Jorge Fernández Bazaga es fotógrafo, psicólogo y forma parte del equipo que imparte el curso en la Universidad de Málaga ‘La fotografía como terapia. Más allá de la imagen estética’. Aúna la vertiente de autor con la docencia y, en esa labor, explora los caminos que se abren en la fotografía terapéutica. Una entrevista de Eva Sala.

Jorge Fernández Bazaga combina sin límites los diferentes saberes de su trayectoria profesional como fotógrafo, psicólogo, docente y asesor pedagógico. Formado en psicodrama, orienta su investigación al lenguaje de la imagen en la educación y en fototerapia. Aborda su trabajo bajo un encuadre humanista y es docente junto a Carlos Canal y Álvaro Luna del único curso de especialización universitario en España sobre fototerapia en la Universidad de Málaga: ‘La fotografía como terapia. Más allá de la imagen estética’.

Tu próximo y esperado libro sobre educación y fotografía terapéutica titulado ‘Guía de Actividades sobre Fototerapia y Fotografía Terapéutica’ está concebido como un manual de divulgación para que cualquiera lo entienda y pueda hacer uso de sus propuestas en el aula o como crecimiento personal, ¿no es así?

Si, se trata de un libro al alcance de cualquiera que contiene 100 actividades didácticas con ejemplos de aplicación, y que he venido testando durante más de diez años. Espero que sea de utilidad para terapeutas de distintas tendencias, docentes, familias… así como público en general interesado. Espero terminarlo pronto.

¿Cuándo y cómo comenzaste a interesarte por la fotografía aplicada al aula y a la terapia?

Empecé en el año 2003 a trabajar con los usos terapéuticos de la imagen en el marco del proyecto fotoaula-fotoeduterapia www.fotoaula.es.

Ejemplo de autorretrato, con una exploración y diálogo posterior al proyectar las imágenes obtenidas en grupo. I Curso La Fotografía como Terapia, Universidad de Málaga, 2014

¿Cual es, según tu experiencia, el vínculo entre la fotografía contemporánea y los procesos terapéuticos?

En mi investigación me inspiro en la visión histórica de Jean Claude Lemagny, una lectura dialéctica de la evolución de la fotografía. Resumiendo, la evolución del medio fotográfico se puede concebir desde tres estadíos diferenciados y no excluyentes entre sí. Primero, la fotografía en su modelo clásico: un medio para registrar el mundo visual con la objetividad como imperativo. En esta fase, el arquetipo del fotógrafo es mantener una distancia con lo fotografiado, lo que en algunos casos se puede contemplar como una forma de colonialismo cultural.

Posteriormente, en parte coincidiendo con las vanguardias clásicas del s. XX, la fotografía, el arte, aborda la experimentación con el lenguaje y se cuestionan una visión ingenua de lo real. Es la época de las fotos geométricas, los experimentos químicos y la exploración del psiquismo auspiciada por el psicoanálisis y por la necesidad de transgredir los cánones de belleza. El mundo se concibe cada vez más subjetivo, lo que repercute en un uso del artefacto fotográfico ya con espíritu crítico.

Los hemogramas de Joan Fontcuberta sirven de inspiración para realizar una revisión de la biografía mediada por una gota se sangre vertida sobre un vídrio y modificada con distintos métodos. La imagen se acompaña de un texto escrito. Taller del Fuego, Sorabile, Navarra, 2015

En una tercera fase, la fotografía contemporánea concibe la construcción final de la imagen incluyendo al espectador: lo importante es la elaboración que este hace de lo que está viendo, a menudo a partir de lo que se oculta o sugiere. La autoridad ya no reside por completo en el fotógrafo, sino en la persona que interpreta subjetivamente la obra de arte y elabora sentido y significado dialógicamente.

Mi concepción de este esquema no supone necesariamente que hay un modelo fotográfico pasado de moda o que pertenezca a otra época, sino que hay varios modos de entender este medio que provienen de su historia, y que participan y se mezclan en distintas prácticas sociales. Una imagen creada con ánimo de documento y objetividad podrá ser manipulada, remezclada o reinterpretada en distintos contextos, tanto mediáticos como artísticos. Las tres vías que explica Lemagni coexisten en el panorama fotográfico, a menudo hibridadas entre ellas o con otros lenguajes, y las tres tienen su lugar de ser. Aunque es evidente que hemos perdido una ingenuidad primaria en la presunta objetividad del registro. Foncuberta, por ejemplo, lo desarrolla tanto en su obra como en sus textos.

