Mirada Zoom

Muchas veces no vemos aquello que es constante, como si fuera parte del paisaje. Con las muertes y el sufrimiento de los desplazados por la guerra, hacemos lo mismo, los obviamos, haciendo como si no existiese. Conmovidos por muertes mediáticas al azar, pero impasibles ante las 15.000 víctimas, ¡15.000!, que se ha tragado el Mediterráneo desde el 2014. Agencia Zoom nos vuelve a enseñar esta realidad con un reportaje de Max Hirzel acompañado de un texto de Raúl Martínez.

«Antes de 1914 la tierra pertenecía a todo el mundo. Cada uno podía ir donde quisiera y permanecer ahí el tiempo que quisiera. […] Estas mismas fronteras que, con sus agentes de aduana, su policía, sus puestos de gendarmería, han sido transformadas en un sistema de obstáculos, no representaban nada más que líneas simbólicas, que uno atravesaba con la misma inconciencia con la que atraviesa el meridiano de Greenwich . Pero después de la guerra, el nacional-socialismo lo trastornó todo y el primer fenómeno visible por el cual se manifestó esta epidemia moral de nuestro siglo fue la xenofobia: el odio o, por lo menos, el temor al otro.»

Stefan Zweig , ‘El mundo de ayer’.

Si bien Zweig omite que el mundo sólo era accesible a los poquísimos que se lo podían permitir y que en realidad sí existían los pasaportes, aunque apenas eran exigidos desde finales del XIX, las palabras del genial escritor austriaco nos sirven para figurarnos el delirante abandono al que están sometidas las poblaciones procedentes de tierras en conflicto y que buscan refugio en Europa, así como el sinsentido de un mundo regido por derechos adquiridos a través de la sangre ajena.

A medida que la cifra de muertos aumenta, nos vamos acostumbrando a desligar estas cifras de su terrible realidad y a olvidar que las cerca de 4.000 muertes anuales en el Mediterráneo no son sólo una estadística sino que esconden vidas, esperanzas y en la inmensa mayoría de los casos un terrible pasado de dolor y violencia.

El trabajo del fotógrafo Max Hirzel nace de su empeño por devolverle la dignidad a unas víctimas que acaban siendo simples números en un informe. Las preguntas que plantea acerca de qué se hace con los cuerpos de los fallecidos o cómo se desarrolla el trabajo de identificación va en realidad más allá y apunta muy claramente a la responsabilidad de unas autoridades europeas superadas por los acontecimientos.

5.000 millones de euros

Violencia sexual, secuestros, esclavismo, detenciones arbitrarias, torturas…, el camino que lleva a los migrantes hasta la costa libia ya es de por sí lo más parecido a un infierno. Según un informe de Unicef, el 80% de las 11.000 mujeres nigerianas llegadas a Sicilia a través de Libia fueron víctimas de explotación sexual, un dato estremecedor, pero que no es más que un ejemplo entre miles de atrocidades cometidas a través de una ruta que ya es la más peligrosa del mundo para los migrantes. Como si llegar a Libia no fuera ya lo suficientemente doloroso, a los migrantes les queda atravesar el Mediterráneo hasta alcanzar Sicilia, siempre bajo el dominio de unas mafias dispuestas a exprimirlos hasta el último momento.

Con más de 15.000 vidas truncadas desde 2014 en ese mar donde en verano nos bañamos tan tranquilamente, el Mediterráneo concentra más de la mitad de los refugiados muertos en el mundo entero. Se trata de una cifra terrible, pero aparentemente no lo suficiente como para que la sociedad europea reaccione y ponga fin a una situación ciertamente compleja, con una infinidad de ramificaciones sociales y económicas, pero a la que tiene que enfrentarse con la mayor premura.

