Diccionario (muy personal) de la creación fotográfica

Me gusta la soledad cuando fotografío. Me gusta esconder la cabeza bajo el trapo negro, enfocar, componer la imagen, salir al exterior y comprobar que sigo solo. Me gusta explorar una zona durante horas y no encontrar a nadie. Me gusta ponerme de espaldas al mundo, medir la luz y una vez terminado el tiempo de exposición volver la mirada y comprobar que sigo en compañía de árboles, ríos y nubes. No es una manía especial para con las personas ni aversión a las multitudes (o eso creo yo), sino una especie de ejercicio de meditación que me ayuda a decidir qué parte de lo que veo encaja mejor con mis expectativas. También una cierta vergüenza a que los demás puedan observar mi alma y burlarse de ella. A que puedan comprobar in situ que lo que capto es tan banal como todo lo que ellos son capaces de percibir.

Pero esta soledad que persigo y que me ayuda a encontrar las fotos que hago no es un intento deliberado por escaparme de la realidad. Un fotógrafo no es un ermitaño que, cámara en mano y en el interior de su cueva, espera a que le visite el ángel de la inspiración. Un fotógrafo es una persona que está en el mundo y precisamente por ello tiene deseos hermosos y deseos inconfesables. Alguien que piensa en cosas idílicas y en cosas mezquinas. Que tiene grandes sueños y sueños mediocres. Un fotógrafo puede apartarse por un tiempo del mundo, pero no de sus deseos inconfesables, sus pensamientos mezquinos ni de sus sueños mediocres. Esto también nos hace humanos.

No podemos aislarnos del mundo porque la base de nuestra obra está precisamente en aquello que nos rodea. Cierto, hay que filtrarlo a través del tamiz de nuestra personalidad y las experiencias vividas, pero sin conexión con el exterior no hay cimientos para construir obra alguna. Estar solo es simplemente una táctica que me permite volver la mirada a lo que hay dentro de mí sin olvidarme de lo que me rodea. Volver los ojos a aquello que me define como ser vital, como persona, como creador de imágenes.

Ilustración: Josemaría Passalacqua sobre ‘Oda al libro’ (2011) pieza única en madera tallada por Tania Quindós.