¿Y cómo llevamos esta cualidad de la fotografía contemporánea a la práctica terapéutica?

La fotografía posee por tanto esa característica propia de estar a mitad de camino entre la realidad objetiva (registrable) y la construcción de significado subjetiva. Esa doble condición la convierte en una herramienta maravillosa para construir el relato de nuestra propia existencia, y una vía eficaz para trabajar en educación y escenarios de cambio personal.

Dicho de otro modo, la historia del medio fotográfico que acabo de esbozar, se puede entender como un viaje que comienza en una mirada al exterior con el objetivo de fotografiar lo visible, hasta una conciencia de que esa mirada es interior, que sobre todo hablamos de nosotros al fotografiar, de lo invisible, nuestras convenciones, valores, cosmovisión. De ahí se puede plantear una analogía clara con la evolución de cada persona, un viaje de fuera adentro. ¿Ves? Ahí es donde encaja el lenguaje fotográfico en terapia. Y es algo que no se integra simplemente con leerlo o escucharlo, hay que experimentarlo en primera persona, es un proceso.

Por otro lado, hay que recordar que históricamente, en el ámbito terapéutico, los lenguajes más utilizados con algunas excepciones han sido la palabra y secundariamente el cuerpo. Estos lenguajes necesitan ser complementados hoy con el lenguaje de la imagen. Actualmente, escribimos con fotografías nuestra biografía más que nunca en las versiones digitales del álbum familiar: Instagram, Facebook, redes sociales…

En un taller realizado en Villalba (Madrid) en 2015, los participantes seleccionan imágenes de revistas y pintan sobre ellas para manifestar aspectos de la sociedad que no les satisfacen del mundo. En la imagen una escena de maltrato. Artistas que trabajan con pintura y fotografía son por ejemplo Arnulf Rainer o Darío Villalba.

Como comentaba, la persona que escribe un relato a través de imágenes adquiere la “autoridad” para contar su propia historia. Uno de los grandes objetivos del relato terapéutico es que cada persona encuentre ese espacio de libertad para qué, de una forma saludable, pueda realizar cambios en su vida superando condicionamientos familiares, sociales o culturales.

La pregunta clave sería si empleamos el medio fotográfico para perpetuar discursos ajenos a los cuales estamos sometidos tanto en lo público como en la intimidad, o si por el contrario lo vamos a utilizar para ejercer la libertad, para escribir nuestra propia historia, incidiendo de paso en una transformación social.

Desde nuestra experiencia de los últimos años con fototerapia y también con el uso de la fotografía en educación, cuando se facilita la posibilidad de acceder a este lenguaje mediante el conocimiento de autores contemporáneos –y clásicos–, se abre un espacio de libertad creativa, y también de responsabilidad. Las imágenes fotográficas, en su doble vertiente de registro y mirada, de espejo y ventana, son un medio para cuestionar las versiones del mundo, las convenciones sociales y para elaborar otras nuevas.

¿En qué momento estamos en cuanto a la aplicación de la fotografía contemporánea a los procesos terapéuticos?

Está todo por hacer, hay un gran recorrido para que el lenguaje de la fotografía se integre en algunos ámbitos terapéuticos. También hay algo de confusión y un vacío de competencias y roles profesionales propio de disciplinas emergentes.

¿Cómo situarías en este desarrollo a Judy Weiser, la autora de ‘PhotoTherapy Techniques’? Parece que ella no da mucha importancia a la técnica en su propuesta.

Cuando conocí el libro de Judy Weiser me abrió los ojos, descubriendo un universo de herramientas terapéuticas con fotografía. Es muy importante el trabajo que ha hecho de difusión y desarrollo, y su experiencia clínica. Así que respeto mucho su propuesta. También creo que deja muchos recursos sin utilizar: nuestra experiencia demuestra que trabajar con autores y autoras contemporáneos enriquece exponencialmente el diálogo terapéutico. En el caso de Judy Weiser, debido a su trayectoria como psicoterapeuta, se aparta de forma explícita del mundo del arte. Además, creo que quiere evitar la confusión de esta mezcla de disciplinas. De cara a los próximos años tenemos el reto de darle forma a los usos de la fotografía en escenarios terapéuticos y también educativos.

