La fotografía española está viviendo un momento de especial creatividad. Hay una generación de nuevos fotógrafos que tratan de no tener fronteras creativas. En ocasiones revisitando viejas fórmulas o acudiendo a soportes tradicionales, pero buscando su propia manera de expresarse. Alejandro Marote es buen representante de esa generación.
Es hermoso y rubio como la cerveza, aunque no sé si tiene el pecho tatuado con un corazón. Lo que sí tiene Alejandro es la intensidad de una copla de Concha Piquer. Es ciertamente alto, con barba y pelo largo, y bien podría haber venido en un barco con nombre extranjero, una especie de Thor a la madrileña, con una cámara en lugar de un martillo.
Alejandro Marote (Madrid, 1978), nuestro vikingo del Manzanares, está en racha. 2016 se presenta para él cargado de noticias. Ya el pasado año fue intenso. Hace unos meses presentó una app, una exposición en CentroCentro y una colaboración en el museo Oteiza junto a Jon Cazenave, además de enseñar al mundo el primero de sus trabajos impresos, el que antecede a los tres libros que vendrán este año.

Imagen de ‘A’ @ Alejandro Marote
Cuando no lo conoces, Alejandro parece una persona tímida, con un toque reservado y misterioso. Pero en cuanto coincides con él un par de veces pasa a ser alguien cercano, conversador, preguntón incluso, que se presta al abrazo. Pero sobre todo, lo que impresiona es su fuerza arrolladora, la pasión con la que habla de sus trabajos, de su fotografía, de su forma de entenderla, de su búsqueda, sus dudas y algunas de sus soluciones. Pasar una mañana con él en su estudio es una experiencia que llena de energía al que tenga la suerte de vivirla.
Su fotografía tiende a la abstracción. Con el paso de los años ha ido recorriendo ciertos caminos que han llevado a la simplificación de su imagen, tratando de apelar a lo más instintivo en la comunicación mediante símbolos sencillos. Tal vez por ello, y esto es una opinión personal, su trabajo se disfruta perfectamente sin necesidad de una explicación por parte del autor.
Curiosamente, Alejandro llega por casualidad a la fotografía. Trabajaba en hostelería en un negocio familiar, hasta que decidió que aquello no era para él. El nivel de estrés era muy alto y tenía que dar un giro a su vida. Un amigo que había sido fotógrafo de moda en Argentina le animó para meterse en ese mundillo y le propuso montar un estudio de moda. Pero Alejandro no había nunca cogido una cámara. No tenía ni idea. Entonces le recomendaron aprender cómo funcionaba aquello de hacer fotos, por ejemplo en una escuela que recién había empezado, Blankpaper.
Alejandro se puso en manos de Fosi Vegue, el director de la escuela. Lo primero que descubrió es que sus años en hostelería, de estar atento a si aparecía un carterista o si alguien se iba sin pagar, le habían dado una gran capacidad para fijarse en todo lo que sucedía a su alrededor. Estaba muy entrenado para mirar. “Mi experiencia como estudiante fue muy excitante. Tuve la sensación de que podía absorber imágenes de forma casi infinita. Yo era muy receptivo a todo lo que veía”.

Imagen de ‘A’ @ Alejandro Marote
Pero Marote sentía que tenía algunas carencias. “No estaba nada formado en cultura visual, bueno, ni siquiera en cultura. Yo me había dedicado a trabajar”. Y comenzó a estudiar; al principio fotografía documental más clásica, como los fotógrafos de la agencia Magnun. Le ipactó especialmente Gueorgui Pinkhassov. “Trataba de ver cómo construían sus imágenes aquellos fotógrafos”.
Durante el primer año utilizaba una cámara digital que le ayudó a entender los rudimentos y con la que generaba miles de imágenes. Pero transcurrido un tiempo se compró una Kontax. Fue cuando se pasó al carrete en blanco y negro. “Porque me empecé a interesar por la luz y la composición, más que por el color o lo que ocurre en la imagen. El blanco y negro me permitía sintetizar mejor la imagen. Comienzo a tratar de dejar fuera lo que no me interesa, a limpiar, a tratar con formas más puras. De forma intuitiva. Un camino que he hecho de la corteza externa de la realidad, del cómo el universo está compuesto, hacia la abstracción”.
“Dejar el digital significa que no ves un respaldo, una toma te va llevando a la otra, y tienes la incertidumbre de lo que estás fotografiando. Cuando me pasé al analógico ya controlaba las tomas y no hacía tantas fotos. Eso me ayudaba a ceñirme y trabajar de una manera más estricta. Tras el primer año comienzo a construir imágenes más conscientemente”.

