Hay monentos en los cuales la historia se acelera exponencialmente. Tanto en Cataluña como en el resto de España, estamos viviendo uno de ellos. Comunicativamente, está siendo un «procés» donde las emociones están superando el análisis y el rigor que un proceso como éste merece. Por ello, hemos querido fijar nuestra mirada en el relato –inconcluso– de cómo se está viviendo el en la Cataluña rural. Mikel Laburu nos presta su mirada de un trabajo que ya ha merecido la atención de DerSpiegel. Un texto de Raúl Martínez.
Es todavía pronto para calibrar los efectos de la lamentable decisión de detener por la fuerza la celebración del referéndum por la independencia de Cataluña del pasado 1 de octubre. Lo que sí podemos apreciar ya es el terrible daño hecho a la convivencia ciudadana y la polarización de las posturas a la que el desalojo violento de algunos colegios electorales ha conducido.
El gobierno del Partido Popular ni siquiera puede afirmar que impidió la celebración de la consulta ya que se calcula que sólo una quinta parte de los que quisieron votar no pudieron hacerlo. Una pírrica victoria si tenemos en cuenta los efectos colaterales de la intervención policial que tardarán mucho tiempo en borrarse de la memoria de una inmensa parte de los catalanes.

© Mikel Laburu
La consulta, efectivamente, no contaba con las mínimas garantías democráticas exigibles en la Europa del siglo XXI, pero eso no convierte a los que trataron de participar en ella en delincuentes. Más allá de las cuestiones morales, la actuación policial logró todo lo contrario de lo que se suponía que era su objetivo. No podía haber manera más eficaz de legitimar y darle importancia a la consulta que tratar de impedirla de esta manera. Lejos de detener su impulso, la violencia ejercida carga de argumentos a todos los partidarios de una secesión brusca y unilateral con España, dando forma gráfica a la idea según la cual es imposible dialogar con el Estado español.
La radicalización de las posturas de unos y otros, que este tipo de acontecimiento puede provocar es algo muy preocupante en la situación actual y muy difícil de desactivar. Así, los argumentos no se debaten sino que tienden cada vez más a ser arrojados a la cara de los oponentes, que dejan muy pronto de ser oponentes para convertirse en enemigos. En estos tiempos de posverdad, de fake news y de opinión disfrazada de información a través de los miles de canales ahora abiertos, hemos visto cómo una parte y la otra trataban de controlar los mensajes y las imágenes que circulaban.
Que, por poner un ejemplo conocido, la edil de ERC que denunció que la policía le rompió expresamente los dedos y la había agredido sexualmente dijera o no toda la verdad es secundario respecto a los acontecimientos principales: la violencia policial existió, y en unas proporciones terribles e inaceptables, y tratar de centrar el debate en lo que no deja de ser un detalle nos desvía de lo que debería ser el debate central en todo este asunto.
La proliferación de imágenes, y la velocidad a la que se propagan, dificultan cualquier debate serio, frío, y , a defecto de poder ser objetivo, honesto. Las imágenes, especialmente las difundidas por las redes sociales, carecen de la perspectiva suficiente como para ser tratadas con la cabeza fría y se convierten muy rápidamente en icónicas, alejándose de la realidad de manera exponencial.
La manifestación por la unidad de España del 8 de octubre en Barcelona ha llenado las redes sociales de imágenes de ultraderechistas cometiendo abusos y mostrando la imagen más degradante de una España que no parece haber resuelto, ni de lejos, una gran cantidad de temas pendientes. Es posible e incluso probable que muchas de estas imágenes no pertenezcan de hecho a lo ocurrido en la Ciudad Condal pero esto parece ya secundario. Cada bando –pensábamos que ya no íbamos a hablar de bandos en España, pues aquí los tienen– utiliza las imágenes de manera exclusivamente emocional. Se trata de golpear fuerte para demostrar hasta qué punto el adversario (¿el enemigo?) no atiende a razones, no es capaz de dialogar.
Pero es precisamente en los momentos de máxima tensión, como los que estamos viviendo actualmente, cuando hay que tratar de mantener la cabeza fría y contextualizar al máximo las imágenes que difundimos. Lo que está en juego no es una victoria electoral, ni siquiera la independencia de un territorio sino la convivencia entre ciudadanos de un país demasiado acostumbrado al desgarro.

© Mikel Laburu