Joan Fontcuberta no se duerme en los laureles. En noviembre estrenaba el Festival Panoràmic de Granollers, y ahora está a punto de protagonizar un nuevo número de la colección 64P, y de mostrar en ARCO su proyecto sobre el ‘Gossan’ de Huelva. Nos ponemos al día en esta entrevista de Roberto Villalón.
Lo siento, pero a mí con el humor se me gana. Y si un señor de la talla de Fontcuberta se presenta a una conferencia disfrazado de Flat Eric (una marioneta) ya no tengo defensas. En un mundo lleno de fotógrafos intensos, que no siempre tienen mucho que decir, que alguien te arranque una sonrisa, primero, y te lleve a la reflexión, después, es admirable.
Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) es una de las figuras más importantes de la fotografía española, por sus fotos y por sus ensayos. Licenciado en Ciencias de la Información, fue fundador de la Primavera Fotogràfica de Cataluña. Premio Nacional de Fotografía, Premio Nacional de Ensayo (casi seguido), Premio Internacional Hasselblad.
Historiador de fotografía, comisario, profesor y dinamizador. Una especie de analista de la imagen. ‘El padre Fontcu’, el profeta de la posfotografía, tiene aspecto bonachón. Y es ciertamente agradable. (Pero no dejo de pensar cuando lo veo que empieza a parecerse a cierto presidente del gobierno que no tiene ni de lejos su fluidez verbal). Estuvimos en su estudio en Roca Umbert de Granollers, durante el pasado Panoràmic, el festival que apadrina y que aúna cine y fotografía. Con un café hicimos un repaso del Estado de la Nación Fotografía.
Tienes una extensa carrera y reconocimiento internacional. Pero, ¿cuáles fueron tus primeros pasos en esto de la fotografía?
Empecé como aficionado de adolescente. De repente en Navidad recibí una cámara de regalo y me pareció algo mágico y divertido. Pero empecé a tomar la fotografía en serio cuando estaba en la universidad donde estudié Periodismo y Publicidad. Me interesaba la semiótica, la sociología y todo eso. Atravesábamos el tardo franquismo, aún en un clima de opresión y de falta de libertades. Y en ese contexto me di cuenta de que la fotografía, a diferencia de otros medios de comunicación, imprime en su mensaje una autoridad, un poder de convicción.
Yo puedo explicar algo y se puede cuestionar mi versión como observador, pero en la medida en la que muestro una fotografía, yo desaparezco y lo que vale es el valor documental o de evidencia de esa imagen. Hay un desplazamiento del operador subjetivo a una imagen que convenimos como reflejo fehaciente de un hecho.
A mí me interesa ese fenómeno y me propongo que la fotografía sea el mecanismo para desvelar las trampas y el pretexto para una cierta crítica de toda forma de autoridad. Ése es un planteamiento conceptual, que no nace de improviso, sino que es el fruto de toda una serie de reflexiones, de evolución y de maduración.
Más allá del placer que puede producirme como afición practicar la fotografía, hay un componente más riguroso, más serio, más político que de investigación estética, que es a lo que me voy decantando.

