Diccionario (muy personal) de la creación fotográfica

Con motivo de la concesión del premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2013, Annie Leibovitz respondía a la pregunta de cómo se hace una foto excepcional (cuestión incontestable, por cierto) reconociendo no saberlo. Sobra decir que yo tampoco. Al responder confesó que una de sus mejores fotos, su favorita, es un retrato de su madre. Y lo era “porque no hay barrera en esa imagen. Es como si no hubiera cámara (…) Pero eso no se puede hacer siempre. Es difícil llegar a ese nivel, a ese poder; es raro” (Jacinto Antón, «Annie Leivobitz y la fotografía, ese “chico malo”», El País, 25 de octubre de 2013). Nos guste o no, las herramientas que utilizamos se convierten en pequeños muros los cuales, en cierta medida, nos separan de aquello que observamos. Hay un lugar común que dice que la cámara nos permite percibir mejor aquello que ocurre a nuestro alrededor, pero yo me inclino a pensar que en verdad nos hace más conscientes de aquello que aparece en el visor. Y es que, con cámara o sin ella, la realidad es inabarcable. Tengo la sensación de que la desaparición de esa barrera que supone la herramienta (sea cual sea) es más un deseo que un hecho.

Así que tenemos un obstáculo material, palpable y preciso. Un elemento físico que alzamos a la altura de los ojos para captar una pequeña porción de realidad circundante. ¿Pero qué pasa con las otras barreras? ¿Con aquellas que habitan dentro de nuestra cabeza y que no se pueden tocar ni medir? Pues ocurre que, como en la vida, también existen las barreras mentales. Aquellas que nos dificultan observar la realidad de una manera más amplia porque nos cierra las puertas de la percepción ―que diría Aldous Huxley― alrededor de unos pocos elementos. Miedos, tabúes y dogmas que a veces están implícitos en nuestra sociedad y que pueden impedirnos juzgar un trabajo fotográfico de una manera algo más objetiva, salirnos de los caminos que recorremos una y otra vez o crear una obra más original e íntima. En estos casos, la educación puede resultar vital para aprender que la receptividad es la mejor lluvia para regar la tierra baldía de los prejuicios y que uno de los obstáculos más importantes para que no seamos más ingeniosos somos nosotros mismos.

Ilustración: Josemaría Passalcqua sobre la escultura de Guido Ignatti.