Existe confusión entre fototerapia y fotografía terapéutica…

El autorretrato y la visión de los demás son el eje de esta actividad. Taller en Madrid, 2009.

La fototerapia es psicoterapia que emplea el lenguaje fotográfico, realizada por psicoterapeutas o médicos/psiquiatras, y se trata de un proceso a nivel profundo que puede intervenir en problemas mentales graves como esquizofrenia, psicosis, depresión o abordaje del trauma… y también en desarrollo personal. Por otro lado, la fotografía terapéutica es el uso de la imagen en un escenario de cambio más abierto y en muchos casos de forma complementaria, y puede ser utilizada también por personal sanitario, terapia ocupacional, trabajadores sociales o docentes que trabajen con identidad, conflicto…

Es importante entender los diferentes encuadres porque, como sabes, en un entorno propicio, las fotografías son tremendamente movilizadoras, y lo primero es trabajar desde el cuidado, con seguridad y formación adecuada y teniendo claros los límites. Por ejemplo, nadie fuera de un entorno clínico o psicoterapéutico debería abordar el trauma, o al menos no sin el seguimiento de otros profesionales. Dicho esto, hay una parte de estos usos terapéuticos con fotografía que se pueden generalizar. De hecho, como te comentaba, todo el mundo está hoy utilizando la fotografía para escribir y modificar su biografía, sus vínculos y su proyección identitaria. Y, sin embargo, apenas hay recursos y experiencia disponible al respecto en educación y terapia. Esto también es grave: la falta de conocimientos, de saber qué hacer con esa avalancha que llega desde las redes.

Ya que mencionabas la importancia de inspirarnos en artistas contemporáneos, dime algunos ejemplos relevantes para ti.

Me interesan especialmente dos grupos de autores debido a que representan aspectos cruciales de la fotografía actual: los “recolectores” –aquellos que ofrecen sus cámaras a terceros– y los “fotógrafos del silencio”, que trabajan con la ocultación de la imagen.

El recolector es alguien que pone en marcha un proceso, dejando que sean otras personas las que fotografíen, y escriban sus relatos de manera auténtica y genuina, como se busca en la fotografía participativa. Se encuentra en las antípodas del fotógrafo clásico, el del instante decisivo, el observador del mundo autorizado. A mí me influyó mucho el proyecto ‘Camera Lúcida’ de Alfredo Jaar en los 90. Le invitaron a participar en la inauguración de un museo ubicado en un barrio de Caracas que había desatado el rechazado de los vecinos. Repartió cientos de cámaras desechables montando la exposición con una selección de esas fotos, las que había hecho la gente del barrio. Ahora mismo se han visto en varios proyectos en la crisis de los refugiados con entrega de cámaras a personas de toda condición … Es evidente que hemos dejado de creer en las versiones unívocas, coloniales y procedentes de una sola voz.

La técnica del collage se ha utilizado a lo largo de la historia de la fotografía como aglutinador de significados. John Heartfield o Josep Renau son dos referentes históricos en el empleao de esta técnica. En la imagen, una exploración de los miedos personales, realizada en un taller de desarrollo personal en Madrid, en 2016.

En cuanto a los que podríamos denominar fotógrafos del silencio, uno de mis favoritos es Oscar Molina con ‘Photolatente’, un proyecto genuino de recolección y silencio en el cual se producen fotografías que han hecho muchas personas anónimas en copias en papel sin revelar y que se presentan en sobres cerrados, es decir, que no se ven. Esta propuesta se salta todo el artefacto cultural de la fotografía. El espectador se encuentra con algo que tiene que revelar físicamente si lo quiere contemplar, una imagen en estado latente que también puede modificar o no llegar a ver nunca.

Las series de los cines y los mares de Hiroshi Sugimoto también me impactaron en mis comienzos, otro ejemplo de mensaje muy fotográfico y al mismo tiempo de interpretación abierta. Sophie Calle siempre me ha interesado, aglutina crítica social, indagación en los miedos y las miserias del occidental medio, pero siempre exponiéndose de forma muy valiente. Y también emplea estrategias de recolección y silencio que devuelven la responsabilidad al espectador.

