Pioneros

Joseph-Philibert Girault de Prangey fue uno de los primeros fotógrafos que salió a la captura del mundo, en este caso a Oriente. Pablo Martínez Muñiz nos descubre sus maravillosos daguerrotipos y nos cuenta la historia de este pionero de la fotografía.

Hubo un tiempo en el que lo oriental fascinaba a Europa y a sus intelectuales, aristócratas y burgueses. Cada relato, imagen u objeto artístico de Oriente traídos por los intrépidos viajeros europeos suponía un motivo de admiración y fantasía. Muchos fueron los intelectuales y artistas europeos del siglo XIX que iniciaron su Grand Tour y para los cuales la obligada estancia en Roma no era más que una parada en el largo viaje hacia Oriente. Viaje que incluía visitar los territorios de Grecia, Turquía, Siria, Palestina, Líbano y Egipto. Absorto Occidente como estaba por todo lo oriental, con el tiempo creó un término, el orientalismo, para definir ese interés, esa visión del otro, para cultivar la fantasía y, finalmente, para dominar al otro. Por otro lado, ya desde la publicación oficial del nuevo invento de la fotografía, hecho llevado a cabo por Arago ante la Cámara Francesa de Diputados el 3 de julio de 1839, los arqueólogos y viajeros europeos incluyeron en sus equipajes diversos equipos para realizar fotografías y documentar sus viajes por Oriente. Precisamente, el propio Arago dijo lo siguiente: “¡Cómo se va a enriquecer la arqueología gracias a la nueva técnica! Para copiar los millones y millones de jeroglíficos que cubren, en el exterior, incluso, de los grandes monumentos de Tebas, de Menfis, de Karnak, se necesitaría una veintena de años y legiones de dibujantes. Con el daguerrotipo, un solo hombre podía llevar a buen fin ese trabajo inmenso”.

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Autoportrait présumé © Gallica/BnF

Joseph-Philibert Girault de Prangey (1804-1892) no fue el único, pero sí uno de los primeros en fotografiar el Oriente. Nacido cerca de Langres (Francia), tenía un origen aristocrático y fue el último descendiente de los señores de Vitry. Heredó una gran fortuna tras la muerte de sus padres y hermanos en 1828, que utilizó para sufragarse sus gastos personales, así como sus viajes a lo largo de su vida. No tuvo descendencia. Comienza sus estudios de letras y derecho en París en 1820, pero posteriormente se dedicará a la pintura, en los talleres de Ingres y Heim. Sin embargo, sus grandes pasiones, que desarrollará a lo largo de su vida, serán la arquitectura, el diseño, la fotografía y la botánica. Fue un hombre ciertamente diferente para su época, incomprendido, de fuerte carácter, poco sociable, rudo, y que dedicó su vida al estudio, al interés por Oriente y a los viajes. Su temperamento y gustos estéticos nos recuerdan al personaje de Jean Floressas des Esseintes en la novela ‘A contrapelo’ (1884) del escritor francés Joris-Karl Huysmans. En 1832 emprendió un viaje a España, principalmente por Andalucía, fruto de su creciente interés por el mundo musulmán. Allí realizó una serie de estudios y dibujos de los principales monumentos musulmanes en Andalucía que fueron publicados bajo el título de ‘Souvenir de Grenade et de l’Alhambra, première partie de ses Momuments árabes et moresques de Cordoue, Séville et Grenade dessinés et mesurés en 1832 et 1833’. Es el inicio de su pasión por la arquitectura arabo musulmana que marcará su existencia.

A su vuelta de Granada, en 1835, se dedica a planificar y construir su villa privada, realizada siguiendo el modelo de las yali o villas otomanas construidas a orillas del Bósforo en Estambul. Se trataba de una mansión con cúpula lobulada, decorada con arabescos, rodeada por insólitas plantas y flores, palmeras, en fin, un exótico paisaje concebido en la meseta de Langres, uno de los lugares más fríos de Francia, con vistas a los Alpes y a los macizos del Jura y Vosgos.