© Joan Fontcuberta
También llegas a trabajar en publicidad.
Mi padre tenía una agencia de publicidad que para mí fue una gran escuela, y no sólo de fotografía. De chaval veía a los fotógrafos en el laboratorio, en los platós… Aquello de los modelos me parecía un mundo fascinante. Piensa que te estoy hablando de los años 70, cuando en España no había una formación reglada de fotografía. Para aprender tenías que ser autodidacta o meterte de aprendiz en un estudio profesional. Mis pasos fueron una combinación de las dos cosas. Por un lado, aprender a base de equivocarte y corregir, equivocarte y corregir, y por la otra, a base de ver a los profesionales de la agencia.
Trabajé en la agencia como creativo y como redactor. Yo aprendía allí a escribir, porque la publicidad impone una disciplina muy dura, que te fuerza a sintetizar, a resumir y a clarificar las ideas. No se trata de elucubrar, sino de transmitir los mensajes de manera concisa y directa. Fue una escuela tanto de escritura como en el ámbito visual con la fotografía.
Y qué mañana te levantas y dices: ¿Cariño, ha muerto la fotografía?
Je, je. Eso fue mucho más tarde. No fue tanto una muerte abrupta, sino una lenta agonía. La fotografía ha dado lo que tenía que dar de sí. Vivimos en otro momento. La fotografía para mí es una imagen que responde a los valores de la Revolución Industrial, a los valores de la cultura tecnocientífica del S. XIX… Responde a unas circunstancias históricas, ideológicas, políticas, etc., perfectamente definidas. En el siglo XXI, que ya se caracteriza por otro tipo de valores, por la economía global, por lo virtual, la pregunta que debemos hacer es: ¿puede seguir funcionando este tipo de imágenes o necesitamos otra?
Es obvio pensar que la imagen que tiene que dar respuesta a las necesidades actuales es distinta. Puede compartir su genealogía, su ADN puede tener muchos genes deudores de esa fotografía, pero su genotipo ya es distinto.
Eso lo podemos ver más o menos claro desde el mundo digital, pero tú ya habías dicho que la fotografía iba por otros derroteros incluso antes.
Porque los dos grandes horizontes de la fotografía tradicionalmente han sido la verdad y la memoria. Hacíamos fotografías para recordar y porque imponían en el espectador la certeza de la información que se transmitía. Esos valores, para mí, viniendo de la publicidad y en un país donde la política era una pura farsa, me parecían una pura fachada detrás de la cual se movían intereses, interpretaciones y subjetividades.
Yo me daba cuenta de que diez fotógrafos, delante del mismo hecho, nos contaban diez realidades diferentes. Entonces, me preguntaba a santo de qué esa neutralidad y objetividad. Eso no es más que pura invención ideológica. La fotografía, como toda construcción humana, no hace más que transmitir puntos de vista particulares. Entonces deducía que la verdad y la memoria son un bulo, construcciones ideológicas. Y llegará el momento en el que lo advertiremos y deberemos reasignar otras funciones a la cámara. Y eso ha ido pasando.
Lo interesantes es que la gente me dice que ahora con la tecnología digital y los ordenadores todo el mundo sabe que la fotografía es una ficción. Y por lo tanto me dicen: «Te has quedado sin mensaje. La historia ha demostrado tu hipótesis. ¿Qué sentido tiene seguir trabajando en esa dirección?». Mi respuesta es que ahora que ya sabemos que la fotografía miente, es cuando los efectos de esas posibles mentiras son mucho más sibilinos, mucho más sutiles y refinados.
Ahora en el S. XXI tenemos internet, tenemos móviles, tenemos cámaras que hacen fotografías automáticas… ¿Qué lugar ocupa ahora la fotografía? ¿Y la posfografia?
La fotografía, dicho de una manera muy gráfica, era una escritura, la posfotografía es un lenguaje. La diferencia está en que una escritura es la forma con la que unas ideas se ponen sobre un papel. Lenguaje quiere decir que utilizamos un determinado recurso, en este caso imágenes, para comunicarnos, para interactuar socialmente y por tanto, para formar comunidad.

© Joan Fontcuberta
Antes, la fotografía estaba reservada a una serie de especialistas que eran competentes en el uso de una determinada tecnología. Esa tecnología se ha vuelto hoy tan sencilla que está al alcance de cualquiera, ya que no requerirá ni competencia ni facultades particulares. Incluso los más estúpidos pueden sacar fotografías.
La cosa está en que las fotografías se están convirtiendo en algo parecido a las palabras. En algo que todo el mundo usa. La excelencia estará en las modalidades de uso, es decir, cómo combinamos esas palabras para llegar a decir algo inteligente.
Pero, en cualquier caso, todos usamos palabras para relacionarnos con nuestro prójimo. Ahora además utilizamos imágenes con toda naturalidad. Y eso, para mí, es un cambio revolucionario. El tránsito de una sociedad logocentrica, basada en la palabra, a otra donde la imagen nos permite mediar con el mundo, formatea nuestra conciencia de una manera particular.
No sé si es bueno o malo. En toda revolución hay pérdidas y ganancias. Yo simplemente me limito a constatar que esto está ocurriendo. Ya vendrán luego los expertos y los académicos, los sociólogos o los antropólogos, que nos dirán de qué manera hemos alcanzado unos logros en el progreso humano, o al revés, hemos sufrido unas pérdidas. Pero, de momento, yo, como profesional de la disciplina, me limito a constatar estos cambios.
¿Qué papel jugamos ahora los fotógrafos?
Los fotógrafos tenemos, cada vez más, una gran responsabilidad, en la medida en que las fotografías constituyen ya no solo representaciones del mundo, o elementos decorativos, sino que constituyen la sustancia de la política, de la vida social. Hoy en día las grandes batallas políticas se dirimen en la imagen. En las manifestaciones ya no se tiran piedras a la policía, los manifestantes tiran fotos, o graban vídeos. En el referéndum catalán, la gente se defendía filmando, grabando documentos que incidían en la opinión pública. Para defenderse de la acción de la fuerza y de la brutalidad policial no se respondió con violencia, sino que se reaccionó con la imagen.
Entonces, la imagen, cada vez más, ocupa un papel vital en las relaciones de poder y, por lo tanto, los fotógrafos somos los profesionales que tenemos la responsabilidad de velar y gestionar con sensatez e inteligencia el poder de la imagen.
En cualquier caso, pienso que asistimos a una situación postfotográfica caracterizada por una producción masiva de imágenes, y eso también hace que los que producimos imágenes tengamos que replantear una actitud crítica y ecológica frente a esa situación. Y creo que hay dos opciones: o bien una gestión de la abundancia mediante el reciclaje, o una reflexión muy radical sobre cuáles son las imágenes ausentes, las imágenes que nos faltan.

