En mis fotos estoy yo aunque no aparezca en ellas o haya espectadores que no me intuyan. En mis fotos están muchas obsesiones infantiles, ciertas manías adolescentes, las certezas adultas y algunos de los temores de la edad avanzada. ¿Haría estas mismas fotos de no ser como soy? ¿Podría desembarazarme de mi vida y crear fotos completamente distintas? Creo que no, pero puede que piense así porque continúo apegado en exceso a mi ego. La clave, dice Salvador Pániker, está en deshacerse del ego, es decir, en la identificación con el ego [1] . El mismo Pániker nos relata que para Jung la primera parte de la vida hay que dedicarla a construir un ego fuerte y la última parte a deshacerse de ese ego. No deshacerse de lo que somos, sino, intuyo, a ese apego tan terrible a lo que creemos ser.
Yo me identifiqué durante muchos años con el aventurero romántico que iba, cámara en mano, en busca de paisajes idílicos y experiencias apasionantes. Lo conseguí durante algún tiempo pero ese estereotipo que perseguía con ahínco me ató a viajes extremos, distancias kilométricas, lugares famosos y luces embriagadoras. Cuando mis fotos comenzaron a parecerse demasiado me di cuenta de que quizá me había metido demasiado en ese fabuloso papel. Los problemas de no diferenciar al actor del personaje. Desprenderse del corsé no fue fácil pero me sirvió para comprender que había otras partes de mí que podían ser más interesantes, fotográficamente hablando, que muchos de los lugares que había visitado. En mis fotos sigo apareciendo yo aunque ahora ya no sean tan espectaculares ni tan idílicas. Será que he perdido vitalidad y me he vuelto menos bucólico. Cosas de la edad, imagino.