‘Algo, nada, siempre’ es el sugerente título bajo el que se repasa la carrera de Vari Caramés en una muestra que se puede ver en la Sala Canal Isabel II de Madrid y que nos sirve de excusa para charlar con el fotógrafo ferrolano sobre memoria, nostalgia, fracaso, sacrificio y libertad.
Madrid no tiene mar. Pero el interior del depósito de la Sala Canal de Isabel II parece las tripas de un pesquero abandonado. Un espacio que ahora ocupa la obra del gallego Vari Caramés.
Ferrolano (1953) varado en A Coruña, este capitán de barco (solo le falta la pipa y un gorro de lana) nos enseña en ‘Algo, nada, siempre’ los tesoros que ha encontrado en sus salidas al oscuro océano fotográfico. Sus tatuajes, sus cicatrices, las sirenas de las que se enamoró y los recuerdos que el mar devolvió a su orilla, en las tardes brumosas de invierno.
Desde el 10 de febrero y hasta el 24 de abril, la muestra, comisariada por Nerea Urbieto y Blanca Berlín, repasa la carrera de este fotógrafo autodidacta, todo un referente desde hace 40 años, desde sus inicios en blanco y negro, hasta sus series más populares como ‘Nadar’, ‘Tránsito’, ‘Color’, ‘Escenarios’, ‘Miraxes’, ‘Recreo’, ‘Pasatiempo’ o ‘Lugares’, su último trabajo.
Nos faltó en esta charla el vino, la barra y una tele catódica emitiendo la extraña actualidad como ruido de fondo. Pero la disfrutamos igualmente.

¿Cómo te inicias en esto de la fotografía?
Mi primer contacto con la fotografía es gracias a mi padre que me regala, cuando yo tenía aproximadamente 14 o 15 años, una Voigtlander Vitoret que todavía conservo y con la que hago alguna foto de vez en cuando para no perder mis orígenes.
Era completamente manual, por lo que yo tenía que organizarme dependiendo de la sensibilidad de la película, la distancia, el diafragma… Todo a ojo. Aquello me dio un gran entrenamiento y así me enganché a la fotografía.
Mi padre quería que yo hiciera fotos a sus cuadros y sus piezas de hierro forjado. Y aprendí a base de acierto y error.
Cuando le regalan una cámara a alguien uno se puede quedar como fotógrafo de turisteo o aficionado. En qué momento te dices “voy a ser fotógrafo”.
En eso tardo tiempo. Desde los quince años empiezas a hacer fotos de muchas cosas, sin ningún orden, sin ninguna intención. Dando palos de ciego. Simplemente por probar.

Que es como empezamos todos.
Sí, por practicar. Y una vez que empiezas a ordenar un poquito la cabeza, y si además eres poquito caótico y desordenado como soy yo, empiezas a hacer series. Porque era la manera que tengo de organizar mi forma de trabajar. Y empiezas a tirar de unos hilos y a tomártelo un poco más en serio. Y empiezas a buscar las piezas que necesitas para encajar el puzle.
Y unas cosas te llevan a otras. Y ves que has dibujado un caminito y que vas tirando. Es todo muy intuitivo. Es como aquello de los mapas piratas, que tienen un mapa desangelado que pone “a tres metros de la piedra y a veinte del árbol” pero que luego nunca está el tesoro ahí y luego hay que seguir buscando.
Y luego te vas planteando cosas y la vida te sale al encuentro. Y vas madurando, aprendiendo, leyendo, viajando, viendo exposiciones, películas, enamorándote y viviendo. La vida te va dando cosas y eso se va desarrollando. O esa es mi forma de hacer.
Como soy autodidacta y muy autobiográfico necesito nutrirme para contar cosas, sin no, no puedo contar nada. El tiempo es necesario.
¿Con quién te juntabas cuando empezaste?
Con colegas que tenía en Coruña. Algunos de ellos siguen siendo fotógrafos. Y creamos un grupo que se llamaba Os novos fotógrafos coruñeses allá por el 80 o el 81. Hicimos varias exposiciones e incluso vinimos aquí a Madrid, al Conde Duque, me acordaré toda la vida. Teníamos ganas de proyectarnos. Creamos hasta una sociedad fotográfica en Coruña. Fuimos bastante combativos.

