Un caso mediatico en Argentina, cientos de fotos en prensa y redes, pero una llama la atención del autor. Y eso le sirve de excusa para reflexionar sobre los límites de la fotografía para mostrar la emoción, el dolor, el drama… frente al simple impacto visual. ¿A qué distancia física y emocional se tiene que posicionar el fotógrafo? Un artículo de David Schäfer motivado por las imágenes del fotógrafo Sebastián Salguero.
El 25 de agosto se dictó sentencia a ex militares y policías por crímenes de lesa humanidad cometidos entre 1975 y 1982, en la megacausa conocida como La Perla-Campo de la Ribera, que lleva el nombre de dos de los centros clandestinos de detención más importantes de la provincia de Córdoba. Las cifras al final del juicio fueron elocuentes: duró 3 años, 8 meses y 27 días; se tomaron 581 testimonios; hubo 706 víctimas, 311 permanecen aún desaparecidas, y 43 imputados (42 hombres y una mujer). Fue un hecho histórico que provocó gran expectativa e inquietud, sobre todo entre las más de 10 000 personas que se apostaron en las inmediaciones de los Tribunales Federales para seguir paso a paso la lectura de la sentencia en una pantalla gigante que se había montado en medio de la calle.
Por el lugar pululaban los fotógrafos, también protagonistas de la escena, al intentar captar gestos y movimientos que pudieran dar cuenta de las emociones y de las tensiones que atravesaban a los presentes. Había profesionales, aficionados e improvisados que con el equipo que tuvieran intentaban abrirse paso entre la multitud, para registrar ese momento histórico y, casi en simultáneo, lanzar al ciberespacio cientos de imágenes. Tanto es así que, a las pocas horas de terminada la lectura de la sentencia, cuando la multitud compacta comenzaba a dejar algunos espacios vacíos en el pavimento, una gran cantidad de fotos ya circulaban por la web, perdiéndose y confundiéndose unas con otras. Las fotos era similares, tanto que parecían constituir una mirada tan cerrada como la multitud que se había congregado.

© David Schäfer
No obstante, a las pocas horas descubrí una imagen distinta, que para mí sobresalía del resto. Fue tomada por Sebastián Salguero, un reconocido fotoperiodista de la ciudad de Córdoba. Era una foto que venía en busca del espectador, con la violencia de un tren sin frenos. Estaba en su muro de Facebook y había provocado varios comentarios de sus seguidores: “Ufff… me quitó el aliento”, “Con tus fotos… nunca hace falta agregar más nada”, “Después de tantos años el mismo dolor intacto”, “Tremenda”, “Sin palabras”… Sin embargo, a mí la foto me incomodaba, porque al ver a las dos mujeres, veía la intencionalidad del fotógrafo. Es más, me llamaba la atención que la mayoría de los comentarios casi no hicieran referencia a las dos mujeres que salían en la foto, sino que expresaban cuánto les había impactado la imagen, fruto del talento indiscutido del reportero.
Con esta sensación de estar viendo al fotógrafo y no el hecho, quise averiguar quiénes eran esas dos mujeres, pero fue en vano: no había en la imagen ningún dato. Sí me enteré de que fue tomada con una cámara Fujifilm, X-Pro 1, con un objetivo 18 mm (27 mm sería la distancia focal equivalente en 35 mm) y que, según mis cálculos, el fotógrafo debió estar a menos de 80cm de distancia para hacer la imagen. Recién a los dos o tres días conseguí la información que buscaba. Las dos mujeres de la foto son Amaranta Joseph y su abuela Mercedes Toloza de Bustos de 90 años, esta última tiene a su hijo Jorge Dante Bustos desaparecido. Ambas habían ido a la sentencia en busca de justicia, y habían sido fotografiadas luego de haber escuchado el fallo.
Luego, conocí otra foto de la misma situación, difundida por la Red Nacional de Medios Alternativos, pero ésta no me causó el mismo impacto. Solo me generó incomodidad, no había violencia allí, no había una desproporción de los gestos. Era la foto de Sebastián la que me interpelaba, porque esa imagen no hacía solo referencia a ese hecho, sino a la fotografía, o mejor dicho, a un modo de producir y consumir imágenes, y fue a partir de esta foto que comencé a preguntarme por la distancia justa.
Volví a leer ‘Fotos-impactos’, de Roland Barthes, publicado, en ‘Mitologías’ en 1957. El artículo lleva el título de una exposición celebrada en el Museo de Orsay en aquel entonces. Allí Barthes define el impacto que producen ciertas fotos por cómo el fotógrafo expresa el horror. En este sentido, afirma: “No es suficiente que el fotógrafo signifique lo horrible para que nosotros lo experimentemos como tal”. La cita me permitía construir una pregunta, aunque era necesario tomarme antes una licencia: reemplazar la palabra horror por drama que, si bien no son equivalentes, me ayudaba, en una primera lectura, a acercarme a la imagen para luego pasar al horror que viven y vivieron estas mujeres. Entonces, pensé ¿cómo fotografiar el drama (horror) que viven estas dos mujeres, sabiendo que haga lo que se haga, al drama (horror) lo están viviendo solo ellas y no hay posibilidad de transferencia? Incluso, más allá de la empatía que la imagen le produzca al espectador, este se puede liberar del drama (horror) con solo dejar de pensar en la foto. Le podrá quedar el impacto, pero no el drama, o mejor dicho, el horror.

