cualquiera que lleve tiempo en este negocio sabe que las reglas para realizar fotos pueden determinarse y enseñarse con tanta precisión y exactitud como las de la termodinámica, el cálculo vectorial o la química orgánica. Sin embargo, el autor ha de realizar su obra a partir de una particular manera de percibir lo que le rodea, unos sentimientos concretos y su propia experiencia. Tal y como afirmaba la premio Nobel de literatura Nadine Gordimer, “el acto creativo jamás es puro”. Ni puro ni neutro, pues cualquier acto creador surge de una idea previa (o varias) y cada idea lleva asociada un sentimiento (o varios). Perseguimos ideas que son, con un alto porcentaje de probabilidad, racionalizaciones de nuestros afectos. En este sentido, toda obra es conceptual y emotiva.
Curiosamente, me resulta sencillo explicar lo que aparece en mis fotos, pero tremendamente difícil describir lo que experimenté cuando las hice. La memoria es traicionera y voluble. Sé que fueron sensaciones positivas relacionadas con la confianza, el éxito y la euforia. Puedo describir lo que vieron mis ojos pero me resulta imposible hacerlo con el olor del aire y mucho menos lo que sentía cuando mi mente y mi cuerpo decidieron que aquello que estaba delante merecía ser convertido en imagen. Sé que en esos momentos todo parece fluir, todo parece estar en su sitio: lo de fuera y lo de dentro. Son instantes en los cuales lo que ves encaja a la perfección con tu forma de ser, de mirar, de vivir. Momentos de transformación donde confluyen las ideas con los afectos. “La mente creativa juega con los objetos que ama” (Carl G. Jung dixit).