#Mirada Zoom

Agencia Zoom nos trae en el reportaje realizado por Edgar dos Santos sobre los Akan, una comunidad que habita en el centro de Ghana. Un proyecto «que indaga en las formas de relacionarse con el entorno por parte de la comunidad y su condicionamiento occidental, no solo en sus formas, sino también en sus valores o formas de concebir el mundo».

Hace unos años, me trasladé Abetenim, un pequeño pueblo de Ghana, a 40 km de Kumasi (la 2ª ciudad del país). Había estado en África en otras ocasiones, pero nunca para estar cuatro meses en una aldea del áfrica tropical.

Desde que tomé el autobús en Acra, la capital, para trasladarme a Abetenim, pude ver como el paisaje estaba formado por una maraña verde de árboles y matorrales que solo se interrumpía por los asentamientos y campos de cultivo que aclaraban el terreno y alineaba la vegetación. 

El pueblo, como todos de la región, estaba rodeado de una masa frondosa de vegetación, un espeso bosque tropical que excitaba mis sentidos al situarme frente a la jungla africana. Cuando Opoku, un vecino del pueblo se ofreció para hacerme de guía, me llevó al interior de la selva para conocer sus entrañas empecé a descubrir lo ingenuo de mi impresión. 

Al principio me llevaba por pistas o caminos bien visibles hasta los campos claramente delimitados. Plantaciones, no muy extensas, se hacían un hueco entre los árboles y matorrales silvestres de la selva. Animado por mis ganas de penetrar en la selva Opoku me condujo por senderos más estrechos que en ocasiones requerían el uso del machete para abrirnos paso. Durante esas incursiones era frecuente encontrarnos con herramientas de trabajo o montículos de desbrozos esparcidos. Mi desconocimiento de la lengua twi, y del inglés por parte del guía hacía difícil clarificar al momento el porqué de esas herramientas ahí abandonadas. También advertí que la gente no solo trabajaba en aquellas primeras plantaciones claramente delimitadas y organizadas en hileras, sino que también estaba en los márgenes de esos campos desbrozando o haciendo vete a saber qué.

Cuando mi comprensión del lugar se afinó descubrí por fin que muchas de las plantas o árboles que nos rodeaban también eran cultivos. Ñame, yuca, taro, berenjenas, cacao, naranjas, piña, plátanos… convivían y mezclaban con otras plantas sin un orden aparente. Todo el bosque parecía ser una gran extensión de cultivos mezclados con otros y con otras plantas y arbustos. El espesor de la maleza, la maraña de plantas, árboles y matorrales, y el desconocimiento del entorno dificultaba, a los ojos de un obruni (“el que viene de fuera”) ver con claridad dónde acababa el cultivo y empezaba el bosque. Más bien todo era un gran cultivo expandido o un gran bosque cultivado. 

Mi mirada había cambiado. Como les sucediera a los primeros exploradores europeos que se desplazaron a través de las selvas tropicales por los ríos, al ver la densa vegetación que bordeaba las orillas, asumieron erróneamente que todo el bosque era una selva impenetrable. Me había dejado llevar por mi idea de África y los paisajes imaginados. Había proyectado en la naturaleza mi propia idea de selva condicionada por los medios, mi entorno social, y mi experiència personal.

Como Walter Lippmann describe, “en la mayoría de las situaciones en que nos encontramos cada día, el proceso de definición de la realidad no sigue el procedimiento lógico de observación y juicio, sino a la inversa, primero juzgamos, definimos, y después miramos. (…) No vemos esto o aquello, sino lo que hay en nuestras mentes sobre cada una de las realidades.” O como resumiría Anais Nin, “No vemos las cosas como son, sino como somos”.

‘El Bosque Dibujado’ trata de describir un paisaje mientras cuestiona los procesos mediadores para su comprensión y representación. El proyecto, además, indaga en las formas de relacionarse con el entorno por parte de la comunidad y su condicionamiento occidental, no solo en sus formas, sino también en sus valores o formas de concebir el mundo.