En 1839 se divulga el nuevo invento del daguerrotipo y Girault de Prangey se entusiasmará muy tempranamente con él. Teniendo en cuenta la habilidad que ya poseía con el dibujo (ayudado de una cámara lúcida) para dibujar ornamentos arquitectónicos y monumentos, el nuevo procedimiento colmará sus aspiraciones de registrar lo más fielmente posible los modelos y detalles arquitectónicos de edificios y monumentos. Menos de dieciocho meses después de la publicación del invento de la daguerrotipia, Girault de Prangey la practica ya en París.

VIAJE A ORIENTE

En abril de 1842, Girault de Prangey se embarca en el puerto de Marsella con destino a Roma, primera etapa de un viaje de dos años que le llevará por Atenas, Alejandría, EL Cairo, Constantinopla, Asia Menor, Palestina, Siria, Líbano, Baalbeck y Jerusalén. Quiso también ir a Persia, aunque finalmente desistió por miedo a que los cerca de mil daguerrotipos que realizó se estropearan por las inclemencias del viaje. Este viaje supuso una auténtica epopeya, pues hay que considerar las enormes dificultades que conllevaba el tener que viajar transportando el pesado material fotográfico. Girault de Prangey iba equipado con su cámara de placas con un formato del chasis de 24×19 cm, sus frascos de mercurio para poder realizar los daguerrotipos, así como otros instrumentos como trípodes, cajas de placas, etc. Utilizó cinco formatos diferentes, todos ellos inscritos dentro del chasis de su cámara de daguerrotipos: la placa entera de 24×18 cm. en sentido horizontal o vertical, media placa de 12×18 cm, media placa panorámica de 9×24 cm, un cuarto de placa de 12×9 cm y finamente un sexto de placa de 8×9 cm. Las placas de daguerrotipos debían ser tratadas antes y después de la toma fotográfica con diversos productos químicos, y el calor que acompañó al viaje no ayudaba nada. En la ruta, era imposible encontrar negocios que suministraran los productos indispensables para realizar los daguerrotipos, y todo el material debía ser comprado antes de la partida, en Francia.

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Villa Girault de Prangey.

A lo largo del viaje, Girault de Prangey realizó cerca de mil daguerrotipos. Podemos observar varias tipologías en su forma de fotografiar. Primero habría que destacar el interés de Girault de Prangey por el detalle arquitectónico, interés derivado de su dedicación a dibujar fragmentos decorativos de los monumentos musulmanes españoles –principalmente los palacios Nazaríes de la Alhambra– durante su viaje por Andalucía. Su mirada se fija en capiteles de diversas épocas y estilos, en ventanas de iglesias y mezquitas, columnatas egipcias, inscripciones árabes y egipcias sobre muros y fachadas, frontones y frisos decorativos de templos y fragmentos de murallas semiderruidas. Otra tipología sería la de las vistas o paisajes, género fotográfico que fue predominante en la fotografía hasta prácticamente la llegada del siglo XX. Girault de Prangey, con su instinto por la novedad y su talante creativo, supo innovar en este género y buenos ejemplos de ellos son las vistas panorámicas que realizó en Jerusalén y Damasco en 1843. Finalmente, cabría prestar atención a los daguerrotipos de monumentos que realiza: iglesias, mezquitas, templos, castillos, casas señoriales, puertas de murallas, etc. Utiliza un punto de vista frontal en el que el motivo fotografiado se inscribe en un contexto que lo relaciona con el paisaje circundante, manteniendo la línea del horizonte aproximadamente en el medio de la imagen. Estos gestos compositivos, que Girault de Prangey realizaba ya en 1842, únicamente tres años después de la publicación oficial del invento de la daguerrotipia, le convierten en un pionero. La técnica fotográfica referente al encuadre del motivo arquitectónico y la construcción del paisaje que practica Girault de Prangey quedará prácticamente definida hasta la llegada del siglo XX.