Es que no había internet y no había el acceso que tenemos ahora.
Era fantástico. Uno te dejaba un libro, el otro de hablaba de un autor… Estaba claro que el grupo fue necesario. Sobre todo, por crear esa sensación de fuerza, de equipo. De que esto podemos sacarlo adelante, podemos darle visibilidad a la fotografía que es lo que nos interesa.
Luego cada uno fue por su camino, pero fue una época maravillosa de descubrimiento, muy bonita y romántica. No era fácil ver cosas y cuando caía un libro de fotografía a nuestras manos, lo devorábamos. Ahora puede haber hasta sobredosis. Pero entonces era complicado.
En la exposición, en tu biografía dice “no quiso vivir de la fotografía, pero no puede vivir si ella”. ¿Has vivido de la fotografía?
Sí. A ver. He sobrevivido más que vivido. Es duro vivir de esto. Sobre todo, cuando te dedicas a la fotografía de autor. Si te dedicas más profesionalmente a hacer trabajos como publicidad o prensa, bodas, etc. quizá sea más fácil. Cualquiera de esos campos tiene todos mis respetos.
Yo he hecho un poco de todo eso. Un poquito de cada cosa. Pero nunca me contrataron para muchas cosas. Yo iba haciendo mis historias y me seguían llamando para exposiciones y tal. Nunca he dejado de estar en este lío del mundillo fotográfico más de autor y ahí me he instalado. Trabajando con algunas galerías, vendiendo alguna foto de vez en cuando con cuentagotas. Y todavía hoy es difícil de esto.
Lo pregunto porque a veces se genera cierta sensación de triunfo y me interesa que alguien que lleva más de 40 años en esto nos diga si es un camino de rosas o no.
No, claro que no, no es un camino de rosas. Cuando un taller, a mis alumnos siempre les digo es muy complicado. Les recomiendo que esto sea algo pasional, que se disfruta muchísimo, pero que, si pueden tener algo complementario, mucho mejor. Porque esto es una lotería.
Ahora hay más facilidad para meterse en el mundo del arte, de las galerías, de la edición de libros… Pero sigue siendo muy difícil. Y vivir de esto es demasiado romántico. Pero yo no podría vivir sin esto. Pero también lo he pasado muy mal, te lo confieso. Pero muy mal.
Pero a pesar de eso, he resistido. He seguido, he confiado. Me han ayudado, me han animado a seguir. Algo me decía que igual podía seguir en eso.

En muchas ocasiones has contado una anécdota que a mí me parece muy interesante porque supone de afirmación de uno mismo, la de la tienda de fotos que te separaba las “fotos buenas”, enfocadas, bien hechas, que mete en un sobre, de la “fotos malas”, desenfocadas, movidas, etc., que metía en otro sobre. Y tras eso, tú decides ser un “mal fotógrafo”.
Je, je. No. No decido. Yo decido seguir disfrutando de la fotografía. Disfrutando como un niño. Probando cosas, explorando. Cambiando de objetivos, de películas, forzándolas. Cambiando la dilución, buscando otros papeles. Buscando y buscándome. Y me encontré en esto.
Y hay un momento en el que te defines. Yo quiero ser esto.
Sí, sí. Yo me identifico con esto. Esta exposición es mi autorretrato, mi selfei. No los hago porque no los sé hacer, además mi móvil es muy malo. Pero si me tengo que reflejar en algo, me reflejo en esto. Porque he dado, igual con suerte o porque lo he intentado, dar con mi fórmula.
Mi fórmula no es ni mejor ni peor, pero a mí me funciona. Eso es lo que vale. Todas las fórmulas son buenas si te funcionan. Creo en eso. En el trabajo, en la honestidad, en el esfuerzo. Porque no hay nada sin esfuerzo. Nada. Esto es producto de muchos años de trabajo, y de comerte el coco, y de leer mucho. Y de comprobarte y de fracasar. Y de que te sale mal aquella foto, y lo vuelves a intentar de otra manera. De caerte y levantarte. Caerte y levantarte. Y al final has logrado algo que estaba muy próximo a aquella imagen que tú tenías en la cabeza. Y poco a poco vas buscando ese tesoro del pirata que sabes que por ahí anda.
¿Cómo te defines a ti mismo como fotógrafo?
Esto no lo había pensado nunca. Hombre, como una persona muy curiosa. Bulimicamente curiosa. Todo me interesa. Todo quiero saberlo. Voy a ver una exposición a sabiendas de que no me va a gustar, pero seguro que voy a aprender algo, también.
Me gusta mucho leer, ver cine, viajar. Todas esas cosas con la que disfruto me valen para ser fotógrafo y me afectarán a mi forma de fotografiar. Soy un espíritu libre, muy abierto y ecléctico.
Siempre con las pupilas abiertas y los poros dilatados para que lleguen nuevas experiencias. Y me dejo llevar bastante, como los niños que se tiran por el tobogán. Creo que no he perdido ese lado infantil y eso me ayuda mucho a seguir haciendo esto. Nunca doy nada por hecho. Siempre me queda algo por aprender, algo por hacer. Me gusta la sorpresa continua.