© Joan Fontcuberta
Precisamente, la sobreabundancia provoca que haya cosa que se nos ocultan. Consumimos tal cantidad de imágenes que lo realmente fundamental pasa desapercibido. Igual que pasa con la información. Estamos inundados, pero nos falta agua potable. ¿Cómo podemos detectar lo que se nos está ocultando? ¿Qué imágenes no estamos haciendo los profesionales?
En estos momentos, lo que tú planteas evoca la cuestión de la censura y la actualización de sus métodos. Antiguamente, la censura se ejercía limitando el acceso a una información sensible a parte de un determinado público. En cambio, hoy se ejerce avasallando al público con información basura, con una avalancha de datos en los que nos extraviamos y en los que es prácticamente imposible encontrar aquella información que pueda ser pertinentes.
En esa tesitura emerge el papel demiúrgico de los motores de búsqueda. Hoy en día, toda forma de poder subyace en estos motores. Porque de ellos depende de qué manera accedemos a la información, cómo la encontramos.

© Joan Fontcuberta
No soy muy optimista en este sentido. Hace poco leí un libro titulado ‘El filtroburbuja’, del sociólogo americano Eli Pariser, que nos cuenta que en el fondo este fenómeno del big data nos está alienando por completo, en la medida en que la información que recibimos no hace más que confirmar lo que queremos oír. Si tú, yo u otra persona hacemos una búsqueda, nos dará diferentes respuestas en relación al perfil de big data que hemos ido proporcionando. No tenemos una visión transversal completa, no sabemos lo que piensa el otro. Sólo obtenemos la información de lo que refuerza nuestro propio punto de vista.
Esto en el ámbito de la política es muy peligroso porque nos encierra en burbujas donde pensamos que tenemos una razón absoluta porque toda la información que recibimos funciona en la misma dirección.
Entonces las imágenes son un lenguaje que usamos de manera cotidiana al igual que utilizamos las palabras. Pero siempre hay unos canales en los que la consideración de esos lenguajes es diferente. No es lo mismo hacer la lista de la compra que escribir una novela, y no es lo mismo subir una foto a Facebook que intentar hacer una obra como autor o publicarla en prensa. ¿Hay capas o élites que manejan la imagen, que conducen el mensaje?
Es evidente que no todas las imágenes tienen el mismo valor. Hay imágenes que son de puro consumo y otras que tienen un peso y pueden llegar a sacudir nuestros espíritus. Por ejemplo, de una manera gráfica y reduccionista, podemos hacer dos grandes categorías: unas son las imágenes decorativas y otras las que hacen pensar. Evidentemente, son categorías con las que hago pasar el agua por mi molino. Pero es verdad que hay imágenes que son puras formas visuales que deben complacer al que mira y otras que, en cambio, cuestionan, aguijonean y hacen que reacciones. A mí me interesan más estas otras.
Cuando haces un proyecto personal, ¿cómo lo enfocas? ¿Cómo decides qué vas a hacer y cómo?
Cada proyecto es diferente. Si quieres te cuento de uno de los últimos que he hecho. He estado en Madrid hace unas semanas porque la Fundación Amigos del Prado ha invitado a una serie de fotógrafos y nos ha dado carta blanca para hacer lo que quisiéramos. Delante de una cueva de Alí Babá tan maravillosa como es el Prado, a mí se me ocurren docenas de proyectos. Incluso, proyectos que ya he hecho con anterioridad podrían aplicarse perfectamente a estos requisitos. Pero delante de una invitación así, yo no quiero repetirme. Quiero que sea el pretexto para imaginar ideas nuevas, caminos no transitados, cosas inéditas. A mí lo que me gusta es eso, la experimentación, ir un poco más allá.