Pero, quizás lo que más nos fascina hoy en día al observar los daguerrotipos de Girault de Prangey sea las huellas producidas por la manipulación de las placas de daguerrotipos así como por el paso del tiempo. Percibimos unas imágenes que, parafraseando a Marguerite Yourcenar, han cambiado igual que el tiempo nos cambia a nosotros. Y es que 173 años no pasan en balde. La imagen original, aquella que Girault de Prangey vio por primera vez, en su proceso de erosión y transformación adquiere una vida propia. Más que degradarse por el paso del tiempo, que lo hace, la imagen se transforma para añadir a ella toda una constelación de marcas, arañazos, raspaduras, diversas familias de hongos, así como tonos azules y dorados. Podemos percibir las huellas dactilares del propio Girault de Prangey y los gestos realizados por sus dedos en el momento de preparar y limpiar las placas. Misteriosos halos de azufre degradan las imágenes desde los bordes. Todas estas capas de información se superponen a la imagen original, el index o referente de la realidad tal y como se le apareció al fotógrafo. Unas capas que se podrían identificar con diferentes estados de la memoria, como si de una pisada que queda grabada para siempre en el terreno se tratase.

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Athènes. 1842. Tour des Vents. 115 © Gallica/BnF

Las composiciones plásticas resultantes ofrecen una belleza casi sublime. Además, se trata de una belleza atemporal porque no es el producto de una moda pasajera, de un momento concreto de la historia, sino el resultado del paso del tiempo. Como la belleza atemporal que encontramos en las inmensas montañas esculpidas durante millones de años por la naturaleza. Objetos auráticos, como diría Walter Benjamin, que nos recuerdan el carácter único y sagrado de su frágil y conmovedora existencia. Un legado que nos permite no sólo observar imágenes del pasado, sino también imaginar fantasías orientales, viajes a mundos desconocidos y narraciones atemporales. Imágenes que nos transportan a las doradas y azules cúpulas de los cuentos de ‘Las mil y una noches’.

EL LEGADO

A su vuelta a París, Girault de Prangey prosigue con su labor de editor y realiza una lujosa publicación compuesta de litografías realizadas a partir de una selección de sus daguerrotipos. La obra se titulará ‘Monuments arabes d’Égypte, de Syrie et d’Asie Mineure’ (1846). Una continuación de su proyecto sobre la arquitectura musulmana verá la luz unos años más tarde bajo el título ‘Monuments et paysages d’Orient’, sin embargo, supondrá un fracaso editorial. Y es en este momento llega el fin de la aventura orientalista de Girault de Prangey. Sus trabajos sobre la arquitectura musulmana serán pioneros en la materia, aunque su legado no será reconocido hasta pasados muchos años.

Girault de Prangey pasó los últimos 40 años de su vida, hasta su muerte en 1892 a la edad de 88 años, solo y recluido en su mansión morisca de Langres. Allí se dedicó a una de sus pasiones: la botánica. Creó un pequeño jardín paradisíaco en su villa, rodeado de los recuerdos de sus viajes, del ambiente oriental de su mansión y por supuesto de sus cajas con daguerrotipos.

A su muerte, la mansión de Girault de Prangey fue abandonada, y con ella, gran parte de los recuerdos que contenía. Los delicados arabescos decorativos fueron erosionándose, las canalizaciones de su jardín acabaron resquebrajadas, su frágil y exótico jardín murió poco a poco mientras la maleza y el bosque reconquistaba su espacio. Sus veintiuna cajas repletas de daguerrotipos quedaron olvidadas en una habitación de la mansión que acabó en ruinas. Nada se supo de ellas. En los años 20 del siglo XX el conde de Simony compró los terrenos así como la mansión en estado ruinoso. No fue hasta 1934 cuando el conde desveló la existencia de los daguerrotipos, por fin rescatados del olvido. Y fue entonces cuando, poco a poco, en silencio, esas imágenes latentes volvieron a ver la luz, y con ellas, la memoria de un hombre con una fe ciega en su labor erudita.

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Damas. 1843, prise de la terrasse Baudin © Gallica/BnF