¿Cuál es tu sistema de trabajo? ¿Eres de lanzar la red al mar y luego seleccionas la pesca?
No. Eso lo hice al principio. Ya no hago ese tipo de pesca. Ahora es más de azuelo. Con el tiempo sabes más lo que quieres y lo que buscas. Y sabes que, en aquella parte del río, aquello no va a funcionar. Y ves a la otra parte a explorar que puede haber allí. Y si pones el cebo igual pica algo.
Ahora, cuando me planteo hacer una serie es por algo concreto, en el que yo le doy sentido a algo que se convierte en un puzle que yo tengo que rellenar.
Tú eres de fuego lento.
Yo, sí. Me gustan que las cosas vayan despacio. Aunque soy rápido disparando. Por que me acostumbré a eso, por reflejos. Porque si no hay cosas que se te escapan. Eso lo decía muy bien un texto de Cortázar, ‘Ventanas a lo insólito’ y él, al que le encantaba el jazz y la fotografía como a mí, ahí habla de cómo había fotos que había que hacerlas corriendo, que no podías parar a medir porque se te escapaba el momento.
Que luego la foto te ha salido, de puta madre. Que no, pues a por otra. Hay que estar atento a esas situaciones. Pero a la hora de fijarla, de hacerla tuya, a la hora de hacer la edición definitiva, soy muy lento. Le doy muchísimas vueltas. Ahí entro en un mar de dudas.
Esa edición, ¿la haces solo o te haces acompañar?
Normalmente lo hago solo. Bueno, antes vivía mi mujer, que murió hace tres años por la mierda de la leucemia y me ayudaba mucho. Para mí era una persona fundamental. Ella pintaba, hacíamos muchas cosas juntos y su opinión era importante para mí. Pero, de todas maneras, yo luego actuaba desde mi propio criterio. No siempre coincidía con ella.
Yo soy muy cabezón. Me gusta escuchar a todo el mundo, pero luego casi no le hago caso a nadie, je, je.

Empiezas en blanco y negro y luego hay un salto a color. Pero tengo la sensación de que hay un cambio más allá. El color te da otra libertad.
Sí. El color es como cambiar de pincel. Es una evolución, más que una ruptura. El color me convoca una situación en la que dejo atrás una serie de tics que tenía para dejarme perder totalmente. Libertad total.
Yo tengo muchos amigos pintores y tengo mucha relación con ellos. Veo cómo pintan, cómo piensan, y me gusta mucho su transcurrir. Me gusta eso. En momentos, no te sale nada, y, en otros, vas a chorro. Y en eso hay que concentrarse.
Pero en el fondo, no soy muy diferente. En el color diluyo lo formal en fotografía y me dejo ir a un mundo menos fotográfico, más plástico.
¿Cómo se vence la autocensura? ¿Cómo conseguir saltarse esas normas fotográficas para crear tu propia norma y ser fiel a ella?
Manteniendo tu personalidad siempre hasta el límite. En la vida hay que ser coherente. Tener una actitud y una filosofía y mantenerla. Que te equivocas, pues te equivocas. Te has equivocado porque has creído mucho.
Por ejemplo, para mí hubiera sido más cómodo proyectar en la cúpula una entrevista en lugar de hacer una película. Me pareció más interesante crearme ese desafío de enfrentarme a hacer una película. Esos retos me gustan. Aunque me equivocara, aunque no me saliera bien, aunque fuera un desastre, honestamente no me hubiera venido abajo, porque yo lo he dado todo.
¿Que no me salió? No me ha salido vente mil veces. Tú que te crees, que soy Superman. Pero lo hago con todo el cariñó. ¿Que no me sale? Ya me saldrá otras veces. Pero yo lo he intentado y haberlo intentado es importante. Al menos para mí. Me reconcilia conmigo mismo.
Lo más bonito que hay es hacer las cosas con corazón, con cariño, con dignidad. Y al final te sale. A lo mejor, no aquello que tú pensabas o soñabas. Pero no pasa nada.
Si yo te contara mis fracasos, no cabrían en una entrevista. Joder, que para que haya éxitos, tiene que haber fracasos. Es como aquello de Beltor Brecht: “Fracasa una y otra vez, pero fracasa mejor”.

