La saturación de imágenes que vivimos en nuestra sociedad afecta de un modo especial a nuestro sentido de identidad. La tecnología y las redes sociales han configurado un sistema que paradójicamente no ha ayudado a la individualización de los rasgos particulares de las personas sino que a acentuado su uniformidad.
Estas fotografías exploran, desde el ámbito tradicional del retrato, la subversión de la identidad y la aparición de lo siniestro bajo la superficie visualmente pulida de la realidad. Entornos neutros e impersonales, a veces indefinidos y abstractos, en los que el personaje llega a mimetizarse. Lugares que tienen en común ser los escenarios tópicos de la sociedad de consumo : un gimnasio, un supermercado o la propia vivienda. Por ello los espacios representados carecen de horizontes, son planos y cerrados, independientemente de si son exteriores o interiores; son vacíos, neutros y homogéneos, son espacios sin identidad, en cierto modo no lugares con apariencia de lugares.
Los personajes no miran a cámara, están de algún modo absortos en la simplicidad de sus acciones asumidas como públicas en todo momento, por lo que al observador no le resulta violento mirar. Las escenas tiene una falsa naturalidad, un sesgo teatral, todo lo que aparece en la imagen está ahí para ser visto.
Escenarios donde la luz brilla las 24 horas del día, representando el estándar del 24/7 de la sociedad actual, siempre dispuestos, siempre productivos. El color es un elemento fundamental en este trabajo, al igual que los espacios, apoya la idea de homogeneidad y neutralidad, es decir alienación. Además tienen una gran carga simbólica. El contraste entre el color rosa (símbolo de feminidad, ternura, infancia y juventud) y el negro (su contrario psicológico, representado en los ojos delirantes de los fotografiados), parece corromper la atmósfera naif permitiendo que nazca en el observador una sensación incómoda y perturbadora.
Hay dos narraciones que discurren paralelas, una creada a partir de lo que objetivamente podemos observar en la imagen y otra mucho más simbólica y subjetiva con todo lo que sin ser explícito se puede deducir por el uso del espacio, el color y el lenguaje corporal de los personajes. Es esta segunda narración el verdadero mensaje del proyecto. Ambas narraciones, fragmentadas, simbólicas y ficticias, suponen una ventana a un mundo de personajes ajenos, pero que sin duda representan y reflejan una parte de nosotros mismos a nivel individual y social. Estas fotografías son espejos simbólicos de un momento social y cultural actual y quizás una premonición futura.
Cristina Galán es fotógrafa y realizadora audiovisual. Nace en Madrid en 1992 donde estudia Periodismo y Comunicación Audiovisual y el máster en fotografía de PHotoespaña en la escuela PIC.A . Desde 2013 ha trabajado como realizadora y directora de fotografía para empresas como Atresmedia o RTVE. También ha trabajado en diferentes proyectos independientes como el documental-retrospectiva ‘Ysarca: 25 años’, sobre la exitosa productora de teatro Pilar de Yzaguirre o en la serie ‘Vincent Finch: Diario de un Ego’, que superó el millón de visitas en Youtube y ganó diversos premios.