© Joan Fontcuberta
He estado unos días deambulado por allí y viendo lo que tenían y he terminado con un tema que me parecía fantástico. En el s. XIX, un fotógrafo que se dedicó a documentar España por encargo de la reina Isabel II,J. Laurent realizó en el Prado un grafoscopio. Es una especie de Google Street View antes de que se inventara. Lo que él hizo fue fotografiar las paredes de las paredes del Prado y buscar una transición entre las diferentes imágenes y hacer como un ciclorama. Con una manivela vas pasando y haces una visita virtual.
A mí, esta pieza me interesa porque conjuga el tema de la fotografía tradicional con las nuevas modalidades de realidad virtual, de experiencia interactiva del espacio. Y cuando veo la pieza, me doy cuenta de que hace poco la tuvieron que restaurar porque se estaba cayendo en pedazos. Con lo cual, hay unos elementos de deterioro que a mí me remiten a la materialidad de la fotografía que se está perdiendo. La avalancha de lo digital ha transformado lo físico en píxeles, intangibles y volátiles. Lo que estoy haciendo es fotografiar detalles que podrían ser ampliaciones epidérmicas, buscando lo que en terminología digital se llama glitch, el error, el fallo. Como cuando en la película Matrix hay un fallo. Estoy buscando los errores del Matrix del s. XIX.
Y la evidencia de que existe un soporte, no es sólo una imagen.
Exactamente. Entonces lo que vemos son zonas como si fuese la piel de la foto, y de vez en cuando, una cosa cosida, o una cosa pegada… Me gusta tanto la idea, y el encuentro tan potente con el trasfondo, y las imágenes son tan vistosas, y hay unas calidades de textura y de materialidad que parecen abstracciones como las de Tàpies. Una maravilla.
Al Prado le tengo que dar unas pocas obras, pero es que he hecho tantas que el problema es seleccionar. Entonces se me ha ocurrido que eso puede ser el inicio del proyecto: centrarme en la piel del catálogo.
Hay una faceta más popular de mi trabajo que son las series de ficción, que si el cosmonauta desaparecido o los animales que no existen. Pero hay una parte más especializada en el análisis de la imagen, y que en estos momentos me ocupa, es la búsqueda de la materialidad. Intento responder a de qué están hechas las fotografías, cuál sería el grado cero de la escritura fotográfica.

© Joan Fontcuberta
Llevas muchos años de carrera, te has dedicado a la formación y has visto pasar generaciones de fotógrafos. ¿Qué relación crees que tiene la gente más joven con la fotografía? ¿Mantenemos los mismos esquemas que hace 40 años o ya tenemos otra visión?
El contexto es muy distinto. Cuando yo empezaba no había ninguna infraestructura. Precisamente por eso, los fotógrafos no podíamos limitarnos a ser productores de imágenes, sino que teníamos que montar escuelas, organizar festivales, editoriales, recuperar la historia de la fotografía. Había una acción militante que era un imperativo del momento histórico. Hoy en día, no es que estemos en un país de jauja, todavía tenemos muchas carencias si nos comparamos con Francia o Alemania, pero por lo menos hay escuelas, galerías, museos, colecciones… Hay una situación que permite el desempeño de la actividad fotográfica con más normalidad. Eso posibilita que los fotógrafos puedan dedicar mucha más energía a lo que es la creación, y no a construir infraestructuras, o intentar concienciar a la administración de que la fotografía también necesita de su lugar bajo el sol. Yo veo que en las generaciones actuales hay mucha creatividad, con muchos autores que están haciendo un trabajo estupendo. El verano pasado hubo una exposición dedicada a Blank Paper en Arlés. A pesar de las dificultades y de ser españoles, aquí también hay una gente con una capacidad de visión muy interesante. Hay fotógrafos jóvenes cuyo talento me da mucha envidia…

© Joan Fontcuberta
¿Qué es lo próximo que veremos tuyo?
Estoy a punto de publicar un libro con La Fábrica para la colección 64P que dirige Gonzalo Golpe. Se titula ‘Poemas del Alquimista‘ y es una selección de mi proyecto sobre imágenes enfermas, fotografías cuyo proceso de deterioro desvanece su vínculo con la realidad y las convierte en imágenes-fantasma.
En ARCO presentaré una serie de fotografías que me ha encargado la Diputación de Huelva para promocionar ‘Gossan’, el nuevo parque temático dedicado a Marte que está previsto construir en la zona minera de Riotinto. Al parecer las características medioambientales de esa zona guardan similitud con las del Planeta Rojo; tanto es así que la NASA y otras instituciones científicas lo aprovechan para ensayos y estudios. Yo he realizado fotomontajes que aúnan la ciencia-ficción a la experimentación científica real, evocando las futuras atracciones que traducirán la apasionante aventura de los viajes interplanetarios.