¿Qué resortes quieres mover con esta exposición? ¿Qué nos quieres contar? ¿Qué nos quieres contar desde hace 40 años?
Lo que quiero contar es que la fotografía ha sido una ventana en la que yo he descubierto el mundo. Lo que yo he visto. El paisaje que contemplado. Es una ventana a lo insólito.
Una ventana que has abierto tú.
Una ventana que me he atrevido a abrir. No he cotilleado desde detrás. Es una ventana que he abierto, he mirado y visto. Y las he fijado para el espectador y para mí. Porque es un ejercicio que primero hacer para ti mismo. Para reflejarte en lo que fotografías. Pero el que cierra el trabajo es el espectador. Si a él no le gusta, está a medio hacer. Aunque, si no le gusta, yo voy a seguir haciendo.
Como decía Borges, “yo escribo para que me quieran”, pero no puedo gustar a todo el mundo ni todo el mundo me quiere.
Tuviste un bar. Porque tengo la sensación de que tú eras muy de conversación de barra. ¿Qué aportó eso a tu fotografía?
Pues mucho. Fue un bar era de copas que se abrió en el 79. Duró quince años y era un lugar de encuentro. Tenía un rollo muy bohemio, con muchos artistas, músicos… Toda la canallada aparecía por allí. Aprendí muchísimo porque soy curioso. Aprendí de sus conversaciones, de sus historias.
Aprendí muchísimo. Yo era muy tímido, mucho más de lo que soy ahora. Me costaba abrirme, comunicarme. Y me abrió al mundo. Por eso en mis fotos, además de ventanas, también hay puentes. Son algo que necesito. Comunicarme, transitar, tender puentes.
Soy una persona conciliadora. No me gusta el conflicto. Jamás fotografiaría un conflicto. Cuando fue lo del Prestigie, me quería contratar una revista alemana para que hiciera un reportaje “a mi bola” de todo el desastre. No fui capaz de hacer una puñetera foto. Y me pagaban bien.
Hay gente que es capaz de extraer belleza del desastre, pero yo no soy capaz. Prefiero lo cotidiano. Es donde estoy instalado y donde me nutro.

Hay dos conceptos que suelen asociarse a tu obra que son memoria y nostalgia. Y eso me sugiere algunas cosas. ¿Cómo es volver a revisitarse para hacer una exposición que, aunque no es retrospectiva, has revisado tu archivo desde tus inicios?
Es fascinante meterse en el túnel del tiempo. Volver a reencontrarte con muchas cosas y empiezan a cosquillearte los recuerdos. Mi fotografía siempre habla de memoria.
Precisamente eso me lleva a otra cosa que me evoca tu exposición. Se habla muchas veces de la fotografía como memoria, pero como documento, como archivo. Pero tu fotografía me lleva más a la fotografía como recuerdo, esos recuerdos difusos, que muchas veces no sabemos ni situar de forma precisa en el tiempo, que es como habitualmente recordamos las personas. Recuerdos borrosos, sin fecha, confusos, intercambiables. Tengo la sensación de que tú hablas de eso.
Acabas de dar en el clavo. No lo podría decir mejor de cómo lo has dicho tú. No tengo nada más que decir, je, je.
¿Cómo ha cambiado todo desde que tú empezaste? ¿Qué había y hay de bueno y de malo?
Antes no había nada, con lo que todo era un mundo por descubrir y eso era un mundo apasionante. Ahora hay muchas cosas, tal vez demasiadas. Ahora hay demasiado ruido. Y está bien que haya información, pero la sobredosis de información puede ser contraproducente.
Es la paradoja contemporánea. Vivimos en un mundo de comunicaciones, pero muchas veces completamente incomunicados. Hay mucha soledad y la gente lo pasa mal. No estamos tan comunicados pese a estar conectados. Es una trampa.
A mí me gustaba cuando necesitabas de alguien, lo encontrabas en un bar, lo llamabas por teléfono. Había otra forma de socializar. Ahora estamos más en burbujas espaciales en las que parece que todo lo controlas, pero no. Nos falta proximidad, contacto y tacto.
Conozco el caso de unos adolescentes que se conocieron por redes sociales y quedaron para verse en una cafetería, pero al final no se conocieron porque les dio pánico.
Ya tienes una edad, pero como formador sigues en contacto con gente joven que se acerca a la fotografía. ¿Qué encuentras en común o diferente con las nuevas generaciones?
Pues me encuentro muy a gusto. No es que yo sea un gran pedagogo, pero me gusta comunicar cosas, estar en contacto con ellos y trasmitir lo que sé. Yo no tengo secreto. O mi secreto es trabajar mucho y apasionarse mucho y de eso seguro que sale algo.
Me gusta estar con ellos, ayudarlos en lo que puedo, sugerirles, aconsejarles… Como me hubiera gustado que me hubieran hecho a mí en su momento. Aquello sí que era un erial. No tenías información, ni ayudas. Ahora hay de todo. Lo que hubiera dado por haber tenido las posibilidades que hay ahora. Y yo encantado de trasmitir todo lo que se.

¿Hay alguna serie que te queda por hacer?
Sí, siempre hay. Ahora tengo una en la cabeza, pero me falta algún ingrediente para hacer esa comida, aún no lo tengo claro del todo. Pero no tengo prisa ninguna.