© David Schäfer
En el debate que llevaron adelante Georges Didi-Huberman y Gérard Wajcman sobre el texto de la exposición ‘Mémoire des camps. Photographies des camps de concentration et d’extermination nazis’ (1933-1999), que escribió el primero, se habló de que el horror entra en el terreno de lo inimaginable y, allí las imágenes, si bien hacen denodados esfuerzos para refutarlo, siempre saben a poco.
Así, llegué a la conclusión, provisoria, de que para refutar lo inimaginable las fotos deberían quedar liberadas de todo aquello que conduzca al impacto, al golpe (emocional), que no lleva a una reflexión sobre los hechos. Es más, siguiendo esta línea de razonamiento, el fotógrafo corre el riesgo de transformarse en un protagonista impensado de la situación que fotografía, puesto que nosotros, como espectadores, podríamos sentir que ya hay alguien que ha juzgado por nosotros, que ha imaginado por nosotros y que nos tiende a quitar, sin querer quizás, la posibilidad de pensar, creer y sentir por nuestros propios medios. Si la imagen se vuelve demasiado intencional, el espectador se enfrentaría, como dice Barthes, “al escándalo del horror, y no al horror mismo”.
También es cierto que el fotógrafo hace lo que puede, lo que sus emociones le permiten hacer en el momento. Incluso, suele ocurrir también que a veces pierde la capacidad de mirarse a sí mismo en la escena, sólo ve lo que fotografía, y no se percibe en acción, interactuando con la situación. No puede reconocerse a menos de 80 cm de distancia, junto a otros fotógrafos, disparando su cámara una y otra vez en dirección a dos mujeres llorando. Si bien Robert Capa dijo alguna vez: “Si tus fotografías no son buenas es porque no estás lo suficientemente cerca”, pienso que ésa es una concepción de la fotografía en la que no se tiene en cuenta al otro, y que se sostiene a partir de la toma de posición del fotógrafo y de la posesión de las personas y las cosas que fotografía.
Volví a mirar la imagen y a preguntarme por cuál es la distancia justa. Justa, en los dos sentidos del término, justa por exacta, apropiada, pensando en el trabajo del fotógrafo, y justa por razonable, pensando en que ese momento tan íntimo le pertenece solo a las dos mujeres que están en la foto, porque sólo ellas han experimentado el horror de un secuestro, de la tortura y de la desaparición.
Quizá, una posible respuesta a la pregunta sea que el fotógrafo no debería sobrepasar una distancia, luego de la cual pierde de vista al otro. Esto supondría un movimiento, de acercamiento y de distanciamiento para tomar una foto, tanto físico como reflexivo, para hallar una distancia razonable que le permita comprender todo lo que atañe a los hechos, más allá de la obtención de un registro.
*
Cuando terminé el artículo, le escribí a Sebastián Salguero para pedirle autorización para publicar la foto y además le envié el texto para conocer su opinión. Pronto, recibí su respuesta: “Adhiero a lo que decís…”
Más tarde, en una conversación telefónica, me contó que no pensaba ir a la sentencia como fotógrafo, sino a “acompañar” el momento histórico, pero que el día antes lo llamaron para encargarle el trabajo. “La consigna del encargo era los festejos, la alegría, la emoción luego de la sentencia”, explica. Las fotos formaron parte de la nota Los trajes del General, escrita por Dante Leguizamón y publicada en la revista Salida al mar.

© Sebastián Salguero
La imagen surge al final de la jornada, cuando las víctimas y los familiares salían del edificio de Tribunales para reencontrarse con sus seres queridos que los esperaban en la calle. En ese momento, las dos mujeres se abrazaron y él, que estaba muy cerca, tomó la foto. “Pienso que hay algo que les pasa que es imposible de invadir, creo que es una cuestión energética que es sólo de ellas dos. Estoy muy cerca pero no me las choco, ni las interrumpo, ni les hablo, me muevo a su alrededor; pero es tan fuerte lo que pasa entre ellas que es imposible que hayan percibido mi presencia. Tengo ese cuidado cuando laburo, se hasta dónde debo ir”.
Prefirió no poner los nombres de las mujeres porque le interesaba que aquella imagen fuera “representativa de ideas comunes”, de lo que les estaba pasando a todos. También me explicó que quienes estuvieron involucrados en las coberturas periodísticas, desde el comienzo de los juicios, poco a poco, se fueron “apropiando” de las causas, y eso los fue acercando a las víctimas, aunque claro está que “el dolor y la emoción sólo le pertenecen a ellas”.