Mientras la Unión Europea siga privilegiando la represión de las redes de inmigración en lugar de atacar al centro del problema, los muertos y los abusos se sucederán. Ninguna valla podrá detener a los que no pueden asegurarse unas condiciones de vida mínimas en sus países de origen. Perseguir a las redes de tráfico humano es atacar al síntoma en lugar de buscar una solución duradera al problema y de hecho, lo que más ha favorecido la represión hasta el momento es que los pasadores exijan sumas cada vez más importantes a los migrantes. Estamos hablando de un negocio en expansión, que mueve unos 5.000 millones de euros anuales.

El paulatino abandono de sus funciones frente a la tragedia humanitaria operado por la UE, con algunos casos de sangrante crueldad, ha forzado a ONGs como Open Arms o Médicos Sin Fronteras a asumir responsabilidades para las que en principio no están preparadas. No solamente deben hacer frente a condiciones de rescate muy difíciles y a unas mafias que no retroceden ante nada para lograr sus objetivos, sino que además deben lidiar con unos límites legales que, interpretados a conveniencia, pueden llevarlas a ser acusadas de tráfico de personas.

Darle nombre a la tragedia

Para dejar de ver el fenómeno como unas simples cifras que se van acumulando en frías estadísticas, el fotógrafo Max Hirzel decidió documentar todo el proceso de identificación de los cadáveres en los depósitos y cementerios de Sicilia. El primer paso para evitar que esta catástrofe humanitaria borre hasta el recuerdo de los fallecidos es que recuperen al menos su nombre. La familia puede entonces empezar su duelo y además ponemos una vida detrás de unas inscripciones en las que hasta entonces sólo constaban mensajes tan impersonales como «desconocido nº 25», «africano» o «cadáver».

El largo trabajo de Hirzel, sus investigaciones, sus entrevistas nos ayudan a calibrar la envergadura de la tragedia. Detrás de cada vida sesgada, hay una familia, unos amigos, una trayectoria, unos sueños que nunca se realizarán. No pueden ser una estadística.

Europa debe ser consciente de que cada persona fallecida en el Mediterráneo es no solamente un drama sino también una señal de la pésima gestión realizada por las instituciones europeas, además de un fracaso de la civilización de la que tanto nos enorgullecemos. Si lo único que somos capaces de hacer frente a esta tragedia es montar campos de concentración tan terribles como el de Calais, ¿de qué nos han servido Rousseau y Voltaire, Miguel Ángel y Leonardo, Homero y Shakespeare, Mozart y Bach? ¿La cultura europea ya es sólo un reclamo turístico?

Neocolonialismo y expolio

Mientras se plantee el problema como un asunto de caridad hacia el Tercer Mundo nada se arreglará. En cambio, dejar de esquilmar las costas africanas y de aprovechar sus recursos sin beneficio alguno para la población local o de favorecer los conflictos internos para aprovecharlos en beneficio propio sería un primer paso.

Pero sabemos que nada de eso va a ocurrir. Sabemos que las empresas pertenecientes a la UE se saltan su propia legislación si así obtienen un mayor margen de beneficio y sabemos que la venta de armas supone unos beneficios extraordinarios para los países occidentales. También sabemos que las grandes corporaciones no van a dejar que los beneficios de recursos tan valiosos como el coltán vayan a parar a la población local.

Este neocolonialismo es absolutamente incompatible con la posibilidad de un crecimiento económico y social en el Tercer Mundo y la caridad tiene sobre todo un efecto placebo sobre la buena conciencia europea. No hay una auténtica toma de conciencia acerca de las raíces del problema. De vez en cuando, una imagen se convierte en icónica, como fue el caso de la fotografía del pequeño Aylan.

Pero que haga falta una representación gráfica tan evidente para que Europa esté «conmocionada» revela el grado de inconciencia de la población europea y su facilidad para ser más sensible al impacto emocional que a la toma de conciencia que exige el problema. ¿Cómo se creen que mueren las miles de víctimas anuales? ¿Sin sufrimiento, sin miedo? ¿Es necesario que el hedor procedente del Mediterráneo sea tal para darnos cuenta de que pasamos parte de nuestras vacaciones sobre un inmenso matadero?