuchas, hermosos pañuelos, etc. Se trata de un vestuario muy pintoresco, que nos transporta a otro mundo, a otra época.
Como ya he adelantado anteriormente, el conjunto del mobiliario y los objetos de uso cotidiano que aparecen en las fotografías también tienen ese sabor oriental: pequeñas mesillas con incrustaciones de lacas y trabajo de ebanistería, todo tipo de alfombras con motivos turcos y persas, narguilés o pipas de agua para fumar, vasijas, jarras y vasos de estilo oriental, instrumentos de música típicamente orientales como el kemencé (instrumento de cuerda frotada originario de Persia), la pandereta o el tar (instrumento de cuerda pulsada, de origen persa y similar al laúd), etc.
No obstante, un análisis más en profundidad nos arroja una serie de detalles que plantean serias dudas sobre las localizaciones de estas imágenes: en la fotografía titulada “Orientalist Study”, 1858, la mujer reposa uno de sus pies sobre un pequeño taburete que para nada se parece al resto de objetos orientales presentes. En “Musician and Dancer”, 1858 y en “Pasha and Bayadere”, 1858, las baldosas del suelo, que se dejan entrever entre las numerosas alfombras utilizadas, presentan los mismos motivos, unos diseños que nada tienen que ver con la estética oriental. Así pues, poco a poco, conforme vamos agudizando nuestra observación, desvelamos un gran misterio: estas fotografías no están hechas en Constantinopla, en El Cairo o en Beirut. Y su autor no es ningún fotógrafo oriundo de dichas ciudades. Son fotografías hechas en Londres, en 1858, y su autor es ni más ni menos que Roger Fenton, uno de los grandes fotógrafos victorianos de la época.
Desvelado el misterio, ahora debemos explicar las causas o motivos de semejante representación. En esta época de la segunda mitad del siglo XIX asistimos a un enorme interés en Europa por el Oriente. Paulatinamente se irá desarrollando una ciencia, el Orientalismo, que significa Oriente visto por Occidente. Se trata de una ciencia por la cual los occidentales desarrollan una mirada sobre el paisaje, la arquitectura, los individuos y las costumbres orientales. Una mirada sobre una realidad diferenciada que más bien recrea, imagina e incluso inventa. Una manera de ver en la que a través de un reduccionismo se tiende a establecer un proceso de dominación colonial y cultural sobre los vastos territorios de Oriente. Un Oriente, que en este caso es Oriente Próximo, es decir, aquellos territorios ribereños del Mediterráneo oriental.

Mujeres de Argel. 1834 E. Delacroix
Después de estudiar Derecho en Londres, Roger Fenton se dedicó durante una temporada a la pintura en Londres y París. Se cree que se inició en la fotografía y aprendió la técnica del calotipo sobre papel encerado de la mano del fotógrafo francés Gustave Le Gray, en París. Así, inicia una breve pero brillante carrera como fotógrafo en 1852, que duraría diez años. Una carrera marcada por la moda del Romanticismo y la influencia orientalista, de la mano de grandes pintores de la época como Eugène Delacroix, Ingres, Charles Gleyre y Jacques Antoine Moulin.
Sin embargo, Roger Fenton es sobre todo conocido en la historia de la fotografía por ser el primer fotógrafo en haber fotografiado un conflicto bélico, pues su viaje a Crimea en 1855, enviado –según afirma Susan Sontag en su libro ‘Ante el dolor de los demás’ (2003)– por el príncipe Alberto de Inglaterra, con el objetivo de crear unos documentos fotográficos que contrarrestaran la enorme impopularidad que había causado dicha guerra, en la que participaba el Imperio Británico, entre la sociedad. Además de estas famosas fotografías, Fenton también fotografió paisajes ingleses, estudios de arquitectura, principalmente a través de la arquitectura gótica inglesa, y naturalezas muertas. En 1852 Fenton fotografió lo que se cree que son las primeras imágenes de Rusia y del Kremlin. En 1853 el Museo Británico de Londres le invitó a fotografiar algunos ejemplares de su extensa colección.
Siguió con su brillante carrera de fotógrafo, pero en 1862, ante su desacuerdo sobre el progresivo aumento de la comercialización de la profesión del fotógrafo, abandonó para siempre la práctica fotográfica así como su profesión para dedicarse, el resto de su vida, al mundo de la abogacía.
Pero volvamos a la serie de fotografías orientalistas de Roger Fenton. En la descripción anterior no hemos hablado de los personajes. Cierto es que sus posados no resultan del todo convincentes, son estereotipados, reproducen esquemas compositivos de cuadros orientalistas, y los rostros distan bastante del tipo “oriental”. Cierto es también que los personajes se repiten. Para realizar estas fotografías, Fenton recurrió a amigos suyos y modelos para que posaran, no excesivamente numerosos, de forma que vemos a un mismo modelo en varias fotografías.
Pero, al mismo tiempo, estas apreciaciones pueden resultar en parte superfluas si tenemos en cuenta que la relación de las personas con las imágenes eran muy diferentes en aquellos tiempos en relación a la actualidad. En la segunda mitad del siglo XIX era bien difícil para el gran público comparar y verificar estas imágenes orientalistas con referentes reales, imágenes del Oriente Medio, por la sencilla razón de que apenas se disponía de ellas. Para el gran público, esas imágenes orientalizantes realizadas por Fenton resultarían mucho más convincentes que para el público actual.
No existían modelos ni la sociedad disponía de un aprendizaje en imágenes, producido tras décadas de asimilación de imágenes, sobreexposición a miles de imágenes a diario y constantes estímulos visuales como los que tenemos en la actualidad. Y como no existían referentes, éstos se buscaban en la pintura orientalista, la cual no es más que una idealización de relatos románticos, historias legendarias, viajes de exploración y visiones estereotipadas y realizadas por esa especie de deseo de creación de mundos exóticos por parte de la estricta y victoriana sociedad inglesa de la época. A la cual se añadía la sociedad europea, igualmente estricta en cuanto a la moral se refiere.
Así pues, estamos ante un ejemplo tópico de construcción del ideario orientalista, que cien años después el intelectual Edward W. Said definirá a la perfección al afirmar que “Oriente es menos un lugar que un topos, un conjunto de referencias, un cúmulo de características que parecen tener su origen en una cita, en el fragmento de un texto, en un párrafo de la obra de otro autor que ha escrito sobre el tema, en algún aspecto de una imagen previa o en una amalgama de todo esto.”
Otro autor que no necesariamente estuvo allí, que se dejó llevar más por el deseo que por la razón. Por eso el Orientalismo puede ser definido como un saber que estipula la manera en la que nosotros, los europeos, hemos decidido mirar a los otros, a los orientales. En un momento de decidida expansión comercial, económica y colonial, un momento en el que Europa vivía una época dorada, fascinada como estaba con la tecnología, un momento en el que las estructuras tradicionales y tardofeudales iban siendo poco a poco sustituidas por una cultura industrial.

© Roger Fenton