Los mitos perviven en la memoria colectiva y sobrevuelan todas y cada una de las escuelas habidas y por haber. La historia de la fotografía recorre cada aula, cada revisión de porfolios y cada sala de exposiciones. Esos mitos con nombres y apellidos son parte de nuestro inconsciente colectivo y su sombra se proyecta en cada enseñanza y con cada conferencia. Crear es llamar constantemente al timbre de ese imaginario social; así que hacer fotos es como ir abriendo puertas que el tiempo se encarga de mantener abiertas o cerrar según la personalidad de cada autor, nuestro grado de obstinación y las ganas de trascender.
Cada imagen supone la esperanza de lograr una obra bien hecha, significativa, acorde con lo esperado y de la que podamos sentirnos orgullosos. No es sino el deseo de que se abran los accesos a ese paraíso constituido por todas las fotografías que nos gustaría realizar. Lograr ver el cielo cada vez que apretemos el botón. ¿Complicado, verdad? Esto no quita para que nos pasemos buena parte de nuestra existencia golpeando las cancelas de esa tierra prometida. La tierra de las fotos soñadas y los maestros admirados.
Digamos que hacer fotos es como ir cruzando umbrales, que podrían conducirnos, de continuar el camino, a un destino diferente. Cada uno de ellos puede ser una idea, un motivo, una técnica, un formato, una localización, un elemento, una experiencia… Al principio intentamos cruzar muchos porque creemos que el mundo de la fotografía está en nuestras manos, en las herramientas que utilizamos, en los lugares visitados, en la cantidad de obra realizada. Durante los primeros años nos cuesta entender que ser fotógrafo no tiene que ver tanto con la conducta (el cómo), sino con la identidad (el por qué). Llegará un momento, casi seguro, en que habrá factores mucho más importantes que los kilómetros recorridos y el número de imágenes creadas. Mientras tanto atravesaremos un montón de puertas y tomaremos numerosas bifurcaciones sin saber muy bien adónde nos llevan. Posiblemente pensando que a mayor cantidad de rutas más probabilidades de que podamos acceder a la tierra prometida y cruzar ese umbral que nos conducirá, por fin, al reconocimiento. Sin embargo, comenzamos a madurar cuando traspasamos menos puertas pero recorremos más caminos. Algunos lo llaman profundizar.