¿Y algún ejemplo de autores que utilicen la fotografía para trabajar significativamente sobre el cambio personal a nivel individual?

Mira, creo que una actividad creativa siempre produce cambios personales de diferentes formas. Si prestas atención a la evolución de los clásicos, a sus fotos y a lo que escribieron, ves que en muchos casos su actividad les llevó a un cambio personal profundo, a sucesivas crisis –con distintas consecuencias–, y en general a ampliar su visión del mundo.

Partiendo de ahí, hay autores que son un buen ejemplo de cómo emplear la fotografía como herramienta de cambio, de reflexión y de evolución. Entre ellos estarían por ejemplo Duane Michals y su mirada introspectiva y crítica. Jo Spence es una referencia común desde sus creaciones fotográficas intentando dar sentido primero a la enfermedad y después a su propia muerte, incluso con una dosis de humor. Igual que el trabajo pionero ‘Recuperar la Luz’ de Carlos Canal, médico y fotógrafo, entregando una cámara a enfermos de leucemia. La familia es un tema central en terapia, y por supuesto en el panorama fotográfico actual; me interesan visiones tan variadas como las de Sally Mann o Richard Billingham o por citar a un autor más reciente, Rafael Golstein. Todos ellos tocan la identidad y la mencionan explícitamente, al igual que Sophie Calle, John Coplans, Nan Goldin, Andrés Serrano o Cindy Sherman. Cito también a otros dos amigos, Patric Tato Wittig y su revisión del álbum familiar y Eli Garmendia con su viaje interior a través del cuerpo y el paisaje.

En el último curso en la UMA hemos conectado con el mundo inquietante de Roger Ballen con un resultado increíble, nuestros alumnos crearon escenografías y universos propios en los que se fotografiaron. Y para la próxima edición estoy redescubriendo a los surrealistas con sus transgresiones, su espíritu crítico y sentido del humor, como Man Ray o Paul Nougé.

La máscara es un elemento central en proyectos fotográficos que abordan la identidad. Actividad inspirada en la serie ‘Asylum of the Birds’ de Roller Ballen. IV Curso La Fotografía como Terapia, Universidad de Málaga, 2016

Si lo piensas bien, si tienes tu encuadre y objetivos claros, le puedes sacar partido a la obra de cualquier fotógrafo o fotógrafa con un lenguaje propio, y eso es lo increíble, que para cada cuestión que se aborda en el diálogo terapéutico hay muchos ejemplos que sirven como referencia e inspiración adaptados a cada situación, la lista es interminable.

En tu opinión, ¿qué le falta a la fotografía participativa y terapéutica para entrar en la escena de la fotografía contemporánea?

Lo que falta es cambiar el esquema clásico de que la función del arte es ser observado, el que implica una función legitimadora de discursos dominantes, y también decorativa en el peor sentido de la expresión. El planteamiento institucional del arte en general, de su producción, circulación, su mercantilización, el poco respeto que hay hacia los creadores, todo ello perpetúa un esquema de poder. Este cambio por el que me preguntas pasa primero por la educación, que sea la propia persona quien construya un relato de forma activa al visitar el museo y en cualquier otro espacio cultural, incluida el aula. Algunos museos ya ofrecen este tipo de interacción. Poco a poco, la fotografía participativa y prácticas análogas formarán parte legítimamente del gran relato del arte, el que cual siempre lo particular y lo universal están conectados.

En la educación también es urgente un cambio profundo en esa dirección, algo que por otra parte niños, niñas y adolescentes ya están viviendo en los videojuegos, en las redes.

En resumen, lo importante es ofrecer a las personas la oportunidad de ser protagonistas, conscientes y creadoras de su propio relato vital con libertad, tal como podemos aprender del mundo de la creación fotográfica y artística en general.

El objetivo es invertir el modelo para que todas las personas cojan el poder que les corresponde a través de su creatividad, –en este caso mediante al lenguaje de la fotografía–, un aspecto central de cualquier proceso terapéutico o educativo. Tomar la palabra –la imagen–, como acto legítimo y consciente de autonomía y de vida.