Imagen de ‘0’ © Alejandro Marote
“Me formo visualmente. Haciendo y viendo mucha fotografía. Una vez empiezo a comprender el universo fotográfico de diferentes autores, el lenguaje que utilizan para narrar, voy desarrollando mi propio lenguaje. En esa búsqueda comienzo a darme cuenta de que debo nutrirme de algo más que no sea fotografía, y comienzo a estudiar pintura, escultura, arquitectura… Comienzo a leer filosofía, ensayos, literatura… Es con el tiempo cuando te das cuenta de que vas asimilando muchas de esas cosas”.
Terminada la escuela le proponen entrar en el colectivo Blankpaper. “Supuso entrar en contacto directo con un grupo de gente que estaba empujando muy fuerte en el lenguaje fotográfico personal en España”. Un colectivo formado actualmente por Fosi Vegue, Antonio Xoubanova, Julián Barón, Óscar Monzón, Ricardo Cases, Mario Rey y el propio Alejandro. Se reunían todas las semanas para compartir su trabajo, sus búsquedas y caminos personales. “Tenía que escuchar mucho para aprender y ponerme a la altura. Fue en una de esas reuniones cuando fui consciente de que yo no hubiera hecho unas fotos que Ricardo enseñó. Me di cuenta de cuál era mi propio lenguaje. Desde entonces sólo fotografío aquello que me interesa”.
Pretendo crear imágenes que estén agarradas, cuya estructura formal las sostenga, que el tiempo no pase por ellas.
Durante años se dedica a fotografiar. Apenas enseña su trabajo; una pequeña exposición en un bar llamado El Rincón hace seis años y poco más hasta el 2015. Entonces se abre la veda. Llega ‘Láser’, una exposición en la que colabora con Iñaki Domingo y presenta en el Instituto Francés de Madrid, después ‘Ixil Ar’ con Jon Cazenave y la App de EspadaySantacruz, ambas con el comisariado-edición de Gonzalo Golpe, otra exposición en Chongching (China) comisariada por Castellote, la participación en ‘P2P’ en PHE, la exposición en CentroCentro Madrid en verano… “Esa espera se debe a la inseguridad por el lenguaje. Y también por mi manera obsesiva de trabajar que me llevó a amontonar imágenes, llegué a tener más de 100.000 negativos. Y por último, a que necesité tiempo para entender lo que había hecho”.
Y por fin llega su primer fotolibro: “A”, el resultado del trabajo realizado entre el 2008 y el 2013 en el que vemos su evolución gráfica. Al principio del libro se reconocen unos caballos, arbustos que parece levitar, un perro que se recoge sobre sí mismo tendiendo a la esfera, aún hay mucha figuración. Pero todo va evolucionando hacia las formas simples. Imágenes que no necesiten explicación. “Pretendo crear imágenes que estén agarradas, cuya estructura formal las sostenga, que el tiempo no pase por ellas. Hay una búsqueda de la eternidad a través de la estabilidad. Imágenes estáticas, sí, pero que tengan algo que vibra en su interior”.

Imagen de ‘AB’ © Alejandro Marote.
El trabajo de Alejandro se va a presentar a lo largo del 2016 en tres libros más. Cada uno llevará el títulos de un grupo sanguíneo. Tras ‘A’, llegan ‘B’, ‘AB’ y ‘0’.
“El próximo, ‘B’, supone la salida de la ciudad a la línea del horizonte, el encuentro entre la vertical de la palmera y la horizontal del mar y ver qué pasa con ese encuentro. Este libro representa el elemento Agua. ‘AB’ es el paso natural del agua al aire, el agua se evapora. Empiezo a meter prismas y desmaterializar la propia imagen. Representa el elemento Aire. Y ‘0’ es la bandera. Acudo a un símbolo creado por el hombre y representa el elemento Fuego”.
‘A’, el que ya conocemos, el primero de todos y que simboliza el elemento Tierra, es una especie de diccionario de imágenes con el que espera construir su discurso artístico en los próximos años. “Son las formas con lo que voy a trabajar a partir de ahora”.
“Lo que me interesa es la experiencia, y la experiencia que se vive. Todo lo que he estado haciendo me ha llevado a este punto, a trabajar en esta banda visual que he creado, para aplicarla ahora a sensores de movimiento, pantallas táctiles, serigrafía, pintura, escultura, vídeo, intervenciones…”
Curiosamente, Alejandro está haciendo ahora fotos con el móvil, pero tratando de “romper la rejilla digital”, algo que nos recuerda a ‘AB.stract’, su reciente fotoapp que “desde la fotografía más pura lleva a un pulso entre el grano de la imagen y el pixel digital”. Del origen al fin y vuelta al principio.
Y volvemos al principio, a la copla escrita por Rafael de León: escúchame marinero, ya te he dicho lo que sé de él, no vino en un barco de nombre extranjero, pero lleva la fotografía tatuada en su piel.

Alejandro Marote © Roberto Villalón