Deseo es lo que exhala nuestro aliento y brota por cada uno de los poros de nuestro cuerpo. Deseo es la parte de nuestro equipaje que siempre nos acompaña y las ropas que jamás nos quitamos. Nos gustaría que hubiera menos pobreza, que nadie muriese de hambre, que no haya guerras. Queremos que nos quieran y que no dejen de hacerlo. Nos gustaría tener salud y no perderla nunca. Deseamos que la vida no traiga tantas desgracias y poder seguir disfrutando de las cosas que nos agradan.
Nos gustaría que las fotos salgan tal y como las hemos soñado. Que una vez hechas sean capaces de despertar las simpatías de, al menos, aquellos que tenemos más cerca o nos profesan más cariño. Que los demás vean en ellas algo (o todo, ¿por qué no?) de lo que queremos transmitir y valoren –al menos un poco– el trabajo realizado. Que comuniquen eso que a veces no sabemos expresar con palabras.
Pero también queremos editar libros capaces de venderse, crear fotografías que podamos exponer y textos que sean leídos. Ver a gente entrando a nuestras proyecciones, verla comprar nuestros porfolios y acudir a las conferencias que impartimos. Queremos que nos publiquen en ciertas revistas y que nos llamen, aunque sea de tarde en tarde, para hacer de jurado en algún concurso prestigioso.
Y deseamos, claro que sí, cosas utópicas, banales y ridículas, porque el deseo, como dejó escrito Félix Romeo, no se detiene nunca, a veces dulce y a veces amargo . Pero son todos estos deseos y muchos otros los que, a la vez que humanos, nos hacen también fotógrafos.