Parece ser que el Zen surgió en el siglo VII a partir de distintas escuelas budistas y busca la experiencia de la sabiduría más allá del discurso racional . Su objeto principal es alcanzar el estado de iluminación mediante la práctica de la meditación. Una práctica que a través de distintas etapas sucesivas provoca el surgimiento de una supuesta conciencia superior, la cual, a su vez, proporciona un conocimiento más profundo de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Salvando las distancias con dicha disciplina, la práctica fotográfica, sin tener como meta la iluminación del practicante, puede servir también para más cosas que la realización de imágenes. En este sentido, el aprendizaje de la fotografía puede ser visto como una forma de comprender mejor ciertos aspectos del ámbito donde vivimos, descubrir nuevas realidades y profundizar en ellas, pero también podría verse como un proceso de desarrollo de ciertas cualidades individuales. Aprender a hacer fotos como una actividad meramente cognitiva, pero también como un camino de crecimiento personal.
Se trataría, a grandes rasgos, de asumir la creación fotográfica como una vía para ambas cosas ―el conocimiento del mundo y el desarrollo de uno mismo―. Básicamente, sería cuestión de convencer a los estudiantes (y también a nosotros mismos) de que la fotografía es mucho más que hacer fotos y que su práctica no está tan separada de nuestra formación como personas. Convencerles, y demostrarles, de que esta maravillosa disciplina artística es conocimiento del medio pero también conexión emocional con él (generalmente lo primero no puede darse sin lo segundo). Que hacer fotos significa desarrollar la mirada, la destreza técnica y la creatividad, pero también la perseverancia, el compromiso con el trabajo y la introspección. Que ser fotógrafo puede desembocar en desempeño profesional, pero que ha de ir ligado, como en cualquier otra actividad creadora, a ciertos procesos internos relacionados con nuestra naturaleza íntima. Convencerles de que el fotógrafo también ha de modelarse a sí mismo, tal y como nos recuerda Rudolf Arnheim, a través del desarrollo de la intuición, la capacidad de razonar correctamente, cierto entendimiento que nos permita diferenciar lo provechoso de lo redundante, así como la habilidad de comprender la relación entre lo soñado y lo finalmente captado. Sería una lástima que la realización de imágenes llegase a convertirse en una mera repetición de rutinas que no nos aportase un conocimiento algo más profundo de quiénes somos y qué queremos.
Si la fotografía tiene que ver más con la vida que con la luz, y yo me lo creo, y su práctica puede convertirse en un auténtico viaje de autoconocimiento (y esto me lo creo aún más), entonces la iluminación fotográfica ―de existir― sería algo parecido a la apertura de una vía que uniera, aunque fuese temporalmente, lo de fuera con lo de dentro, las ideas con los afectos, la existencia con la creación, el sueño con la imagen, el autor con lo fotografiado, la lógica con la utopía, el ojo con la mente y a su vez con el corazón.
¿Qué es difícil? Nadie, que yo sepa, ha dicho jamás lo contrario.